Capitulo 7

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Brian Boonchuy, por primera vez en dieciséis años, estaba preocupado. Sabía que ese momento tendría que llegar algún día, que su hija se haría mayor y saldría con chicos, pero, para él, Anne aún era su niñita.

Su pequeña había ido a un baile y aunque suplicó y rogó a su mujer que le dejara ir al instituto a espiar, Mei se lo había prohibido rotundamente, así que no le había quedado más remedio que esperar en casa sentado en el viejo sillón del salón que había situado delante de la puerta con la lámpara del salón encendida y un viejo libro como compañía.

Como no podía hacer nada para vigilar a su hija, le pidió a los gamberros de sus hermanos que la espiaran durante toda la fiesta y que no la dejaran a solas con ese jovencito lleno de hormonas ni un solo instante, pero sus hijos eran unos tarambanas y seguro que se habían olvidado de su hermana en cuanto llegaron al baile.

Su último recurso antes de resignarse a perder a su pequeña había sido pedir a Sasha que compartiera el coche de alquiler con sus hijos. Con suerte esas dos volverían a las andadas y pasarían todo el tiempo discutiendo, sus parejas se cansarían de ellas y su Anne volvería a casa diciendo que odiaba a Sasha y los bailes.

―Dios, por favor, que vuelva a casa despotricando de la vecina y no con una sonrisa radiante de «me he besado con un joven adolescente y quiero más» ―rezó Brian antes de que la puerta de su casa se abriera con brusquedad y su hija entrara descalza y gritando.

―¡Odio a Sasha y no pienso volver a ir a ningún estúpido baile más! ¡De hecho, no pienso salir con nadie! ¡Nunca!

―Gracias, Dios mío―murmuró Brian antes de levantarse del sofá para calmar a su hija.

Sus hermanos, que entraron tras ella, intentaron calmarla y muy pronto no tardó en unirse a la reunión Mei, que salió de su habitación en la planta superior dispuesta a solucionar una vez más el enfado que su hija tenía con la vecina.

Cuando la madre de Anne entró al salón adormilada, terminó de despertarse de golpe en cuanto vio a sus hijos con las ropas destrozadas y llenos de morados peleándose, a su hija buscando la escopeta de perdigones con el vestido de noche y descalza, y a su marido persiguiéndola.

―¿Qué demonios pasa aquí?―gritó Mei a pleno pulmón poniendo fin a todo el alboroto.

―Anne odia a Sasha y las fiestas―contestó Brian muy ilusionado.

―Mis hermanos se han peleado en el baile―cotilleó Anne en un intento de distraer a su madre de lo que estaba haciendo.

―Sasha ha besado a Anne...―comentó Polly evitando la mirada furiosa de su madre.

―Y por eso... Anne quiere pegarle un tiro a la vecina―señaló Sprig librándose de la atención de su madre, que finalmente recayó en su hermana.

―¡Ésa es mi niña! ¡Así se hace! ¡Ven aquí, que te enseño a disparar!―animó Brian a su hija bajo la mirada reprobatoria de su mujer.

―¡Nadie va a disparar a la vecina!―gritó Mei histérica―Anne, ¿Te has vuelto loca? ¡Suelta la escopeta de tu padre ahora mismo!

―¡Pero mamá, me besó en la boca y me metió la lengua! ¡Fue asqueroso! ¡No voy a volver a besar a nadie en mi vida!―protestó Anne mientras bajaba la escopeta.

―¡Gracias, Dios, porque la vecina no sabe besar! Mañana mismo le regalo una cesta de frutas ―murmuró Brian.

―¡Brian, cállate y déjame a solas con tu hija! ¡Me estás poniendo histérica!―dijo Mei señalando la puerta del salón.

―Vale, pero luego me lo cuentas todo ―respondió alegremente el padre de Anne antes de marcharse.

―Y vosotros dos estáis castigados durante un mes sin paga y sin salir, por pelearos en el baile como animales, ¡Y ahora a vuestro cuarto!―ordenó Mei a sus hijos, que salieron de la habitación refunfuñando.

Después de comprobar varias veces que nadie escuchaba tras la puerta, pues en las dos primeras ocasiones todos estaban con la oreja pegada cotilleando, Mei se sentó junto a Anne en el sofá y la animó a acompañarla y soltar la escopeta.

