𝟱 。・:*˚:✧。 darkness within oneself.✓

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━ ✩・*。𝐁𝐋𝐀𝐂𝐊 & 𝐏𝐎𝐓𝐓𝐄𝐑 。˚⚡
005.┊OSCURIDAD DENTRO DE UNO MISMO.
canción: reflections por the neighbourhood.

MALFOY NO VOLVIÓ A LAS AULAS hasta última hora de la mañana del jueves, cuando los de Slytherin y los de Gryffindor estaban en mitad de la clase de Pociones, que duraba dos horas. Entró con aire arrogante en la mazmorra, con el brazo derecho en cabestrillo y cubierto de vendajes, comportándose, según le pareció a Ara, como si fuera el heroico superviviente de una horrible batalla.

—¿Qué tal, Draco? —dijo Pansy Parkinson, sonriendo como una tonta—. ¿Te duele mucho?

—Sí —dijo Malfoy, con gesto de hombre valiente. Pero tanto Ara como Harry vieron que guiñaba un ojo a Crabbe y Goyle en el instante en que Pansy apartaba la vista.

—Siéntate —le dijo el profesor Snape amablemente.

Ara, Harry y Ron se miraron frunciendo el entrecejo. Si hubieran sido ellos los que hubieran llegado tarde, Snape no los habría mandado sentarse, los habría castigado a quedarse después de clase. Pero Malfoy siempre se había librado de los castigos en las clases de Snape. Snape era el jefe de la casa de Slytherin y generalmente favorecía a los suyos, en detrimento de los demás.

Aquel día elaboraban una nueva pócima: una solución para encoger. Malfoy colocó su caldero al lado de Ara, Harry y Ron, para preparar los ingredientes en la misma mesa.

—Profesor —dijo Malfoy—, necesitaré ayuda para cortar las raíces de margarita, porque con el brazo así no puedo.

—Black, córtaselas tú —ordenó Snape sin levantar la vista.

Ara se puso roja como un tomate y fulminó con la mirada a Snape.

—A tu brazo no le pasa nada, cerdo inútil —le dijo a Malfoy entre dientes.

Malfoy le dirigió una sonrisita desde el otro lado de la mesa.

—Ya has oído al profesor Snape, Black. Córtame las raíces.

Ara cogió el cuchillo, casi a punto de cortarle los dedos, acercó las raíces de Malfoy hacia ella y empezó a cortarlas mal, dejándolas todas de distintos tamaños.

—Profesor —dijo Malfoy, arrastrando las sílabas—, Black está estropeando mis raíces, señor.

Snape fue hacia la mesa, aproximó la nariz ganchuda a las raíces y dirigió a Ara una sonrisa desagradable, por debajo de su largo y grasiento pelo negro.

—Dele a Malfoy sus raíces y quédese usted con las de él, Black.

—¡Él mismo puede cortarse sus malditas raíces─!

Ara había pasado el último cuarto de hora cortando raíces en trozos exactamente iguales.

Ahora mismo —ordenó Snape, con su voz más peligrosa.

Ara golpeó el cuchillo tan cerca de la muñeca de Malfoy que este pegó un brinco hacia atrás asustado, ella le dedicó una sonrisa sarcástica antes de agarrar sus propias raíces bellamente cortadas y tirárselas a la cara, ni siquiera se quedó a ver la mirada que se le quedó, y volvió a empuñar el cuchillo para arreglar sus raíces ahora mal cortadas.

—Profesor, necesitaré que me pelen este higo seco —dijo Malfoy, con voz impregnada de risa maliciosa mientras se quitaba una pequeña raíz de la cara.

—Potter, pela el higo seco de Malfoy —dijo Snape, echándole a Harry la mirada de odio que reservaba sólo para él y para Ara.

Harry cogió el higo seco de Malfoy mientras Ara trataba de arreglar las raíces que ahora tenía que utilizar ella. Harry peló el higo seco tan rápido como pudo, y se lo lanzó a Malfoy sin dirigirle una palabra. La sonrisa de Malfoy era más amplia que nunca.

—¿Habéis visto últimamente a vuestro amigo Hagrid? —les preguntó Malfoy en voz baja.

