Nadie es perfecto

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   Una chaqueta de cuero negra con tachas apretaba los bíceps y tríceps de mi tío. Sus ojos cansados y su cabello largo lleno de gel efecto mojado caía sobre su cintura. Sus labios finos estaban apretados esperando que una buena idea brotara de su boca. Sus altaneros ojos ambarinos se fueron enrojeciendo bajo la luz tenue del comedor de mi casa. La posesión de oro estaba guardada en el bolsillo delantero de sus jeans gastados. A simple vista me di cuenta que él quería retroceder.

   Maureen vestía con un vestido de cuero negro que se adhería a sus voluptuosas caderas. Ella meneaba sus pies mientras charlaba con Meteora. Era un atuendo como para ir a un antro, pero ella lo lucia con total normalidad. Entre sus dedos sostenía un chopp de cerveza, luego tamborileó en la silla para llamar mi atención.

—Eh, Danubio —dijo Maureen—. Vení, venite para acá, niño.

—Ya estoy aquí, ¿qué necesitás? —pregunté—. ¡Qué lindo vestido!

—Me lo compré para usarlo en mi trabajo —dijo lanzando una risita.

—Te queda pintado —dijo Meteora—. ¿Creés que me quedaría bien esa clase de vestido ceñido al cuerpo?

—¡Oh, no! —solté—. De seguro llamarías mucho la atención.

—¿Acaso te incómoda? —dijo Maureen frunciendo el ceño.

—No, no.

—Dejen en paz al muchacho —dijo una voz.

—Vaya, tu tío te protege como si fuese tu propio padre —añadió Maureen.

—Mi sobrino tiene todas las minitas atrás —gritó Jethro—. No olviden que él es un buen chico. Está esperando a su verdadero amor.

—¡Ja! Se parece a su tío —chilló mamá—. Yo no quiero nietos. Así que aléjate de las mujeres, mijito.

Sobre el gentío, Jethro aprovechó para hacer un lugarcito cerca de su novia con la intensión de arrodillarse.

—¿Qué estás haciendo? —susurró mamá—. ¡Te volviste loco! Levántate antes de que se den cuenta.

—¡Esos cordones son demasiado largos para esas zapatillas All Star! —exageré.

Abriéndose paso entre la gente, mi madre dijo:

—Mañana iremos al centro comercial a comprar unos tenis nuevos —dijo haciendo énfasis.

Estaba claro que mamá había saboteado el plan de Jethro.

—Creo que me voy a tomar una cerveza más, amor —dijo Jethro y luego puso sus ojos en blanco.

Aproveché que mi tío iba a la cocina para ir a hablar con él.

—Tío —repuse—, vi la maravillosa jugada de mamá. Por suerte las damas no se dieron cuenta de nada.

—Parece que todo le molesta y ahora veo en su cara esa maldita reacción de orgullo —inquirió.

—No te preocupes, mamá tiene un sexto sentido.

—¿Vos creés? —preguntó mi tío, lanzando un anillo de humo.

—Desde luego. —La nube de humo se volvió más intensa—. ¿No puedes parar de fumar?

Jethro sacó de su pantalón la cajita con el anillo y dijo:

—Danubio, guárdalo en tu ropero.

—¿De verdad, tío? ¡Vaya! Qué locura. Lo guardaré. Las cosas pasan por algo. Tal vez mamá tenga razón.

Jethro se quitó su apretado abrigo. Los anillos de hierro empezaron a molestarle y se los quitó. Él rezó casi audiblemente y yo estaba consternado e impresionado con su actitud.

—Venga, venga al comedor para terminar con este cumple mes.

La señorita Maureen estaba arrastrando las palabras por su estado de ebriedad. Sus fantásticos ojos pardos comenzaban a achinarse bajo las bombitas de luz.

—Sí —suspiró al fin mi tío—. Oh, qué tarde es. ¿Qué hora es?

—Son las diez y cuarenta de la noche —masculló mamá.

El vestido de cuero de Maureen se iba alzando sobre sus pantimedias.

—Bájate el vestido —susurró mi tío en su oído.

—¡Ja! Él es todo un caballero —dijo Maureen alegremente—, antes de que yo llegara a su vida solo tenía a Pam para acariciar...

—¿Quién es Pam? —preguntó Meteora abriendo los ojos como platos.

—Pam es su gata —agregué rápidamente.

Cuando expliqué que era su mascota los hombros de Meteora bajaron junto a su cuerpo.

—Siento una gran simpatía por Jethro —dijo  Maureen siseando—. A veces tenemos discusiones interminables porque él no entiende mi forma de ser.

—Hablo de nuestros problemas con ella continuamente, planteándole como las cosas deberían de ser. Sin rebosar verdades desagradables de su pasado —dijo Jethro mientras le daba un mordisco a una rebanada de pizza que ya estaba fría.

—Ese es el problema —chilló Maureen—. Él parece un actor ruin repitiendo un repugnante libreto.

—¡Ay, nena! —soltó mamá—. ¿Acaso estás buscando un marido de novela?

—Puaf —bostecé.

—Tiene razón tu madre —dijo Meteora—. Maureen necesita la oportunidad de tener un maravilloso porvenir. Quiere una vida de novela.

—Ustedes no saben, pero cuando llego a casa a las seis de la mañana, Jethro espera despierto y me dice: «Se nota que la pasas bien en tu laburo» Y yo le digo: «Yo trabajo, comprendes...?»

—¡Yo no te trato con descaro! —chilló Jethro.

—Cuando me esperas de pie en la oscuridad de la habitación, yo siento que me voy a desmayar del susto —relató con una mirada escrutadora.

—¡Jethro, estás demente! —exclamó mamá poniendo los ojos en blanco 

—Espera un momento, hermana. Yo tengo miedo de que se vaya al antro a trabajar y que nunca más regrese —explicó mi tío, mientras encendía otro cigarrillo.

—¡Mentira! —vociferó Maureen—. Jethro es ridículamente celoso. Me hace la vida a cuadritos. Ahora dice que quiere comprar un celular para poder llamarme en la noche.

—¡Ah, no! Con lo caro que salen —dijo mamá mientras apretaba sus cienes.

—Tío, los celulares son demasiado grandes y pesados —aclaré—. Ella no puede andar con una cartera a cuestas mientras prepara los tragos en la barra.

—¡Ja! A parte tienen unas antenas super largas —añadió Meteora—. Reginalda tiene uno en color gris. Anda por ahí haciéndose la cheta.

—¡Mierda! Ustedes tienen razón —dijo Jethro encogiendo los hombros.

—Esa actitud es de un chiflado —dijo Maureen y le temblaban los labios—. ¡Vos deberías confiar más en mí!

—¡Ja! Tu vida de trasnochada te saca el contacto con la realidad —dijo mi tío con la mirada esquiva.

—¡Cállate! —chilló la pelinegra con estrépito—. Yo te amo, pero detesto tu suspicacia y tus malditos celos de cuarta.

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