Esperando al peligro

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Salimos de esa casa. También Meteora, a pesar de que Lee le estaba gritando para que regrese, él estaba desorientado, porque la marihuana lo había dejado desinhibido. Meteora volteó a verlo y le hizo un gesto con una firme protesta que parecía decir: «Déjame en paz.»

—¿Desde cuando tu noviecito fuma cannabis?

Meteora no me contestó nada. Después de una pausa dijo:

—Yo no sé que hace y que deja de hacer.

—Es que me parece todo tan surreal —comenté mientras subíamos al bus.

—Quizás haya empezado a fumar por causa de la muerte de su abuela —repuso—, no pienses que es fuerte como un roble.

—Quizás sea eso... Pero dime: ¿Qué será esa cosa que vimos?... Porque veo chimeneas que arrojan un humo de ese color —pregunté dubitativo.

—Es la señora Kyon, la que aparece —afirmó Meteora.

Menudeando el paso y tratando de olvidar lo que habíamos visto, Meteora se dirigió a la casa que estaba en venta. En su interior aún quedaban algunos cachivaches cuya utilidad era nula, algunas herramientas de su padre y un par de cajas de cartón.

Meteora, durante los largos años de su residencia en esa casa, había empapelado a mano los diferentes ambientes con papel tapiz color rosa. El inmueble contaba con cinco habitaciones, dos baños completos, una sala, una cocina y un desván. También había un largo corredor pintado de amarillo y una sala de costura que había pertenecido a su madre. Indudablemente era una casa grande y cómoda que sin duda no tardaría en venderse.

Derepente oímos una voz que lentamente decía: «No me olvides». Era una voz áspera y horrible. Meteora al oír abrió los ojos como plato y se tomó la cabeza con ambas manos.

Corrimos a la vereda gritando y al mismo tiempo me tomó y dijo:

—Pues ahora qué, ¿Kyon está ahí? Yo no pensé que ella podría seguirme hasta aquí.

—Estoy perplejo y no sé que pensar —chillé mirándola fijamente a sus ojos redondos perfectamente delineados con sombra color azul.

—No hay duda de que no hay nada lógico en esto. Pero esto no se lo digas a nadie, no quiero que piensen que soy una loca de atar—suplicó con una mirada extraña.

—Es mejor buscar ayuda.

—¡Dios todopoderoso! ¡Van a pensar que estoy loca! ¡Reginalda puede internarme en una clínica psiquiátrica!

—Meteora —dije tratando de calmar las aguas—, tú no tienes la culpa de todo esto, no te castigues con anticipación.

—Ya no quiero saber nada de nada con los chinos y sus malditos espíritus parlantes —dijo sollozando y temblando.

Sin dudas esto es un caso extravagante —sugerí.

Enseguida entramos a mi casa. Su conversación era viva y estaba feliz porque al fin dijo que iba a desistir del adolescente chino. Por dentro estaba extasiado con toda mi alma, pero verla temblar me hacía recapacitar.

—¿Qué le pasa hoy a mi hijito? —exclamó mi madre al vernos sentados en la cocina con los ojos colorados.

Al verla llorar, mi madre se acercó aún más y le preguntó con llaneza y amabilidad que le sucedía. Nos sentamos en la mesa redonda y le contamos lo que había pasado.

—Aquí —añadió mamá— estarás a salvo.

—Puedes quedarte en esta casa, mientras yo voy a trabajar... —agregué.

—Nada de eso —dijo mi madre mientras revolvía la olla que estaba en el fuego.

Entretanto mi madre sirvió la sopa en los platos ondos que había heredado de su abuela.

—Tonterías —repliqué—. Yo necesito seguir trabajando con los chinos.

—¿Hijo, podés tomar la sopa en silencio?

—¿Y usted no tiene miedo —continuó Meteora dirigiéndose a mi madre mientras tomaba la sopa— de quedarse en ese negocio, él estaría en contacto con esas ánimas?

—Yo no le tengo miedo a los fantasmas ni a los anticristos —gruñó y puso sus ojos en blanco.

—Usted es una mujer intrépida —indicó Meteora con un aire imponente—. Yo no soy tan corajuda.

—No creo que tú seas miedosa —contestó mi madre lanzando una risilla—. Te he visto innumerables veces chapar con un chico oriental aquí afuera.

—¡Mamá, para! —dije ojiplático.

Nos levantamos de la mesa. Mi madre fue a dormir, y yo encaminé hasta la casa de Reginalda para que Meteora busque algo de ropa.

....

Pasaron varias semanas y mi vida con Meteora no solo había resultado cómoda, si no que también llegó a ser grata. Don Rodolfo había aceptado que Meteora estaba mejor aquí que en la casa de su nueva esposa. Su mujer le manejaba a su antojo, lo que iba como anillo al dedo porque el hombre se mostraba despreocupado con todo. Sin embargo, encontré en él a un hombre razonable con respecto a su única hija. Había aflojado al fin.

Una noche salí a comprar una cerveza y vi algo que me indignó. En la vereda de mi casa habian escrito con pintura en aerosol:
«Meteora siempre será mía. Lee».

En ese momento renació la discordia. Estaba tan enfadado por lo despudorado que había sido Lee. Entonces al día siguiente a una hora conveniente de madrugada le escribí en el parabrisas de su auto: «Podés cantar lo que quieras... Este es el final de la historia».

La desvergüenza del oriental me había indignado, pero nadie excepto yo comprendía que esto era bastante sério. Pero este joven adversario no tardó en aparecer en mi puerta.

—¡Dios mío! ¿Qué hacés tú aquí? ¿Cómo te atreves a venir a mi casa? No esperaba esto de ti, malnacido —chillé inclinándome para ponerme en posición de lucha.

—Danubio, eres un infame —dijo Lee jadeante.

Mi madre salió en camisón y estaba extraordinariamente pálida.

—Vete a tu casa, niño —dijo mi madre sin vacilación o temor— vete antes que llame a la policía. Y no te atrevas nunca más a venir a pintarme los suelos de la vereda. ¡Nos ha costado un riñon despintarlo!

Entretanto Lee mostró que tenía una pistola de corto calibre. No pude contener la risa, no podía creer que el oriental me amenazara de esa forma tan burda.

Esa noche la pasé sin dormir y sin quitarme la ropa. Tenía la sensación de que algo muy malo podría suceder.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro