Las vicisitudes de la vida

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Raquel insistía con que hagamos una juntada para hablar de las vicisitudes de la vida y luego que hablemos de nuestros libros virtuales. Yo ya no quería tener ese pasaje entre lo real y la virtualidad a través de mis historias, ya no tenía ganas de interactuar con el público, no quería regresar a usar la aplicación para evitar tener contacto con adolescentes o ancianos que no entienden y preguntan si los hechos en mis obras son verídicos o una ficción.

Yo entré, queriendo aportar algo creativo desde mis textos, pero el clima se volvió  denso, después del incidente con Angel, el fallecimiento del hombre misterioso, la separación de Fabri con mi vieja y el reciente abandono de Ray en el club de lecturas

A mamá ya no le importaba escribir, mientras esperaba a Fabri, solo daba curso a su energía para trabajar y luego jugar paddle. Aparentemente, su novio estaría llegando la semana que viene y por mensajes directos se otorgaban mutuamente bastante interés.

Es fácil sospechar que Fabri volverá porque no tuvo suerte en México, por lo que sé, él no había cursado los estudios como le hubiese convenido, para que no lo rechacen y no es que vuelve por la vertiginosa atracción que tiene por mi mamá.

A la semana siguiente apareció con un ramo de flores ornamentales.

—Ardo por dentro, Julie —decía él desde la cocina— de estar junto a vos. Sin embargo me quiero duchar primero.

—Bañese...

—¿Tan mal huelo? No me ducho hace dos días, y sería una tontería acostarme con vos así.

—¿Y por qué? —exclamó mamá, mientras se cercioraba que Marcus y yo estemos dormidos en nuestras camas.

—Sé que te gusta el olor a hombre, pero luego de hacer el amor sentiría remordimiento.

—Shhh....

—Cierto, están tus hijos en casa —murmuró.

—Yo creo que tu posible remordimiento es por causa del sentimiento de culpabilidad —dijo mamá con voz cortante.

—No...menos ante mis ojos. Los días y las noches que tendremos juntos calmará tu fragilidad —dijo Fabri.

—Te equivocas, yo no soy frágil, soy muy fuerte, yo te perdoné que rompieras conmigo para irte con Angel a México —dijo mamá, echándole en cara.

—Voy a confesarte una cosa...

Mamá esperó, conteniendo la respiración.

—¿Qué vas a confesar? —exclamó con cara larga.

Fabri trás meditar un poco añadió:

—Julie, yo te amo...

—Al final y al cabo vos sos un hombre y yo soy una mujer, a pesar de mi juventud o la diferencia de edades, ¿entiendes que quiero decir? —su voz sonó como si dijera algo sin significación. Se notaba que mamá quería ganar o que Fabri agache la cabeza o restarle importancia a ese «te amo».

—Julie, todo parece irreal, como un sueño, poder estar de nuevo en mi país, contigo —dijo y se escuchó que él lloraba.

Me levanté de puntitas de pie para que el piso de madera no crujiera y miré a través de la puerta de mi habitación. Fabri lloraba sobre el hombro de mamá, y ella estaba amando el poder que tenía sobre él.

—Calmate y ve a ducharte...—le exigió fríamente.

Fabri tomó una muda de ropa de su maleta, que estaba apoyada en la pared.

Después de su baño, mamá le sirvió una sopa humeante de verduras. En el rostro de mi vieja se había instalado el poder de la superioridad. Después de comer, él volvió a sollozar.

—¿De nuevo lloras tanto que me mojarás el mantel? —dijo mamá.

—Este mantel es de un color rosa pálido...—De pronto se veía muy fatigado—. Quiero irme a dormir.

—Está bien, hoy dormirás en el sofá del comedor —exigió mamá.

—Mi reina es la mujer más extraña que encontré jamás en mi vida.

Desgraciadamente, él tenía toda la razón.

—Nuestra relación, de ahora en más, será digna, será pacífica y disciplinada, y creo que así será nuestra convivencia en esta casa —murmuró mi vieja con cierta cortesía.

—¿Vos querés que pague por todo el mal que te hice o quieres que sepa que tú eres la que mandas con un gran impacto? —le respondió con firmeza.

—No mi amor, en esta casa hay igualdad de derechos —dijo sin darse cuenta que su voz estaba exenta de verdades.

Se notaba que mamá quería presionar y gritar. Pero era de madrugada para hacer semejante escandalera.

—Está bien, estoy harto, pero seré paciente. ¿Cuánto tiempo debo ser paciente? Quiero estar contigo, y lo quiero hacer ahora —dijo y saltó de la silla de la cocina como si fuese un resorte.

Mamá negó con la cabeza. Los ojos de Fabri se abrieron gigantes, mirándola fijo. Sabía que se iban a besar en ese preciso instante.

—Fabri... ¿me amas de verdad? —exclamó con un poco de indiferencia.

—Si, naturalmente te amo —murmuró con una voz grave.

Mis rodillas me dolían por estar espiando. Me puse de pie y pude observar como Fabri alzó entre sus brazos a mamá y la condujo a la habitación. Seguía mirando fijo hasta que cerraron la puerta y escuché el sonido del cerrojo.

Me acerqué a la cabecera de mi cama, me recosté y comencé a imaginar porque el amor aún no había llegado legítimamente a mí. Me envolví con la frazada y apreté los ojos para dormirme. Cuando los volví a abrir ya estaba soñando. Había un cura algo rechoncho frente a mí, que decía:

—Hagase su voluntad. Así en la tierra como en el cielo.

Miré para todos lados y vi un féretro. No había nadie más...

Empecé a preguntar: ¿Quién es? ¿es Pedro Pepe? ¿es el hombre misterioso 303? ¿quién falleció?

Unos hombres levantaron el cajón y cargaron el cuerpo hasta la fosa del cementerio.

—Por favor, ayúdeme, quiero saber quién ha muerto... Empujé a uno de los hombres para adelante y ví una plaquita plateada en el frente del cajón que decía: Ray Cypriano.

—¡Qué lástima! En vez de estrella de rock, debió quedarse en casa escribiendo poesía —dijo uno de los hombres.

Sus labios se movían imperceptiblemente.

Abrí mis ojos y comencé a llorar.










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