𝟲 。・:*˚:✧。 from 'moony' to 'sir'.✓

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━ ✩・*。𝐁𝐋𝐀𝐂𝐊 & 𝐏𝐎𝐓𝐓𝐄𝐑 。˚⚡
006.┊DE "LUNÁTICO" A "SEÑOR".
❝ canción: to build a home por the cinematic orchestra. 

EN MUY POCO TIEMPO, la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se convirtió en la favorita de la mayoría. Sólo Draco Malfoy y su banda de Slytherin criticaban al profesor Lupin:

—Mira cómo lleva la túnica —solía decir Malfoy murmurando alto cuando pasaba el profesor—. Viste como nuestro antiguo elfo doméstico.

Pero a nadie más le interesaba que la túnica del profesor Lupin estuviera remendada y raída. Sus siguientes clases fueron tan interesantes como la primera. Después de los boggarts estudiaron a los gorros rojos, unas criaturas pequeñas y desagradables, parecidas a los duendes, que se escondían en cualquier sitio en el que hubiera habido derramamiento de sangre, en las mazmorras de los castillos o en los agujeros de las bombas de los campos de batalla, para dar una paliza a los que se extraviaban. De los gorros rojos pasaron a los kappas, unos repugnantes moradores del agua que parecían monos con escamas y con dedos palmeados, y que disfrutaban estrangulando a los ignorantes que cruzaban sus estanques.

La peor de todas era Pociones. Snape estaba aquellos días especialmente propenso a la revancha y todos sabían por qué. La historia del boggart que había adoptado la forma de Snape y el modo en que lo había dejado Neville, con el atuendo de su abuela, se había extendido por todo el colegio.

Ara también aborrecía las horas que tenían que pasar todos en la agobiante sala de la torre norte de la profesora Trelawney, descifrando símbolos y formas confusas, procurando olvidar que los ojos de la profesora Trelawney se llenaban de lágrimas cada vez que la miraba a ella o a Harry.

A nadie le gustaba realmente la asignatura sobre Cuidado de Criaturas Mágicas, que después de la primera clase tan movida se había convertido en algo extremadamente aburrido. Hagrid había perdido la confianza. Ahora pasaban lección tras lección aprendiendo a cuidar a los gusarajos, que tenían que contarse entre las más aburridas criaturas del universo.

—¿Por qué alguien se preocuparía de cuidarlos? —preguntó Ron tras pasar otra hora embutiendo las viscosas gargantas de los gusarajos con lechuga cortada en tiras.

A comienzos de octubre, sin embargo, hubo otra cosa que mantuvo ocupados a Ara y a Harry, algo tan divertido que compensaba la insatisfacción de algunas clases. Se aproximaba la temporada de quidditch y Oliver Wood, capitán del equipo de Gryffindor, convocó una reunión un jueves por la tarde para discutir las tácticas de la nueva temporada.

—Es nuestra última oportunidad─ mi última oportunidad─ de ganar la copa de quidditch —les dijo Oliver, paseándose con paso firme delante de ellos—. Me marcharé al final de este curso, no volveré a tener otra oportunidad.

»Gryffindor no ha ganado ni una vez en los últimos siete años. De acuerdo, hemos tenido una suerte horrible: heridos. . . cancelación del torneo el curso pasado. . . —Wood tragó saliva, como si el recuerdo aún le pusiera un nudo en la garganta—. Pero también sabemos que contamos con el mejor equipo de este colegio —añadió, golpeándose la palma de una mano con el puño de la otra y con el conocido brillo frenético en los ojos—. Contamos con tres cazadoras estupendas. —Wood señaló a Ara, Angelina Johnson y Katie Bell—. Tenemos dos golpeadores invencibles.

—Déjalo ya, Oliver, nos estás sacando los colores —dijeron Fred y George a la vez, haciendo como que se sonrojaban, y Ara tuvo que morderse el labio inferior para no soltar una carcajada.

—¡Y tenemos un buscador que nos ha hecho ganar todos los partidos! —dijo Wood, con voz retumbante y mirando a Harry con orgullo incontenible—. Y estoy yo —añadió.

—Nosotros creemos que tú también eres muy bueno —dijo George.

—Un guardián muy chachi —confirmó Fred.

—Lo mejor de lo mejor —dijo Ara.

—La cuestión es —continuó Wood, reanudando los paseos— que la copa de quidditch debiera de haber llevado nuestro nombre estos dos últimos años. Desde que Ara y Harry se unieron al equipo, he pensado que la cosa estaba chupada. Pero no lo hemos conseguido y este curso es la última oportunidad que tendremos para ver nuestro nombre grabado en ella. . .

