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Toda mi vida supe lo que quería. O más bien, lo que no quería.

No quería que las pesadillas que me atormentaban se convirtieran en realidad de nuevo.

No quería volver al pasado. Para vivir con miedo. En constante duda sobre si el suelo debajo de mí se sostendría sólido y firme. Desde que tenía doce años, he sabido esto.

Pero es curioso cómo esa cosa de la que huyes siempre encuentra la manera de ponerse al día contigo. Cuando no estas mirando, de repente aparece allí, golpeando tu hombro, desafiándote a que te des la vuelta.

Algunas veces no puedes contenerte. Tienes que parar. Tienes que girarte y mirar.

Tienes que dejarte caer y esperar lo mejor. Esperar a que cuando todo esté terminado salgas en una sola pieza.

El humo se elevaba desde debajo del capó de mi auto en grandes columnas, una niebla gris en la noche oscura. Golpeando el volante, murmuré una blasfemia y estacioné a un lado de la carretera. Una rápida mirada confirmó que el indicador de temperatura estaba muy rojo.

—Mierda, mierda, mierda. —Revolucioné el motor con movimientos rápidos y furiosos, esperando que la fuerza evitara milagrosamente que el vehículo se sobrecalentara aún más.

Agarrando mi teléfono del portavasos, salí a la fría noche de otoño y me paré muy lejos del auto. No sabía nada sobre motores, pero he visto un montón de películas en donde el auto explotó justo después de que comenzara a humear. No quería correr ningún riesgo.

Miré la hora en mi teléfono. Once treinta y cinco. No era demasiado tarde. Podría llamar para que alguien venga por mí. Vendrían a recogerme y me llevarían de regreso al dormitorio. Pero mi auto todavía se quedaría solo aquí en este camino. Simplemente tendría que lidiar con eso más tarde, y ya tenía un montón de cosas que hacer mañana. Bien podría manejarlo ahora.

Eché un vistazo a la tranquila noche a mí alrededor. Los grillos cantaban en voz baja y el viento susurraba entre las ramas. No estaba exactamente animado con el tráfico. Los padres de mi amigo vivían a unas pocas hectáreas fuera de la ciudad. Me gustaba hacer de canguro para ellos. Era un buen descanso del bullicio de la ciudad. La vieja granja se sentía como un verdadero hogar, vívido y acogedor, muy tradicional con sus pisos de madera antiguos y una chimenea de piedra que siempre estaba crepitando en esta época del año. Era como algo salido de una pintura de Norman Rockwell. El tipo de vida que anhelaba tener algún día.

Solo que ahora no acababa de apreciar lo aislado que me sentía en esta carretera secundaria. Me froté los brazos a través de mis mangas largas, deseando haber agarrado mi sudadera antes de salir esta noche. Apenas era octubre y ya hacía frío.

Me quedé mirando tristemente mi auto humeante. Iba a necesitar un camión de remolque.

Suspirando, empecé a desplazar a través de mi teléfono, buscando camiones de remolque en la zona. Las luces de un auto aproximándose destellaron en la distancia y me congelé, debatiendo qué hacer. La repentina idea loca de ocultarme se apoderó de mí. Un instinto viejo pero familiar.

Esto tenía "película de terror" escrito por todas partes. Un chico solo. Una carretera solitaria. Yo había sido el protagonista de mi propia película de terror una vez. No estaba dispuesto a una repetición.

Me moví fuera de la carretera, situándome detrás de mi auto. No exactamente escondido, pero al menos no estaba de pie a la intemperie, un blanco obvio. Traté de concentrarme en la pantalla de mi teléfono y parecer casual allí de pie. Como si ignorando al auto que se aproximaba sus habitantes pudieran no notarme de alguna manera, o a la humeante pila de metal. Sin levantar la cabeza, cada parte de mí se sentía en sintonía con los neumáticos reduciendo la velocidad y el motor ronroneando cuando el auto se detuvo.

Por supuesto se detuvieron. Suspirando, levanté mi rostro, mirando a un aspirante a asesino en serie. O a mi salvador. Sabía que este último era mucho más probable, pero todo el escenario me hizo marearme y sólo podía pensar en las posibilidades del peor caso.

Era un Jeep. Del tipo sin techo. Solo una barra antivuelco. Los faros brillaban fuera de la franja de asfalto negro.

—¿Estás bien? —La profunda voz pertenecía a un chico. Gran parte de su rostro estaba en sombras. La luz del panel de instrumentos arrojó un resplandor sobre su rostro.

La mayoría de los asesinos en serie son varones altos como él. El hecho real aleatorio se deslizó por mis pensamientos, sólo sumándose a mi ansiedad.

