eleven

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Sus dedos rodearon los míos mientras su mirada escaneaba mi cara, observándome, buscándome de una manera que me hizo retorcerme.

La sala latía ruidosamente en mis oídos. Un vaso se rompió cerca de la barra y ni siquiera miró hacia allí. Sin decir ni una palabra, se giró, tirando de mí detrás de él. Me maravillé de cómo los cuerpos parecían apartarse de él. Ni siquiera usó los codos. Se limitó a atravesar la multitud.

—¿A dónde vamos? —grité a su espalda, recuperando mi voz.

Ni siquiera miró hacia atrás. Y, sin embargo, sabía que me había escuchado. Sus dedos se apretaron ligeramente alrededor de mi mano.

Un horrible pensamiento se apoderó de mí. Al pasar por la gran longitud de la barra y caminar por la rampa que conducía a una pequeña habitación trasera donde se servía la comida, le pregunté—: ¿Me estás echando?

Tan mortificante como eso sería, podía hacerlo. Trabajaba aquí, después de todo. ¿Lo haría? ¿Había llegado a eso?

Nos acercamos al mostrador donde una chica en una clásica camiseta de Mulvaney's garabateaba órdenes en un bloc de notas y luego metía los pedazos de papel detrás de ella, en una ruleta, para los cocineros.

La cola para la comida era mucho más corta que la cola de las bebidas, pero unas pocas personas esperaban, ansiosos por una hamburguesa para acompañarla con su cerveza. Los pasamos. Christopher levantó el mostrador y me llevó tras él. La muchacha que toma los pedidos de comida miró hacia arriba.

—Minjae está al cargo —le dijo.

Su mirada se desvió de él a mí, y su boca se abrió en una pequeña "O" de sorpresa.

Cruzamos la cocina, más allá de los dos cocineros de fritura con redes sobre sus cabezas. Christopher se detuvo frente a la puerta de la despensa. Sacó un juego de llaves, la abrió y tiró para abrir la puerta de par en par.

Mirando dentro, no vi los estantes de suministros que esperaba. Un conjunto de escaleras se extendía por delante de nosotros. Me tiro detrás de él y cerró la puerta.

El latido de mi corazón se aceleró. La sangre corrió a mis oídos por su proximidad. Por nuestra repentina soledad. Al instante los sonidos del bar se amortiguaron, como si alguien hubiera bajado el volumen con un mando a distancia.

Una luz brilló desde lo alto de las escaleras, salvándonos de la oscuridad total. No es que nos quedáramos mucho tiempo en la parte inferior de las escaleras. Me llevó tras él, sus cálidos dedos aún doblados sobre los míos.

Nuestros pasos resonaban en la escalera de madera, reverberando en el espacio estrecho. Los pasos nos llevaron abruptamente a una habitación abierta. Pisos de madera, paredes de ladrillo. Algunas fotografías instantáneas enmarcadas se encontraban esparcidas aquí y allá. En las paredes. Apoyadas en una estantería. El lugar era grande, equipado con una cama, espacio de oficina y sala de estar. Una cocina ocupaba la esquina de la derecha. Un sofá oscuro se ubicaba delante de una gran pantalla. Por lo demás no tenía demasiada decoración. Típica casa. No es que yo hubiera estado dentro de muchas. Me soltó la mano y se dejó caer en una silla. Observé en silencio mientras se desataba las botas.

—¿Vives aquí? —Me las arreglé para decir.

—Sí. —Solo eso. Solo un monosílabo. La primera bota cayó al suelo. No me miró mientras trabajaba en la segunda.

—¿Solo tú? —Duh. ¿Creía que todos los camareros dormían aquí arriba?

Me lanzó una mirada rápida. —Soy dueño del lugar.

—¿Mulvaney's? ¿Eres el dueño?

—Ha estado en mi familia desde hace cincuenta años. Mi padre lo dirigió hasta hace dos años. Ahora lo hago yo.

—Oh. —No sé por qué eso no cambiaba nada, pero de repente lo hizo.

De repente me sentí más incómodo. Había crecido en este lugar. Lo había visto todo. Todo. Toda clase de tontos y cachondos estudiantes universitarios caminando a través de las puertas. Pensé en mi confesión anterior. Había venido aquí en busca de experiencia. Dios. Debía pensar que era el más tonto de todos.