—A ti no te importa —dijo Ron entrecortadamente, sin levantar la vista.

—Me temo que no durará mucho como profesor —comentó Malfoy, haciendo como que le daba pena—. A mi padre no le ha hecho mucha gracia mi herida─

—Te sugiero que te calles antes de que te haga una herida de verdad, Malfoy —le gruñó Ara—. Quizá esta vez mi cuchillo aterrice un poco más a la izquierda.

—... Se ha quejado al Consejo Escolar y al ministro de Magia. Mi padre tiene mucha influencia, no sé si lo sabéis. Y una herida duradera como ésta... —Exhaló un suspiro prolongado pero fingido, ignorando la amenaza de Ara—. ¿Quién sabe si mi brazo volverá algún día a estar como antes?

—¿Así que por eso haces teatro? —dijo Harry, cortándole sin querer la cabeza a un ciempiés muerto, ya que la mano le temblaba de furia—. ¿Para ver si consigues que echen a Hagrid?

—Bueno —dijo Malfoy, bajando la voz hasta convertirla en un suspiro—, en parte sí, Potter. Pero hay otras ventajas. Black, córtame los ciempiés.

—Te juro por Merlín, Malfoy, que si despiden a Hagrid por tu culpa, cogeré este cuchillo —dijo Ara, mientras cogía su cuchillo y le apuntaba con él—. Y te cortaré los dedos.

Unos calderos más allá, Neville afrontaba varios problemas. Su poción, que tenía que ser de un verde amarillo brillante, se había convertido en─

—¡Naranja, Longbottom! —exclamó Snape, levantando un poco con el cazo y vertiéndolo en el caldero, para que lo viera todo el mundo—. ¡Naranja! Dime, muchacho, ¿hay algo que pueda penetrar esa gruesa calavera que tienes ahí? ¿No me has oído decir muy claro que se necesitaba sólo un bazo de rata? ¿No he dejado muy claro que no había que echar más que unas gotas de jugo de sanguijuela? ¿Qué tengo que hacer para que comprendas, Longbottom?

Ara estaba a punto de explotar.

—Por favor, profesor —dijo Hermione—, puedo ayudar a Neville a arreglarlo─

—No recuerdo haberle pedido que presuma, señorita Granger —dijo Snape fríamente, y Hermione se puso tan colorada como Neville. Eso fue el colmo para Ara, nadie se mete con Hermione.

—Dígame, Snivellus, ¿cómo se sintió cuando Dumbledore prefirió a Lockhart como profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras antes que a usted? —dijo Ara. Todos contuvieron la respiración mirando de ella a Snape. Harry, Ron y Hermione siempre habían sabido que Ara tenía mal carácter, a veces podía llevarla a hacer magia sin darse cuenta.

—Castigada, Black —gruñó Snape, fulminándola con la mirada, pero Ara se limitó a responder con una sonrisita—. Longbottom, al final de esta clase le daremos unas gotas de esta poción a tu sapo y veremos lo que ocurre. Quizá eso te anime a hacer las cosas correctamente.

Snape se alejó, dejando a Neville sin respiración a causa del miedo.

—¡Ayudadme! —rogó a Hermione y a Ara, que eran casi las mejores de la clase.

—¡Eh, Harry! —dijo Seamus Finnigan, inclinándose para cogerle prestada a Harry la balanza de bronce—. ¿Has oído? El Profeta de esta mañana asegura que han visto a Sirius Black.

Harry miró para ver si Ara lo había oído, pero estaba demasiado distraída trabajando en su poción como para enterarse de su conversación, con expresión tensa.

—¿Dónde? —preguntaron con rapidez Harry y Ron. Al otro lado de la mesa, Malfoy levantó la vista para escuchar con atención.

—No muy lejos de aquí —dijo Seamus, que parecía emocionado—. Lo ha visto una muggle. Por supuesto, ella no entendía realmente. Los muggles piensan que es sólo un criminal común y corriente, ¿verdad? El caso es que telefoneó a la línea directa. Pero cuando llegaron los del Ministerio de Magia, ya se había ido.