—Estoy bien —dije rápidamente, mi voz demasiado ruidosa en la fría noche. Blandí mi teléfono como si eso lo explicara todo—. Alguien vendrá a por mí. —Contuve la respiración, esperando, con la esperanza de que creyera la mentira y siguiera adelante.

Él se demoró en las sombras, su mano sobre la palanca de cambios. Levantó la vista hacia la carretera y luego miró hacia atrás. ¿Evaluando lo solos que estábamos? ¿Cómo tomaba forma su oportunidad para asesinarme?

Hubiera querido tener un spray de autodefensa. Un cinturón negro de kung fu. Algo. Cualquier cosa. Los dedos de mi mano izquierda se apretaron alrededor de las llaves. Hojeé la punta dentada. Podría arañarle la cara si era necesario. Los ojos. Sí. Apuntaría a los ojos.

Se inclinó sobre el asiento del acompañante, lejos del resplandor del tablero de instrumentos, sumergiéndose aún más profundo en las sombras.

—Podría mirar debajo del capó —ofreció su profunda voz incorpórea.

Negué con la cabeza. —En serio. Está bien.

Esos ojos que acababa de proponerme arañar con mis llaves brillaron a través de la distancia hacia mí. Su color era imposible de distinguir en la espesa penumbra, pero tenían que ser cafes.

—Sé que estás nervioso.

—No lo estoy. No estoy nervioso —balbuceé rápidamente. Demasiado rápido.

Se echó hacia atrás en su asiento, el resplandor ámbar iluminando de nuevo sus rasgos.

—No me siento bien dejándote aquí solo. —Su voz tembló a través de mi piel—. Sé que tienes miedo.

Miré a mí alrededor. La noche impenetrable caía densamente.

—No tengo miedo —negué, pero mi voz sonó débil, carente de toda convicción.

—Lo entiendo. Soy un extraño. Sé que estarías más cómodo si me fuera, pero no quisiera a alguien de mi familia aquí en la noche.

Sostuve su mirada por un largo momento, tomando sus medidas, tratando de ver algo de su carácter en las líneas oscuras de su rostro. Eché un vistazo a mi auto todavía humeante y lo miré de nuevo.

—Está bien. Gracias. —El "gracias" salió lentamente, una respiración profunda después, llena de vacilaciones. Sólo esperaba no terminar en las noticias de la mañana.

Si quería hacerme daño lo haría. O al menos lo intentaría. Ya fuera que lo invitara a mirar mi motor o no. Esa fue mi lógica cuando lo vi detener su jeep delante de mi coche. La puerta se abrió. Desdobló su largo cuerpo y salió a la noche con una linterna en la mano.

Sus pisadas crujieron sobre la grava suelta, el haz de su linterna enfocándose en mi auto todavía humeante. Por el ángulo de su rostro, creo que ni siquiera me miró. Se dirigió directamente a mi auto, levantando el capó y desapareciendo debajo de él.

Con los brazos cruzados con fuerza frente a mí, avancé con cautela y con nerviosismo hacia la parte exterior del camino, así podría mirar mientras él estudiaba el motor. Se agachó y tocó cosas diferentes. Dios sabe qué. Mi conocimiento sobre mecánica automotriz estaba a la altura de mis habilidades de cocina.

Volví a estudiar sus rasgos oscuros. De repente, otro haz de luces iluminó la noche. Mi aspirante a mecánico se enderezó de debajo del capó y salió, colocándose entre el camino y yo, sus largas piernas se tensaron y colocó las manos en sus caderas mientras el coche se acercaba. Tuve mi primera vista sin restricciones de su rostro en el duro resplandor de las luces que venían y tomé una fuerte respiración.

La cruel iluminación podría haber resaltado o recogido sus defectos, pero no. Por lo que pude ver no tenía defectos físicos. Era caliente. Simple y llanamente.

Mandíbula perfilada. Ojos oscuros hundidos bajo cejas oscuras. Su cabello parecía de un castaño. Mi amigo lo llamaría lamible.

Este nuevo auto se detuvo al lado de mi coche y alejó mi atención de él mientras la ventanilla bajaba. Lamible se inclinó por la cintura para mirar dentro.

—Oh, hola, Sr. Choi. Sra. Choi. —Sacó una mano del bolsillo de sus vaqueros para hacer un pequeño gesto de saludo.

—¿Problemas con el auto? —preguntó un hombre de mediana edad.

El asiento trasero del coche se iluminó con el bajo brillo de un iPad. Un adolescente sentado allí, su mirada fija en la pantalla, pulsando botones, pareciendo ajeno; ese era el auto que habría detenido.

Lamible asintió y me señaló.

—Sólo me detuve para ayudar. Creo que veo el problema.

La mujer en el asiento del pasajero me sonrió.