Enterré las manos en mis ajustados bolsillos, observando, esperando que dijera algo más. Para explicar qué era lo que pensaba. Lo que hacíamos aquí.

Lo que yo hacía aquí.

Se puso de pie con un movimiento fluido. Moviéndose como una especie de gato salvaje. Sin esfuerzo y con gracia. Sus ojos se posaron en mí con atención, brillando de esa extraña manera, como iluminándose desde el interior.

Se acercó, no rápido, pero con pasos sencillos.

Se detuvo frente a mí, dejando solo unos centímetros de distancia entre nosotros. No podía respirar. El aire me abandonó, pero no podía recuperarlo. Fijé mi mirada en su pecho, de repente demasiado agobiado por los nervios como para levantar la mirada a su cara, y planteó un problema completamente nuevo para mí. Por qué solo podía pensar en lo fuerte y amplio que se veía su pecho. Solo podía mirar boquiabierto la piel dorada que se asomaba de su cuello.

Luego, sus manos estaban en mi cara, sus palmas ahuecando mis mejillas, sus dedos enterrándose en mi pelo. Mi cuero cabelludo apretado y hormigueando. Me obligó a levantar la cara. Vi el destello de sus ojos antes de que su cabeza descendiera, y todo lo demás se perdió excepto esto. Él. Sus labios sobre los míos. Abrasadoramente calientes.

Era solo su boca, sus manos agarrando mi cara, mi cabeza. Su lengua acarició mi labio inferior. Di un grito ahogado y se aprovechó, arrastrándola hacia adentro, y me llenó con su sabor. Me incliné hacia delante, derritiéndome contra él. Su dura longitud contra mí me hizo sentir mareado, sin huesos. La sensación me abrumó. No había duda de su poder, de su fuerza. Irradiaba de él en oleadas, y tan embriagador como era todo esto —todo de él—, también me asustó un poco. Como una de esas atracciones del parque de diversiones en donde caes del cielo y luego te echan hacia atrás un segundo antes de golpear contra el suelo. Me sentía lejos de estar seguro en estos momentos.

Rompí el beso para buscar aire, en pánico y jadeando. —Espera, por favor. —Mi voz tembló al mirar hacia las escaleras, evaluando mis opciones de escape. Mis ojos hicieron un escaneo rápido, confirmando lo que ya sabía. Me hallaba totalmente bajo su control

¿Cómo de loca era esta situación? Dejé que me trajera hasta esta sala. Yo no haría eso. Eso no es quién yo era.

—¿Qué? —Su voz era firme, con sus manos todavía ahuecando mi cara, cada uno de sus largos dedos era una ardiente marca.

Luché contra las oscuras ansias que me incitaban a tirarme devuelta hacia él y seguir besándolo. Tragué un respiro, ordenándome pensar en esto e ignorar a la pequeña voz en mi cabeza (que se parecía mucho a Jisung) para a saltar sobre sus huesos.

Evitando su mirada, inspeccioné su loft como si pudiera encontrar una solución en el gran espacio. Mi atención se desvió hacia la cama. Y se quedó allí. La actividad en el bar era un zumbido bajo y estable por debajo de nosotros. Al igual que el retumbar del vientre de una bestia. Todo me recordaba que había gente debajo de nosotros, también podríamos haber estado en una isla desierta. Estábamos realmente solos. Éramos solo él y yo. Nosotros.

Debió de haber leído algunas de mis ansiedades. Sus manos se establecieron en mi cara. Subí mi mirada mientras él bajaba la cabeza. Me besó, capturando mi labio inferior con sus dientes. Mi vientre dio otro salto. Sus dientes liberaron mi labio y lamió la sensible carne.

Gemí.

Sus labios se movieron contra mi boca, hablando. —No te preocupes. No lo hago con vírgenes.

Y luego me besó de nuevo, su lengua adentrándose en mi boca, sus manos se zambulleron a través de mi cabello y sostuvieron mi cabeza, inclinándome hacia la caliente presión de sus labios, sin ninguna oportunidad de hablar. Como si pudiera formar palabras coherentes.

Solo dos pensamientos me golpearon. Oh, mierda, ¿es tan obvio que soy virgen? Y: ¿Por qué se molesta conmigo si no hay posibilidad de sexo para él?