—No muy lejos de aquí —dijo Seamus, que parecía emocionado—. Lo ha visto una muggle. Por supuesto, ella no entendía realmente. Los muggles piensan que es sólo un criminal común y corriente, ¿verdad? El caso es que telefoneó a la línea directa. Pero cuando llegaron los del Ministerio de Magia ya se había ido.

Pero a Malfoy le brillaban los ojos de forma malvada y estaban fijos en Harry, y ocasionalmente mirando a Ara. Se inclinó sobre la mesa.

—¿Pensando en atrapar a Black tú solo, Potter?

—Exactamente —dijo Harry con displicencia.

Los finos labios de Malfoy se curvaron en una sonrisa mezquina.

—Desde luego, yo ya habría hecho algo. No estaría en el cole como un chico bueno. Saldría a buscarlo.

—¿De qué hablas, Malfoy? —dijo Ron con brusquedad.

—¿No sabéis tú y la traidora Black, Potter. . .? —musitó Malfoy, casi cerrando sus ojos claros.

—¿Qué hemos de saber?

Malfoy soltó una risa despectiva, apenas audible.

—Tal vez preferís no arriesgar el cuello —dijo—. Se lo queréis dejar a los dementores, ¿verdad? Pero en vuestro caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo. Habría pensado que Black habría tenido las agallas de hacerlo ella misma.

¿De qué hablas? —le preguntó Harry de mal humor.

En aquel momento, Snape dijo en voz alta:

—Deberíais haber terminado de añadir los ingredientes. Esta poción tiene que cocerse antes de que pueda ser ingerida. No os acerquéis mientras está hirviendo. Y luego probaremos la de Longbottom. . .

Crabbe y Goyle rieron abiertamente al ver a Neville azorado y agitando su poción sin parar. Hermione y Ara le murmuraban instrucciones por la comisura de sus bocas, para que Snape no lo viera. Harry y Ron recogieron los ingredientes no usados, y fueron a lavarse las manos y a lavar los cazos en la pila de piedra que había en el rincón.

—¿Qué ha querido decir Malfoy? —susurró Harry a Ron, colocando las manos bajo el chorro de agua helada que salía de una gárgola—. ¿Por qué tendríamos que vengarnos de Black? Todavía no nos ha hecho nada.

—Cosas que inventa —dijo Ron salvajemente—. Le gustaría que hicieras una locura. . . Probablemente esperando obtener también un aumento de Ara, el muy baboso de mierda. . .

Cuando faltaba poco para que terminara la clase, Snape se dirigió con paso firme a Neville, que se encogió de miedo al lado de su caldero.

—Venid todos y poneos en corro —dijo Snape. Los ojos negros le brillaban—. Y ved lo que le sucede al sapo de Longbottom. Si ha conseguido fabricar una solución para encoger, el sapo se quedará como un renacuajo. Si lo ha hecho mal, de lo que no tengo ninguna duda, el sapo probablemente morirá envenenado.

Los de Gryffindor observaban con aprensión y los de Slytherin con entusiasmo. Snape se puso el sapo Trevor en la palma de la mano izquierda e introdujo una cucharilla en la poción de Neville, que había recuperado el color verde. Echó unas gotas en la garganta de Trevor.

Se hizo un silencio total mientras Trevor tragaba. Luego se oyó un ligero «¡plop!» y el renacuajo Trevor serpenteó en la palma de la mano de Snape.

Los de Gryffindor prorrumpieron en aplausos. Snape, irritado, sacó una pequeña botella del bolsillo de su túnica, echó unas gotas sobre Trevor y éste recobró su tamaño normal.

—Cinco puntos menos para Gryffindor —dijo Snape, borrando la sonrisa de todas las caras—. Les dije que no lo ayudaran, señorita Granger y señorita Black. Podéis retiraros.

—¿Disculpe? —exclamó Ara, en voz alta—. ¡Debería darle puntos a Hermione por ser tan brillante que arregló una poción! ¡Apuesto a que si fuera de Slytherin se los habría dado!

Ara estaba tan absorta discutiendo con su profesor que no oyó el ruido de unas botellas de cristal que traqueteaban en un armario cercano.

—Dos semanas de castigo, Black —siseó Snape.

—Mire usted qué bien, de todas formas no pensaba asistir a ninguno de ellos —gruñó Ara, antes de girar sobre sus talones y salir del aula, con Harry, Ron y Hermione siguiéndola de cerca.

