Capitulo 6

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Pasó el tiempo y, cuando llegaron a la etapa de la adolescencia, las dos enemigas empezaron a acercarse mutuamente atraídas la una por la otra, pero, como ocurre con dos iones positivos cuando se acercan demasiado, acababan repeliéndose.

Sasha, con dieciocho años y muy próxima a graduarse, se había convertido en una joven fuerte y atlética. Con sus hermosos ojos marrones, su melena rubia y su atractivo rostro de rebelde desvergonzada, era la preferida de las chicas. Además, era la capitana del equipo femenino de fútbol americano y, aunque sus notas no eran deslumbrantes, todos estaban seguros de que recibiría una beca por ser una gran jugadora.

Anne era un hermosa joven de preciosos ojos avellana cuya melena verde y rostro angelical iban acompañados por un cuerpo que comenzaba a destacar por unas insinuantes curvas, las cuales tentaban a más de un joven atolondrado aunque ella apenas se percataba, ya que estaba muy atareada con sus múltiples actividades: era delegada de clase, presidenta del club de arte, columnista en el periódico del instituto y formó parte de las animadoras hasta que, entre partido y partido, comenzó a animar al equipo contrario para que aplacaran a Sasha.

Después de eso las demás animadoras la expulsaron, pero eso no desilusionó a Anne, quien siempre que venía un equipo visitante al campus se unía a él en sus ánimos por abatir a la capitana.

Las notas de Anne eran brillantes con tan sólo dieciséis años, y todos creían que tendría un gran futuro relacionado con el arte.

Ambas contaban con admiradores a los que apenas les prestaban atención, y por eso las apuestas ahora giraban en torno a cuándo se darían cuenta de su mutua atracción y, por supuesto, acerca de cuál de las dos espantaría primero a la pareja de la otra, porque si bien nunca admitirían que se gustaban, tampoco dejaban que la otra saliera mucho tiempo con alguien. Eran como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer.

Por eso nadie se extrañó demasiado cuando una de las apuestas la gano Archie, que apostó que el primer beso de Doña Perfecta se lo daría la Salvaje.

Y así fue que a los dieciséis años Anne recibió su primer beso.

Todo empezó el día de San Valentín.

Anne y Sasha salieron corriendo de clase. Ese preciado día, la que llegaba antes a casa arrasaba el buzón de la otra y se quedaba con los regalos y tarjetas de admiradores.

Anne había tenido el honor de recibir en años anteriores osos de peluche mutilados y tallos de rosas sin pétalo alguno, pero ese año sería ella la vencedora, ya que había sobornado a su hermano Sprig, que estaba en casa resfriado, con darle veinte dólares si saqueaba el buzón de Sasha en cuanto llegara el cartero.

Cuando Anne llegó a casa ignoró la cara de satisfacción de Sasha, quien la esperaba junto al buzón; ella entró en su hogar y vio cómo su hermano, tumbado en el sofá, leía muy atento una carta adornada con corazones mientras comía unas galletas caseras.

―Sprig, ¿Hiciste lo que te pedí?―preguntó Anne emocionada.

―Sí, pero creo que estas cartas son demasiado subidas de tono para ti. ¡Dios! Ni yo sabía que se podían hacer estas cosas. Le voy a tener que preguntar a Sasha como consigue que las chicas le hagan esto.

―¡Dame eso!―contesto Anne mientras le arrancaba la carta a su hermano y cogía toda la demás correspondencia de Sasha para meterla en su mochila.

―¿Y esas galletas?―preguntó Anne nuevamente.

Sprig se apresuró a comérselas todas de una vez antes de que su hermana se las arrebatase y luego contestó con la boca llena que eran para Sasha.

Anne lo miró furiosa antes de recriminarle―: ¡Ahora no podré comérmelas delante de ella! Bueno, ¿Y mi correo?―preguntó resignada.

―Se me olvidó recoger el correo. Estaba demasiado liado leyendo las cartas y se me fue el santo al cielo―contestó Sprig antes de cerrar los ojos y hacerse el dormido.

Ante la respuesta de su hermano, Anne corrió hacia el buzón donde la seguía esperando el sapo de la vecina.

―Este año has recibido una caja de bombones, riquísimos, por cierto, un ramo de rosas que le he dado a mi madre, así como una carta, que era demasiado ñoña e imperfecta para ti, así que la he tirado―le comentó Sasha tendiéndole una caja de bombones vacía.

Anne la miró furiosa, guardó la caja vacía en su mochila y sacó las cartas que había recibido Sasha, paseándolas por delante de sus ojos.

