La rabia del no saber

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Mi vida se había tornado un flagelo, el morbo de las mentiras pesaban cada vez más. Tenía que machacar, dividir y cortar todo lo malo que me rodeaba. La mirada de mi patrón revoloteó sobre mí y me pregunté a mi mismo si estaría cayendo nuevamente en una trampa.

—Escucha esto — dijo mi jefe— no creo que entiendas la dinámica de poner todo en juego aquí.

— Usted no entiende... Las mujeres actuales son divas al poder — agregué, con una sonrisa forzada.

— Lo sé, pero en una extraordinaria muestra de solidaridad — dijo el hombre, mientras le daba una pitada a su cigarro —podrías hacer que suelte la lengua.

— Si cambio, ella tomará el liderazgo por las malditas razones — dije con la voz
seca — ¿Por qué debería flaquear a estas alturas?

— Porque necesitás una prueba contundente — masculló el hombre.

— Si ella me fue infiel, marcharía mi decoro y la dignidad humana — hice una gran pausa— . ¡Confío mucho en Gloria!

—También lo creo — interrumpió dándome la razón. No podría entender porque el finado sigue dando de que hablar desde el mas allá.

— Puse mi corazón en esa estrepitosa relación, ella siempre fue mi sombra y mi compañía — dije, mientras servía el café humeante en una taza de lata.

— Por eso digo que el matrimonio no sirve de nada — dijo mi jefe — piensa en las negras perspectivas.

— La pasión desenfrenada puede acarrear consecuencias muy graves — dije finalmente.

— Lo sé— murmuró, mientras leía la boleta de la electricidad.

— Elisabetta siempre fue una joven realmente despampanante, con la apariencia ideal, sin embargo también terminó entre las garras de Ray — agregué rápidamente — pero nunca usó su belleza para manipular a nadie.

— Ya sé la historia de tus mujeres... No sea que al final de todo esto se agregue otra más a tu colección — inquirió apoyando el puño en el mostrador para intentar ponerse de pie.

El silencio era absoluto y totalmente inusual.

— Ya que hablas de Lolita, recordé que me habia dicho que existe un manuscrito donde Ray habla de Gloria — agregué rápidamente.

— ¿Quién tiene ese escrito?  — chilló mi jefe.

— Me dijo, que probablemente lo había hallado Elisabetta en un bolsillo de un
saco — agregué.

— Deberías ir con Elisabetta — dijo con diplomacia — ;tal vez encuentres un indicio.

— ¡Ja! Tengo la certeza de que todo es puro cuento — contesté.

— Estás tan seguro, pero yo comienzo a monopolizar la situación — masculló.

— ¡Vamos! Es todo parte de un chisme.

— Claro — respondió.

Capté lo que él no me estaba diciendo. Mi patrón no quería que anduviera dando vueltas por ahí. El hombre presentía mi debilidad, deslizó su mano derecha y la apoyó arriba de la mía.

— Ladislao, tienes derecho a tener dudas y certezas — dijo en un tono áspero y descarnado.

El panorama  podría cambiar, los dichos infundados me hicieron temblar. No. No. No es lo que realmente quiero que suceda. Nada de esto tiene que ser de ese modo...

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