Estaban acostumbrados a que le contestara y diera su opinión a pesar de las consecuencias, así que esto no era nuevo para ellos, pero lo de la botella de cristal haciéndose añicos ciertamente lo era.

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ARA, HARRY, RON Y HERMIONE subieron las escaleras hasta el vestíbulo. Harry todavía meditaba lo que le había dicho Malfoy, en tanto que Ara y Ron estaban furiosos por lo de Snape.

—¡Cinco puntos menos para Gryffindor porque la poción estaba bien hecha! ¿Por qué no mentiste, Hermione? ¡Deberías haber dicho que lo hizo Neville solo!

—Eso fue en gran parte culpa mía, le grité a ese pedazo de imbécil antes de que ella pudiera mentir, ¿verdad, Hermione? —dijo Ara defendiendo a Hermione.

Ella no contestó. Ron miró a su alrededor.

—¿Dónde está Hermione?

Ara y Harry también se volvieron. Estaban en la parte superior de las escaleras, viendo pasar al resto de la clase que se dirigía al Gran Comedor para almorzar.

—Venía detrás de nosotros —dijo Ron, frunciendo el entrecejo.

Malfoy los adelantó, flanqueado por Crabbe y Goyle. Dirigió a Harry y a Ara una sonrisa de suficiencia y desapareció.

—Tal vez esté tomándose un descanso, a veces puedes ser bastante pesado, Ron —dijo Ara, con voz burlona.

—Yo no soy pesado.

—Sí que lo eres.

—No lo soy.

—Sí lo eres.

—No lo soy.

—¡Sí lo eres!

—Ahí está —dijo Harry, sacando a los dos hermanos de su discusión.

Hermione jadeaba un poco al subir las escaleras a toda velocidad. Con una mano agarraba la mochila; con la otra sujetaba algo que llevaba metido en la túnica.

—¿Cómo lo has hecho? —le preguntó Ron.

—¿El qué? —preguntó a su vez Hermione, reuniéndose con ellos.

—Hace un minuto venías detrás de nosotros y un instante después estabas al pie de la escalera.

—¿Qué? —Hermione parecía un poco confusa—. ¡Ah, he tenido que regresar para coger una cosa! ¡Oh, no─!

En la mochila de Hermione se había abierto una costura. A Ara no le sorprendía; pudo ver la cantidad de libros que llevaba, así que se agachó para ayudarla a apilarlos y se los entregó.

—¿Por qué llevas encima todos esos libros? —le preguntó Ron.

—Ya sabes cuántas asignaturas estudio —dijo Hermione casi sin aliento—. ¿No me podrías sujetar éstos?

—Pero... —Ron daba vueltas a los libros que Hermione le había pasado y miraba las tapas—. Hoy no tienes estas asignaturas. Esta tarde sólo hay Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Ya —dijo Hermione, pero volvió a meter todos los libros en la mochila, como si no la hubieran comprendido—. Espero que haya algo bueno para comer. Me muero de hambre —añadió, y continuó hacia el Gran Comedor.

—¿No tenéis la sensación de que Hermione nos oculta algo? —preguntó Ron a Ara y Harry.

—Definitivamente, pero déjala, no tenemos que ser entrometidos.

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EL PROFESOR LUPIN NO ESTABA EN EL AULA CUANDO llegaron a su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Todos se sentaron, sacaron los libros, las plumas y los pergaminos, y estaban hablando cuando por fin llegó el profesor. Lupin sonrió vagamente y puso su desvencijado maletín en la mesa. Estaba tan desaliñado como siempre, pero parecía más sano que en el tren, como si hubiera tomado unas cuantas comidas abundantes.

—Buenas tardes —dijo—. ¿Podríais, por favor, meter los libros en la mochila? La lección de hoy será práctica. Sólo necesitaréis las varitas.

La clase cambió miradas de curiosidad mientras recogía los libros. Nunca habían tenido una clase práctica de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Bien —dijo el profesor Lupin cuando todo el mundo estuvo listo—. Si tenéis la amabilidad de seguirme. . .