Comenzó a leerlas antes de romperlas una por una. Pero hubo una que no pudo terminar de leer:

―«Querida Sasha, soy yo: tu amada y ardorosa Mia. Quiero volver a hacer cosas prohibidas contigo, besarte hasta que las dos estemos calientes, lamer tus pechos y bajar tus...»

Anne, sulfurada y toda colorada, dejó de leer en voz alta.

―¡Sigue, quiero saber cómo termina!―dijo Sasha entre risas―. ¿Al final me baja o no me baja los pantalones? ―preguntó burlonamente.

Anne la miró rabiosa, rompió la carta de Mia en mil pedazos más que las anteriores y, cuando observó a Sasha muerta de risa, sin pensar en las consecuencias, le tiró un zapato a la cabeza.

Sasha lo cogió después de que le golpeara y, antes de que Anne pudiera decirle nada, se lo llevó consigo al interior de casa de su abuela. Desde fuera Anne oyó como la señora Waybright preguntaba a su hija:

―Cariño, ¿Qué te han regalado este año por San Valentín?

―Un zapato, mamá―respondió Sasha.

―¡Un zapato! Qué cosas más raras os regaláis los jóvenes de hoy en día.

Anne no esperó más en el camino de casa. Ella ya sabía que Sasha no volvería para devolverle su calzado, así que subió al porche de su casa y gritó a su madre:

―¡Mamá he vuelto a perder otro zapato!

―¡Otra vez! ¡Te juro que no sé lo que haces con ellos!―vociferó su progenitora irritada.

―Yo tampoco, mamá, yo tampoco―contestó Anne resignada a quedarse sin sus zapatos favoritos.

Por la tarde, mientras se arreglaba para la fiesta de San Valentín del instituto, su hermana Polly entró en su cuarto, como de costumbre sin llamar, y soltó en medio de su habitación una gran bolsa negra de basura con un gran lazo rosa.

―¿Qué es eso?―preguntó Anne confusa y molesta.

―Un regalo de San Valentín que han dejado en la puerta.

―¿Quién?

―Y yo que sé, para tu información lo he abierto y sólo son un montón de zapatos viejos que...

Anne no dejó que su hermana terminara de hablar, corrió hacia la gran bolsa negra y leyó la gran tarjeta de San Valentín que incluía: «Feliz día de San Valentín, Cenicienta. PD: Al final me bajó los pantalones.»

Anne volcó furiosa la bolsa y encontró en ella cada uno de los zapatos que le había tirado a la vecina desde que tenía ocho años.

Airada por saber que los había guardado durante tanto tiempo y no se había dignado a devolvérselos, sacó la cabeza por la ventana de su habitación y gritó a pleno pulmón para que la vecina la oyera:

―¡Ocho! ¡Que siempre sepa cuál es el regalo perfecto y cuándo debe dármelo!

Sasha, que por lo visto estaba con sus hermanos en el porche, se asomó al jardín al oírla.

―¡Tomo nota, Savisa! Entonces, ¿Te ha gustado el regalo?―preguntó con sorna. Anne le contestó arrojándole un zapato. Eso sí, de los más viejos y feos que había en la bolsa.

―¡Éste lo he guardo para el regalo del año que viene!―indicó Sasha mientras se lo guardaba.

El baile de San Valentín se celebraba todos los años en el instituto. Sólo podían asistir los alumnos de los dos últimos años y, por supuesto, aquellos que habían sido invitados por alumnos mayores.

Anne había sido invitada por un chico de la clase de Sasha y todo el pueblo estaba expectante ante la idea de que las dos fueran a un baile. Se hacían apuestas sobre si Sasha acabaría en la fuente de ponche, si Anne sería encerrada en el lavabo, si se pelearían en mitad de la pista de baile o si, por el contrario, acabarían por fin dándose cuenta de lo perfectas que eran la una para la otra.

El baile comenzó como cualquier otro.

El gran salón de actos del instituto se había convertido en una inmensa pista de baile iluminada por luces parpadeantes, una decoración un tanto recargada repleta de ostentosos globos rojos de corazones y estúpidos muñecos de papel que pretendían representar a Cupido. En un rincón se hallaba la gran fuente de ponche atentamente vigilada por los profesores, que en algún que otro momento serían distraídos para el tradicional sabotaje de tan insulsa bebida.

Anne, hermosísima con su vestido negro de noche y un recogido de sus brillantes cabellos que caían en cascada haciéndola parecer mayor, bailaba con su acompañante, Alex, un joven de unos dieciocho años, vestido con un esmoquin negro.