Sin embargo, todo se hizo rápidamente irrelevante. Su boca me consumía, borrando todo lo demás. El beso siguió y siguió. Su lengua me exploró, hasta que tuve más confianza. Toqué su lengua con la punta de la mía. Hizo un bajo gruñido de aprobación y pasó un brazo alrededor de mi cintura. En un solo movimiento, me levantó de mis pies lo suficiente para poder caminar a través del loft. Las puntas de mis zapatos rozaban el suelo. Di un pequeño chillido. Mis manos se aferraron a él, mis brazos se envolvieron con fuerza, como cuerdas, alrededor de sus hombros, que se tensaron.

Cuando se detuvo, sus brazos se aflojaron a mi alrededor. Me deslicé a lo largo de él y mis pies volvieron al suelo. Mi cabeza, sin embargo, quedó perdida por algún lugar en las nubes. O, precisamente, perdida en algún lugar entre el sabor de su boca y la sensación de su cuerpo contra el mío.

De repente, el cálido roce de su mano contra mi mejilla desapareció.

Retrocedió.

Me tragué un gemido de desilusión y me detuve justo antes de alcanzarlo y tirarlo de él de vuelta por la parte delantera de su camisa.

Con sus ojos fijos en mí, se sentó en la cama y me dejó de pie delante de él. Me moví sobre mis pies, sin saber qué ocurría y tratando de que todo se viera de manera bien. No tenía sentido. Después de todo, me había llamado virgen. Y había admitido que vine aquí en busca de experiencia. Eso como que me hizo animarme.

Sus ojos brillaban en la débil luz rojiza de la lámpara del suelo.

Decidiendo actuar, me adelanté para seguirlo, pero negó con la cabeza, sus ojos brillaban como fragmentos de vidrio. Recostado sobre el colchón, apoyó los codos en la cama, luciendo casual.

—Quítate la ropa. —La solicitud era todo menos casual, y sin embargo, lo pronunció como si me estuviera preguntando si le podía pasar la sal.

Un extraño sonido estrangulador salió de mi garganta. Luché contra él, empujándolo hacia atrás, y traté de sonar casi normal. —¿Qué?

Inclinó la cabeza hacia un lado, estudiándome. —Tú querías aprender sobre el juego previo. ¿No es por eso que viniste en busca de mi hermano?

Mi cara se calentó por el recordatorio.

—Bueno, me tienes. —Anunció esto como si fuera, de alguna manera, el segundo lugar. Lo cual era ridículo. Su hermano era caliente, pero parecía el líder de una banda de chicos. Christopher era algo completamente distinto—. Ahora. Quítate la ropa.

Me temblaban las manos. Si no fuera por su seguridad de que no lo hacía con vírgenes, estaría corriendo hacia la puerta. Probablemente.

Me mojé los labios y mi estómago se apretó por la forma en que sus ojos siguieron el pequeño movimiento. No se perdió nada. Tragando, le pregunté—: ¿No eres de esos tipos que se saltan el juego previo y van directo a ello?

—Yo soy el que tiene experiencia. ¿Vas a confiar en mí?

Era mi turno de mirarlo, acostado tan deliciosamente sobre la cama, luciendo tan fácilmente caliente. Como si recoger vírgenes en el bar y traerlos aquí fuera algo que hacía todo el tiempo. No pensé que ese fuera el caso, pero el monstruo verde de los celos todavía se encontraba dentro de mí. No quería tener en cuenta si había hecho esto antes. Que se hubiera acostado allí en su cama e invitado a otros chicos a quitarse la ropa para él. Aunque la presunción de su experiencia fue lo que me trajo a este momento, me gustaría pensar que fui el primero en ver el interior de esta habitación.

—¿Debería confiar en ti? —Levanté la barbilla en un intento de lucir más valiente de lo que me sentía—. No es como si te conociera. —Pero lo hacía. Al menos un poco. Sabía que era el tipo de hombre que ayudaba a alguien varado junto a la carretera. Sabía que era bueno con los niños. También era el tipo de persona que se ofendía cuando era confundido con el prostituto de su hermano. Tenía escrúpulos.

—No vamos a hacer nada que no quieras hacer —explicó—. Quítate la ropa... luciendo sexy mientras lo haces. —Una esquina de su boca se levantó—. Bueno, eso es muy excitante. ¿Y no es eso lo que quieres aprender? ¿Cómo encender a un tipo? Un tipo en especial, ¿cierto?