Desconcertados pero con interés, los alumnos se pusieron en pie y salieron del aula con el profesor Lupin. Éste los condujo a lo largo del desierto corredor. Doblaron una esquina. Al primero que vieron fue a Peeves, que flotaba boca abajo en medio del aire y tapaba con chicle el ojo de una cerradura.

Peeves no levantó la mirada hasta que el profesor Lupin estuvo a medio metro. Entonces sacudió los pies de dedos retorcidos y se puso a cantar una monótona canción:

—Locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin─

Aunque casi siempre era desobediente y maleducado, Peeves solía tener algún respeto por los profesores. Todos miraron de inmediato al profesor Lupin para ver cómo se lo tomaría. Ante su sorpresa, el aludido seguía sonriendo.

—Yo en tu lugar quitaría ese chicle de la cerradura, Peeves —dijo amablemente—. El señor Filch no podrá entrar a por sus escobas.

Pero Peeves no prestó atención al profesor Lupin, salvo para soltarle una sonora pedorreta.

El profesor Lupin suspiró y sacó la varita.

—Es un hechizo útil y sencillo, una antigua amiga se tomó la molestia de enseñármelo —dijo a la clase, volviendo la cabeza—. Por favor, estad atentos.

Alzó la varita a la altura del hombro, dijo ¡Waddiwasi! y apuntó a Peeves.

Con la fuerza de una bala, el chicle salió disparado del agujero de la cerradura y fue a taponar la fosa nasal izquierda de Peeves; éste ascendió dando vueltas como en un remolino y se alejó como un bólido, zumbando y echando maldiciones.

—¡Chachi, profesor! —dijo Dean Thomas, asombrado.

—Gracias, Dean —respondió el profesor Lupin, guardando la varita—. ¿Continuamos?

Se pusieron otra vez en marcha, mirando al desaliñado profesor Lupin con creciente respeto. Los condujo por otro corredor y se detuvo en la puerta de la sala de profesores.

—Entrad, por favor —dijo el profesor Lupin abriendo la puerta y cediendo el paso.

En la sala de profesores, una estancia larga, con paneles de madera en las paredes y llena de sillas viejas y dispares, no había nadie salvo un profesor. Snape estaba sentado en un sillón bajo y observó a la clase mientras ésta penetraba en la sala. Sus ojos se posaron en Ara y la fulminó con la mirada, ella le hizo lo mismo, sólo que la suya era más mortífera. Cuando el profesor Lupin entró y cerró la puerta tras él, Snape dijo:

—Déjela abierta, Lupin. Prefiero no ser testigo de esto. —Se puso de pie y pasó entre los alumnos. Su túnica negra ondeaba a su espalda. Ya en la puerta, giró sobre sus talones y dijo—: Posiblemente no le haya avisado nadie, Lupin, pero Neville Longbottom está aquí. Yo le aconsejaría no confiarle nada difícil. A menos que la señorita Granger o Black le esté susurrando las instrucciones al oído.

Neville se puso colorado. Harry echó a Snape una mirada fulminante y Ara miró al hombre con el ceño más fruncido que pudo reunir, era tan acalorado que algunos sintieron la necesidad de apartarse de ella; ya era desagradable que se metiera con Neville en clase, no digamos delante de otros profesores.

El profesor Lupin había alzado las cejas.

—Tenía la intención de que Neville me ayudara en la primera fase de la operación, y estoy seguro de que lo hará muy bien.

El rostro de Neville se puso aún más colorado. Snape torció el gesto, pero salió de la sala dando un portazo.

—Ahora —dijo el profesor Lupin y se interrumpió cuando se dio cuenta de que en el fondo de la clase estaban Ara y Harry, ella ahora intentaba arreglarle su pelo desordenado pero era imposible por lo que se veía, así que en su lugar Harry le alborotó el pelo para que fueran a juego, ella le dirigió una mirada ceñuda en broma pero sonrió a pesar de todo.

Lupin reprimió la necesidad de sonreír ante aquella visión y finalmente apartó los ojos de ellos, señalando a la clase el fondo de la sala, donde no había más que un viejo armario en el que los profesores guardaban las túnicas de repuesto. Cuando el profesor Lupin se acercó, el armario tembló de repente, golpeando la pared.

