La realidad de los hechos pasados

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Estaba en mi casa lavando los pisos, cuando recibí el mensaje de Ray. Él me invitaba a su casa para ayudarle con su nuevo proyecto, su primer poemario llamado Conexión. La idea me pareció buena así que acepté. A la noche llegué a su departamento un poco después de las 8 pm.

—Gracias por venir, Génesis. De verdad aprecio que vengas hasta aquí, a esta hora.

—Demoré, porque estaba ocupada lavando los baños de mi casa —respondí. La última vez que estuve aquí, las cosas no terminaron bien entre nosotros, pero estaba dispuesta a ignorar el pasado atrás al menos por un ratito.

Nos sentamos en el living y Ray me mostró su cuaderno y en este había fragmentos de poemas.

—Bueno, Ray ¿por dónde empezamos? —dije mientras me acomodaba en el sillón.

—Yo estuve leyendo algunos poemarios en la aplicación de libros, pero siento que no están a mi altura —comentó Ray, frunciendo el ceño—. Quiero algo más auténtico y mejor escrito.

—Mmm, bueno —respondí—. Tal vez deberías empezar por leer a algunos poetas populares que escriben poesía libre. Mirá, tengo aquí algunos ejemplos de poemarios que han sido publicados en la aplicación.

Le mostré varios títulos y autores, explicándole los diferentes estilos y enfoques que cada uno tenía. Pero Ray solo ponía cara de culo.

—¡Ay! No lo sé, Génesis. Estos poemas no me dicen nada. No siento esa conexión que estoy buscando, esto que veo escrito aquí no me llama la atención —rezongó.

Suspiré, sintiendo la frustración en el aire.

—Entonces, ¿qué cosa quieres hacer? —pregunté.

Ray se quedó en silencio por un momento, luego su rostro se iluminó en un instante.

—¿Qué tal si hablamos con Fabri? —dijo Ray buscando su perfil en la aplicación—. Sus poemarios tienen muchos vistos y comentarios. Tal vez él pueda darme una mejor orientación, para que pueda emerger como poeta.

Lo miré, sorprendida, como si una fuerza telepática nos uniera.

—Ray, Fabri es bastante bueno, pero no puedes depender de alguien más para encontrar tu camino —protesté—. Ni siquiera tengo su número. ¿Qué te puedo decir?

—Vamos, nena. Admitelo de una vez, vos escribis novelas, no poesía. Estoy perdiendo el tiempo aquí. Necesito hablar con alguien que realmente entienda este arte.

Sentí que la sangre me hervía. Traté de respirar profundo y mantener la calma, pero su actitud me estaba llevando al límite.

—¿Ray, para qué me llamaste? —me quejé a los gritos—. ¿Es en serio? Estoy aquí tratando de ayudarte y dices que yo solo escribo tontas novelas.

Ray se levantó y comenzó a pasearse por la sala, frustrado.

—Génesis, sos igual de arrogante que tu madre. Siempre pensando que sabes más que los demás —dijo casi vociferando.

Eso fue suficiente para hacerme estallar.

—¿Arrogante? —grité eufórica—. ¡Tú eres el que pidió mi ayuda! ¡Si no te gusta, entonces búscate a otra persona!

Mi mal humor iba en aumento.

—Ojalá hubiera tenido un noviazgo con Julie —me dijo desafiandome—. Siempre me gustó tu madre.

Me quedé sin habla, como una estatua, procesando lo que acababa de decir. Luego, sin pensarlo dos veces, le di una piña en el ojo.

Ray se tambaleó y se cayó encima de un de los sillones, llevándose una mano al rostro.

—¡Acaso sos boluda! —gritó—. ¡Andate de mi casa!

—Vete a la mierda y me voy con gusto —respondí, agarrando cartera y mi tablet. Saliendo de su departamento, todavía estaba temblando de la rabia.

Caminé rápidamente por la calle, tratando de calmarme. Las palabras de Ray me habían lastimado de verdad. ¿Siempre había sentido algo por mi madre? La idea era asquerosa, pero no podía ignorar el hecho de que él lo había confesado.

Llegué a casa y cerré la puerta de golpe. Mi mamá estaba en la cocina, preparando la cena.

—¿Qué te pasa? —preguntó mamá.

—Nada —dije agitando mis brazos

Mi madre se acercó y me miró a los ojos.

—¿Estás segura? Pareces muy alterada.

—Te voy a contar... —murmuré mientras me sentaba en la silla de la cocina.

—Dale, contame.

—Ray me invitó a su casa para que le ayudara con su poemario. Terminamos peleando y me dijo cosas que... simplemente me hicieron poner loca.

Ella, soltó el cuchillo, suspiró y me abrazó.

—Lo siento, hija. Tal vez no deberías tratar con él si te hace sentir así.

