Hospitalizado

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Esa noche conduje como pude hasta llegar a la guardia de un hospital, que quedaba a cinco minutos de donde había frenado. Con dificultad logré estacionar en el predio donde estaban las ambulancias.

Después de eso no recuerdo con exactitud que sucedió, puesto que cuando abrí los ojos, ya me encontraba en una cama del hospicio. Entonces esperé paciente hasta que un médico entró a la habitación. El hombre parecía un octogenario, piel arrugada, escaso cabello y grandes bolsas que colgaban de sus ojos color avellana.

Se acercó y se presentó como el doctor Aguirre. Me preguntó como me sentía en ese momento y si recordaba algo. Entonces le conté que había tenido una mala noche y que en algún momento había sentido una pérdida del conocimiento que había sido acompañada por un malestar del corazón.

Me dijo que probablemente tuve una paralización de la respiración y de los movimientos naturales del corazón, que lo causa la falta de irrigación sanguínea en mi cerebro.

Le dije que seguramente había tenido un desmayo, porque no tenía recuerdo alguno y me contestó que era probable haber tenido una pérdida súbita de la conciencia y volvió a indagar con preguntas relacionadas a un trauma psíquico o abuso de drogas y alcohol.

Comencé a sudar frío y entonces sentí un ardor en mis codos y rodillas. Me levanté la camisa que llevaba puesta y noté los raspones y magulladuras. Tragué saliva y le pregunté a Aguirre que significa tener un trauma psíquico y me dijo sin prisa y sin pausa que se trata de un evento que amenaza profundamente el bienestar de un individuo y que ello envuelve a la muerte.

Llegó un momento que ya no deseaba oír al médico y le dije si me estaba por dar el alta para retirarme del nosocomio. Me dijo que a mi camioneta se la había llevado la grúa y que necesitaba que una persona mayor de edad me retire.




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