—No hay por qué preocuparse —dijo con tranquilidad el profesor Lupin cuando algunos de los alumnos se echaron hacia atrás, alarmados—. Hay un boggart ahí dentro.

Casi todos pensaban que un boggart era algo preocupante. Neville dirigió al profesor Lupin una mirada de puro terror.

—A los boggarts les gustan los lugares oscuros y cerrados —prosiguió el profesor Lupin—: los roperos, los huecos debajo de las camas, el armario de debajo del fregadero─ En una ocasión vi a uno que se había metido en un reloj de pared. Éste se vino aquí ayer por la tarde, y le pregunté al director si se le podía dejar donde estaba, para utilizarlo hoy en una clase de prácticas. La primera pregunta que debemos contestar es: ¿qué es un boggart?

Hermione levantó la mano.

—Es un ser que cambia de forma —dijo—. Puede tomar la forma de aquello que más miedo nos da.

—Yo no lo podría haber explicado mejor —admitió el profesor Lupin, y Hermione se puso radiante de felicidad—. El boggart que está ahí dentro, sumido en la oscuridad, aún no ha adoptado una forma. Todavía no sabe qué es lo que más miedo le da a la persona del otro lado. Nadie sabe qué forma tiene un boggart cuando está solo, pero cuando lo dejemos salir, se convertirá de inmediato en lo que más temamos.

»Esto significa —prosiguió el profesor Lupin, optando por no hacer caso de los balbuceos de terror de Neville— que ya antes de empezar tenemos una enorme ventaja sobre el boggart. ¿Sabes por qué, Harry?

Era difícil responder a una pregunta con Ara al lado, burlándose de él, era muy desagradable, pero Harry hizo un intento. Ella no paraba de pincharle el costado para desconcentrarle y él le apartó la mano de un manotazo. Le encantaba molestarlo.

—Eh. . . ¿porque somos muchos y no sabe por qué forma decidirse?

—Exacto —dijo el profesor Lupin, ligeramente divertido por la interacción entre Ara y Harry—. Siempre es mejor estar acompañado cuando uno se enfrenta a un boggart, porque se despista. ¿En qué debería convertirse, en un cadáver decapitado o en una babosa carnívora? En cierta ocasión vi que un boggart cometía el error de querer asustar a dos personas a la vez y el muy imbécil se convirtió en media babosa. No daba ni gota de miedo. El hechizo para vencer a un boggart es sencillo, pero requiere fuerza mental. Lo que sirve para vencer a un boggart es la risa. Lo que tenéis que hacer es obligarlo a que adopte una forma que vosotros encontréis cómica. Practicaremos el hechizo primero sin la varita. Repetid conmigo: ¡Riddíkulus!

¡Riddíkulus! —dijeron todos a la vez.

—Bien —dijo el profesor Lupin—. Muy bien. Pero me temo que esto es lo más fácil. Como veis, la palabra sola no basta. Y aquí es donde entras tú, Neville.

El armario volvió a temblar. Aunque no tanto como Neville, que avanzaba como si se dirigiera a la horca.

—Bien, Neville —prosiguió el profesor Lupin—. Empecemos por el principio: ¿qué es lo que más te asusta en el mundo?

Neville movió los labios, pero no dijo nada.

—Perdona, Neville, pero no he entendido lo que has dicho —dijo el profesor Lupin, sin enfadarse.

Neville miró a su alrededor, con ojos despavoridos, como implorando ayuda. Luego dijo en un susurro:

—El profesor Snape.

Casi todos se rieron. Incluso Neville se sonrió a modo de disculpa. Ara, sin embargo, no creía que fuera cosa de risa, esto solo demostraba lo cruel que era Snape. El profesor Lupin parecía pensativo.

—El profesor Snape. . . humm. . . Neville, creo que vives con tu abuela, ¿es verdad?

—Sí —respondió Neville, nervioso—. Pero no quisiera tampoco que el boggart se convirtiera en ella.

—No, no. No me has comprendido —dijo el profesor Lupin, sonriendo—. Lo que quiero saber es si podrías explicarnos cómo va vestida tu abuela normalmente.