Asentí, pero aún me sentía muy colérica. Sabía que tendría que enfrentarme a Ray de nuevo en algún momento, especialmente si iba a empezar a ir al club de lectura.

Esa noche, mientras intentaba dormir, no podía dejar de pensar en lo que había pasado. Las palabras de Ray me habían lastimado y la imagen de su rostro herido no me dejaba en paz. Sabía que había reaccionado violentamente, pero su confesión había sido muy patética.

Al día siguiente, recibí un mensaje de Raquel. Quería saber si estaba bien y si planeaba asistir a la próxima reunión del club de lectura. Le respondí que sí, aunque en realidad no estaba segura de como enfrentar a Ray después de lo que había pasado.

La semana pasó lentamente y cuando finalmente llegó el sábado, me sentía muy nerviosa. Al llegar a la casa de Raquel, vi a los demás miembros ya reunidos, incluyendo a Ray, que llevaba unos anteojos oscuros, seguramente para ocultar su ojo morado.

Me acerqué a él, tratando de no mostrar mi incomodidad.

—¿Ray, podemos hablar? —le pregunté en voz baja.

—Deci, lo que tengas que decir, pero no grites como una loca —dijo secamente.

—Ray, che, córtala —dije—. No debí golpearte. Pero lo que dijiste me molestó mucho.

Ray se quitó las gafas y me miró con una expresión muy sería.

—Génesis, no debí decir esas cosas. Estaba frustrado por no saber escribir una mierda.

—No mezcles las cosas —dije y sonreí forzosamente.

—Lo que dije sobre tu vieja es algo normal—inquirió.

—Es solo que... —dudé un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. La idea de que siempre hayas sentido algo por mi madre es difícil de aceptar.

—Bueno —respondió Ray, suspirando—. No era mi intención herirte. Julie es una mujer increíblemente sexy y siempre la he admirado, pero eso no cambia nada entre nosotros.

Rodé mis ojos, sintiendo que la tensión entre nosotros comenzaba a disiparse. No valía la pena discutir con un tarado.

—Entonces, ¿qué vas a hacer con tu poemario? —pregunté, cambiando de tema.

Ray sonrió al ver llegar a mi madre. Luego bajó la mirada y me dijo:

—Creo que hablaré con Fabri para que me ayude. Pero también quiero que sigas siendo parte de esto, si estás de acuerdo.

—Claro, como digas...—respondí, mientras ponía los ojos en blanco—. Solo prométeme que no volverás a decir cosas tan estúpidas.

Ray me guiñó el ojo y asintió.

—Prometido.

La reunión empezó sin incidentes y poco a poco, el ambiente se volvió más relajado. El hombre misterioso también estaba presente, participando activamente en la discusión. Su presencia, aunque aún misteriosa comenzaba a sentirse más casual.

Después de la reunión, Raquel se acercó a mí.

—¿Todo bien con Ray? —murmuró la pelirosa.

—Sí, todo bien. Hemos aclarado algunas cosas —respondí con un poco de alivio.

—Me alegra oír eso. Y, por cierto, ¿has hablado con Marcus?

—Sí, he hablado un poco con él. Parece que aún no quiere escribir nada.

Raquel asintió con su mirada pensativa.

—Bueno, todo a su tiempo —dijo ella mientras bostezaba.

Esa noche, volví a casa sintiéndome más en paz. Sabía que aún había muchas cosas por resolver, pero al menos había dado un paso al frente. Miré a mamá encender el motor del auto.

—¿Todo bien, hija? —preguntó.

—Sí, todo bien, mamá. Solo quería decirte que Ray me confesó que cuando él era adolescente, él estaba muerto por vos.

—¿Qué? —Exclamó mamá con una mirada demoníaca.

—Así como lo oyes.

—El... ¿el Ray que acabamos de ver? —pregunto azorada.

—¿Pero ustedes eran novios? —dijo mamá aterrorizada.

—Sí.

El día siguiente me desperté con una renovada sensación de propósito. Decidí que ayudaría a Ray con su poemario, a pesar de que es un maldito idiota. Sabía que trabajar juntos podría ser una manera para que él pase vergüenza, publicando algo horrible y de mal gusto.

Nos encontramos en un Starbucks. Ray ya estaba allí, con varios libros de poesía apilados sobre la mesa. Me saludó al verme.

—Hola, Génesis. ¿Qué tal?

—Ray. Vamos a empezar.

Pasamos varias horas trabajando en su poemario, discutiendo ideas y afinando los versos. Ray estaba sorprendentemente receptivo a mis sugerencias, y comenzamos a hacer un progreso real.

—Creo que este es un buen comienzo —dijo Ray mirando nuestras notas.

—Ahora solo queda publicarlo y esperar la reacción de los demás —comenté, sabiendo que las poesías eran un desastre.

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