Live and let die

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Mi vieja sentía la ausencia física y el estúpido vacío emocional que había dejado Fabri. Pero lo que más me dolía era verla sumida en la furia.

Mamá cerró su cuenta en la aplicación de lectura sin avisarme, eliminando todos los rastros de su existencia virtual. Cuando le pregunté por qué, su respuesta fue tan dramática:

—Es una pérdida de tiempo escribir. El club de lectura, los libros... todo eso se ha terminado para mí.

—Mamá, no puedes simplemente dejarlo todo. Es tu pasión. —Intenté razonar con ella, pero me miraba como un perro rabioso.

—No, nena. Escribir es puto hobby inútil. Necesito un tiempo para olvidarme de todo. Y eso incluye al pelotudo de Fabri.

Me asusté al escucharla. Fabri la quería mucho, y ahora mi vieja ni siquiera quería responder a los mensajes que él le enviaba desde México.

—Mamá, Fabri te sigue mandando mensajes. Al menos, contéstale —insistí.

—No, Génesis. Él me abandonó, que se vaya a la mierda. Que disfrute de su nueva vida en México. Yo haré lo mismo aquí, comenzaré a ir a bailar a los boliches y punto final —sentenció mamá.

Su frialdad me dejó sin palabras. Sabía que pelear no cambiaría nada, así que opté por irme a mi habitación, dejando que mi vieja haga lo que quiera a su manera.

La casa se sumía en un silencio incómodo. Yo tampoco tenía ganas de escribir. Las palabras que antes fluían con facilidad ahora se quedaban atrapadas en mi mente, como si un muro invisible las bloqueara. Ni siquiera me molestaba en abrir la aplicación.

Una tarde, Marcus se me acercó mientras estaba sentada en el sofá, mirando el televisor sin realmente prestar atención.

—Génesis, Raquel me dijo que el club de lectura podría disolverse si no volvemos. Ahora es Raquel, Montserrat, Ray y el gordo Beto, y no sé cuánto tiempo podrán mantenerlo así.

—Marcus, ya no quiero escribir. Y mamá tampoco. No tiene sentido seguir con el club si ya no tenemos nada que hacer—respondí, sin apartar la vista de la pantalla de la televisión.

—Se ponen triste por dos boludos —dijo—. ¡Una perfecta boludez! ¿Acaso mamá estaba enamorada de ese pelotudito?

Me quedé en silencio, pensando en que responderle a mi hermano.

—¡Pst! No hables tan fuerte que mamá está en su habitación.

—Raquel dice que estás afectada por todo lo que ha pasado.

Asentí débilmente, sabiendo que tenía razón.

Esa noche, mientras cenábamos en silencio, la televisión seguía encendida, en el canal de las noticias. Ninguno de nosotros prestaba realmente atención, hasta que una noticia llamó nuestra atención.

"Última hora: Hombre fue acribillado en la boca de un subte. El sujeto, identificado como Pedro Pepe, era buscado por múltiples delitos y finalmente fue localizado por las policía. Después de un enfrentamiento el sujeto murió"

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Mamá, Marcus y yo nos quedamos congelados, con los ojos fijos en la pantalla.

—No puede ser... —murmuré, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.

Mi vieja se llevó una mano a la boca, sus ojos llenándose de lágrimas.

—¡Dios mío! —exclamó, su voz temblando—. Ese hombre... Estuvo aquí, en nuestras vidas. Y ahora está muerto. Es el hombre misterioso 303.

Marcus no dijo nada, pero su expresión reflejaba la misma incredulidad que sentíamos todos. El hombre misterioso 303, que había sembrado el caos en nuestras vidas, ahora estaba muerto, abatido en la boca de un subte, tirado, lleno de sangre.

La noticia nos dejó a todos conmocionados. Aunque había sido una amenaza, su muerte repentina y violenta no era algo que hubiera deseado.

—Le voy a enviar mensajes a todos para que vean que acribillaron al hombre misterioso —dije muy asustada—. Esta es la cosa más terrible que podría haber sucedido.

—Dicen que lo buscaban por cobrar por adelantado trabajos de construcción y luego no aparecía más... —dijo mi madre en un tono quejumbroso.

