Especulaciones frustradas

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

   Maureen nos contó que había estado viviendo con otra paraguaya en un conventillo del barrio de San Telmo. Luego había decidido irse porque no quería compartir el baño con las veintitrés personas que también vivían en la propiedad. Nos dijo que el inmueble había sido copado por bolivianos y que estaba en un estado deplorable.

Ella parecía la mujer más sabia que hasta el día haya puesto un pie en esta ciudad. Sin un presente para añadir a su nueva biografía.

Es una joven que estubo absorbiendo todo sentimiento de desesperanza, con una tristeza profunda que alcanzaría el nivel de las paradojas más pesimistas de un filósofo.

Maureen contó que tomó el camino del destierro y fue a Uruguay, ahí fue a probar suerte pero como no tenía ningún recurso, ni alguien que le diera techo, ella no había podido subsistir. Sin prestar atención a los problemas que podrian generarse en el futuro, llamó por teléfono a Elvira, una vieja amiga de la infancia que vivía en Buenos aires.

Así es como vino a parar a esta ciudad, desamparada con un horrible porvenir, hasta que se arriesgó y decidió vagabundear por la ciudad gastando sus últimos pesos. Ella estaba abismada en la abstrusa resolución de un problema que no tenía una solución inmediata.

—¿Maureen vino a esta tienda inconcientemente y al azar? —exclamé confundido.

—Dijo que esa noche estaba molesta porque su amiga estaba trabajando como una negra en las calles para mantener al vago de su novio —añadió Jethro mientras se cebaba un mate.

—¿Y qué? Es exactamente lo mismo que le pasaba en Asunción —mascullé.

—¡Ay! No metas a todos en la misma bolsa. Son solo coincidencias —chilló.

—Pero aguantar a tu noviecita ya es un martirio. Esta con cara larga todo el día. Vos trabajas y ella esta sentada en el comedor de tu casa bebiendo cerveza y fumando tus cigarrillos —grité.

—No digas eso. Anoche hizo guiso de arroz y le dió un baño a Pam —chilló, fuera de sí —. ¡También lavó la ropa y los platos! ¿Danubio, te estás burlando de mí? Ni siquiera te preocupaste por su vida. ¡Tenés que respetarla como ser humano!

—¿Por qué la defendes a capa y espada? —pregunté abochornado.

—Es que estás empeñado en que empiece a sospechar algo malo y no hay nada malo en ella. ¡Ocúpate de conquistar a Meteora! —exclamó mi tío enojado—. ¡No juzgues si no quieres ser juzgado!

—¡Tío!

—Cállate y dejá de poner palos en la rueda. Yo soy feliz a su lado —dijo sin vacilación ni temor.

—¡Ja! Pareces desesperado. Te cae del cielo una minita que es de tu palo y te enamoras instantáneamente —dije lanzando una risilla al aire.

—¡Ay! Tu siempre con un ojo clínico, también te podés equivocar. Al final y al cabo son un pendex —dijo Jethro con la mirada desafiante.

—Ustedes no dan pie con bola. Está bien, iré a ver que está haciendo. Posiblemente ya estará en su octava lata de cerveza —dije en un tono burlón.

—Si ella no te gusta, ya sabes que podés hacer...

—Pero tío. ¿No te parece que aquí puede haber algo?

—¿Algo cómo qué?

—No sé, algo turbio —dije.

Jethro, rojo de la ira , sacó un diario de su morral.

—Tengo esto para mostrarte —dijo y lo lanzó al mostrador donde estaba apoyado.

Es el diario íntimo de Maureen, no tardé ni un segundo en penetrar mis ojos en esas páginas.

—¿Quién sería Mortimer?  —exclamé agudizando mi vista.

—No estoy seguro. Supongo que es su ex esposo —dijo Jethro—. Ese es un dato importante.

Estuve examinando el diario minuciosamente, esperando encontrar algo más.

—En resumen —terminó—, ahí no hay nada relevante. Solo relata lo que vivió con ese tal Mortimer, que por cierto todo lo que cuenta es tan desagradable como escabroso.

—Eso parece tío —mascullé.

—Yo creo —opinó mi tío— que debo ir a casa a poner esta libreta en su lugar antes que ella se de cuenta de que la hurté del bolso que puso en el placard.

—Desde luego, esto es una mierda y no son figuraciones nuestras. En ese librito ha relatado sus escandaleras y sus delitos —añadí con nerviosismo.

—También yo pensé algo parecido —dijo Jethro. — Ese tipo debería estar entre rejas.

Sí, por ser un gigoló de mala muerte. Pensándolo bien, Maureen huyó de su propio destino y finalmente cayó en tus manos —opiné—. ¿Lo que ocurre no es un acto del destino?

Hubo un largo silencio en la disquería.

—Me da pena. En Asunción ella fue prisionera de la vida misma. Nadie la escuchaba ni la veia, excepto bajo una luz tenue de color rojo —dijo mi tío con un visible nerviosismo.

—A lo mejor, estuvo pasando hambre y sed —dije mientras una lágrima caía por mi rostro.

—Seguramente, que si —dijo Jethro— pero ahora no está en Paraguay, ni en el caserón con su amiga la paisana. Ya no hay nada de eso —dijo con una voz debilitada y temblorosa.

—Bien —dije—; mantengamos la cosa en secreto. Ve a tu casa y regresa a su lugar ese diario antes que se dé cuenta y se arme la podrida.

—Sí, iré ahora mismo —dijo Jethro mientras se ponía su campera de cuero—. Pero, ¿Puedes cuidar el local?

Jethro hablaba pausado pero, estaba más aliviado.

Después de unos diez minutos vi que Meteora había entrado a la disquería e inmediatamente enmudecí. Me senté en la silla alta frente a la caja registradora y fingí leer la contratapa de un cd. Agudicé mi oído para poder oir que canción tarareaba.

De pronto ella flotó hacía mí y mi corazón se aceleró en un tris.

—¿Danubio, te gusta el Axé? —exclamó conteniendo la risa.

—¿Qué? 

Es un disco compacto de Axé Bahia —dijo señalando al cd que tenía entre mis dedos.

—No, para nada —dije y negué con la cabeza.

—¡Calla! Te agarré infraganti —dijo ella en un tono risible.

Estaba pasmado sin poder emitir palabra.

—¡Ja! Parece que viste un fantasma. No le diré a nadie tu secreto... —dijo con su voz hipnótica.

—A mi me gusta el rock... —dije mientras devolvía el cd a su batea.

—¡Ja! Creo que te gustan esos ritmos frenéticos de pelvis que tiene el Axé —dijo Meteora mientras emitía una risa desafiante.

—¿Meteora, qué haces aquí? —pregunté mientras temblaba como una hoja.

—Por si no te diste cuenta la farmacia de mi papá está de camino. Te ví a través del cristal y decidí entrar —explicó con la mirada pícara.

—De acuerdo. Que bueno que estes dispuesta a tener una amistad conmigo —susurré.

—Es que quiero preguntarte algo —inquirió mientras se mordía el labio inferior.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro