𝟮 。・:*˚:✧。 deja vu.✓

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━ ✩・*。𝐁𝐋𝐀𝐂𝐊 & 𝐏𝐎𝐓𝐓𝐄𝐑 。˚⚡
002.┊ DEJA VÚ.
canción: deja vu por olivia rodrigo.

ARA SE PASÓ LA CHAQUETA DE CUERO POR LOS HOMBROS, la prenda le quedaba un poco grande teniendo en cuenta que cuando Bill se la regaló por su duodécimo cumpleaños le había comprado una talla más para asegurarse de que le duraría más. Un leve "miau" robó su atención y se giró para mirar suavemente a Venus, que estaba tumbada en la cama.

—¿Tienes hambre? —dijo Ara, acercándose y sentándose a su lado, acariciándole la parte superior de su cabeza.

Venus la miró expectante.

—Buen intento, te acabo de dar de comer.

Pero a la gata no parecieron importarle sus palabras, simplemente se acurrucó más en su abrazo mientras se recostaba en su regazo, haciendo que Ara soltara una risita. Sus ojos se desviaron hacia la mesilla de noche, donde había un arrugado póster de SE BUSCA VIVO O MUERTO, con la cara de Sirius Black en el centro. Ara enarcó las cejas y abrazó con fuerza a su gata. Llevaba mirando aquella foto más tiempo del que le gustaría admitir, los ojos embrujados —tan parecidos a los suyos— que le devolvían la mirada la atraían incluso cuando intentaba resistirse.

Odiaba a ese hombre desde que tenía memoria. Él era la razón por la que Ara era odiada por prácticamente todos los que entraban en contacto con ella, aparte de su familia y amigos. Él era la razón por la que recibía miradas acaloradas cada vez que salía a la calle. Él era la razón por la que odiaba su apellido. Él era quien aparecía en sus pesadillas, atormentándola con la idea de que algún día acabaría siendo como él.

Sirius Black era la raíz de todos sus problemas y, por mucho que lo intentara, nunca sería capaz de quitárselo de encima. Ara siempre sería su hija, aunque no se considerara como tal. "Hija del Asesino en Masa" es lo que la gente susurraba no tan bajito cada vez que ella estaba cerca.

Ser la hija de Sirius Black era una auténtica pesadilla. La gente nunca la vería como Ara Black a secas.

Antes de que su mente pudiera entrar en una espiral más profunda, la puerta de su habitación se abrió de golpe, dejando ver a Ron, que parecía estar ya listo para irse.

—¡Cuántas veces, Ron─!

—¡Lo sé! Que toque antes de entrar, pero papá dice que bajemos a desayunar, me ha dicho que viniera a buscarte —refunfuñó Ron.

—Aún así podrías haber tocado.

—Buenos días a ti también.

—Lo era hasta que has aparecido─

—Caray, eres una pesada─

—¿Venís? —De repente, Harry apareció junto a Ron, dedicándole a Ara una pequeña sonrisa— Buenos días.

—Buenos días —Ara le devolvió la sonrisa, haciendo que Ron se burlara un poco de que sólo le arrancaría su cabeza a mordiscos—. Sí, sólo un momento─

Se quedaron en la puerta esperándola mientras ella daba una vuelta para asegurarse de que había hecho todo el equipaje. Mientras lo hacía, echó una última mirada a la cara de Sirius Black antes de hacer una bola con el póster y tirarlo a la basura. Por último, se aseguró de coger su perro negro de peluche de la cama y colocarlo encima de su baúl para asegurarse de que no se le olvidaba.

—No me puedo creer que sigas llevando esa cosa a todas partes —se rió Ron, refiriéndose a su peluche.

—Podría decir lo mismo de Scabbers —respondió Ara, haciendo que Ron la mirara mal mientras ella cerraba la puerta de su habitación, asegurándose de que Venus se quedara dentro. Estaba un poco a la defensiva de su pequeño perro de peluche, por viejo que fuera, era lo único que tenía de su madre. O al menos ella pensaba que era un pedazo de su madre, la señora Weasley había dicho que Ara siempre lo había tenido incluso antes de que la adoptaran.

Harry le dio un codazo, llamando su atención mientras le dirigía una mirada y Ara le lanzó una mirada confusa. Él frunció los labios e hizo un gesto con la cabeza hacia Ron, recordándole que habían acordado contarle a él y a Hermione lo que habían oído la noche anterior, y la cara de Ara se contorsionó al darse cuenta.

—Ronnie —comenzó Ara—. Tenemos algo que contarte─

Pero su frase se interrumpió cuando Percy irrumpió entre los tres, murmurando furiosamente en voz baja.

—¿Qué? —preguntó Ron.

—Nosotros─

Harry fue interrumpido cuando los gemelos corrieron entre ellos, haciéndolos tropezar y resoplar de la sorpresa.

—¿Qué me ibais a contar? —preguntó Ron, mirando con el ceño ligeramente fruncido las figuras de Fred y George que se retiraban.

—Más tarde —murmuró Harry mientras Ara dejaba escapar un suspiro.

Con el ajetreo de la partida, ni Ara ni Harry tuvieron tiempo de hablar con Ron o Hermione. Todos estaban muy ocupados bajando los baúles por la estrecha escalera del Caldero Chorreante y apilándolos en la puerta, con Hedwig y Hermes, el autillo de Percy, coronando la pila de equipajes, dentro de sus jaulas. Ara se había asegurado de colocar a Venus con cuidado en su jaula, junto con las otras mascotas. Al lado de los baúles había un pequeño cesto de mimbre que bufaba ruidosamente.

—¿Qué me ibais a contar? —preguntó Ron a Ara y a Harry cuando se sentaron. Habían intentado contarle lo de anoche pero les interrumpieron.

—Más tarde —murmuró Harry, al mismo tiempo que Percy irrumpía en el comedor.

Con el ajetreo de la partida, Ara y Harry tampoco tuvieron tiempo de hablar con Ron o Hermione. Todos estaban muy ocupados bajando los baúles por la estrecha escalera del Caldero Chorreante y apilándolos en la puerta, con Hedwig y Hermes, la lechuza de Percy, encaramadas en sus jaulas. Ara se había asegurado de colocar a Venus con cuidado en su jaula, junto con las otras mascotas. Al lado de los baúles había un pequeño cesto de mimbre que bufaba ruidosamente.

—Vale, Crookshanks —susurró Hermione a través del mimbre—, te dejaré salir en el tren.

—No lo harás —dijo Ron terminantemente—. ¿Y la pobre Scabbers? —Se señaló el bolsillo del pecho, donde un bulto revelaba que Scabbers estaba allí acurrucada.

El señor Weasley, que había aguardado fuera a los coches del Ministerio, se asomó al interior.

—Aquí están —anunció—. Vamos, Ara, Harry.

El señor Weasley condujo a Ara y a Harry a través del corto trecho de acera hasta el primero de los dos coches antiguos de color verde oscuro, los dos conducidos por brujos de mirada furtiva con uniforme de terciopelo verde esmeralda.

—Subid —dijo el señor Weasley, mirando a ambos lados de la calle llena de gente. Ara y Harry subieron a la parte trasera del coche, y enseguida se reunieron con ellos Hermione y Ron.

Ara frunció el ceño inconscientemente por el trato que estaba recibiendo. Seguramente Sirius Black no los atacaría a plena luz del día, así que todo aquel trato especial era muy innecesario. Odiaba que la trataran diferente, apreciaba los intentos de sus padres por protegerla tanto como podían, pero Ara deseaba que se calmaran. Las miradas de lástima eran algo que la hacían querer salirse de su propia piel, nunca fue buena aceptando lástima o siquiera ayuda. Y como siempre, Sirius Black era el culpable de su situación.

—¿Qué pasa por tu cabeza? —susurró Harry, captando la expresión de su rostro e ignorando las riñas de Ron y Hermione.

—Un lunático asesino —dijo Ara, en voz baja—. Todavía quiero saber cuáles son sus intenciones.

Las cejas de Harry se alzaron.

—Matarnos. . . ¿no lo has oído?

—Bueno, sí, pero es un poco raro, ¿no crees? —Ara agachó un poco la cabeza, asegurándose de que Ron y Hermione no la oyeran—. Quiero decir, ¿por qué esperar doce años para matarnos? Si pudo escapar ahora podría haberlo hecho mucho antes, estoy segura, ¿qué ha cambiado ahora?

Harry negó con la cabeza, desconcertado.

—No tengo ni idea.

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EL VIAJE HASTA KING'S CROSS fue muy tranquilo. Llegaron con veinte minutos de adelanto; los conductores del Ministerio les consiguieron carritos, descargaron los baúles, saludaron al señor Weasley y se alejaron, poniéndose, sin que se supiera cómo, los primeros en la cola de coches que esperaban parados ante el semáforo.

El señor Weasley se mantuvo muy pegado a Ara y Harry durante todo el camino por la estación.

—Bien, pues —propuso mirándolos a todos—. Como somos muchos, vamos a entrar en grupos. Yo pasaré primero con Harry y Ara.

El señor Weasley fue hacia la barrera que había entre los andenes nueve y diez, empujando los carritos de Ara y Harry.

Un instante después, cayeron de lado a través del metal sólido y se encontraron en el andén nueve y tres cuartos. Levantaron la mirada y vieron el expreso de Hogwarts.

De repente, detrás de ellos aparecieron Percy y Ginny. Jadeaban y parecía que habían atravesado la barrera corriendo.

—¡Ah, ahí está Penelope! —dijo Percy, alisándose el pelo y sonrojándose. Ara atrajo la mirada de Harry, y ambos se volvieron para ocultar la risa en el momento en que Percy se acercaba sacando pecho a una chica de pelo largo y rizado.

Después de que Hermione y el resto de los Weasley se reunieran con ellos, Ara, Harry y Ron se abrieron paso hasta el final del tren, pasaron ante compartimentos repletos de gente y llegaron finalmente a un vagón que estaba casi vacío. Subieron los baúles, pusieron a Hedwig, a Venus y a Crookshanks en la rejilla portaequipajes, y volvieron a salir para la despedida.

Después de que Hermione y el resto de los Weasley se reunieran con ellos, Ara, Harry y Ron se abrieron paso hasta el final del tren, pasaron ante compartimentos repletos de gente y llegaron finalmente a un vagón que estaba casi vacío. Subieron los baúles, pusieron a Hedwig, a Venus y a Crookshanks en la rejilla portaequipajes, y volvieron a salir para la despedida.

—Cuídate, Ara. ¿Lo harás? —La señora Weasley alisó el largo pelo negro de Ara después de despedirse con un beso de todos sus otros hijos y de Hermione—. No te metas en muchos líos, señorita, un día de estos le vas a dar un ataque a la profesora McGonagall.

Ara chasqueó los labios.

—Ah. . . ya sabes que no puedo prometer eso.

—¡Oh, tú! —regañó ligeramente la señora Weasley, pero aun así la atrajo hacia sí para darle un cálido abrazo maternal, besándole la mejilla cuando se separaron. A continuación, tiró de Harry para abrazarlo también, haciéndole sentir un poco avergonzado mientras sus orejas se ponían rosadas, lo que hizo reír a Ara.

Entonces la señora Weasley abrió su enorme bolso y dijo:

—He preparado bocadillos para todos. Aquí los tenéis, Ron. . . no, no son de conserva de buey. . . Fred. . . ¿dónde está Fred? ¡Ah, estás ahí, cariño. . .!

—Ara, Harry —les dijo en voz baja el señor Weasley—, venid aquí un momento.

Señaló una columna con la cabeza y los dos lo siguieron hasta ella. Se pusieron detrás, dejando a los otros con la señora Weasley.

—Tengo que deciros una cosa antes de que os vayáis —dijo el señor Weasley con voz tensa.

—Está bien, Arthur, ya lo sabemos —admitió Ara, viendo que sus ojos se abrían de par en par.

—¿Lo sabéis? ¿Cómo habéis podido saberlo?

—Nosotros... eh... Les oímos anoche a usted y a la señora Weasley. No pudimos evitarlo —añadió Harry rápidamente— Lo sentimos─

—No quería que os enterarais de esa forma —dijo el señor Weasley, muy nervioso, enviando una mirada de simpatía a su hija.

Ara sacudió la cabeza ante la mirada triste que le estaba dirigiendo.

—Está bien, de verdad.

—Ha sido la mejor manera. Así nos hemos podido enterar y usted no ha faltado a la palabra que le dio a Fudge.

—Debéis de estar muy asustados─

—No lo estamos —contestó Ara con sinceridad.

De verdad —añadió Harry, porque el señor Weasley lo miraba incrédulo.

—Mirad, sabía que estábais hechos. . , bueno, de una pasta más dura de lo que Fudge cree. Me alegra que no tengáis miedo, pero─

—¡Arthur! —gritó la señora Weasley, que ya hacía subir a los demás al tren—. ¡Arthur!, ¿qué haces? ¡Está a punto de irse!

—¡Ya vamos, Molly! —dijo el señor Weasley. Pero se volvió a los dos y siguió hablando, más bajo y más deprisa—. Escuchad, quiero que me deis vuestra palabra─

—¿De que seremos unos buenos chicos y nos quedaremos en el castillo? —preguntó Harry con tristeza.

—No exactamente —respondió el señor Weasley, más serio que nunca —. Prometedme que no iréis en busca de Black.

Ara y Harry lo miraron con incredulidad.

—¿Qué? —soltó Harry.

Se oyó un potente silbido y pasaron unos guardias cerrando todas las puertas del tren.

—Prometedme, Ara, Harry —dijo el señor Weasley hablando aún más aprisa—, que ocurra lo que ocurra─

—¿Por qué íbamos a ir nosotros detrás de alguien que sabemos que quiere matarnos? —dijo Ara inexpresivamente. Claro, era curiosa, pero no estúpida.

—Prometedme que, oigáis lo que oigáis─

—¡Arthur, aprisa! —gritó la señora Weasley.

Salía vapor del tren. Éste había comenzado a moverse. Ara y Harry corrieron hacia la puerta del vagón (después de que Ara le diera al señor Weasley un abrazo muy apresurado), y Ron la abrió y se echó atrás para dejarles pasar. Se asomaron por la ventanilla y dijeron adiós con la mano a los señores Weasley hasta que el tren dobló una curva y se perdieron de vista.

—Tenemos que hablaros a solas —dijo Harry entre dientes a Ron y Hermione en cuanto el tren tomó velocidad.

—Vete, Ginny —dijo Ron.

Ginny miró suplicante a Ara, pero por mucho que quisiera que se quedara sabía que no podía, así que le dirigió una mirada de disculpa.

—Lo siento, Gin.

—¡Oh, qué bien! —respondió Ginny de mal humor, y se marchó muy ofendida.

Ara, Harry, Ron y Hermione recorrieron el pasillo en busca de un compartimento vacío, pero todos estaban llenos salvo uno que se encontraba justo al final del tren.

En éste sólo había un ocupante: un hombre que estaba sentado al lado de la ventana y profundamente dormido. Ara, Harry, Ron y Hermione se detuvieron ante la puerta. El expreso de Hogwarts estaba reservado para estudiantes y nunca habían visto a un adulto en él, salvo la bruja que llevaba el carrito de la comida.

El extraño llevaba una túnica de mago muy raída y remendada. Parecía enfermo y exhausto. Aunque joven, su pelo castaño claro estaba veteado de gris.

—¿Quién será? —susurró Ron en el momento en que se sentaban y cerraban la puerta, eligiendo los asientos más alejados de la ventana. Ara y Harry se sentaron uno al lado del otro.

—Es el profesor R. J. Lupin —susurró Hermione de inmediato.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo pone en su maleta —respondió Hermione señalando el portaequipajes que había encima del hombre dormido, donde había una maleta pequeña y vieja atada con una gran cantidad de nudos.

—Me pregunto qué enseñará —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando el pálido perfil del profesor Lupin.

Ara miró atentamente al hombre, inspeccionando las partes poco visibles de su cara con los ojos entrecerrados. Parpadeó un par de veces al sentir una extraña sensación de familiaridad, pero se encogió de hombros y le restó importancia, concluyendo que nunca se había cruzado con aquel hombre.

—Está claro —susurró Hermione—. Sólo hay una vacante, ¿no es así? Defensa Contra las Artes Oscuras.

Los cuatro estudiantes ya habían tenido dos profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, que habían durado sólo un año cada uno. Se decía que el puesto estaba gafado, y Ara casi se lo creía, ni uno solo de los profesores que habían tenido era bueno.

—Bueno, espero que no sea como los anteriores —dijo Ron, no muy convencido—. No parece capaz de sobrevivir a un maleficio hecho como Dios manda —Ara le dio una patada a modo de reprimenda y él se la devolvió antes de continuar—. Pero bueno, ¿qué nos ibais a contar?

Ara y Harry explicaron la conversación entre el señor y la señora Weasley y las advertencias que el señor Weasley acababa de hacerles. Cuando terminaron, Ron parecía atónito y Hermione se tapaba la boca con las manos. Las apartó para decir:

—¿Sirius Black ha escapado para ir a por vosotros dos? ¡Ah, Harry, Ara. . . tendréis que tener muchísimo cuidado! No vayáis en busca de problemas—

—Nosotros no buscamos problemas —respondió Harry, molesto. Ara asintió en señal de confirmación—. Los problemas normalmente nos encuentran a nosotros.

—¡Qué tontos tendrían que ser para ir detrás de un chalado que quiere matarlos! —exclamó Ron, temblando. luego miró agudamente a Ara—. No lo harás, ¿verdad?

Ara le lanzó una mirada inexpresiva.

—Claro que no, no soy idiota.

Se tomaban la noticia peor de lo que habían esperado. Tanto Ron como Hermione parecían tenerle a Black más miedo que ellos.

—Nadie sabe cómo se ha escapado de Azkaban —dijo Ron, incómodo—. Es el primero que lo consigue. Y estaba en régimen de alta seguridad.

—Pero lo atraparán, ¿a que sí? —dijo Hermione convencida, mirando con preocupación a Ara—. Al fin y al cabo, también lo buscan los muggles. . .

—Si tienen suerte —dijo Ara, jugando con la cremallera de su chaqueta—. Como ha dicho Ron, se ha escapado de una prisión de alta seguridad, es el primero que lo ha hecho, no creo que esconderse sea un gran problema para él.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó de repente Ron.

De algún lugar llegaba un leve silbido. Miraron por el compartimento.

—Viene de tu baúl, Harry —dijo Ron, poniéndose en pie y alcanzando el portaequipajes.

Un momento después, había sacado el chivatoscopio de bolsillo de entre la túnica de Harry. Daba vueltas muy deprisa sobre la palma de la mano de Ron, brillando muy intensamente.

—¿Eso es un chivatoscopio? —preguntó Ara con interés, levantando la cabeza para verlo mejor.

—Sí. . . Pero, claro, es de los más baratos —dijo Ron—. Se puso como loco cuando lo até a la pata de Errol para enviárselo a Harry.

—¿No hacías nada malo en ese momento? —preguntó Hermione con perspicacia.

—¡No! Bueno. . . no debía utilizar a Errol. Ya sabes que no está preparado para viajes largos. . . Pero ¿de qué otra manera hubiera podido hacerle llegar a Harry el regalo?

—Vuelve a meterlo en el baúl —le aconsejó Harry, porque su silbido les perforaba los oídos— o lo despertará.

Señaló al profesor Lupin con la cabeza. Ron metió el chivatoscopio en un calcetín especialmente horroroso de tío Vernon, que ahogó el silbido, y luego cerró el baúl.

—Podríamos llevarlo a que lo revisen en Hogsmeade —dijo Ron, volviendo a sentarse—. Fred y George me han dicho que en Dervish y Banges, una tienda de instrumentos mágicos, venden cosas de este tipo.

—¿Sabes más cosas de Hogsmeade? —dijo Hermione con entusiasmo—. He leído que es la única población enteramente no muggle de Gran Bretaña.

—Sí, eso creo —respondió Ron de modo brusco—. Pero no es por eso por lo que quiero ir. ¡Sólo quiero entrar en Honeydukes!

—¿Qué es eso? —preguntó Hermione.

—Es una tienda de golosinas —respondió Ara, sonriendo al ver la cara de felicidad de Ron—. El sitio favorito de Ronnie.

—Tienen de todo. . . —dijo Ron, con la voz llena de asombro— Diablillos de pimienta que te hacen echar humo por la boca. . . y grandes bolas de chocolate rellenas de mousse de fresa y nata de Cornualles, y plumas de azúcar que puedes chupar en clase para que parezca que estás pensando lo que vas a escribir a continuación─

—Pero Hogsmeade es un lugar muy interesante —presionó Hermione con impaciencia—. En Lugares históricos de la brujería se dice que la taberna fue el centro en que se gestó la revuelta de los duendes de 1612. Y la Casa de los Gritos se considera el edificio más embrujado de Gran Bretaña─

—. . . Y enormes bolas de helado que te levantan unos centímetros del suelo mientras les das lengüetazos —continuó Ron, que no oía nada de lo que decía Hermione.

Hermione se volvió hacia Ara y Harry.

—¿No será estupendo salir del colegio para explorar Hogsmeade?

—Supongo que sí —respondió Harry, apesadumbrado—. Ya me lo contaréis cuando lo hayáis descubierto.

—¿Qué? ¿No vas a ir? —preguntó Ara, mirándolo con el ceño fruncido.

—Yo no puedo ir. Los Dursley no firmaron la autorización y Fudge tampoco quiso hacerlo.

Ron se quedó horrorizado.

—¿Que no puedes venir? Pero. . . hay que buscar la forma. . . McGonagall o algún otro te dará permiso─

Harry se rió con sarcasmo. La profesora McGonagall, jefa de la casa Gryffindor, era muy estricta.

—Al menos no estarás solo —dijo Ara de repente, y todos la miraron.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Harry.

—Porque tampoco voy a ir—

—¿QUÉ? —Ron casi saltó de su asiento.

—Molly pensó que lo mejor sería que me quedara durante este tiempo —explicó Ara—. Ya sabéis, ya que Sirius Black está ahí fuera y explorando, así que. . . serás obsequiado con mi compañía, Harold.

Harry sonrió, eso le hizo sentir un poco mejor, aun así, pensó que era injusto que ambos se quedaran dentro cuando todos los demás estaban fuera pasándolo bien.

—Podemos preguntar a Fred y a George. Ellos conocen todos los pasadizos secretos para salir del castillo─

—¡Ron! —le interrumpió Hermione—. Creo que Ara y Harry no deberían andar saliendo del colegio a escondidas estando suelto Black─

—Ya, supongo que eso es lo que dirá McGonagall cuando le pidamos el permiso —observó Harry con amargura.

Puede ser estricta, no creo que mis ojos de cachorrito sean lo suficientemente tiernos como para persuadirla esta vez —Ara se puso de brazos cruzados con mal humor.

—Pero si nosotros estamos con ellos. . . —dijo Ron enérgicamente a Hermione—. Black no se atreverá a─

—No digas tonterías, Ron —interrumpió Hermione—. Black ha matado a un montón de gente en mitad de una calle concurrida. ¿Crees realmente que va a dejar de atacar a Ara y a Harry porque estemos con ellos?

Mientras hablaba, Hermione enredaba las manos en la correa de la cesta en la que iba Crookshanks.

—¡No dejes suelta esa cosa! —exclamó Ron. 

Pero ya era demasiado tarde. Crookshanks saltó con ligereza de la cesta, se desperezó, bostezó y se subió de un brinco a las rodillas de Ron; el bulto del bolsillo de Ron estaba temblando y él se quitó al gato de encima, dándole un empujón, irritado.

—¡Apártate de aquí!

—¡No, Ron! —exclamó Hermione con enfado.

Ron estaba a punto de responder cuando el profesor Lupin se movió. Lo miraron con aprensión, pero él se limitó a volver la cabeza hacia el otro lado, con la boca todavía ligeramente abierta, y siguió durmiendo.

El expreso de Hogwarts seguía hacia el norte, sin detenerse. Y el paisaje que se veía por las ventanas se fue volviendo más agreste y oscuro mientras aumentaban las nubes. A través de la puerta del compartimento se veía pasar gente hacia uno y otro lado. Crookshanks se había instalado en un asiento vacío, con su cara aplastada vuelta hacia Ron, y tenía los ojos amarillentos fijos en su bolsillo superior.

Ara decidió sacar también a Venus, ya que Crookshanks se había calmado. Ron quiso protestar pero cerró la boca cuando Ara lo fulminó con la mirada, tomó a su gata con manos cuidadosas y se acomodó de nuevo en su asiento, con Venus acurrucada entre ella y Harry, sonrió levemente al ver que Harry acariciaba inconscientemente su pelaje.

A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida.

—¿Crees que deberíamos despertarlo? —preguntó Ron, incómodo, señalando al profesor Lupin con la cabeza—. Por su aspecto, creo que le vendría bien tomar algo.

Hermione se aproximó cautelosamente al profesor Lupin.

—Eeh. . . ¿profesor? —dijo—. Disculpe. . . ¿profesor?

El dormido no se inmutó.

—No te preocupes, querida —dijo la bruja, entregando un gran montón de pasteles con forma de caldero—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista.

—Está dormido, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja cuando la bruja cerró la puerta del compartimento—. Quiero decir que─ no está muerto, claro.

Ara se inclinó para mirarlo mejor y asegurarse de que seguía respirando.

—Está bien —volvió a su asiento, dándole las gracias a Harry cuando éste le pasó una rana de chocolate.

Tal vez no fuera un ameno compañero de viaje, pero la presencia del profesor Lupin en el compartimento tenía su lado bueno. A media tarde, cuando empezó a llover y la lluvia emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y las tres personas a las que tenían menos aprecio aparecieron en la puerta: Draco Malfoy y sus dos amigotes, Vincent Crabbe y Gregory Goyle.

Draco Malfoy, Ara, y Harry se habían convertido en enemigos desde que se conocieron, en su primer viaje en tren a Hogwarts. Malfoy, que tenía una cara pálida, puntiaguda y como de asco, pertenecía a la casa de Slytherin. Crabbe y Goyle parecían no tener otro objeto en la vida que hacer lo que quisiera Malfoy. Los dos eran corpulentos y musculosos; Crabbe era el más alto, y llevaba un corte de pelo de tazón y tenía el cuello muy grueso. Goyle llevaba el pelo corto y erizado, y tenía brazos de gorila.

Ara dejó caer su frente sobre el hombro de Harry.

—Mi día no hace más que mejorar —susurró. Sintió que Harry le palmeaba la espalda en señal de simpatía y ella respiró profundamente antes de volver a levantar la cabeza.

—Bueno, mirad quiénes están ahí —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar, arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento—. Blacky, Potty y Weasel.

Crabbe y Goyle se rieron como bobos.

—He oído que tu padre por fin ha tocado oro este verano, Weasley —dijo Malfoy—. ¿No se habrá muerto tu madre del susto?

Ara y Ron se levantaron tan rápido que tiraron el cesto de Crookshanks al suelo, y Ara se puso en la cara de Malfoy.

—Cierra la boca, hurón —dijo Ara, mirándolo con desprecio.

—¿O qué, Black? ¿Vas a asesinarme al igual que tu padre asesinó a toda esa gente? —dijo Malfoy.

—Bueno, dicen que la manzana nunca cae lejos del árbol —Ara se encogió de hombros—. Así que quién sabe.

El profesor Lupin soltó un resoplido.

—¿Quién es ése? —preguntó Malfoy, dando un paso atrás en cuanto se percató de la presencia de Lupin, y Ara sonrió ante su movimiento.

—Un nuevo profesor —contestó Harry, que se había levantado también por si tenía que sujetar a Ara y a Ron—. ¿Qué decías, Malfoy?

Malfoy entornó sus ojos claros. No era tan idiota como para pelearse delante de las narices de un profesor.

—Vámonos —murmuró a Crabbe y Goyle con rabia. Y desaparecieron.

Ara, Harry y Ron volvieron a sentarse. Ron se frotaba los nudillos.

—No pienso aguantarle nada a Malfoy este curso —dijo enfadado—. Lo digo en serio. Si hace otro comentario así sobre mi familia, le agarraré la cabeza y─

Ron hizo un gesto violento.

—Cuidado, Ron —susurró Hermione, señalando al profesor Lupin—. Cuidado. . .

Pero el profesor Lupin seguía profundamente dormido.

—Estoy de acuerdo con Ron, Malfoy es un asqueroso que necesita ser maldecido como es debido —dijo Ara tan enfadada como Ron—. Me ofrezco como voluntaria.

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LA LLUVIA ARRECIABA A MEDIDA QUE EL TREN AVANZABA hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los compartimentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía durmiendo.

—Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lupin por la ventanilla, ahora completamente negra.

Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.

—Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cuidado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fuera del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete. . .

—No podemos haber llegado aún —dijo Hermione, mirando su reloj.

—Entonces, ¿por qué nos detenemos?

—No tengo ni idea —susurró Ara, que miró por la ventana, viendo cómo la niebla empezaba a aparecer de la nada.

El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.

Harry, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se asomaban cabezas curiosas.

El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una oscuridad total.

—¿Qué sucede? —dijo la voz de Ron.

—¡Ay! —gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron!

—¡Por el amor de Merlín, deja de moverte, Ron! —exigió Ara, cuando Ron le pisó a ella también el pie, apretó a Venus contra su pecho, alargando una mano para agarrar un poco de la camiseta de Harry por si entraba algo y decidía llevárselo.

Harry volvió a tientas a su asiento cuando Ara le tiró de la camiseta, él le sujetó la muñeca para asegurarle que estaba allí. Venus pareció querer también que la reconfortaran porque encontró su camino al lado de Harry, acurrucándose entre ellos.

—¿Habremos tenido una avería?

—No sé. . .

Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y Ara vio la silueta negra y borrosa de Ron, que limpiaba el cristal y miraba fuera.

—Algo pasa ahí fuera —dijo Ron—. Creo que está subiendo gente. . .

La puerta del compartimento se abrió de repente y alguien cayó sobre las piernas de Harry, haciéndole daño.

—¡Perdona! ¿Tienes alguna idea de lo que pasa? ¡Ay! Lo siento─

—Hola, Neville —dijo Harry, tanteando en la oscuridad, y tirando hacia arriba de la capa de Neville.

—¿Harry? ¿Eres tú? ¿Qué sucede?

—¡No tengo ni idea! Siéntate─

Se oyó un bufido y un chillido de dolor. Neville había ido a sentarse sobre Crookshanks.

—Voy a preguntarle al maquinista qué sucede —dijo la voz de Hermione. Oyeron abrirse de nuevo la puerta, y después un golpe y dos fuertes chillidos de dolor.

—¿Quién eres?

—¿Quién eres?

—¿Ginny?

—¿Hermione?

—¿Qué haces?

—Buscaba a Ara y a Ron─

—Entra y siéntate─

—Aquí no —dijo Ara apresuradamente—. ¡Estoy yo!

—¡Ay! —exclamó Neville.

—¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca. Las cejas de Ara saltaron ante la familiaridad que contenía.

El profesor Lupin parecía haberse despertado por fin. Nadie dijo nada. Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. El profesor Lupin parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban alertas y cautelosos. La luz se posó en la cara de Ara y el rostro del profesor pareció palidecer, susurró algo, algo tan bajo, que nadie lo percibió:

—¿Canuto?

Pero luego pareció recobrar sus sentidos cuando Ara le habló:

—¿Profesor?

—No os mováis —dijo con la misma voz ronca, aunque ahora algo más temblorosa, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera alcanzarla.

De pie en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Ara y Harry miraron hacia abajo y lo que vieron les hizo contraer el estómago. De la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas. Como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua. . .

Sólo estuvo a la vista una fracción de segundo. Como si el ser que se ocultaba bajo la capa hubiera notado sus miradas, la mano se metió entre los pliegues de la tela negra.

Y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire.

Un frío intenso se extendió por encima de todos. Ara y Harry fueron conscientes del aire que retenían en su pecho. El frío penetró más allá de la piel de los dos, les penetró en el pecho, en sus propios corazones. . .

Los ojos de Ara rodaron hacia la parte posterior de su cabeza. No podía ver nada. Se ahogaba de frío, y entonces, a lo lejos, oyó algo. . .

—¡Si quieres a mi hija tendrás que pasar por encima de mí!

¡AVADA KEDAVRA!

Oyó a una mujer gritar y luego no hubo nada.

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—¡ARA! ¡ARA! ¿ESTÁS BIEN?

Alguien estaba sacudiendo sus hombros.

Ara abrió los ojos. Sobre ella había algunas luces y el suelo temblaba. . . El expreso de Hogwarts se ponía en marcha y la luz había vuelto. Por lo visto, había resbalado del asiento y caído al suelo. Desvió la vista hacia un lado y vio que Harry parecía haber sufrido el mismo destino, pero no estaba despierto. Ron y Hermione estaban arrodillados a su lado, y por encima de ellos pudo ver a Neville y al profesor Lupin, mirándolos.

Ara se incorporó y se sentó, ignorando los latidos en su cabeza.

—¿Qué demonios ha pasado? —entonces miró a Harry, que seguía con los ojos cerrados—. ¿Está bien? ¡Harry! ¡HARRY!

Los ojos de Harry se abrieron de golpe, notó su cara cubierta por un sudor frío mientras miraba confusamente a su alrededor. Ara encontró sus gafas tiradas a unos pocos metros y estiró la mano para cogerlas y pasárselas.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Harry, frotándose los ojos bajo las gafas.

Ron y Hermione ayudaron a Ara y a Harry a levantarse y a sentarse en sus asientos.

—¿Os encontráis bien? —preguntó Ron, asustado.

—Sí —dijo Harry, él y Ara mirando rápidamente hacia la puerta. El ser encapuchado había desaparecido—. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está ese. . . ese ser? ¿Quién gritaba?

—No gritaba nadie —respondió Ron, aún más asustado.

Ara examinó el compartimento iluminado. Ginny y Neville les estaban mirando, muy pálidos.

—Yo también he oído gritos. Alguien definitivamente ha gritado─

Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. El profesor Lupin partía en trozos una tableta de chocolate.

—Tomad —le dijo a Ara y a Harry, entregándoles un trozo especialmente grande—. Coméoslo. Os ayudará.

Aceptaron el chocolate, pero Ara no se lo comió.

—¿Qué era ese ser? —le preguntó Harry a Lupin.

—Un dementor —respondió Lupin, repartiendo el chocolate entre los demás—. Era uno de los dementores de Azkaban.

—¿No se supone que deberían estar en Azkaban? —preguntó Ara, bastante molesta—. ¿O es que han decidido dar un buen paseo?

El profesor Lupin sonrió, algo doloroso se arremolinó en sus ojos mientras la miraba por un momento demasiado largo antes de responder:

—Lo más seguro es que estuvieran buscando a Sirius Black, estaban inspeccionando el tren.

Todos lo miraron. El profesor Lupin arrugó el envoltorio vacío de la tableta de chocolate y se lo guardó en el bolsillo.

—Come —le repitió a Ara. Harry ya se había comido su gran trozo de chocolate pero ella ni siquiera lo había mirado—. No está envenenado, te vendrá bien. Disculpadme, tengo que hablar con el maquinista. . .

Pasó por delante de ellos y desapareció por el pasillo.

—¿Seguro que estáis bien, Ara, Harry? —preguntó Hermione con preocupación, mirándolos.

—No entiendo. . . ¿Qué ha sucedido? —preguntó Harry, secándose el sudor de la cara. Ara suspiró y le pasó un pañuelo que llevaba en la chaqueta, él le dirigió un gesto de agradecimiento con la cabeza.

—Bueno, ese ser. . . el dementor. . . se ha quedado ahí mirándonos (es decir, creo que nos miraba, porque no pude verle la cara), y vosotros, vosotros─

—Creí que os estaba dando un ataque o algo así —dijo Ron, que parecía todavía asustado—. Os quedasteis como rígidos, os caísteis del asiento y empezasteis a agitaros. . .

—Y entonces el profesor Lupin ha pasado por encima de vosotros, se ha dirigido al dementor y ha sacado su varita —explicó Hermione—. Y ha dicho: «Ninguno de nosotros esconde a Sirius Black bajo la capa. Vete.» Pero el dementor no se ha movido, así que Lupin ha murmurado algo y de la varita ha salido una cosa plateada hacia el dementor. Y éste ha dado media vuelta y se ha ido. . .

—Ha sido horrible —dijo Neville en voz más alta de lo normal—. ¿Notasteis el frío cuando ha entrado?

—Yo he tenido una sensación muy rara —respondió Ron, moviendo los hombros con inquietud—, como si no pudiera volver a sentirme contento. . .

Ginny, que estaba encogida en su rincón y parecía sentirse casi tan mal como Ara y Harry, sollozó. Ara se olvidó inmediatamente de lo enferma que se sentía y se acercó a su hermana, rodeándola con un brazo, para reconfortarla. Ginny apoyó la cabeza en su hombro.

—Pero ¿no os habéis caído del asiento? —preguntó Harry, extrañado. Él y Ara compartieron una mirada embarazosa.

—No —respondió Ron, volviendo a mirar a Harry y a Ara con preocupación—. Ginny temblaba como loca, aunque. . .

Ara suspiró mientras frotaba el brazo de Ginny, casi temblando, no quería volver a sentir nada de eso, era como si toda su felicidad hubiera sido succionada en cuestión de segundos, como si toda la esperanza se hubiera convertido en polvo. . . . y esa mujer, había algo en su voz. Ara no sabía dónde, pero había escuchado esa voz antes.

El profesor Lupin regresó. Se detuvo al entrar, miró alrededor y dijo con una breve sonrisa:

—No he envenenado el chocolate, ¿sabéis?

Ara le dio un mordisco de mala gana y, para su gran sorpresa, sintió que algo le calentaba el cuerpo y que el calor se extendía hasta los dedos de las manos y de los pies.

—Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —dijo el profesor Lupin—. ¿Os encontráis bien, Ara, Harry?

Ara y Harry no preguntaron cómo se había enterado el profesor Lupin de sus nombres.

—Sí —murmuró Harry, avergonzado.

—Todo bien, profesor —Ara asintió.

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APENAS HABLARON DURANTE EL RESTO del viaje. Finalmente se detuvieron en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero. En el pequeño andén hacía un frío que pelaba; la lluvia era una ducha de hielo.

—¡Por aquí los de primer curso! —gritaba una voz familiar. Ara, Harry, Ron y Hermione se volvieron y vieron la silueta gigante de Hagrid en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes (que estaban algo asustados) que se adelantaran para iniciar el tradicional recorrido por el lago—. ¿Estáis bien los cuatro? —gritó, por encima del barullo. Lo saludaron con la mano, pero no pudieron hablarle porque la multitud los empujaba a lo largo del andén.

Ara, Harry, Ron y Hermione siguieron a los demás alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos al menos cien diligencias, todas tiradas (o eso suponía Ara) por caballos invisibles, porque cuando subieron a una y cerraron la portezuela se puso en marcha ella sola, dando botes. La diligencia olía un poco a moho y a paja.

Tanto Ara como Harry se sentían mejor después de tomar el chocolate, pero aún estaban débiles. Ron y Hermione los miraban todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdieran de nuevo el conocimiento. Mientras el coche avanzaba lentamente hacia unas suntuosas verjas de hierro flanqueadas por columnas de piedra coronadas por estatuillas de cerdos alados, Ara y Harry vieron a otros dos dementores encapuchados y descomunales, que montaban guardia a cada lado.

Estuvo a punto de darles otro frío vahído; Ara miró a Harry mientras se reclinaban en los asientos llenos de bultos, y le dijo: "¿estás bien?". Él trató de poner una sonrisa en su cara antes de asentir, aunque Ara no le creyó mucho.

El carruaje cogió velocidad por el largo y empinado camino que llevaba al castillo; Hermione se asomaba por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron apearon.

Al bajar, Ara y Harry oyeron una voz que arrastraba alegremente las sílabas:

—¿Os habéis desmayado, Potter, Black? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente os desmayasteis?

Malfoy le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado y salió al paso de Harry y de Ara, que subían al castillo por la escalinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia.

—Pírate, Malfoy —dijo Ron con las mandíbulas apretadas.

—¿Tú también te has desmayado, Weasley? —preguntó Malfoy, levantando la voz—. ¿También te ha asustado a ti el viejo dementor, Weasley?

Cuando Ara estaba a punto de sacar su varita. . .

—¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin acababa de bajarse de la diligencia que iba detrás de la de ellos.

Malfoy dirigió una mirada insolente al profesor Lupin, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. Con cierto sarcasmo en la voz, dijo:

—Oh, no, eh─ profesor. . . —Entonces dirigió a Crabbe y a Goyle una sonrisita, y subieron los tres hacia el castillo.

Hermione pinchaba a Ron en la espalda para que se diera prisa, y los cuatro se unieron a la multitud apiñada en la parte superior, a través de las gigantescas puertas de roble, y en el interior del vestíbulo, que estaba iluminado con antorchas y acogía una magnífica escalera de mármol que conducía a los pisos superiores.

A la derecha, abierta, estaba la puerta que daba al Gran Comedor. Ara y Harry siguieron a la multitud, pero apenas vislumbraron el techo encantado, que aquella noche estaba negro y nublado, cuando les llamó una voz:

—¡Black, Potter, Granger, quiero hablar con vosotros!

Harry y Hermione dieron media vuelta, sorprendidos, pero Ara simplemente sonrió. La profesora McGonagall los llamaba por encima de las cabezas de la multitud. Tenía una expresión severa y un moño en la nuca; sus penetrantes ojos se enmarcaban en unas gafas cuadradas. Los tres se abrieron camino hasta ella con cierta dificultad.

—¡Buenas noches, Minnie! —dijo Ara con una sonrisa y un saludo entusiasta con la mano.

La profesora frunció los labios, como hacía siempre que su alborotadora alumna pronunciaba aquel apodo. A pesar de su aparente disgusto, no podía negar el cariño que escondía el nombre. Al fin y al cabo, así la había llamado un grupo de cuatro alumnos hacía muchos años.

McGonagall se limitó a asentir en su dirección y a mirar a Harry y a Hermione, que se les veía un poco asustados.

—No tenéis que poner esa cara de asustados, sólo quiero hablar con vosotros en mi despacho —les dijo—. Ve con los demás, Weasley.

La acompañaron a través del vestíbulo, subieron la escalera de mármol y recorrieron un pasillo. Ya en el despacho (una pequeña habitación que tenía una chimenea en la que ardía un fuego abundante y acogedor), les hizo una señal para que se sentaran. También ella se sentó, detrás del escritorio.

—¿Tienes galletas para probar, Minnie? —preguntó Ara de repente, y McGonagall sacó un cuenco lleno de galletas y se lo dio. Ya era algo normal, con la cantidad de castigos que recibía.

Hermione y Harry se quedaron mirándolas con una expresión extraña.

—El profesor Lupin ha enviado una lechuza comunicando que os sentisteis indispuestos en el tren, Potter, Black —dijo la profesora McGonagall.

Ara dejó de comer sus galletas, pero antes de que ella o Harry pudieran responder, se oyó llamar suavemente a la puerta, y la señora Pomfrey, la enfermera, entró con paso raudo.

—Estamos bien —dijo Harry, mientras Ara se metía otra galleta en la boca—, no necesitamos nada. . .

—Ah, sois vosotros —dijo la señora Pomfrey, sin escuchar lo que decían e inclinándose para mirarlos de cerca—. Supongo que habéis estado otra vez metiéndoos en algo peligroso.

Tanto Ara como Harry eran conocidos por acabar siempre en la enfermería. Las veces que Ara acababa allí aumentaron cuando se unió al equipo de Quidditch como cazadora en su segundo año.

—Ha sido un dementor, Poppy —dijo la profesora McGonagall. Cambiaron una mirada sombría y la señora Pomfrey chascó la lengua con reprobación.

Cambiaron una mirada sombría y la señora Pomfrey chascó la lengua con reprobación.

—Poner dementores en un colegio —murmuró, echando para atrás la silla de Harry y de Ara, y apoyando sus dos manos en sus frentes—. No serán los primeros que se desmayan. Sí, están empapados en sudor. Son seres terribles, y el efecto que tienen en la gente que ya de por sí es delicada─

—¡Yo no soy delicado! —repuso Harry, ofendido.

—Ciertamente, yo tampoco —dijo Ara, también ofendida—. ¿Me ha visto jugar al Quidditch? ¡Quiero decir, vamos!

—Por supuesto que no —admitió distraídamente la señora Pomfrey, tomándoles el pulso.

—¿Qué les prescribe? —preguntó resueltamente la profesora McGonagall—. ¿Guardar cama? ¿Deberían pasar esta noche en la enfermería?

—¡Estamos bien! —repusieron Harry y Ara al mismo tiempo, poniéndose en pie de un brinco. Les atormentaba pensar en lo que diría Malfoy si los enviaban por aquello a la enfermería.

—Bueno. Al menos tendrían que tomar chocolate —dijo la señora Pomfrey, que intentaba examinarles los ojos.

—Ya hemos tomado un poco —dijo Ara.

—El profesor Lupin nos lo dio. Nos dio a todos —concluyó Harry.

—¿Sí? —dijo con aprobación la señora Pomfrey—. ¡Así que por fin tenemos un profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que conoce los remedios!

—¿Estáis seguros de que os sentís bien, Black, Potter? —preguntó la profesora McGonagall.

—dijo Harry.