Alex le susurraba al oído una hermosa poesía y alabanzas sobre su persona, sin saber que Sasha le lanzaba miradas asesinas cada vez que se acercaba demasiado a Anne.

Sasha estuvo más pendiente esa noche de dónde estaban Doña Perfecta y el pegajoso que de su propia pareja, por lo que Skara acabó enfurruñada en un rincón.

Casi al final de la velada Sasha perdió de vista a Anne, por lo que se enfureció con ella misma por prestarle atención a Maddie y también con los hermanos de Anne por no saber dónde estaba cuando les preguntó.

―Sprig, ¿Sabes dónde está tu hermana?―inquirió Sasha al verlo pasar junto a ella de camino hacia el coche alquilado que los llevaría a todos de vuelta a casa.

―¡Yo que sé! Pero como no se dé prisa va a tener que volver en el coche de Alex―contestó Sprig despreocupadamente.

―¡Joder Sprig, es tu hermana y tiene dieciséis años! ¡Deberías preocuparte más por ella!―le recriminó Sasha furiosa y con ganas de golpear a alguien.

―Posiblemente esté detrás del escenario―conjeturó Sprig― allí es donde van todas las parejas a darse el lote.

―¿Qué? ¿Que Anne va a manosearse con ese imbécil? ¡Por encima de mi cadáver!―gritó mientras se dirigía hacia el escenario.

―¿Qué pasa? ¿No ibas a ir tú en busca de Anne?―preguntó Polly a Sprig mientras entraba por la puerta instantes después de que Sasha desapareciera― El coche está fuera esperando y le dije a papá que nuestra hermana no llegaría muy tarde a casa.

―No te preocupes, Sasha ha ido a por ella―respondió Sprig.

―¡Joder! ¿Estás loco? ¡Esto puede ser una masacre!

―No, Sasha nunca le haría nada a Anne. A Alex puede que lo machaque, pero a Anne no le hará nada.

―¡Lo de la masacre lo decía por Anne, no por Sasha!―repuso Polly― Ahora mismo voy a buscarlas antes de que la líen.

―Un momento―dijo Sprig interponiéndose en el camino de su hermano― tú has apostado a que no pasaría nada en el baile ¿Verdad?

―Y tú a que esas dos se pelearían, ¿cierto? ―dedujo Polly viendo al fin la brillante jugada de su hermano.

Definitivamente en el baile hubo una pelea: los Boonchuy se apalearon mientras decidían si ir o no en busca de su hermana.

Sasha la encontró tal y como Sprig le había dicho: detrás del escenario y poniéndole morritos a Alex a la espera del beso que nunca llegó. En lugar de besar a Anne, Alex besó la mano que Sasha puso en medio de los dos tortolitos.

―Gracias por el beso―dijo Sasha sonriendo burlonamente a ambos mientras se aguantaba las ganas de machacar al baboso de Alex―Anne, es hora de irse a casa.

―¡Pero Sasha, yo no quiero irme todavía, y mis hermanos no han venido a por mí, así que date una vuelta con Miss Tetona y dile a mis hermanos que no me has visto!―se quejó Anne ganándose una mirada de odio de Sasha.

―Tus hermanos te están esperando en el coche y me han enviado a por ti. Así que vamos ―apremió enfurecida, apartándola de Alex.

―Déjame que yo hable con ella, cielo. ―se entrometió Alex muy chulito.

«Oh, cada vez tengo más ganas de golpear a este imbécil», pensó Sasha mientras se apartaba de Anne y se alejaba para hablar con Alex en un rincón. «Sí, eso, escoge un rincón oscuro y apartado -continuó pensando Sasha maliciosamente- así nadie me verá darte de hostias.»

―Venga Sasha, amiga, tú sabes lo fogosas que son estas chicas con los jugadores como nosotros, y como te agradecen el haberlas invitado a un baile de mayores. Déjame que la lleve a casa después de unos cuantos magreos. Me cubrirás las espaldas, ¿Verdad compañera?

Cuando Alex vio la mirada de odio de la chica se dio cuenta del error que había cometido, pero ya era demasiado tarde para él. Sasha agarró a Alex por el cuello, lo golpeó contra la pared y lo retuvo allí mientras le advertía:

―No soy tu amiga, ni tu colega, vas a desaparecer del baile y como te vuelva a ver rondado a Anne te rompo las piernas, por lo que creo que perderás la oportunidad de una beca.