Changbin. Sí. Mi mente saltó al recuerdo de él. Mi propósito. La razón por la que me hallaba aquí. Eso era exactamente. Asentí con la cabeza.

—Bueno. Entonces, ¿a qué estás esperando?

¿A qué esperaba? Me mordí el labio, tratando de decidir. La lógica y el pulso caliente del deseo en mis venas me animaron sucesivamente. Sí. Solo hazlo. Imagina que el miedo se ha ido, y vive por una vez.

—Mira. —Se sentó en la cama—. Igualaré movimiento por movimiento —ofreció. Porque tipos como él eran tímidos para desnudarse. Claro. Como si eso de alguna manera me hiciera sentir mejor sobre desnudarme delante de él.

Alcanzó la parte de atrás de su cabeza y agarró un puñado de su camisa. De un tirón, sacó la tela gris oscuro por encima de su cabeza.

Una cinta invisible se apretó alrededor de mi pecho. Mi mirada lo devoró. Mi boca babeó y se secó al mismo tiempo. Había una especie de escritura que se estiraba a lo largo de su tórax. Palabras que no podía descifrar desde donde me encontraba.

—Eso es ridículo. —Respiré, asombro y lujuria giraban a mi alrededor como un elixir embriagador. No me había dado cuenta de que dije las palabras en voz alta hasta que cerró el espacio entre nosotros, haciendo que la cinta alrededor de mi pecho se apretara aún más.

Una de las esquinas de su boca se levantó, curvándose ligeramente. —Primer consejo: no llames ridículo a un tipo cuando está desnudo frente a ti. Eso podría acomplejarlo.

Nunca hubiese podido imaginar que Christopher tuviera un complejo. No por la manera en que lucía

Examiné su pecho plano y su torso delgado. No podía dejar de comérmelo con los ojos. La pretina de sus pantalones era baja, revelando una tira fina de la elástica negra que pertenecía a sus calzoncillos.

—Tu turno... quiero decir, si ya terminaste de mirar.

Dudé que alguna vez pudiera terminar de mirarlo.

Arrastré mi mirada desde ese delicioso pecho de regreso a su cara. Su voz sonaba diferente, mas áspera y profunda, un retumbo bajo que causó una reacción física en mi piel. Sus ojos también lucían diferentes. Observaba con una profunda intensidad que hacía temblar mis manos mientras alcanzaba el dobladillo del suéter de Jeongin

Puedo hacer esto.

Lo pasé por encima de mi cabeza rápidamente, antes de perder el valor. Su mirada se movió lentamente sobre mí, evaluando, y me sentí totalmente desnudo a pesar de que aun llevaba los pantalones. Su mano se movió hacia abajo y jalo la línea del resorte de mis boxers que se asomaban, eso me hizo temblar.

—Lindo —dijo suavemente.

—Gracias.

—No necesitas pararte como si estuvieras enfrentando un pelotón de fusilamiento. —El retumbar de su voz no hizo nada para calmar mis nervios. De hecho, tal vez pude saltar un poco ante el sonido.

Se movió hasta el borde de la cama y estiró un brazo para llegar a mí. Sus dedos se curvaron alrededor de mi cintura y tiró de mí, esa media sonrisa seguía allí, acariciando sus labios. Fui hacia él con pasos vacilantes, tanto aliviado como extrañamente decepcionado de que cortara mi striptease (pero más que todo, aliviado)

Toda esa desnudez, esa piel que lucía firme atrajo mis ojos de nuevo. No podía dejar de absorberlo. Lucía comestible. Debería andar sin camisa todo el tiempo. Tacha eso. El chico causaría un disturbio.

Soltó mi cintura, dejándome parado entre sus muslos separados. Su cuerpo irradiaba calidez mientras me quedaba entre sus piernas, cerniéndome cerca, mirando hacia él, mis dedos picando por tocar la curva desnuda de sus hombros y sentir toda esa solidez, esa calidez.

—Sigue. —Su voz se deslizó como terciopelo sobre mi piel.

Tragué. —¿Qué?

—Tan lindo como luce ese pantalón en ti, quiero que te lo quites. —Rozó su mano en el comienzo del pantalón, apenas tocándome.