—Como nueva, Minnie —dijo Ara, enviando a su profesora una encantadora sonrisa.

—Muy bien. Haced el favor de esperar fuera mientras hablo un momento con la señorita Granger sobre su horario. Luego podremos bajar al banquete todos juntos.

Ara y Harry salieron al corredor con la señora Pomfrey, que se marchó hacia la enfermería murmurando algo para sí.

—No permitiré que mi padre se acerque a ti, Harry. Le romperé la nariz si se atreve a hacerlo —dijo Ara de repente—. Espero que lo sepas.

—¿Por qué me dices esto ahora? —Harry enarcó las cejas.

—Es sólo que. . . los dementores me hicieron pensar que si Black logra encontrarnos, no permitiré que te haga algo.

Harry sonrió, agachando la cabeza.

—Sabes que yo haré lo mismo por ti, ¿verdad? —levantó la cabeza y la miró con la determinación escrita en su rostro—. Incluso si me dices que no lo haga.

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SÓLO TUVIERON QUE ESPERAR UNOS MINUTOS. A continuación salió Hermione, radiante de felicidad, seguida por la profesora McGonagall, y los cuatro bajaron las escaleras de mármol, hacia el Gran Comedor.

—¡Oh, nos hemos perdido la Ceremonia de Selección! —dijo Hermione en voz baja.

Los nuevos alumnos de Hogwarts obtenían casa por medio del Sombrero Seleccionador. La profesora McGonagall se dirigió con paso firme a su asiento en la mesa de los profesores, y Ara, Harry y Hermione se encaminaron en sentido contrario, hacia la mesa de Gryffindor, tan silenciosamente como les fue posible. La gente se volvía para mirarlos cuando pasaban por la parte trasera del Comedor y algunos señalaban a Harry y a Ara, pero sobre todo a Ara. Sabía que este año sería difícil por la huida de Sirius Black.

Los tres tomaron asiento. Ara y Harry se sentaron en frente de Ron y Hermione.

—¿De qué iba la cosa? —le preguntó Ron a Ara y a Harry en voz baja. Harry comenzó a explicarlo en un susurro, pero entonces el director se puso en pie para hablar y Harry se calló.

—¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su barba—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que deciros a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro excelente banquete os deje aturdidos.

Dumbledore se aclaró la garganta y continuó:

—Como todos sabéis después del registro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tenemos actualmente en nuestro colegio a algunos dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia. —Se hizo una pausa—. Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los dementores no se les puede engañar con trucos o disfraces, ni siquiera con capas invisibles —añadió como quien no quiere la cosa, y Ara, Harry y Ron se miraron—. No está en la naturaleza de un dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, os advierto a todos y cada uno de vosotros que no debéis darles ningún motivo para que os hagan daño. Confío en que los prefectos y los nuevos delegados se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los dementores.

Percy, que se sentaba a unos asientos de distancia, volvió a sacar pecho y miró a su alrededor orgullosamente. Dumbledore hizo otra pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió un dedo ni dijo nada.

—Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores. En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras.

Hubo algún aplauso aislado y carente de entusiasmo. Sólo los que habían estado con él en el tren aplaudieron con ganas.

—¡Mirad a Snape! —susurró Ron.

Ara y Harry miraron a Snape, su cara tenía una expresión que iba más allá del enfado: era odio. Tanto Harry como Ara conocían muy bien aquella expresión; era la que Snape adoptaba cada vez que posaba sus ojos en ellos.

—En cuanto al otro último nombramiento —prosiguió Dumbledore cuando se apagó el tibio aplauso para el profesor Lupin—, siento deciros que el profesor Kettleburn, nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al final del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.

El cuarteto de oro se miró atónito. Luego se unieron a los aplausos, que fueron especialmente calurosos en la mesa de Gryffindor.

—¡Tendríamos que haberlo adivinado! —dijo Ron, dando un puñetazo en la mesa—. ¿Qué otro habría sido capaz de mandarnos que compráramos un libro que muerde?

Ara, Harry, Ron y Hermione fueron los últimos en dejar de aplaudir, y cuando el profesor Dumbledore volvió a hablar, pudieron ver que Hagrid se secaba los ojos con el mantel.

—Bien, creo que ya he dicho todo lo importante —dijo Dumbledore—. ¡Que comience el banquete!

Las fuentes doradas y las copas que tenían delante se llenaron de pronto de comida y bebida.

Fue un banquete delicioso. El Gran Comedor se llenó de conversaciones, de risas y del tintineo de los cuchillos y tenedores. Ara, Harry, Ron y Hermione, sin embargo, tenían ganas de que terminara para hablar con Hagrid. Sabían cuánto significaba para él ser profesor.

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FINALMENTE, CUANDO LOS ÚLTIMOS BOCADOS de tarta de calabaza desaparecieron de las bandejas doradas, Dumbledore anunció que era hora de que todos se fueran a dormir y ellos vieron llegado su momento.

—¡Enhorabuena, Hagrid! —gritó Hermione, muy alegre, cuando llegaron a la mesa de los profesores.

—¡Sí, bien hecho! —dijo Ara emocionada, estaba orgullosa de su amigo por haber conseguido el trabajo.

—Todo ha sido gracias a vosotros cuatro —dijo Hagrid mientras los miraba, secándose la cara brillante en la servilleta—. No puedo creerlo. . . Un gran tipo, Dumbledore. . . Vino derecho a mi cabaña después de que el profesor Kettleburn dijera que ya no podía más. Es lo que siempre había querido. . .

Embargado por la emoción, ocultó la cara en la servilleta y la profesora McGonagall les hizo irse.

Ara, Harry, Ron y Hermione se reunieron con los demás estudiantes de la casa Gryffindor que subían en tropel la escalera de mármol y, ya muy cansados, siguieron por más corredores y subieron más escaleras, hasta que llegaron a la entrada secreta de la torre de Gryffindor. Los interrogó un retrato grande de la Señora Gorda, vestida de rosa:

—¿Contraseña?

—¡Dejadme pasar, dejadme pasar! —gritaba Percy desde detrás de la multitud—. ¡La última contraseña es «Fortuna Maior»!

—¡Oh, no! —dijo con tristeza Neville Longbottom. Siempre tenía problemas para recordar las contraseñas.

Después de cruzar el retrato y recorrer la sala común, chicos y chicas se separaron hacia las respectivas escaleras.

Ara subió la escalera de caracol, quitándose la chaqueta por el camino, algo en la forma en que el profesor Lupin la había mirado con tanto reconocimiento no le cuadraba, no sabía mucho de su pasado, pero ahora tenía más curiosidad que nunca.

Estaba decidida a encontrar la verdad a las preguntas que ha tenido durante mucho tiempo.


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