Visitas indeseables

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   —¡Danubio, por fin! —preguntó Jethro mientras levantaba las persianas de la disquería.

—Mamá anoche me dijo que me precisabas para hablar de algo importante —dije—: ahora que te encontré veo que estás diferente, mucho más pulcro y veo que te has afeitado.

—Alguien me está buscando... —contestó.

—¿La policía? —dije en un tono risible.

Mi tío sonrió y luego hizo unos movimientos  inperceptibles con sus manos, permaneció con el candado de hierro de la persiana del local, luego se inclinó para decirme algo, se incorporó y se quitó la chaqueta de cuero, para luego sentarse de forma serena en el taburete, como si fuese a decirme un secreto muy importante.

—Anoche fui a la farmacia a comprar toallitas higiénicas para mi novia y me quedé charlando con Don Rodolfo... —jugó con el candado y frunció el ceño.

—¡Ja! Pensé que las toallitas eran para ti —dije lanzando una carcajada.

Jethro, sosteniendo el candado, continuó:

—Don Rodolfo... dijo... que Mortimer está en la ciudad... ¿Y ahora que voy a hacer? Entonces el ex marido de Maureen va a venir a buscarla, insinuó: —¿Qué puedo hacer?

—Espera, que dices... —interrumpí a mi tío.

Jethro encendió la radio y justo estaban pasando un tema del grupo de pop sueco Abba.

—Estoy desesperado por lo que se va a venir. Lo presiento —inquirió mi tío y luego sacó del cajón del escritorio una manopla de bronce y se la puso en los dedos.

—¿Qué relación tiene el padre de Meteora con ese paraguayo? —dije yo.

—Don Rodolfo me dijo que tienen parientes en Asunción y que estos están viviendo en un hotel esperando el día de la boda.

—¿Qué? —esto es lo único que faltaba.

—Exacto. Ahora déjame hablar —repuso—Mortimer es el hijo del primo de Don Rodolfo. Padre e hijo acaban de llegar.

—¿Y cómo es que saben que Maureen está contigo?

—¿Recuerdas que Maureen dijo que vivió con Elvira, esa mujer que trabajaba en las calles? —exclamó—. Fueron a buscarla a esa casa y la mujer dijo que estaba viviendo con el dueño de la disquería.

—Solo escúchame, Jethro —dije—. Entiendo que el rumor se ha esparcido, pero Maureen dijo que el tal Mortimer era un explotador en Paraguay.

Es exactamente lo que le dije al padre de tu novia —replicó.

—¿Cómo? Meteora no es mi novia.

—Yo le dije que Mortimer era un proxeneta y él me dijo que no se iba a meter en asuntos que no le competen —masculló—, ahora veo que el farmacéutico solo es un cobarde.

—Es que no puedes ir y resucitar a los muertos...

—Pero yo quería darle visión a los ciegos —interrumpió Jethro.

—Y también a los sordos —dije—. No hay peor sordo que el que no quiere escuchar.

—Sí... Mejor no ahondar, porque puede que el rumor llegue a los oídos de Maureen. Si al final se va con él... —hizo un silencio para lloriquear—. Todo se terminará y la vida sigue.

Entonces recordé que mi tío me había dicho que su novia hablaba durante el sueño.

—¿Recuerdas que Maureen hablaba de un Rodolfo mientras dormía? —dije.

—Ahora la percepción que tenía, está avanzando sobre este presente. Parece que hay gato encerrado y que mi novia ya sabía de todo esto, ¡maldición! —dijo mi tío con violencia.

La mañana estaba oscura. Por efecto de la llovizna y del alumbrado. La atmósfera daba mala vibra. Decidimos cerrar el negocio por un rato e ir a unos de esos cafetines para tomar el desayuno.

Cuando llegamos vimos que el bar era frío y bastante largo. En el fondo estaba dos señores tomando un vermut con empanadas. Nos sentamos en la barra de madera antigua y pedimos un cortado con dos medialunas. Nos quedamos viendo la estantería de espejos color rojo, en estos estaban apoyadas algunas botellas de licor.

El mozo nos observaba con el rabillo del ojo mientras pasaba un trapo con lavandina sobre el mostrador. Mientras hablabamos el hombre se regocijaba curioseando sobre nuestro drama.

Yo estaba pendiente de la tristeza de una percepción que estaba arruinada por un pasado que podría arruinar el presente.

—Bueno —dijo Jethro— ¿qué hay que hacer?

—Esto es sencillo. Anda a tu casa, abrí las persianas de tu habitación y pregúntale a tu novia que carajos está pasando.

Sí, entonces vamos —respondió antes de dar media vuelta y tomar con dificultad su campera para ir a hacía la puerta.

Dejé unos veinte pesos sobre el mostrador y me puse de pie.

—¿Por qué quieres que te acompañe? —dije sin vacilación.

—Danubio, vos sos como el hermano que nunca tuve —explicó—. Quiero que estés ahí en el momento de encararla. No quiero que tome sus cosas y se vaya. Yo no me voy acostumbrar a su ausencia.

—Tío, perdóname pero no puedo.

—¡Danubio! —chilló y puso una mirada atónita.

—No puedo apoyar a que estalle la culpa entre ustedes dos. Mejor vamos a la disquería. Podemos hablar con ella con más tiempo ¿Te parece? Ahora estás muy colérico para ir a charlar de estos temas.

—Sí... Ah, Danubio...tenés razón.

Caminamos de regreso a la tienda, saltando charcos y baldosas mal puestas.

Vimos a Maureen esperando en la puerta de la disquería y deduje que algo malo pasaría a continuación. Jethro me codeó y susurró que esto le daba mala espina. Maureen caminó fascinada hacía mi tío y le dijo:

—¿A donde estaban ustedes dos?

—Fuimos a tomar un café. Nada más —dijo Jethro y noté que su voz se había puesto temblorosa por los nervios.

—¿A dónde? —preguntó Maureen, mordaz.

—A un bar...

—¿En que calle está ese bar? 

—Estados unidos —siseó mi tío con gran énfasis.

—Pero que ocurre... Y que contás —dije para cortar el clima de toxicidad.

—Nada importante. Quería saber donde estaba mi amor —hizo una pausa incómoda, y encendió un cigarrillo—. ¡Qué caras largas que tienen hoy!

—Nena, con este clima de mierda... —dijo mi tío con la mirada torcida.

—Me gusta la lluvia y la humedad —dijo Maureen—, aunque pensándolo bien, la ropa no se seca.

—A mi también me gusta la niebla, la llovizna... —agregué.

Mi tío asintió sin emoción alguna. Veo que Meteora atravesó la puerta del local y cerró su paraguas.

—Danubio, hay un señor que anda buscando a tu tío —dijo Meteora, mientras se secaba las gotas de lluvia de su rostro con la manga de su camiseta negra.

—¿Y quién es ese hombre? —respondió Jethro, ojiplático.

—No sé. Por el acento me di cuenta que es extranjero —dijo ella con determinación en su voz.

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