―¿Qué pensabas hacer: dispararle a la vecina y volver a casa como si tal cosa? Podrías hacerle daño o hacértelo tú.

―Pero mamá, era mi primer beso... Mi primer beso me lo ha dado la vecina, que es todo lo contrario a mi hombre ideal. Estaba tan ilusionada con que fuera especial...―manifestó Anne entre sollozos.

―A lo largo de los años tendrás otros besos, algunos serán más especiales que otros, pero el más especial será cuando encuentres a tu media naranja, tu otra mitad. Él te besará y el mundo desaparecerá para ti, sólo existirá él―explicó Mei― Lo de hoy sólo ha sido el primero, eso no es especial. El del hombre adecuado es el que importa.

―Gracias, mamá―dijo Anne más calmada mientras besaba la mejilla de su madre y subía a su habitación.

Una vez en su cuarto, Anne sacó su lista y escribió: «9. Que sus besos sean especiales.»

A la mañana siguiente Sasha recibió una gran cesta de frutas. Mientras miraba la tarjeta algo extrañada, preguntó a su abuela mientras ésta arreglaba las plantas de su jardín:

―Abuela, si una chica te manda una cesta de frutas después de un baile y un beso, ¿Qué significa?

―Cielo, eso es como cuando tú le mandas unas flores a una chica después de una cita. Seguro que el baile le encantó y el beso la fascinó.

―Esto... Abuela, ¿Y si el que te manda la cesta de frutas es el padre de la chica?

―Entonces, hija mía, es mejor que la olvides... ¿Qué pone la tarjeta?―preguntó Sophia curiosa.

―«Gracias por besar a mi hija»―leyó Sasha algo molesta.

―¿Tan mal besas, hija mía?―preguntó Sophia bromeando con su nieta, sabedora de su respuesta.

―Hasta ahora nunca se han quejado―respondió Sasha con chulería― Pero supongo que tendré que seguir practicando―comentó con una sonrisa pícara mientras dirigía una mirada a casa de la vecina.

Poco después sonó el teléfono y su nieta entró apresuradamente para atender la llamada. Sophia no pudo aguantar la curiosidad y se acercó para ver quién firmaba la tarjeta. Le pareció casi imposible, pero ante sus ojos aparecía la firme letra de Brian. Al fin comprendió por qué su nieta volvió a casa una hora después del baile, a pie, sin pareja alguna y con dos zapatos en las manos.

...

Me pasé las semanas siguientes planificando como vengarme de la estúpida de la vecina por arruinar mi primer beso. Planeé romperle el coche, pero no tenía. Hacer que cortara con la novia, pero tampoco tenía. Mi madre me había prohibido rotundamente acercarme a la escopeta, por lo que tampoco podía dispararle. ¿Bajarle la nota en los exámenes? Pero ya eran demasiado malas para bajar más. ¿Y dejarla sin jugar? Sería peor para el instituto que para ella...

¿Cómo demonios iba a vengarme de ella por robarme mi primer beso, que, aunque protestara y dijera que había sido horrible, realmente había sido lo mejor que me había pasado en la vida?

Porque, como dijo mi madre, el mundo se había parado por unos instantes y no había en él nada más que nosotras, y no era justo, porque esa sensación, esa pasión, la tenía que sentir con otro, no con ella.

Ella era mujer e imperfecta, la que siempre lo hacía todo mal, la que no cumplía ni uno de los requerimientos de mi lista. La que no sería nunca mi príncipe azul. Siempre salía con chicas que tenían más delantera que cerebro, y nunca dos veces con la misma. Dedicaba el mínimo tiempo posible a sus estudios y nunca pensaba en su futuro.

El odio que había entre nosotras dos era demasiado grande como para que de repente se convirtiera en otra cosa. Y yo jamás me arriesgaría a quedar en ridículo por un simple beso, prefería ignorar ese estúpido beso que había sido un error y seguir como hasta ahora.

Planearía cómo continuar fastidiándole y proseguiría con mi lista en busca del perfecto príncipe azul.

Cuando por fin se me ocurrió el modo de llevar a cabo mi plan, a la hora de ponerlo en práctica no fue tan bien como debía: por poco acabamos con un cadáver en el maletero; pero, como soy simplemente perfecta, lo solucioné con la rapidez y la excelencia que caracterizaban todo lo que yo hacía.

...