Neville estaba asustado, pero dijo:

—Bueno. . . lleva siempre el mismo sombrero: alto, con un buitre disecado encima; y un vestido largo. . . normalmente verde; y a veces, una bufanda de piel de zorro.

—¿Y bolso? —le ayudó el profesor Lupin.

—Sí, un bolso grande y rojo —confirmó Neville.

—Entonces —dijo el profesor Lupin—, ¿puedes recordar claramente ese atuendo, Neville? ¿Eres capaz de verlo mentalmente?

—Sí —dijo Neville, con inseguridad, preguntándose qué pasaría a continuación.

—Cuando el boggart salga de repente de este armario y te vea, Neville, adoptará la forma del profesor Snape —dijo Lupin—. Entonces alzarás la varita, así, y dirás en voz alta: ¡Riddíkulus!, concentrándote en el atuendo de tu abuela. Si todo va bien, el boggart-profesor Snape tendrá que ponerse el sombrero, el vestido verde y el bolso grande y rojo.

Hubo una carcajada general. El armario tembló más violentamente.

—Si a Neville le sale bien —añadió el profesor Lupin—, es probable que el boggart vuelva su atención hacia cada uno de nosotros, por turno. Quiero que ahora todos dediquéis un momento a pensar en lo que más miedo os da y en cómo podríais convertirlo en algo cómico. . .

La sala se quedó en silencio. Ara se sentía un poco inquieta, no necesariamente asustada, pero sí un poco nerviosa por enfrentarse a su mayor miedo, ni siquiera estaba segura de cuál era su mayor miedo, pero supuso que estaba a punto de descubrirlo.

—¿Todos preparados? —preguntó el profesor Lupin.

—Vamos a echarnos todos hacia atrás, Neville —dijo el profesor Lupin—, para dejarte el campo despejado. ¿De acuerdo? Después de ti llamaré al siguiente, para que pase hacia delante. . . Ahora todos hacia atrás, así Neville podrá tener sitio para enfrentarse a él.

Todos se retiraron, arrimándose a las paredes, y dejaron a Neville solo, frente al armario. Estaba pálido y asustado, pero se había remangado la túnica y tenía la varita preparada.

—A la de tres, Neville —dijo el profesor Lupin, que apuntaba con la varita al pomo de la puerta del armario—. A la una. . . a las dos. . . a las tres. . . ¡ya!

Un haz de chispas salió de la varita del profesor Lupin y dio en el pomo de la puerta. El armario se abrió de golpe y el profesor Snape salió de él, con su nariz ganchuda y gesto amenazador. Fulminó a Neville con la mirada.

Neville se echó hacia atrás, con la varita en alto, moviendo la boca sin pronunciar palabra. Snape se le acercaba, ya estaba a punto de cogerlo por túnica.

—¡Ri. . . Riddíkulus! —dijo Neville.

Se oyó un chasquido como de látigo. Snape tropezó: llevaba un vestido largo ribeteado de encaje y un sombrero alto rematado por un buitre apolillado. De su mano pendía un enorme bolso rojo.

Hubo una carcajada general. Ara se reía tanto que tuvo que sujetarse a Harry para no caerse, él estaba igual de divertido mientras se aferraba también a su brazo; El boggart se detuvo, confuso, y el profesor Lupin gritó:

—¡Parvati! ¡Adelante!

El boggart de Parvati era una momia, y a medida que pasaban más personas, descubrían sus miedos, el de Seamus era una banshee, el de Ron era una araña gigante, y Ara se dio cuenta de que lo único que quería hacer Ron era meterse en un agujero, algo con lo que se sentía ligeramente identificada; las arañas no eran algo que le gustara, sobre todo después de su encuentro con ellas el año pasado. Y finalmente le llegó el turno a ella.

—¡Ara! —dijo el profesor Lupin, observándola con cautela mientras se aproximaba al boggart.

¡Crac!

Al principio el boggart parecía indeciso, como si no supiera en qué transformarse, cuando finalmente se decidió, no era un animal, ni un lugar, ni siquiera su familia gravemente herida. Era la propia Ara. La Boggart-Ara tenía su varita en la mano, mientras que algunas partes de su uniforme estaban cubiertas de sangre, sus ojos parecían sin vida mientras observaba, no había calidez en sus rasgos y su postura era confiada pero al mismo tiempo parecía amenazante. Sus labios se curvaron en una sonrisa curvada mientras levantaba su varita, pero antes de que pudiera decir algo, la verdadera Ara se le adelantó.

