El amor no es un juego

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Cuidaba muy a menudo a mi madre que estaba hospitalizada, en una clínica pública que estaba en un barrio vecino. Era un hospital de mala muerte, en la noche los vagabundos dormían tirados en unos viejos colchones a un costado del nosocomio. No me parecía el sitio ideal para que mi madre este luchando por su vida.

Le había preguntado a una enfermera sobre la situación y la profesional manifestó de que varias personas viven temporalmente en los pasillos del hospital, especialmente en el pabellón de Traumas psicológicos. Volví a indagar, quería saber la causa o razón de que porque estaban ahí tirados, haciendo barullo durante la noche.

Me dijo que algunos de ellos son traídos por particulares o por el personal de bomberos, al ser encontrados en situación de calle.
Y que puede que algunos tengan enfermedades crónicas, pero no se les podía internar sin exámenes médicos previos.

Le pregunté si reciben alguna ayuda, entonces me dijo amablemente que durante la madrugada los bañan y se les trata las lesiones, que ellos precisan de las instituciones gubernamentales para que no estén vagabundeando borrachos en la vía pública.

Observé a la mujer con una mirada prepotente y le manifesté mi descontento. Le dije que esto no es un refugio, ni un albergue, que estaba cuidando a mi madre y obviamente no podía dormir, que no era por la incomodidad de la vieja silla de madera que había en la habitación, si no que debía estar cerca de mi mamá, quería estar lo más posible.

Solo oía llantos, peleas, gemidos y charlas de beodos. Me consumía la médula, la miseria de estar sola. Mi madre estaba en coma, no sabía como íbamos a sobrellevar la vida de mis hermanos y la mía.

Es como cuando deseas volar y te das cuenta a ultimo momento que tenés vértigo. Yo tengo vértigo a la vida misma, pero también tengo un gran espíritu de lucha.

.....

Es difícil expresar, lo fuerte que ha sido mi madre durante todo el periodo que estuvo en coma. Porque desde que sucedió todo, es decir, no estuve ahí en el hospital tanto tiempo como lo requería y mis hermanos y yo, tuvimos que lidiar con todo lo que sucedió solos.

Pero siento que soy una mujer nueva ahora. Comencé a trabajar en un taller textil, para ganar algo de dinero para comprar la comida y pagar las deudas. Lo hice porque no había otra alternativa, estábamos pasando hambre y dependíamos de la comida que nos traían los vecinos del barrio.

Pero el hecho de trabajar, me devolvió la confianza que estaba perdida en mi. Pasé por mucho, emocional y mentalmente. Me sentía extraña teniendo esa inseguridad e incertidumbre sobre la salud de mamá.

Aunque sabía perfectamente que en el empleo me estaban explotando, por la gran cantidad de horas al día que teníamos que estar hilvanando, zurciendo, pespunteando y cosiendo, kilos de ropa por día, era una cantidad abismal.

Pero hacerlo, me demuestró cuanta fortaleza tengo, para dejar que nada malo nos pase. Digamos, por ejemplo, que la vida nos pone a prueba y nos hace madurar de golpe de una forma agresiva.

Por otro lado, mi madre volvió a casa sintiéndose mucho mejor, también retornó con las conversaciones con Margarita de forma inocua.

¿Pero como encaja el algoritmo del falso sueco en todo esto? Lo cierto, es que aún, mi madre y Marga, pasan tiempo planificando un desquite y no sé como quieren, a estas alturas, torcer al destino.

.....

Pasaron los años, mi hermana Palmira y yo, decidimos comprar una vieja casa. La vivienda había estado abandonada y logramos comprarla en un remate judicial a un precio módico. Esta tenía paredes que estaban llenas de humedad, pisos de madera antiguos y algo podridos por las múltiples goteras que había en el techo.

Nosotras ya teníamos veinticinco y treinta y dos años, ya éramos dos adultas con ganas de salir del pozo de la miseria. Ester, Adolfo y Ángel, vivían con mamá todavía, aunque mi madre dos años atrás se había casado con un un señor de sesenta y ocho años, un hombre que no tenía hijos, ni familia, ni perro que le ladre. Pero si tenía unos buenos ahorros en el banco, los cuales no tardaron en desaparecer en las manos de mi madre.

Ella estaba obsesionada con comprar una casa en el centro, después de sondear al viejo por unos largos meses, el hombre le compró lo que ella quería, aunque fue en vano, porque falleció un mes después de la transacción.

Afortunadamente para mi progenitora, ella obtuvo una pensión por viudez siendo la única beneficiaria. Mis hermanos montaron un taller mecánico en esa misma propiedad.

Nuestra vida había dado un giro inesperado, aunque se rumoreaba que la gente del barrio estaban solícitos, dado al golpe de suerte que había tenido mamá. Todo era inefable, inenarrable y maravilloso por primera vez en nuestras vidas.

......

Estábamos en la nueva casa y queríamos comenzar a repararla. No se me ocurría una solución mejor. No podíamos comenzar de cero, viviendo en una pocilga maloliente.

Eso no hizo más que recordarme que ya no vivíamos en la villa miseria, que todo ese malestar debía quedar atrás, en el pasado.
Suspiré. No podía dejar de pensar en Xolotl, mi amiga del barrio.

Era impensable contemplar mi nuevo hogar sin sentir ni un ápice de añoranza. Especialmente porque era imposible permanecer insensible y no preocuparme. Odiaba tener un vínculo tan profundo con la pobreza.

Necesitaba una bocanada de aire, entonces salimos lentamente hacia la ferretería, teníamos que averigüar los precios de las pinturas de látex para el exterior y el interior de la vivienda.

Palmira dijo que extrañaba sentir los surcos, los baches llenos de agua puerca y los remolinos de tierra, que se sentía al caminar en el antiguo barrio. La miré como sonreía y percibí un destello de afección en sus ojos.

Ella dijo que cuando la casa estuviese en perfectas condiciones, que podría invitar a unos de mis pretendientes.

El silencio se instaló rápidamente entre ella y yo, agité las llaves que tenía en la mano derecha con nerviosismo. ¿Acaso esta intentando hacerme saber que ya es hora de tener una relación?

Observé sus ojos dilatados y solo hallé sinceridad. Detrás de sus palabras, no había segundas intenciones. Sin embargo, era una gran verdad.

Después de todo, comenzarás una nueva vida —comentó. Palmira estaba en lo cierto, con treinta y dos años ya tendría que haber formado mi propia familia.

Pero escucharlo de parte de mi propia hermana, fue ultrajante. Algo en mí se me retorció y languideció. De inmediato la culpa se instaló en mis pensamientos.

Mientras caminábamos, sus palabras continuaron resonando en mi mente. Lo superaré. ¿Realmente eso sucederá? La incertidumbre me carcomía como un virus siniestro. ¿Seré capaz de aceptar el amor en mi vida.

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