—No te preocupes, cariño. Estás en buenas manos.

Aliviado ante las palabras de consuelo, asentí hacia ella.

Mientras el auto se alejaba, nos miramos de frente, y me di cuenta de que esto era lo más cerca que le había permitido llegar. Ahora que algunos de mis temores fueron puestos a descansar, me bombardeó todo un nuevo ataque de emociones. Repentinamente, la timidez extrema, para empezar. Bueno, en su mayor parte. Movi mi cabello para atrás y me removí inquieto sobre mis pies.

—Gracias.

—Vecinos —explicó, señalando el camino.

—¿Vives por aquí?

—Sí. —Deslizó una mano en el bolsillo delantero de sus vaqueros. La acción hizo que la manga se alzara y mostrara algo de su cuerpo.

—Estaba haciendo de canguro con una familia. Los Shin.

Se acercó a mi auto de nuevo. —Están por el camino de mi casa.

Seguí—: ¿Así que crees que puedes arreglarlo? —De pie a su lado, bajé la mirada hacia el motor como si supiera lo que veía. Mis dedos jugaban nerviosamente con los bordes de mis mangas—. Porque eso sería increíble. Sé que es un cacharro, pero lo he tenido desde hace mucho tiempo. —Y no podía permitirme exactamente un coche nuevo ahora.

Él inclinó la cabeza para mirarme.

—¿Cacharro? —Una esquina de su boca se alzó.

Hice una mueca. Allí iba de nuevo, demostrando el hecho de que crecí rodeado de las personas nacidas antes de que se inventara la televisión.

—Significa un auto viejo.

—Sé lo que significa. Simplemente nunca escuché a nadie más que a mi abuela decirlo.

—Sí. Ahí es de donde lo aprendí. —De la abuela y todos los demás ancianos.

Se volvió y fue a su jeep. Continué jugando con mis mangas, viéndole volver con una botella de agua.

—Parece una fuga de la manguera del radiador.

—¿Eso es malo?

Desenroscando el tapón del agua, la vertió dentro de mi motor. —Esto va a enfriarlo. Debería funcionar ahora. Por un tiempo, al menos. ¿Hasta dónde vas?

—Cerca de veinte minutos.

—Probablemente lo hará. No vayas más lejos que eso o se recalentará de nuevo. Llévalo a un mecánico a primera hora de mañana para que pueda reemplazar la manguera.

Respiré con más facilidad.

—Eso no suena tan mal.

—No debería costar más que un par de cientos.

Hice una mueca. Eso sería casi acabar con mi cuenta. Tendría que ver cómo trabajar unos pocos turnos extras o conseguir algunos más como canguro. Por lo menos cuando hacía de canguro, podría conseguir estudiar un poco después de que los niños se fueran a la cama.

Cerró el capó en su lugar.

—Muchas gracias. —Metí las manos en mis bolsillos—. Me salvaste de llamar a un camión de remolque.

—¿Así que nadie venía de camino, entonces? —Esa esquina de su boca se elevó de nuevo y supe que le divertía.

—Sí. —Me encogí de hombros—. Podría haber hecho eso.

—Está bien. No estabas exactamente en una situación ideal. Sé que puedo dar miedo.

Mi mirada escaneó su rostro. ¿Miedo? Sabía que probablemente bromeaba, pero tenía ese cierta ventaja para él. Incluso si era sexy. Era como el vampiro oscuro de las películas. El que se debate entre comerse la sangre de su victima o comerse sus los labios. No me iba lo de oscuro, peligroso y sexy. No te va nadie. Empujé el susurro, bateándolo para alejarlo. Si el chico adecuado —el que quería— se diera cuenta, todo eso cambiaría.

—No diría que das miedo... exactamente

Se rio en voz baja. —Claro que lo dirías.

El silencio se cernió entre nosotros por un momento. Mi mirada lo recorrió. La camiseta de aspecto confortable y vaqueros bien gastados eran casuales. Los chicos los llevaban todos los días en la escuela, pero no tenía un aspecto informal. No se parecía a ningún chico que hubiera visto en todo el campus. Se veía como problemas. El tipo por el que las chicas y chicos perdían la cabeza. De repente, mi pecho se sentía muy apretado.

—Bueno, gracias de nuevo. —Ofreciendo un pequeño saludo, me metí dentro de mi auto. Me observó girar la llave. Afortunadamente, no salió humo del capo.

Al alejarme, me negué a arriesgarme a echar una mirada hacia atrás por el espejo retrovisor. Si Jisung hubiera estado conmigo, estoy seguro de que no se habría ido sin su número de teléfono.

Con los ojos en el camino otra vez, me alegré perversamente de que él no estuviera allí.

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