¡Riddíkulus! —casi gritó, su voz fue sorprendentemente firme y el boggart se convirtió en un montón de mariposas azules y amarillas.

De todo, el mayor miedo de Ara parecía ser ella misma, o al menos, la parte oscura de ella. La parte que temía haber heredado de Sirius Black. Sacudió un poco la cabeza mientras volvía con sus amigos una vez más.

—¿Estás bien? —le preguntó Hermione al ver su cara de estupor.

—Sí —Ara sonrió a través de su mentira, pasando un brazo alrededor de los hombros de su mejor amiga—, todo bien.

Ahora fue el turno de Harry, alzó la varita, preparado, pero entonces. . .

—¡Aquí! —gritó el profesor Lupin de pronto, avanzando rápido hacia las mariposas.

¡Crac!

Las mariposas habían desaparecido. Durante un segundo todos miraron a su alrededor con los ojos bien abiertos, buscándolas. Entonces vieron una esfera de un blanco plateado que flotaba en el aire, delante de Lupin, que dijo ¡Riddíkulus! casi con desgana.

¡Crac!

—¡Adelante, Neville, y termina con él! —dijo Lupin cuando el boggart cayó al suelo en forma de cucaracha.

¡Crac!

Allí estaba de nuevo Snape. Esta vez, Neville avanzó con decisión.

—¡Riddíkulus! —gritó, y durante una fracción de segundo vislumbraron a Snape vestido de abuela, antes de que Neville emitiera una sonora carcajada y el boggart estallara en mil volutas de humo y desapareciera.

—¡Muy bien! —gritó el profesor Lupin mientras la clase prorrumpía en aplausos—. Muy bien, Neville. Todos lo habéis hecho muy bien. Veamos. . . cinco puntos para Gryffindor por cada uno de los que se han enfrentado al boggart. . . Diez por Neville, porque lo hizo dos veces. Cinco extra por Ara. Y cinco por Hermione y otros cinco por Harry.

—Pero yo no he intervenido —dijo Harry.

—Sí, ¿y por qué recibo yo puntos extras? —dijo Ara con las cejas fruncidas.

—Ara fue la más rápida en enfrentarse al boggart, y Harry y Hermione contestaron correctamente a mis preguntas al comienzo de la clase —dijo Lupin sin darle importancia—. Muy bien todo el mundo. Ha sido una clase estupenda. Como deberes, vais a tener que leer la lección sobre los boggart y hacerme un resumen. Me lo entregaréis el lunes. Eso es todo.

Los alumnos abandonaron entusiasmados la sala de profesores. Ara, sin embargo, estaba pensando en el boggart de Lupin, estaba segura de que o bien era una luna, o tenía un extraño miedo a las bolas de cristal. Pero, ¿por qué iba a tenerle miedo a la luna? Podría ser que algún suceso traumático en su vida hubiera ocurrido mientras había luna llena. . . o. . . ¿acaso los hombres lobo no temían también a la luna? No era una teoría descabellada, ella podía ver algunas débiles cicatrices en su cara. . .

—¿Habéis visto cómo he podido con la banshee? —decía Seamus.

—¿Y la mano? —dijo Dean, imitándola con la suya.

—¿Y Snape con el sombrero?

—¿Y mi momia?

—Me pregunto por qué al profesor Lupin le dan miedo las bolas de cristal —preguntó Lavender.

—Ha sido la mejor clase de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido. ¿No es verdad? —dijo Ron, emocionado, mientras regresaban al aula para coger las mochilas.

—Parece un profesor muy bueno —dijo Hermione y Ara asintió con aprobación—. Pero me habría gustado haberme enfrentado al boggart yo también.

—¿En qué se habría convertido el boggart? —le preguntó Ron, burlándose—, ¿en un trabajo de clase en el que sólo te pusieran un nueve?

Ara seguía demasiado perdida pensando en Lupin, y en la posibilidad de que fuera un hombre lobo como para decirle a Ron que dejara de molestar a Hermione.


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