Espectáculo circense

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Mi reina llegó a ser cambiante y contradictoria. Ya no existía ese núcleo duro que la hacía ser una muchacha inquebrantable. Marixa, su nueva amiga, estaba siendo la forjadora de una maduración extraña en Meteora.

Ahora se valorizaba lo estético, porque lo bello garpa...

Ella viró en una sirena con rostro sensual, la luminosidad ya no estaba en el brillo de sus ojos, ahora estaba en sus diminutos atuendos de bailarina exótica. Sin deternerse a pensar en nada más que el dinero que los hombres le arrojaban.

El contexto cambió, ahora los miembros de una burguesía eran los que llenaban el carrito del supermercado. Yo estaba deprimido y celoso, intentando no subrayar sobre las cosas negativas que veia en ella.

La galantería, los silbidos y los elogios superficiales no iban a vencerme. Sé que el temor de perderla afloró progresivamente y sé que ella siente un gran gozo, porque quiere verme explotar de celos.

La observación de su naturaleza mundana me hizo replantearme muchas cosas, sobre todo si tenemos futuro juntos.

—¿Quieres que te de mi perspectiva? —dijo Jethro furioso.

—Dímela.

—Pobre bobalicón, ¿no sabes que, las mujeres son complicadas, solo quieren plata, ropa, zapatos y alhajas?

—¡Ay, tío! —dije—. Si te escuchara Maureen decir esas pavadas...

Pero Jethro, que si quería hablar con la verdad, en vez de tomarle el pelo dijo:

—Si buscas un trabajo mejor, ella puede largar todo esto —respondió su tío mientras le pasaba el plumero a los discos de heavy metal.

—De todos los oficios, solo hay uno que me gustaría hacer —dije.

—¿Cuál es? —preguntó mientras fruncia el ceño.

—Quiero ser un botellero, juntar botellas vacías, vagabundear todo el día y buscar objetos entre la basura... —añadí conteniendo la risa.

—Danubio, te advierto que todos los hombres que se dedican a ese oficio terminan muy mal en la vida. ¡Pobre de ti, qué pena me dá que tengas estas fatídicas ideas! Vos no sos un muerto de hambre y, para peor, no sé cómo se te ocurre que Meteora se puede fijar en un indigente.

Me enojé al ver a mi tío martillando mis ideas apócrifas. Su respuesta me había dejado helado como la nieve.

—Pero, tío, no puedes destruir mis sueños... —dije mientras intentaba no hacer contacto visual para no reírme.

—Se nota que ayer saliste del cascarón, hay tantas formas de ganar guita —dijo Jethro—. Si tienes miedo a la vida real, hacete a un lado y deja que tu novia trabaje moviendo el bote.

Y, dicho eso, Jethro tomó el teléfono del mostrador. Sus ojos oscilaban de un lado al otro.

—¿A quién estás llamando? —exclamé nervioso.

—A Sierva María —dijo y luego me hizo una seña para que hiciera silencio.

Otra vez, mi tío había creído mi mentira. Él no tenía la menor idea de que le estaba haciendo una broma.

—¿Qué le dijiste?

—Que te de empleo —dijo mientras colgaba el teléfono.

—Creo que estás loco —repuse—. No quiero que piensen que trabajo con un travesti porque me gusta.

—¿Y eso qué? —dijo y puso los ojos en blanco—. Puedes dejar de ser tan pacato.

Lo miré circunspecto y le dije:

—No quiero otro empleo de cuarta.

—No quieres un empleo de cuarta o crees que los travestis solo tienen empleos de cuarta —dijo sin vacilación o temor.

—¡Ah, que serpiente que sos tío!

—¡Bien!  Yo te quiero ayudar y vos solo me injurias —dijo mientras desempacaba un lote de cd's de música clásica.

—Prefiero, mientras tanto, seguir limpiando el colegio.

—Pero ganas muy poco. Es una miseria.

—¿Qué clase de trabajo tiene Sierva María? —pregunté curioso.

—Danubio, yo solo me enteré que estaba convocando jóvenes para abrir un circo. Deberías prepararte para esta nueva aventura... Estoy muy feliz en todos los sentidos. Va ser algo muy bueno. No solo van a montar el circo, también armaran una feria con carrusel y montaña rusa. Todo esto evoca mi pasado, mi infancia. Me encanta.

—¡Qué diablos! ¿Tío, acaso me ves cara de payaso? —dije mientras ponía mis ojos en blanco.

—¿Por qué piensas que en los circos solo hay payasos haciendo monerías? —contestó—. Por si no lo sabés el circo es espectáculo artístico, normalmente itinerante, aunque este no lo será, que puede incluir a acróbatas, contorsionistas, equilibristas, escapistas, forzudos, hombres bala, magos, malabaristas, mimos, monociclistas, payasos, titiriteros, tragafuegos, tragasables, trapecistas y ventrílocuos.

—Simplemente, no quiero trabajar en un espectáculo circense —repuse—. Bastante tengo con exponerme frente a las personas en el Nightclub.

—¡Ja! Ahora sos un asocial... —dijo Jethro y parecía que sus pupilas iban a penetrar hasta mi cerebro—. No quiero que pierdas la oportunidad de trabajar con gente alegre. ¿Lo entiendes?

—¡Caramba, tío! Parece que me tenés agarrado de las pelotas. ¿Por qué insistes tanto con esto?

—Danubio, no quiero mencionar ciertas cosas, pero...

—Tío no seas charlatán. ¿Qué ocurre? —exclamé desconfiado.

—Maureen me dijo que los van a despedir del nightclub. Me dijo que los habían acusado de meterle agua al Chivas Regal.

—No lo puedo creer, que mala leche —respondí para mi sopresa—. Lo único que faltaba. Estas cosas no pasaban con los Vanderpump.

—Si ustedes no alteraron el contenido de las botellas, deberían ir a las oficinas y decir que ustedes no lo hicieron.

Debo aceptar que, cuando escuché esas palabras de la boca de mi tío, experimenté un sentimiento de alivio. Puesto que ya estaba harto de trabajar en el antro por las noches.

—¿Maureen, dijo algo sobre Meteora?

—¡Ja! —dijo Jethro mientras chasqueaba la lengua—, Meteora seguirá trabajando normalmente. Ella es parte del staff de las bailarinas exóticas. Son la atracción del boliche.

—Puta madre —chillé ofuscado.

—Las mujercitas que se mueven al ritmo de la música, son las que hacen que los clientes se les paralice hasta el alma.

—¿Acaso insinúas que las bailarinas son unas calienta pava? —repliqué.

—Claro que no —respondió ladeando la cabeza. Es un nightclub, no es un puterío de mala muerte.

—Por supuesto que no es esa clase de sitios clandestinos —insté. Debería analizar la situación y decirle a Meteora que nos van a echar y que ella también debería presentar su renuncia formal.

—No creo que te haga caso. Se nota que le encanta este empleo y también goza cuando te morís de celos —dijo lanzando una risa maliciosa.

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