De acuerdo, entonces no me dejaba escapar, pero la idea de quitar la parte de abajo se hizo volverme más nervioso. No estaba seguro de que pudiera manejarlo tan de cerca y tan íntimamente.

Quería experiencia, pero ¿no era esto nadar a lo profundo? ¿Podíamos entrar en el agua dentro de un rato primero? ¿Empezar en la piscina de niños?

Sus labios se torcieron. —Estás pensando mucho. Puedo notarlo. Detente.

—¿Esto es lo que haces con los otros chicos con los que no tienes intenciones de dormir? —Apenas reconocía mi voz. Sonaba tan pequeña y jadeante.

—Esto es lo que hago contigo. —Sus manos se posaron en mi cintura, huellas ardientes en mi piel —. Vamos. Hagámoslo.

Tal vez fue el desafío en su baja voz rasposa, o simplemente la verdad en sus palabras. Pensaba demasiado. Coloqué mi mano en el botón y fue abriéndolo muy despacio, preguntándome cómo, en una semana, había ido de chico con un solo beso malo en mi historia a esto. Solo con un chico caliente semidesnudo que se encontraba fuera de mi alcance.

Deja de pensar, Seungmin.

Finalmente toco que bajara el cierre y lo hice a un más despacio que con el botón. Una vez que termine no me atreví a bajarlos.

Esto no tiene nada que ver con pensar. Es solo instinto.

Me estudió, mirando desde mi rostro hasta la abertura de los pantalones.

Levantó una mano. Mirándome con decisión, llevo su mano los pantalones y comenzó a bajarlos; sus dedos rozaron mi piel, suave como un susurro. Se me puso piel de gallina por todo el cuerpo y todo dentro de mí se tensó. Sus manos tocaban a lado de cada pierna y no al frente pero aun de esa forma me llenaba de escalofríos. Continuó mirando mi rostro y una vez que llego hasta mis rodillas soltó el agarre de los pantalones provocando que cayeran completamente al suelo.

A pesar de la calidez que sentía —de lo cálido que él me hacía sentir— una ráfaga fría se deslizó sobre mí y temblé. Mi cuerpo reacciono y la erección apareció. Su mirada me recorrió. Era lo más expuesto que había estado alguna vez. Ni siquiera me quitaba la ropa delante de otros chicos. Había sido el chico que se iba a las casillas de los baños en los vestidores o se vestía apurado de espaldas a las demás. Esto era grande, inmenso, un evento nunca antes visto.

No había donde ocultarse.

Sus manos se posaron alrededor de mis costillas y salté en respuesta.

Me atrajo, haciéndome descender sobre la cama. El colchón encontró mi espalda. Se colocó contra mí, un musculoso brazo sobre mi cabeza, una de sus piernas por encima de mi cadera, sujetándome. Aspiré un aliento torturado y lo contuve. Era demasiado. Muy pronto.

—Eres hermoso. —Su mano tocó mi estómago. La piel sensible de allí se estremeció bajo su cálida palma. Me dolían los pulmones, conteniendo la respiración, pero no podía hacerlos funcionar.

Llevé mis manos inconscientemente a mi pecho. Fue rápido en reaccionar, sosteniendo mis manos. Con una respiración acelerada, las mantuve tiesas a mis lados, queriendo ser valiente. Queriendo ser alguien que disfrutaba esto y no sentirme como un virgen asustado incluso si eso es lo que era.

El calor se arrastró por mi cuello, encendiéndose en mi rostro. Esperé, esperando sentir sus manos allí, manoseando como haría cualquier otro chico, pero su toque nunca llegó.

Acercó más su rostro al mío, sus labios acariciando mi oreja con un cálido aliento. Inclinándose, buscando ese contacto. —Necesitas relajarte. Se supone que debes disfrutar esto.

—Est... Está bien. —Mi voz tembló.

—Rígido y asustado no es exactamente excitante.

—¿Entonces no te estoy excitando? —Solté, mortificado, sintiendo como que de alguna forma fallé. Estaba aquí para explorar, para aprender, y estaba haciendo un pésimo trabajo.

—Oh, estoy excitado. No te preocupes por eso. —Su mano tomó mi cabello—. Solo hablo en términos generales. Si vas a provocar a otra persona... tal vez él quisiera que fueras más receptivo.