Tras esta amenaza lo soltó, dejándole vía libre para poder escapar, pero el muy estúpido no lo hizo.

―¿Qué pasa? ¿Te gusta Doña Perfecta? ¿Te da rabia que vaya a aceptar besos de mí, pero que a ti siempre te rechace? Como me pegues, te suspenderán. Ya sabes que no puede haber broncas entre los jugadores, y si te suspenden, despídete de la universidad, después de todo tú no eres una estudiante brillante.

«¡Dios, ¡cuántas ganas tengo de pegar a este imbécil!», pensó Sasha.

Y el idiota le sonrió, y se dispuso a marcharse de rositas cuando la pérfida mente de Sasha, acostumbrada a las gamberradas, despertó.

―Eso es lo que me parecía a mí―dijo el cretino orgulloso de verse libre―. Que tu beca era más importante que una simple mujer.

Cuando Alex se alejaba, oyó a su espalda como Sasha le comentaba de lo más convincente al capitán del equipo de lucha―: Eh, ¿No querías saber quién iba detrás de tu chica? Pues aquí el seductor me ha estado contando como planeaba tirársela por diversión. Me ha dicho que se aburría con Doña Perfecta y que ahora iba a por ella.

Alex no pudo dar ni un paso más cuando una masa llena de músculos se le tiró encima y empezó a golpearlo sin piedad.

Los del equipo de fútbol intentaron acudir en su ayuda, pero Sasha se interpuso en su camino.

―Chicos, no podéis lesionaros antes del partido. Pensad en los ojeadores. Además, Alex iba detrás de la chica de otro y eso no se hace.

Todo el equipo estuvo de acuerdo con Sasha y se alejaron.

Cuando Sasha pensó que el idiota había recibido su merecido, convenció a los chicos del equipo de lucha para que ayudaran a separar a su capitán de la piltrafa sanguinolenta que era Alex.

Sasha se agachó como si estuviera ayudando al herido y le susurró―: Esta paliza no es nada comparada con la que te daré cuando termine la temporada. Tú solamente acércate a Anne y verás.

Después de estas palabras Sasha se marchó contenta en busca de Doña Perfecta, que lamentablemente ya no tenía pareja de baile, pues se lo llevaban para el hospital.

Anne no dejaba de dar vueltas de un lado para otro preocupada por Alex, pero seguro de que la salvaje de Sasha no le haría nada a uno de sus compañeros.

A lo mejor hacía algo para espantarlo. Últimamente tenía la sensación de que todos los chicos huían de ella. ¡A saber por qué! Serían sus hermanos, nuevamente con su vena protectora.

Al fin, después de media hora, apareció Sasha, pero, como había supuesto desde un principio, Alex no la acompañaba.

―¿Dónde está Alex?―preguntó furiosa.

―Ha tenido que marcharse rápidamente a un sitio, no me ha dicho dónde. ―Y era verdad, ya que atontado con la medicación antes de entrar en la ambulancia, Alex no había dicho nada.

―¡Seguro que le has hecho algo!―la acusó Doña Perfecta.

―Te juro, Savisa, que yo no le he puesto ni un dedo encima.

―Bueno, pues no me voy a marchar de aquí hasta que aparezca Alex

―Ya te he dicho que se ha ido y el coche nos está esperando, así que vamos―ordenó Sasha enfadada mientras la cogía de la muñeca y la arrastraba hacia la salida.

―¡Suéltame Sasha! ¡He venido aquí dispuesta a dar mi primer beso y no me iré hasta darlo!―gritó Anne rabiosa zafándose de Sasha.

―¡Pues eso tiene fácil solución!―respondió Sasha con un brillo malévolo en sus ojos a la vez que agarraba a Doña Perfecta fuertemente contra sí y bajaba sus labios hacia los que tantas veces la habían tentado durante ese último año en el que Anne comenzaba a convertirse en una hermosa mujer.

Anne no tardó en reaccionar, y por unos instantes contestó a su beso con dulzura e inocencia, pero cuando el beso se tornó más fogoso y las manos de Sasha descendieron hacia su trasero juntando sus cuerpos para que notara su excitación, ella se asustó.

Por lo visto sí era su primer beso, porque en cuanto se separó de ella le lanzó los zapatos a la cabeza y salió corriendo.

Cuando Sasha corrió tras ella, el coche de alquiler había desaparecido, Anne y sus hermanos se habían esfumado. A ella tan sólo le quedaban dos zapatos de tacón alto y una larga caminata hasta casa.  

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