Xie Xie

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    Me alistaba para ir a una entrevista de trabajo en un restaurante chino, mientras pensaba que estaba perdiendo chances y la productividad que tendría que tener mi vida. Si sigo perdiendo buenas oportunidades y me dejo llevar por el drama y el chisme, al final estaré muy furioso.

Tomé el colectivo y caminé en dirección oblicua hasta llegar al lugar, el sitio quedaba relativamente cerca de mi casa. Un joven asiático regordete me hizo pasar a una sala de descanso donde había unos tapetes con bordados de dragones en las paredes. Allí habían ocho personas esperando, ocho jóvenes esperando ser entrevistados para el puesto de camarero.

No podía creer que yo esté haciendo esto. Pasaban las horas y seguía inmovilizado esperando que el chino diga mi nombre. De pronto otro asiático anciano y de baja estatura llegó con seis personas más, esta vez eran muchachas. Alcé la mirada y pude ver que una de las chicas era Meteora.

Meteora y las otras señoritas tomaron asiento en un sofá de terciopelo de imitación. Ella estaba vestida con un traje de chaqueta y pantalón negro. A las mujeres les sirvieron champagne en unas copas muy finas y a, nosotros los hombres no nos dieron nada.

Las mujeres nos miraban con una expresión salvaje. Una de ellas, era alta de estatura, muy delgada y había dicho que había viajado hace poco a Bangladesh y que un chino le había pagado las vacaciones. En ese momento Meteora me vió de pie al otro lado de la sala y abrió los ojos como plato.

—Ni creas que con esas gafas oscuras no te voy a reconocer —dijo Meteora sin ninguna prudencia.

Maldita sea, pensé.

—Hola Meteora.

—¿Danubio, qué hacés aquí? —preguntó con la curva interrogativa en sus propias cejas.

—Estoy esperando que me llamen —repuse—. Por si no lo sabías estos chinos tienen vacantes libres para trabajar en su restaurante. ¿Qué hacés tu aquí?

—Estoy aquí por lo mismo. Necesito estar lejos de mi casa.

—Este empleo es irracionalmente prohibido para ti —asentí—. Tu padre no te dará permiso para trabajar aquí.

—Oh, no se trata de lo que mi padre quiera... —dice, impertérrita, pero visiblemente afectada.

—No me hagas caso. Necesito trabajar, mi madre no puede mantener la casa sin ayuda económica.

—Tenés razón... —apartó su rostro y sacó un cigarrillo.

—La tengo —respondo. No le hagas caso a tu padre, él está cegado desde que está con Reginalda. Tu madre estaría orgullosa de ti—. Espero que me llamen rápido, estoy esperando hace una hora y media.

—Danubio, ten calma, los asiáticos se toman la vida con soda.

Meteora fue hacia la mesita de café y me trajo una copa de champagne. Me miró inquisitivamente. Su silencio me estaba empezando a incomodar y me sentí obligado a decir algo:

—Escucha —me aventuré descaradamente—, siempre te he admirado en secreto.

—¿Eso es verdad? —su mirada me desconcertó, pero no parecía molesta.

—Así es. —Seguí hablando lanzado—. Siento cosas por vos desde la escuela. —Al instante me di cuenta que debía cerrar la boca y me apresuré para intentar cambiar de tema—: Te admiro porque sos una guerrera, perder a tu madre de seguro ha sido muy difícil.

—Ajá. —eso es todo lo que dijo. Hizo una mueca y llevó las copas de nuevo a la mesita.

Volvió y puso su mano derecha sobre mi hombro. Su lenguaje corporal era mucho más que esperanzador. Pensé que me estaba saliendo bien la jugada.

—Sería fantástico que podamos ser amigos de nuevo como cuando ibamos al colegio juntos ¿eh? —mascullé nervioso.

—Danubio, mi padre me prohibió acercarme a tu casa.

¡Dios! Me lo temía.

—Lo sé —repuse— mi tío se mandó una cagada.

Ella lanzó una sonrisa torcida.

—Mi padre odia que pongas tus canciones de Punk rock a todo volumen. Él dice que los punkeros son pura rebeldía y que son unos vagos de mierda.

—Oh, Meteora, ¿lo dices en serio? ¿tu papá nos odia? —Casi se me pianta un lagrimón por la rabia.

—Si, es verdad. Pero a mi me gusta cuando te pones a cantar las canciones de Sex pistols a viva voz. Tu voz me resulta divertida y me alegra el día —dijo con una sonrisa apacible.

—Mira, sé como te sientes —dije y le tomé la mano.

—La próxima vez no seas tonto —se quejó Meteora—. La broma del otro día ha sido demasiado.

—Lo sé, mi tío es un boludo. No debí dejar que grite que te amo... —susurré levemente.

—¿Y tú quien eres? —preguntó con suspicacia el chino regordete con una tabla en la mano.

—Señor, soy Danubio Klein.

El asiático se quedó inmóvil durante un momento, rascándose la barbilla, desconcertado y dijo:

—No estás en la lista de hoy. Regresa mañana.

Meteora se acercó amorosamente a su rostro y dijo:

—Kun Chang, entrevistalo para el puesto de lavacopas. Jun li dijo que necesitaban un joven para el horario vespertino. Hazlo por mí, él es mi primo —replicó acalorada.

Miré fijamente a Meteora con los ojos abiertos y una gota de sudor bajó sobre mi columna vertebral.

—Esta bien, que pase —respondió el chino.

—Xie Xie —pronunció Meteora, inclinando levemente su cuerpo.

El hombre se retiró lentamente hacía la otra habitación.

—Dime niña, ¿vos conocés a estos chinos? —casi me quedé sin palabras.

—Eso no lo necesitas saber por ahora, Danubio y estoy harta, ¿me oyes? Harta de que la gente como tú me vea como bicho raro.

La música pop asiática resonaba en las paredes con más fuerza, haciendo que me distraiga con facilidad.

—Afortunadamente, no soy como esas personas. Pero esto está fuera de campo —expliqué gesticulando bruscamente.

—Hummm... —La voz de Meteora había adquirido un sonido que denotaba incomodidad —, y eso me parecía inquietante.

—Esta bien. No digas nada.

—Danubio, te están esperando adentro. —Meteora había recuperado su calma—. Consigue este empleo por favor, pero recuerda que nosotros somos primos. Eso te ayudará. Hazme caso.

Miré como Meteora asentía.

—Haré que el juego funcione, lo prometo —dije. Sonreí a Meteora mientras me dirigía a la tercera habitación.

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