Mientras hablaba, su boca se colocó en mi mejilla, justo por debajo de mi oreja. Otra persona. Las palabras sonaban dentro de mi cabeza como canicas sueltas. No podía pensar en nadie más ahora mismo. No podía imaginar a nadie, solo a él y la manera en que su boca se sentía en mi piel. La manera en que su palma reposaba en mi estómago, sus dedos separados, las puntas curvadas tan ligeramente, acariciando suavemente mi temblorosa piel.

En este momento, podía olvidar todos mis temores. Incluso podía olvidar el hecho de que me encontraba expuesto y vulnerable en una forma en que no había estado nunca antes. De una forma en que debía permitirme estar con alguien.

Me retorcí en la cama, muriendo por dentro, esperando su próximo movimiento, esperando que me tocara. Esperaba tanto que lo hiciera como que no.

Su boca por encima de mi oreja, su respiración ventilando con vehemencia contra los pliegues súper sensibles de mi oído. Me hizo ansiar más. —Quiere que estés tan caliente por esto como lo está él.

De nuevo se refería a mi supuesto amante futuro, el chico por el que hacía esto. La insinuación de Changbin en este momento, de hecho me molestó. Él no estaba aquí. Christopher sí. No quería pensar en Changbin ahora mismo. Solo quería sentir.

Giré mi rostro para mirarlo directamente, nuestros labios sin tocarse exactamente. —¿Es eso lo que estás haciendo? ¿Calentándome? —No sabía de dónde salió la pregunta. Sonaba más ronco y seductor.

—Dime. ¿Lo estoy haciendo?

¿Qué no era obvia mi erección? Tragué saliva y comencé a decirle que sí que ya había tenido éxito hace mucho en ese aspecto, pero en ese momento mordió el lóbulo de mi oreja y me arqueé en la cama con un grito de placer inesperado que me atravesó.

Hizo un profundo sonido de aprobación, y luego me tocó.

Era una sensación sorprendente tras otra. Su boca en mi oreja. Su mano tocando por encima de mis boxers. Jadeé ante eso, ante toda la intensidad de su palma acariciando. —Te sientes tan increíble.

Mi cabeza giró en la cama y agarré sus hombros, olvidando mi timidez. Curvé mis dedos alrededor del sólido músculo El tocarlo era una cosa excitante, sentir su fuerza, los músculos que se contraían ante el toque de mis dedos.

Me sorprendió cuando su mano se adentro en mi boxer. Gemí mientras su mano llegaba a la punta de mi miembro, provocándome. Me estremecí en la cama, el dolor apretándose entre mis piernas. Me retorcí, buscando una manera de calmar la sensación extrema de calor.

Su boca encontró la mía en una desesperada fusión de labios y lenguas. Le devolví el beso, mi inseguridad anterior desapareció.

Sus labios se separaron de los míos y su boca fue a uno de mis pezones, reclamándolo. Me tomó en su boca, envolviéndome en un cálido y húmedo calor.

Me ahogué, los sonidos no eran exactamente oraciones, sino algo cercano a palabras.

De repente, mi teléfono sonó. Me puse rígido. Él continúo como si no lo escuchara. Su boca continuó devorándome como si fuera algún placer extraño y su mano seguía con su trabajo. Como si fuéramos las únicas dos personas en el universo. Sin personas en el bar debajo de nosotros. Ningún teléfono sonando en uno de los bolsillos de mi pantalón que se encontraba tirado en el suelo.

El tono de llamada pronto se apagó, y rápidamente olvidé incluso preguntarme quién llamaba. Aunque era una suposición fácil.

Y luego un mensaje de texto vibró, lo seguimos ignorando. Incluso la segunda vez. Y la tercera.

A la cuarta vez, se levantó con un gruñido. —No se van a detener.

Sentándose, tomo los pantalones del suelo y deslizó su mano en mi bolsillo para buscar mi teléfono.

Sacó mi teléfono. En vez de dármelo como esperaba, comenzó a escribir.

—¿Qué estás haciendo?

Terminó de escribir, lo lanzó en la cama por encima de mi cabeza. Volvió a descender sobre mí. Jadeé ante la sensación de su torso desnudo contra mi piel.

Las palabras temblaron en mis labios. —¿Qué les dijiste?

Su aliento acarició mis labios. —Que pasarás la noche conmigo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro