𝟯 。・:*˚:✧。 tea of death.✓

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━ ✩・*。𝐁𝐋𝐀𝐂𝐊 & 𝐏𝐎𝐓𝐓𝐄𝐑 。˚⚡
003.┊TÉ DE LA MUERTE.
canción: runaway por aurora aksnes.

CUANDO ARA, HARRY, RON Y HERMIONE entraron en el Gran Comedor para desayunar al día siguiente, lo primero que vieron fue a Draco Malfoy, que entretenía a un grupo de gente de Slytherin con una historia muy divertida.

Al pasar por su lado, Malfoy hizo una parodia de desmayo, coreado por una carcajada general.

—No le hagáis caso —les dijo Hermione, que iba detrás de Ara y Harry—. Vosotros, ni el menor caso. No merece la pena. . .

—¡Eh, Black, Potter! —gritó Pansy Parkinson—. ¡Black! ¡Potter! ¡Que vienen los dementores! ¡Uuuuuuuuuh!

—¡Cállate, cara de bulldog! —gritó Ara, mientras ella y Harry se dejaban caer sobre unos asientos de la mesa de Gryffindor, junto a George Weasley.

—Los nuevos horarios de tercero —anunció George, pasándolos—. ¿Qué os ocurre, Ara, Harry?

—Malfoy —contestó Ron, sentándose al otro lado de George y echando una mirada desafiante a la mesa de Slytherin.

George alzó la vista y vio que en aquel momento Malfoy volvía a repetir su pantomima.

—Ese imbécil —dijo sin alterarse— no estaba tan gallito ayer por la noche, cuando los dementores se acercaron a la parte del tren en que estábamos. Vino corriendo a nuestro compartimento, ¿verdad, Fred?

—Casi se moja encima —dijo Fred, mirando con desprecio a Malfoy.

—Oh, cómo habría disfrutado viendo su patetismo en ese estado —dijo Ara con diversión, su estado de ánimo ligeramente levantado.

—No le deis más vueltas, chicos —dijo George—. Papá tuvo que ir una vez a Azkaban, ¿verdad, Ron?, y dijo que era el lugar más horrible en que había estado. Regresó débil y tembloroso. . . Los dementores absorben la alegría del lugar donde están. La mayoría de los presos se vuelven locos allí.

Entonces, si Sirius Black estaba "loco" como la mayoría de la gente decía que estaba, ¿cómo se las había arreglado para idear un plan tan bien pensado que logró escapar de una prisión de extrema seguridad? Ara tamborileaba con los dedos sobre la mesa mientras le daba vueltas a la cabeza, pero no encontraba una respuesta lógica.

—De cualquier modo, veremos lo contento que se pone Malfoy después del primer partido de quidditch —dijo Fred—. Gryffindor contra Slytherin, primer partido de la temporada, ¿os acordáis?

Las facciones de Ara se iluminaron en un instante ante la mención del quidditch, todos los pensamientos sombríos desaparecieron en su mayor parte. Harry, que había captado sus facciones ahora relajadas, sintió que una sonrisa crecía en su cara, su propio corazón sintiéndose más ligero.

Sintiéndose un poco más contentos, tanto Ara como Harry se sirvieron la comida, poniéndola en sus platos de oro.

Hermione se aprendía su nuevo horario:

—Bien, hoy comenzamos asignaturas nuevas —dijo alegremente.

—Hermione —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando detrás de ella—, se han confundido con tu horario. Mira, te han apuntado para unas diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente.

—Ya me apañaré. Lo he concertado con la profesora McGonagall.

—Pero mira —dijo Ron riendo—, ¿ves la mañana de hoy? A las nueve Adivinación y Estudios Muggles y... —Ron se acercó más al horario, sin podérselo creer—, mira, Aritmancia, todo a las nueve. Sé que eres muy buena estudiante, Hermione, pero no hay nadie capaz de tanto. ¿Cómo vas a estar en tres clases a la vez?

—No seas tonto —dijo Hermione bruscamente—, por supuesto que no voy a estar en tres clases a la vez.

Ara entrecerró los ojos, mirándola.

—Bueno, entonces─

—Pásame la mermelada —le pidió Hermione.

—Pero─

—¿Y a ti qué te importa si mi horario está un poco apretado, Ron? —espetó Hermione—. Ya te he dicho que lo he arreglado todo con la profesora McGonagall.

En ese momento entró Hagrid en el Gran Comedor. Llevaba puesto su abrigo largo de piel de topo y de una de sus enormes manos colgaba un turón muerto, que se balanceaba.

—¿Va todo bien? —dijo con entusiasmo, deteniéndose camino de la mesa de los profesores—. ¡Estáis en mi primera clase! ¡Inmediatamente después del almuerzo! Me he levantado a las cinco para prepararlo todo. Espero que esté bien. . . Yo, profesor. . ., francamente. . .

—Estamos muy orgullosos de ti, Hagrid —le dijo Ara, dedicándole una sonrisa alentadora.

—Gracias, Ara —Hagrid le alborotó el pelo, haciéndola dar un respingo interno, pues sabía que lo más probable es que ahora su cabeza parecía un nido de pájaros.

Les dirigió una amplia sonrisa y se fue hacia la mesa de los profesores, balanceando el turón.

—Me pregunto qué habrá preparado —dijo Ron con curiosidad, mientras Ara trataba de ordenar su pelo y dejarlo como estaba antes.

Harry la miró como si intentara no reírse y Ara le lanzó una mirada juguetona.

—Oh, cállate, el tuyo no dura ni dos segundos ordenado.

—Si tú lo dices —dijo Harry encogiéndose de hombros, sin parecer molesto.

—¡Míralo! —dijo Ara, olvidándose de su propio pelo, y acercándose para tirar ligeramente de un mechón de Harry que sobresalía—. Un completo desastre.

—Vale, vale, Nyx, tienes razón —dijo Harry riendo por lo bajo, apartando sus manos de su pelo, que empezaba a estar aún más revuelto.

—Yo siempre tengo razón, Harold —le dijo Ara dándole un golpecito en la frente, antes de sonreír nostálgicamente—. Te lo vengo diciendo desde primer año, cuando estabas a punto de añadir ese ingrediente en particular a una poción, te dije que explotaría pero el pequeño y testarudo Harry se negó a escuchar y terminó con una poción explotándole en la cara—

—¡Me acuerdo de ese día! —intervino Ron, riéndose, con cara de estar más que divertido—. ¡Snape estaba que echaba humo! ¡Su cara se volvió roja de lo mucho que quería matar a Harry—!

—¡Vale! —dijo Harry en voz alta, con las mejillas teñidas por un poco de vergüenza, miró a Ara—. Lo pillo, debería escucharte más a menudo.

—Sí, deberías.

Hermione se limitó a negar con la cabeza a los tres, conteniendo su sonrisa antes de seguir desayunando.

El Gran Comedor se vaciaba a medida que la gente se marchaba a la primera clase. Ron comprobó el horario.

—Lo mejor será que vayamos ya. Mirad, el aula de Adivinación está en el último piso de la torre norte. Tardaremos unos diez minutos en llegar. . .

Terminaron deprisa el desayuno, se despidieron de los gemelos, y volvieron a atravesar el Gran Comedor. Al pasar al lado de la mesa de Slytherin, Malfoy volvió a repetir la pantomima. Las estruendosas carcajadas acompañaron a Ara y a Harry hasta el vestíbulo, aunque Ara se aseguró de lanzarle un gesto muy grosero por encima de su hombro.

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EL TRAYECTO HASTA LA TORRE NORTE era largo. Los dos años que llevaban en Hogwarts no habían bastado para conocer todo el castillo, y ni siquiera habían estado nunca en el interior de la torre norte.

—Tiene. . . que. . . haber. . . un atajo —dijo Ron jadeando, mientras ascendían la séptima larga escalera y salían a un rellano que veían por primera vez y donde sólo había un cuadro grande que representaba únicamente un campo de hierba.

—Me parece que es por aquí —dijo Hermione, echando un vistazo al corredor desierto que había a la derecha.

—Imposible —dijo Ron—. Eso es el sur. Mira: por la ventana puedes ver una parte del lago. . .

—Nunca pensé que el pequeño Ronnie supiera distinguir el sur del norte —dijo Ara, enviando una mirada juguetona en dirección a Ron, que simplemente puso los ojos en blanco y le dio una colleja, a lo que ella respondió poniéndole la zancadilla.

Mientras Ara y Ron se peleaban, Harry observó el cuadro. Un grueso caballo tordo acababa de entrar en el campo y pacía despreocupadamente. Un momento después, haciendo un ruido metálico, entró en el cuadro un caballero rechoncho y bajito, vestido con armadura, persiguiendo al caballo. A juzgar por las manchas de hierba que había en sus rodilleras de hierro, acababa de caerse.

—¡Pardiez! —gritó, viendo a Ara, Harry, Ron y Hermione—. ¿Quiénes son estos villanos que osan internarse en mis dominios? ¿Acaso os mofáis de mi caída? ¡Desenvainad, bellacos!

Se asombraron al ver que el pequeño caballero sacaba la espada de la vaina y la blandía con violencia, saltando furiosamente arriba y abajo. Pero la espada era demasiado larga para él. Un movimiento demasiado violento le hizo perder el equilibrio y cayó de bruces en la hierba.

—¿Se encuentra usted bien? —le preguntó Harry, acercándose al cuadro.

—¡Atrás, vil bellaco! ¡Atrás, malandrín!

—¿Por qué no grita más fuerte? Creo que no le hemos oído —dijo Ara con sarcasmo.

El caballero volvió a empuñar la espada y la utilizó para incorporarse, pero la hoja se hundió profundamente en el suelo, y aunque tiró de ella con todas sus fuerzas, no pudo sacarla. Finalmente, se dejó caer en la hierba y se levantó la visera del casco para limpiarse la cara empapada en sudor.

—Disculpe —dijo Harry, aprovechando que el caballero estaba exhausto—, estamos buscando la torre norte. ¿Por casualidad conoce usted el camino?

—¡Una empresa! —La ira del caballero desapareció al instante. Se puso de pie haciendo un ruido metálico y exclamó, demasiado fuerte para el disgusto de Ara—: ¡Vamos, seguidme, queridos amigos, y hallaremos lo que buscamos o pereceremos en el empeño! —Volvió a tirar de la espada sin ningún resultado, intentó pero no pudo montar en el caballo, y exclamó—: ¡A pie, pues, bravos caballeros y gentiles señoras! ¡Vamos!

Y corrió por el lado izquierdo del marco, haciendo un fuerte ruido metálico.

Corrieron tras él por el pasillo, siguiendo el sonido de su armadura. De vez en cuando lo localizaban delante de ellos, cruzando un cuadro.

—¡Endureced vuestros corazones, lo peor está aún por llegar! —gritó el caballero, y volvieron a verlo enfrente de un grupo alarmado de mujeres con miriñaque, cuyo cuadro colgaba en el muro de una estrecha escalera de caracol.

Jadeando, Ara, Harry, Ron y Hermione ascendieron los escalones mareándose cada vez más, hasta que oyeron un murmullo de voces por encima de ellos y se dieron cuenta de que habían llegado al aula.

—¡Adiós! —gritó el caballero asomando la cabeza por el cuadro de unos monjes de aspecto siniestro—. ¡Adiós, compañeros de armas! ¡Si en alguna ocasión necesitáis un corazón noble y un temple de acero, llamad a sir Cadogan!

—Sí, lo haremos —murmuró Ron cuando desapareció el caballero, se inclinó y le susurró a Ara—, si alguna vez necesitamos a un chiflado.

Ella le dio un codazo, mordiéndose el labio inferior para contener la risa.

Subieron los escalones que quedaban y salieron a un rellano diminuto en el que ya aguardaba la mayoría de la clase. No había ninguna puerta en el rellano, sólo una trampilla circular con una placa de bronce.

Entonces, la trampilla se abrió de repente y una escalera plateada descendió hasta sus pies. Todos se quedaron en silencio.

—Las damas primero —le dijo Ron a Ara.

—Bueno, en ese caso, ¿por qué no subes tú entonces? —preguntó ella con una sonrisa inocente.

Ron se limitó a poner los ojos en blanco, pero antes de que pudiera decir nada, Harry subió por la escalera y ellos lo siguieron.

Fue a dar al aula de aspecto más extraño que había visto en su vida. No se parecía en nada a un aula; era algo a medio camino entre un ático y un viejo salón de té. Al menos veinte mesas circulares, redondas y pequeñas, se apretujaban dentro del aula, todas rodeadas de sillones tapizados con tela de colores y de cojines pequeños y redondos. Todo estaba iluminado con una luz tenue y roja. Había cortinas en todas las ventanas y las numerosas lámparas estaban tapadas con pañoletas rojas. Hacía un calor agobiante, y el fuego que ardía en la chimenea, bajo una repisa abarrotada de cosas, calentaba una tetera grande de cobre y emanaba una especie de perfume denso. Las estanterías de las paredes circulares estaban llenas de plumas polvorientas, cabos de vela, muchas barajas viejas, infinitas bolas de cristal y una gran cantidad de tazas de té.

—¿Dónde está la profesora? —preguntó Ron.

De repente salió de las sombras una voz suave:

—Bienvenidos —dijo—. Es un placer veros por fin en el mundo físico.

La profesora Trelawney se acercó a la chimenea y vieron que era sumamente delgada. Sus grandes gafas aumentaban varias veces el tamaño de sus ojos y llevaba puesto un chal de gasa con lentejuelas. De su cuello largo y delgado colgaban innumerables collares de cuentas, y tenía las manos llenas de anillos y los brazos de pulseras.

—Sentaos, niños míos, sentaos —dijo, y todos se encaramaron torpemente a los sillones o se hundieron en los cojines. Ara, Harry, Ron y Hermione se sentaron a la misma mesa redonda—. Bienvenidos a la clase de Adivinación —dijo la profesora Trelawney, que se había sentado en un sillón de orejas, delante del fuego—. Soy la profesora Trelawney. Seguramente es la primera vez que me veis. Noto que descender muy a menudo al bullicio del colegio principal nubla mi ojo interior.

Nadie dijo nada ante esta extraordinaria declaración. Con movimientos delicados, la profesora Trelawney se puso bien el chal y continuó hablando:

—Así que habéis decidido estudiar Adivinación, la más difícil de todas las artes mágicas. Debo advertiros desde el principio de que si no poseéis la Vista, no podré enseñaros prácticamente nada. Los libros tampoco os ayudarán mucho en este terreno. . .

Al oír estas palabras, Ara, Harry y Ron miraron con una sonrisa burlona a Hermione, que parecía asustada al oír que los libros no iban a ser de mucha utilidad en aquella asignatura.

—Hay numerosos magos y brujas que, aun teniendo una gran habilidad en lo que se refiere a transformaciones, hechizos y desapariciones súbitas, son incapaces de penetrar en los velados misterios del futuro —continuó la profesora Trelawney, recorriendo las caras nerviosas con sus ojos enormes y brillantes—. Es un don reservado a unos pocos. Dime, muchacho —dijo de repente a Neville, que casi se cayó del cojín—, ¿se encuentra bien tu abuela?

—Creo que sí —dijo Neville, tembloroso.

—Yo en tu lugar no estaría tan seguro, querido —dijo la profesora Trelawney. El fuego de la chimenea se reflejaba en sus largos pendientes de color esmeralda. Neville tragó saliva. La profesora Trelawney prosiguió plácidamente—. Durante este curso estudiaremos los métodos básicos de adivinación. Dedicaremos el primer trimestre a la lectura de las hojas de té. El segundo nos ocuparemos en quiromancia. A propósito, querida mía —le soltó de pronto a Parvati Patil—, ten cuidado con cierto pelirrojo.

Parvati miró con un sobresalto a Ron, que estaba inmediatamente detrás de ella, y alejó de él su sillón.

Ara se rió en voz baja pero Ron le dio una patada por debajo de la mesa, ella dejó de reírse y le devolvió el golpe y Ron estuvo a punto de darle otra patada pero la profesora Trewlaney continuó.

—Durante el último trimestre, pasaremos a la bola de cristal si la interpretación de las llamas nos deja tiempo. Por desgracia, un desagradable brote de gripe interrumpirá las clases en febrero. Yo misma perderé la voz. Y en torno a Semana Santa, uno de vosotros nos abandonará para siempre. —Un silencio muy tenso siguió a este comentario, pero la profesora Trelawney no pareció notarlo—. Querida —añadió, dirigiéndose a Lavender Brown, que era quien estaba más cerca de ella y que se hundió contra el respaldo del sillón—, ¿me podrías pasar la tetera grande de plata?

Lavender dio un suspiro de alivio, se levantó, cogió una enorme tetera de la estantería y la puso sobre la mesa, ante la profesora Trelawney.

—Gracias, querida. A propósito, eso que temes sucederá el viernes dieciséis de octubre. —Lavender tembló—. Y tú. . . —señaló con su delgado dedo a Ara—. Lo que finalmente te va a romper sucederá en junio.

Ara se limitó a mirar a sus amigos con una ceja alzada. «Vaya sarta de bobadas.»

—Ahora quiero que os pongáis por parejas. Coged una taza de la estantería, venid a mí y os la llenaré. Luego sentaos y bebed hasta que sólo queden los posos. Removed entonces los posos agitando la taza tres veces con la mano izquierda y poned luego la taza boca abajo en el plato. Esperad a que haya caído la última gota de té y pasad la taza a vuestro compañero, para que la lea. Interpretaréis los dibujos dejados por los posos utilizando las páginas cinco y seis de Disipar las nieblas del futuro. Yo pasaré a ayudaros y a daros instrucciones. ¡Ah!, querido... —asió a Neville por el brazo cuando el muchacho iba a levantarse— cuando rompas la primera taza, ¿serás tan amable de coger una de las azules? Las de color rosa me gustan mucho.

Como es natural, en cuanto Neville hubo alcanzado la balda de las tazas, se oyó el tintineo de la porcelana rota. La profesora Trelawney se dirigió a él rápidamente con una escoba y un recogedor, y le dijo:

—Una de las azules, querido, si eres tan amable. Gracias. . .

Cuando Ara y Hermione llenaron las tazas de té, volvieron a su mesa y se tomaron rápidamente la ardiente infusión.

—Bien, sabionda, ¿qué ves en la mía? —dijo Ara, apoyando la mejilla en la palma de la mano.

—Mmm. Oh, hay una rosa, eso significa. . . —respondió y miró en su libro—, que vas a encontrar el amor —movió las cejas pero Ara sólo sonrió y agitó la mano en señal de rechazo—. También hay un cuchillo que significa. . . —miró de nuevo el libro— dolor en tu camino. Hay un perro de aspecto extraño y. . . hay algo que parece un. . . ¿flash? Aunque no logro encontrar los significados de los dos últimos.

—Está bien —Ara se encogió de hombros, acercándose a recoger la taza de Hermione—. No es exactamente alegre, ¿verdad? Pero no pasa nada, de todos modos es probable que todo esté inventado. . . Bien, en tu taza veo─

Pero fue interrumpida por Harry, que soltó una carcajada. La profesora Trewlaney dio media vuelta al oírla.

—Déjame ver eso, querido —le dijo a Ron, en tono recriminatorio, y le quitó la taza de Harry. Todos se quedaron en silencio, expectantes.

La profesora Trelawney miraba fijamente la taza de té, girándola en sentido contrario a las agujas del reloj.

—El halcón. . . querido, tienes un enemigo mortal.

Eso lo sabe todo el mundo —dijo Hermione en un susurro alto. La profesora Trelawney la miró fijamente—. Todo el mundo sabe lo de Harry y Quien-usted-sabe.

Ara sólo miró a su mejor amiga con una sonrisa, se sentía como una madre orgullosa. Harry y Ron la miraron con una mezcla de asombro y admiración. Habían visto a Ara hablarle así a un profesor —cuando se lo merecían por supuesto— pero nunca a Hermione. La profesora Trelawney prefirió no contestar. Volvió a bajar sus grandes ojos hacia la taza de Harry y continuó girándola.

—La porra. . . un ataque. Vaya, vaya. . . no es una taza muy alegre. . .

—Está claro que no ha visto la tuya —murmuró Hermione a Ara.

—Creí que era un sombrero hongo —reconoció Ron con vergüenza.

—La Rosa. . .eso significa que vas a encontrar el amor. . . —continuó.

Hermione, que recordaba lo que había en la taza de Ara, miró entre sus amigos con una expresión pensativa, acudiendo a su mente una posibilidad.

La profesora Trelawney prosiguió.

—La calavera. . . peligro en tu camino. . .

Toda la clase escuchaba con atención, sin moverse. La profesora Trelawney dio una última vuelta a la taza, se quedó boquiabierta y gritó. Luego, sin razón alguna, cogió la taza de Ara, para tener la misma reacción. Ara y Harry se miraron con caras de asombro, preguntándose por qué Trelawney había tenido una reacción tan dramática.

La profesora Trelawney se dejó caer en un sillón vacío, con la mano en el corazón y los ojos cerrados.

—Mis queridos chicos. . . mis pobres niños. . . no. . . es mejor no decir. . . no. . . no me preguntéis. . .

—¿Qué es, profesora? —dijo inmediatamente Dean Thomas. Todos se habían puesto de pie y se habían agolpado al lado de Ara y de Harry, acercándose mucho al sillón de la profesora Trelawney para poder ver las tazas.

—Queridos míos —abrió completamente sus grandes ojos—, tenéis el Grim.

—¿El qué? —preguntó Harry.

Ara y Hermione compartieron una expresión de aburrimiento. Ara siempre había sido una persona de mente abierta, tal vez si estas "figuras" hubieran aparecido en una bola de cristal le hubiera parecido más creíble, ¿por un ? Ni por asomo.

—¡El Grim, querido, el Grim! —exclamó la profesora Trelawney, que parecía extrañada de que Ara y Harry no hubieran comprendido—. ¡El perro gigante y espectral que ronda por los cementerios! Mis queridos chicos, se trata de un augurio, el peor de los augurios─ el augurio de la muerte.

¿La muerte

Las cejas de Ara se fruncieron, eso era más creíble, viendo que ella y Harry habían estado a punto de morir más veces de las que preferirían, pero todo el mundo moría en algún punto, así que a lo mejor Trewlaney los estaba viendo morir de viejos o algo, aunque eso no explicaría por qué sólo ella y Harry tenían el Grim.

Decidió dejarlo estar, no quería ocuparse de pensamientos moribundos en ese momento, sobre todo porque tantas otras cosas ya ocupaban su mente inquieta.

Todos miraron a Ara y a Harry; todos excepto Hermione, que se había levantado y se había acercado al respaldo del sillón de la profesora Trelawney.

No creo que se parezca a un Grim —dijo Hermione rotundamente.

La profesora Trelawney examinó a Hermione con creciente desagrado.

—Perdona que te lo diga, querida, pero percibo muy poca aura a tu alrededor. Muy poca receptividad a las resonancias del futuro.

Seamus Finnigan movía la cabeza de un lado a otro.

—Parece un Grim si miras así —decía con los ojos casi cerrados—, pero así parece un burro —añadió inclinándose a la izquierda.

—¿Qué estáis mirando todos? —dijo Ara hacia la gente que la estaba mirando, haciéndoles apartar apresuradamente la mirada.