Estaba tremendamente cansada cuando llegué a casa después del partido. Por suerte, mi equipo ganó por tres puntos y mis compañeras y yo destacamos ante el equipo rival a pesar de recibir pocos ánimos por parte de una loca que sólo quería que me derribaran. Ahora únicamente tenía que conseguir terminar los estudios y elegir adónde ir y qué hacer.

Cuando me acerqué a casa de la abuela, ahora vacía porque ella y mi madre estaban realizando un viaje, vi una vez más la figura tan temida por mí estos últimos años: mi querido padre, que nuevamente había venido a ver cómo estaba y lo que podía sacarme.

Observé como la fuerte figura de un hombre bastante alto de mediana edad bajó del oscuro porche hacia mí; su rostro enfurecido muy parecido al mío no mostraba alegría alguna al verme, y sus palabras fueron bruscas y amenazantes:

―Una vez más, a pesar de venir sin avisar, no encuentro a tu madre o a tu abuela en casa, sólo a ti.

―Se han ido de viaje―contesté intentando pasar de largo, algo que con él nunca funcionaba; sin previo aviso, me empujó contra la pared y, con su brazo apoyado fuertemente contra mi cuello, me retuvo allí sintiéndose superior mientras yo forcejeaba inútilmente tratando de zafarme de él y respirar con normalidad.

―¿No te parece extraño que después de tantos años de búsqueda, cuando hace unos meses por fin doy con el paradero de tu madre, ella nunca esté?

―Ella no quiere volver a verte y yo tampoco, ¿Por qué no te marchas de una vez y nos dejas en paz?―contesté entrecortadamente intentando respirar.

Él me golpeó fuertemente con su puño en la cara y volvió a la carga con sus peticiones.

―¡Ella es mi mujer y no me marcharé de aquí sin ella! Aunque intentes protegerla, no podrás estar siempre a su lado. He oído que lo más seguro es que el año que viene te vayas a una buena universidad. Esas universidades siempre dan grandes becas. Tal vez si me dieras algo de dinero no tendría que venir a molestar a tu madre con mis problemas.

―Ah, por fin llegamos al centro de la cuestión: el dinero. ¿Cuánto tiempo más vas a seguir amenazándome?

―Todo el que quiera, ¡si no fuera por mí, tú no habrías nacido...!

―Y si no fuera por ti, mi madre sería una mujer feliz ―interrumpí irónica ganándome un nuevo puñetazo.

Estaba resignada a recibir una nueva paliza de mi adorado padre cuando oí un golpe seco y, segundos después, fui libre. Miré atontada la escena que tenía ante mí sin poder terminar de creérmelo.

Mi padre, en el suelo, gemía semi inconsciente mientras era aporreado con un palo por un jugador de hockey del instituto que llevaba puesta una máscara parecida a la de Viernes 13, pero que portaba un lacito rosa.

Pensé que los golpes de mi padre habían comenzado a producirme una conmoción al presenciar una escena tan irreal, cuando escuché unos grititos asustados de mujer en el momento en que mi padre quedó inconsciente en el césped.

―¡Oh, no! ¡Lo he matado! ¡Mierda, lo he matado! Como vaya a la cárcel por ti... ¡No puedo ir a la cárcel por ti!

―¿Anne?―pregunté confusa al reconocer sus chillidos histéricos.

Ella se quitó la máscara enfurecida porque no la había reconocido, ¡Qué mona se ponía cuando se enfadaba!

―¡Se suponía que te tenía que dar un susto! Pero cuando vi como ese matón te golpeaba me enfadé: nadie que no sea yo puede maltratarte―declaró iracunda― Pero ahora iré a la cárcel por matar a tu agresor y entonces no encontraré a un hombre especial, seguro que acabaré gorda y foca, y con tatuajes, y cuando salga de la cárcel seré vieja y fea, y terminaré casada con un hombre llamado Bubba... ¡Y todo será por tu culpa!―exclamó señalándome enojada después de finalizar su increíble historia. ¡Dios mío, qué imaginación!

Podía haberme deleitado un poco más con sus extravagantes historias, en las que planeaba como deshacerse del cadáver, si no fuera porque temía que en cualquier momento mi padre volviera a la consciencia y esta vez atacara a la inocente Anne, así que sin más le expliqué por qué no podía cargar con mi padre hasta el lago y colocarle un bloque de cemento en los pies.    

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