La sugestión

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Desde mi casa, podía observar como los Signorelli tenían una vida digna. No les faltaba nada. Casualmente como lo había advertido, me quedé de pie apoyado en la reja, hasta que estacionó Lorenzo en la puerta de mi casa. Él me miró a los ojos, parecía un momento de abstracción.

Me saqué las gafas y miré en dirección al sol, pues la luz solar me nubló la mente de tal modo que me sentí mareado por un segundo.

El tío de Elisabetta, bajó de su auto y caminó hacia mí. Me saludó y me dijo si podía ayudarlo con unas bolsas de supermercado. Volví a mirar al cielo y le dije que lo haría.

El joven vivía en la casa continua, pegada a la vivienda de Eli. Al entrar, coloqué los paquetes sobre una mesa redonda de vidrio.

—Siéntese en el sofá, amigo. Gracias por tu ayuda.

—Lorenzo, para eso estamos los hombres ¿Verdad?

—Claro —dijo el joven—. Tendré una fiesta en casa. —Y dirigiéndose hacia la heladera, continuó— : ¿Sabes para quien es este pastel?

—No, no lo sé.

—Hagamos esto —dijo Lorenzo— si me ayudas con la fiesta  para mi sobrina, te daré cinco mil pesos. También vendrá Marcus con la Taiwanesa de su esposa.

Al pronunciar esas palabras, me incorporé en el pequeño sillón y me tomé con las manos mis mejillas. Lorenzo esperaba mi respuesta, mientras colocaba unas latas de ananás en la alacena de la cocina.

—¿Recuerdas a Marcus?  —preguntó emocionado—; tuvo hijos en Taiwan, Elisabetta ahora es tía.

—Lo había olvidado —agregué desconfiado.

—¿Conocés a Gloria? —inquirió Lorenzo.

—Sí, es la hija de Emilce —respondió confundido. Dígame Ladislao: ¿Porque la prima de Elisabetta vive contigo?

—Ella desde siempre fue mi amiga.

—Y ahora, ¿son algo más que
amigos? —preguntó, en un hilo de voz.

—Dígamos que, desde que compré la casa he tratado de recomponerme y averiguar si aún amo a Elisabetta.

—Sabés que ella aún anda con
Ray —agregó cabizbajo, a tiempo que pasaba un trapo seco por la superficie de la mesa.

—Me siento un fracasado, ella compaginó su vida y sus insensateces en entorno a él.

Lorenzo me observó desde sus ojos azules.

—En esta familia, para sobrevivir, tienes que ser más astuto que todos. Rapidez mental, ¿Entendés? Acá te ganas el respeto haciendo lo correcto, aunque todo sea una locura.

—¿Qué pretendés? No soy un autómata, tengo sentimientos en juego.

—Te daré un ejemplo —dijo Lorenzo mientras encendía un cigarrillo— ; los musulmanes rezan el Corán cinco veces al día, arrodillados en una pequeña alfombra.

—Debe ser una maravilla, ¿Pero qué tiene que ver conmigo?

—Qué dicha necesidad de poseer maravillas —dijo dándole vueltas a la situación— ;necesitas para atraer tus satisfacciones de éxito.

Sus cavilaciones me dejaron confundido, como si estuviese en un transe. Así, durante varios intervalos intenté descifrar aquello que me había dicho y he de confesar que la propuesta de la fiesta me generó un vago terror. Ahora la evidencia de un recuerdo, moriría ante la terrible realidad de que ella esta destinada a estar en los brazos de otro hombre.

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