—Le disparó a la policía y por eso lo mataron —dijo Marcus, revisando la noticia por internet en su celular.

—Andaba armado el loco —cuchicheé.

Mamá se echó a reír de los nervios y dijo:

—¡Qué peligro!

—¡Ves, podría haber matado a Angel! —dijo mi hermano—. ¿Cómo es que son tan confiadas con los desconocidos?

—Que sé yo —respondí un poco alterada por la noticia.

La situación fue contada de inmediato a todos los miembros del club y también lo publiqué en mi tablero en la aplicación de lecturas.


Un día, mientras estaba en la cocina preparando algo para comer, mi vieja entró con su rostro cansado.

—Génesis, necesito que entiendas algo —dijo, sin mirarme directamente — Yo estoy bien, pronto conseguiré a alguien mejor.

Asentí.

—Lo sé, mamá, pero me preocupa verte así. No quiero que dejes de escribir.

—Voy a estar bien, Génesis. Solo necesito tiempo. Y vos también necesitas darte ese tiempo. Tal vez volver al club de lectura te ayude a distraerte un poco.

—¿Qué hay de vos? ¿No piensas volver?

Ella negó con la cabeza.

—No, al menos no por ahora. Tal vez en el futuro, cuando todo esto se haya calmado.

Esa noche, Marcus se acercó a mí mientras estaba sentada en mi habitación, mirando fijamente la pantalla de mi laptop sin saber qué hacer.

—Génesis, sé que estás asustada por todo lo que pasó, pero Raquel quiere ser tu amiga y el tonto de Ray, también. Dicen que no les respondes los mensajes.

—Ya lo sé, Marcus —respondí, tratando de esbozar una falsa sonrisa.

—Y sobre el club... —continuó—. Raquel realmente quiere que vuelvas. Ella cree que podrías ayudar a que el club no se disuelva.

Me quedé en silencio, luchando con la idea de regresar al club de lectura. Parte de mí quería volver, encontrar algún sentido en la rutina. Pero otra parte se sentía paralizada, como si cualquier esfuerzo fuera en vano. Ya no quería hacer nada, solo trabajar, comer y dormir.

—No estoy lista, Marcus —admití—. Todo se siente tan diferente ahora. No sé si puedo seguir como si nada hubiera pasado.

—No tienes que hacerlo. Nadie espera que ignores lo que ha sucedido. Pero creo que sería bueno para ti, y para mamá también, aunque ella no lo admita. Regresar al club podría ayudarte.

¿Podría realmente encontrar algún alivio en volver al club de lectura? Me pregunté a mi misma.

Los días siguientes pasaron sin que tomara una decisión firme. Seguía atrapada entre el deseo de volver a algo familiar y el miedo de enfrentar la realidad de lo que había sucedido. La vida continuaba, pero yo me sentía estancada, incapaz de avanzar.

Un día, mientras estaba en mi pieza y escuché a mi madre hablando por teléfono. Su tono era débil y aunque no pude escuchar lo que decía, supe que estaba hablando con alguien importante.

Más tarde, se acercó a mí.

—He decidido responder a Fabri —dijo, como si fuera la cosa más natural del mundo—. No sé qué diré, pero creo que es lo correcto.

Sentí un alivio inesperado, como si una pequeña luz hubiera aparecido en medio de la oscuridad.

—Mamá, está bien —respondí.

—Sí, lo es. Y también he estado pensando en el club de lectura. Tal vez, después de un tiempo, considere volver. No ahora, pero en algún momento. —Y agregó—: Volveré cuando Fabri vuelva al país.

No pude evitar sonreír.

—¿Entonces volverán?

—No.

—¿Cómo que no? —exclamé.

¡Dios mío como me dolía aquello!

—Angel se quedó en México y Fabri volverá porque...

La miré a mamá desconcertada.

—Explica mejor —dije mientras fruncia el ceño.

—Angel consiguió el trabajo y Fabri no.

Me mordí los labios y luego miré a mi hermano Marcus que se reía compulsivamente.

—Hermana, Angel no te quiere.... —dijo con voz de fanfarrón.

—Cállate, ahora tendrás que aguantar a tu padrastro veinteañero —dije y lancé una carajada.

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