Jethro estaba algo confundido, el momento de declarar sus nobles intenciones de casarse habían terminado. Él se aferró a esa mujer, al mismo ritmo acelerado que con todas las cosas. Mi tío encontró en ella la contención y el respeto, pero aún así necesitaba aclarar sus dudas.

Él pasó de sentirse un loco de mierda a sentirse un loco feliz. Maureen se había aferrado a él en una forma instantánea, y es por eso que nos parecia sospechosa su actitud.

Mi casa era un remanso hasta que oí un barullo en la vereda y decidí acercarme a la ventana.

—¡Basta, basta! —se oyó una voz afuera de mi casa—. ¿Para qué quieres hablar con mi sobrino? ¡Estás demente, nena!

Identifiqué rápidamente que era Maureen y Jethro. El timbre sonó. Miré por la mirilla y busqué las llaves para abrir la puerta.

—Hola.

—Hola —respondí—. ¿Qué está pasando?

—Ocurre que vengo de la peluquería...—chilló Maureen.

—¡Déjame hablar! —dijo Jethro—. ¿Te acuerdas de Sierva María?

Mi madre se levantó del sofá y dijo:

—¿Qué ocurre? —exclamó confundida—, Sierva María era una monjita de la parroquia Nuestra señora de los Remedios.

—Mamá, estás desactualizada —repuse—. Se descubrió que Sierva era un travesti y la echaron a la calle.

—Estoy estupefacta —dijo mamá y luego se estremeció.

—Si salió en el diario. Ella sacó un cuchillo y las monjas saltaron del terror —expliqué.

—Pero como cambió. Ella tenía una devoción por el espíritu santo... —tartamudeó mi mamá.

—Cállense que quiero decir lo que ocurrió —aclaró Maureen—. Estaba en la peluquería dispuesta a cortarme el cabello y esta mujer
me sugirió que me haga unos reflejos.

—¿Sierva tiene una peluquería? —interrumpió mi madre.

—Sí, la travesti tiene un salón de belleza unisex —explicó mi tío.

—¡Déjenme hablar! —chilló Maureen, mientras alzaba los brazos—. Esta mujer me contó que salió con Jethro a una cita.

—No te creo nada, Maureen —chilló mi mamá.

—Escucha entonces —protestó la pelinegra—. Me dijo que fueron a beber a la playa de noche y que de la nada se pusieron a correr en pelotas.

—¿En pelotas?  —pregunté curioso.

—Bah, dijo que en ropa interior —dijo Maureen con tristeza—. Seguro que revolcaron en los médanos y que hicieron el amor.

—¿Vos estás loca? —bramó mi tío—. Ella me conoce porque fui a cortarme el pelo a su local.

—¡Mentiroso de mierda! —chilló Maureen—. Hace años que no te cortas el cabello, ni siquiera media pulgada.

—¿Para qué venís a decirnos todo esto? —exclamó mi madre—. ¿Acaso tú no tenés un pasado? ¿Acaso mi hermano no tiene derecho a correr en bolas donde más le guste?

—Mamá tiene razón —susurré.

—¡Ay! Mi amor, mi cielo: hoy me enteré que sos un invertido —bramó la pelinegra.

—Maureen, todo esto es muy difícil y a veces me canso de tus dramas. No tengo porque explicar las cosas de mi pasado —argumentó Jethro, mientras encendía un cigarrillo.

—Si, claro —repuso la pelinegra—. Imagínate mi vida tratando de conseguir trabajo y la residencia en este país.

—¡Qué quilombo! —dije—. Mi tío es bastante mayor para tener amigas de cualquier género.

—Hmmm... La vida en pareja nunca es perfecta —añadió mamá, mientras enchufaba la cafetera.

—Lo sé —dijo Maureen—. Esa travesti tiene un cuerpo muy exuberante y una cara preciosa como un angel. Yo me siento fea al lado de ella.

—Te lo voy a decir una vez más —rechistó mi tío—. Sierva María es actriz de stand up por las noches. Seguramente te dijo todas esas cosas para que te pongas celosa. Te lo repito: ya no es monja, ahora es actriz y peluquera.

—¡Ja! Es verdad —dije curvando la comisura de mis labios.

—Vaya, vaya... —dijo mi madre.

—Es la primera vez que te pones celosa y ahora que lo entiendo me pone feliz —dijo mi tío con una mirada circunspecta.

—Sí, sí, claro. Vos decís eso. Pero no quiero saber nada sobre tu pasado porque me lástima —dijo y lagrimeó.

—Te vuelvo a repetir. Nunca tuve una cita con Sierva María.

—En este barrio hay personas que son un tiro y dicen cosas al aire —le expliqué.

—¡Cool!, ¡qué bueno! Me alegro que tu tío no se haya involucrado con un travesti. Es que la gente dice que todos los homosexuales tienen Sida —explicó Maureen.

—¿Quién dice eso? —preguntó mamá.

—Leí en el diario que que las relaciones anales tienen más riesgos que las vaginales. En en el coito anal, el riesgo de transmisión es mucho más alto que en el vaginal.

—¿Qué? —exclamé confundido.

—El medico entrevistado dijo que en la penetración anal hay mucho más traumatismo. Esto significa que se produce una exfoliación de la mucosa que favorece el contacto con la sangre —explicó la pelinegra.

—¡Ja! Desde que falleció Freddy Mercury la gente esta asustada —dijo mamá.

—Hace poco murió el cantante de la banda Queen —dijo Maureen—. Dijeron que murió por una bronconeumonía derivada del Sida.

—Creo que murió en el año 1991, estamos en 1997 pasaron los años pero el recuerdo aún está latente —expliqué.

—Ustedes confunden las cosas —explicó Jethro—, yo soy heterosexual.

—Lo sé, tío —repuse—. Maureen tienes que entender que las personas homosexuales no tienen riesgo de tener Sida, si no se acuestan o comparten agujas con personas infectadas. No metas a Sierva María en este embrollo que tú creaste ahora.

—Entiendo. Es que en Asunción vi morir mucha gente por el Sida y eso me da miedo —explicó la pelinegra—. No son celos, solo es temor.

—¿No te das cuenta de que estás hirviendo de los celos? —dijo mamá lanzando una carcajada.

—Lo que sea. No quiero saber que hagan drama por una boludez —dijo Jethro—, no tienen que pensar que los travestis son bichos raros. Ellos o ellas son personas que tienen alma.

—¡Cómo la defendes a Sierva María! —dijo Maureen con una mirada escrutadora.

En el rostro de mi tío ya no se veía la preocupación, su semblante había cambiado en un tris.

—Cariño, imagino tu malhumor. Pero, buenas noticias... soy solo para ti —dijo mi tío y se puso de rodillas—. Danubio tráeme la cajita por favor.

¡Carajo! Pensé. Después de tanto circo y malos tratos, a mi tío se ocurre declarar sus intensiones ahora. Qué bárbaro, tanta palabrería para nada.