—¡Cuando hayáis terminado de decidir si vamos a morir o no. . .! —dijo Harry, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Nadie quería mirarlos.

—Creo que hemos concluido por hoy —dijo la profesora Trelawney con su voz más leve—. Sí. . . por favor, recoged vuestras cosas. . .

Silenciosamente, los alumnos entregaron las tazas de té a la profesora Trelawney, recogieron los libros y cerraron las mochilas. Incluso Ron evitó los ojos de Ara y Harry.

—Hasta que nos veamos de nuevo —dijo débilmente la profesora Trelawney—, que la buena suerte os acompañe. Ah, querido. . . —señaló a Neville—, llegarás tarde a la próxima clase, así que tendrás que trabajar un poco más para recuperar el tiempo perdido.

Ara, Harry, Ron y Hermione bajaron en silencio la escalera de mano del aula y luego la escalera de caracol, y luego se dirigieron a la clase de Transformaciones de la profesora McGonagall. Tardaron tanto en encontrar el aula que, aunque habían salido de la clase de Adivinación antes de la hora, llegaron con el tiempo justo.

Ara y Harry se sentaron uno al lado del otro al final del aula, sintiéndose el centro de atención: el resto de la clase no dejaba de dirigirles miradas furtivas, como si estuvieran a punto de caerse muertos. Ara les lanzó una mirada para que se dieran la vuelta. Apenas oían lo que la profesora profesora McGonagall les decía sobre los animagos, Ara ya sabía todo lo que había que saber, ya que ella misma lo era, siempre había querido serlo desde que Percy le regaló un libro sobre el tema, y su misión al llegar por primera vez a Hogwarts era convertirse en uno en cuanto pudiera, y finalmente lo consiguió en segundo año. No había sido un viaje fácil, pero su determinación no le permitió renunciar a intentarlo.

Ara ni siquiera prestaba la menor atención cuando la profesora McGonagall se transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos.

—¿Qué os pasa hoy? —preguntó la profesora McGonagall, recuperando la normalidad con un pequeño estallido y mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la primera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase.

Todos se volvieron hacia Ara y Harry, pero nadie dijo nada. Hermione levantó la mano.

—Por favor, profesora. Acabamos de salir de nuestra primera clase de Adivinación y. . . hemos estado leyendo las hojas de té y─

—¡Ah, claro! —exclamó la profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más, señorita Granger. Decidme, ¿quién de vosotros morirá este año?

Todos la miraron fijamente.

—Nosotros —respondieron por fin Ara y Harry.

—Ya veo —dijo la profesora McGonagall, clavando en Ara y Harry sus ojos brillantes y redondos como canicas—. Pues tendríais que saber, Black, Potter, que Sybill Trelawney, desde que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía. Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promoción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas. . . —La profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y los alumnos vieron que su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es una de las ramas más imprecisas de la magia. No os ocultaré que la adivinación me hace perder la paciencia. Los verdaderos videntes son muy escasos, y la profesora Trelawney. . . —Volvió a detenerse y añadió en tono práctico—: Me parece que tenéis una salud estupenda, así que me disculparéis que no os perdone hoy los deberes de mañana. Os aseguro que si os morís no necesitaréis entregarlos.

—No te preocupes, Minnie, no pienso morirme en un futuro próximo —Ara se inclinó, dedicándole una sonrisa a la profesora—. Te aburrirías mucho sin mí, nunca podría hacerte eso.

—Tan halagadora como siempre, señorita Black —dijo McGonagall, aparentando cansancio. Desde luego, ya llevaba dos años tratando con ella.

Ara y Hermione se echaron a reír. Harry se sintió un poco mejor. Lejos del aula tenuemente iluminada por una luz roja y del perfume agobiante, era más difícil aterrorizarse por unas cuantas hojas de té. Sin embargo, no todo el mundo estaba convencido. Ron seguía preocupado y Lavender susurró:

—Pero ¿y la taza de Neville?

Ara se inclinó hacia atrás al continuar la clase, con una frase en concreto resonando en su mente;

«Lo que finalmente te va a romper sucederá en junio.»

Decidió ignorarlo y prestó atención a su profesora favorita.

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CUANDO TERMINÓ LA CLASE DE TRANSFORMACIONES, se unieron a la multitud que se dirigía bulliciosamente al Gran Comedor para el almuerzo.

—Ánimo, Ron —dijo Hermione, empujando hacia él una bandeja de estofado—. Ya has oído a la profesora McGonagall.

Ron se sirvió estofado con una cuchara y cogió su tenedor, pero no empezó a comer.

—Ara, Harry —dijo en voz baja y grave—, vosotros no habéis visto en ningún sitio un perro negro y grande, ¿verdad?

Ara sacudió la cabeza, intentando buscar en su mente un recuerdo que contuviera una bestia grande y aterradora, pero no encontró nada. Sin embargo, un perro negro había visitado la Madriguera varias veces durante el verano, sólo que ella no se había dado cuenta.

—Sí, lo he visto —dijo Harry—. Lo vi la noche que abandoné la casa de los Dursley.

Ara se giró para mirarlo y Ron dejó caer el tenedor, que hizo mucho ruido.

—Probablemente era un perro callejero —dijo Hermione muy tranquila.

Ron miró a Hermione como si se hubiera vuelto loca.

—Hermione, si Harry ha visto un Grim, eso es. . . eso es terrible —aseguró—. Nuestro tío Bilius vio uno y. . . ¡murió veinticuatro horas más tarde!

—¡Oh, sí, lo recuerdo! Pero dudo que ocurriera porque viera un perro, Ron —dijo Ara con voz algo serena.

—Sí, casualidad —arguyó Hermione sin darle importancia, sirviéndose a sí misma y a Ara un poco de zumo de calabaza.

—¡No sabéis lo que decís! —dijo Ron empezando a enfadarse—. Los Grims ponen los pelos de punta a la mayoría de los brujos.

—Ahí tienes la prueba —dijo Hermione en tono de superioridad—. Ven al Grim y se mueren de miedo. El Grim no es un augurio, ¡es la causa de la muerte! Y Harry, que ha visto al Grim, todavía está con nosotros porque no es tan tonto para ver uno y pensar: «¡Me marcho al otro barrio!»

Ron movió los labios sin pronunciar nada. Hermione abrió la mochila, sacó su libro de Aritmancia y lo apoyó abierto en la jarra de zumo.

—Creo que la adivinación es algo muy impreciso —dijo buscando una página—; si quieres saber mi opinión, creo que hay que hacer muchas conjeturas.

—Estoy con Hermione en esto, el té no parece muy fiable para mí. Así que no te preocupes, Wonder boy, no nos vamos a morir —le dijo Ara mientras ponía los ojos en blanco.

—No había nada de impreciso en los Grims que se dibujaron en las tazas —dijo Ron, acalorado.

—No estabas tan seguro de eso cuando le decías a Harry que se trataba de una oveja —repuso Hermione con serenidad, y Ara chasqueó la lengua antes de echarse a reír.

Harry trató de concentrarse en el sonido de la risa de Ara en lugar de en las palabras que había dicho Trelawney.

—¡La profesora Trelawney dijo que no tenías un aura adecuada para la adivinación! Lo que pasa es que no te gusta no ser la primera de la clase.

Acababa de poner el dedo en la llaga. Hermione golpeó la mesa con el libro con tanta fuerza que salpicó carne y zanahoria por todos lados.

—Si ser buena en Adivinación significa que tengo que hacer como que veo augurios de muerte en los posos del té, no estoy segura de que vaya a seguir estudiando mucho tiempo esa asignatura. Esa clase fue una porquería comparada con la de Aritmancia.

Cogió la mochila y se fue sin despedirse.

Ron la siguió con la vista, frunciendo el entrecejo.

—Pero ¿de qué habla? ¡Todavía no ha asistido a ninguna clase de Aritmancia!

—Ron, cariño, cómete las verduras y métete en tus asuntos, por favor.


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