Wood hablaba con tal desaliento que incluso a Fred y a George les dio pena.

—Oliver, éste será nuestro año —aseguró Fred.

—Lo conseguiremos, Oliver —dijo Angelina.

—¡Con un equipo como el nuestro, ganaremos seguro! —dijo Ara.

—Por supuesto —corroboró Harry.

Con la moral alta, el equipo comenzó las sesiones de entrenamiento, tres tardes a la semana. El tiempo se enfriaba y se hacía más húmedo, las noches más oscuras, pero no había barro, viento ni lluvia que pudieran empañar la maravillosa ilusión de Ara de ganar por fin la enorme copa de plata.

—Estoy bastante segura de que parezco una rata ahogada —gimió Ara mientras Harry y ella caminaban hacia la sala común—. Oliver nos va a agotar este año, ¿verdad?

Harry se rió.

—¿No lo hace siempre?

—Buen punto —Ara se encogió de hombros, metiéndose un mechón de pelo mojado detrás de la oreja.

Ara y Harry regresaron a la sala común de Gryffindor con frío y entumecidos, pero contentos por la manera en que se había desarrollado el entrenamiento, y encontraron la sala muy animada.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Harry a Ron y Hermione, que estaban sentados al lado del fuego, en dos de las mejores sillas, terminando unos mapas del cielo para la clase de Astronomía.

—Primer fin de semana en Hogsmeade —le dijo Ron, señalando una nota que había aparecido en el viejo tablón de anuncios—. Finales de octubre. Halloween.

—Estupendo —dijo Fred, que había seguido a Harry y a Ara por el agujero del retrato—. Tengo que ir a la tienda de Zonko: casi no me quedan bombas fétidas.

Ara y Harry se dejaron caer en un sofá, al lado de Ron, y la alegría los abandonó. La señora Weasley no se atrevió a firmar la autorización de Ara porque dijo que era demasiado peligroso, y los Dursley tampoco firmaron la de Harry. Hermione pareció leerles el pensamiento.

—Ara, Harry, estoy segura de que podréis ir la próxima vez —les consoló—. Van a atrapar a Black enseguida. Ya lo han visto una vez.

—Black no está tan loco como para intentar nada en Hogsmeade. Preguntadle a McGonagall si podéis ir ahora. Pueden pasar años hasta la próxima ocasión─

¡Ron! —dijo Hermione—. Tienen que permanecer en el colegio

—No pueden ser los únicos de tercero que no vayan —siguió Ron—. Vamos, chicos, preguntadle a McGonagall─

—Ron, sabes que no puedo —dijo Ara—. Si Molly se entera de que quise ir a Hogsmeade, me cortará la cabeza.

Ara sabía lo enfadada que podía llegar a estar la señora Weasley, y no le apetecía recibir un Howler como Ron en su segundo año. Tampoco iba a pedirle a McGonagall que le firmara el permiso, pero eso no le impediría ir. Al fin y al cabo, lo que no supiera la señora Weasley no le haría daño.

—Sí, lo haré —dijo Harry, decidiéndose.

Hermione abrió la boca para sostener la opinión contraria, pero en ese momento Crookshanks saltó con presteza a su regazo. Una araña muerta y grande le colgaba de la boca.

Venus también se acercó con un salto, por suerte sin nada muerto en la boca, se colocó en el regazo de Ara y su dueña le pasó los dedos por el pelaje, sonriendo para sí y murmurando cosas dulces a su gata.

—¿Tiene que comerse eso aquí delante? —preguntó Ron frunciendo el entrecejo.

—Bravo, Crookshanks, ¿la has atrapado tú solito? —dijo Hermione.

Crookshanks masticó y tragó despacio la araña, con los ojos insolentemente fijos en Ron.

—No lo sueltes —pidió Ron, irritado, volviendo a su mapa del cielo—. Scabbers está durmiendo en mi mochila.

Ara bostezó, con los ojos decaídos mientras Venus restregaba la cabeza contra su brazo. Por mucho que le gustara entrenar, estaba agotada de todos los entrenamientos de quidditch, ya tenía los brazos agarrotados de tanto lanzar la Quaffle. Hacer los deberes ahora mismo le parecía una tortura adicional. Decidió que los haría por la mañana, cuando estuviera más descansada, así que simplemente se acomodó en una posición más cómoda mientras Harry buscaba un pergamino para su trabajo.

—Si quieres, puedes copiar el mío —le dijo Ron, poniendo nombre a su última estrella con un ringorrango y acercándole el mapa a Harry.

Hermione, que no veía con buenos ojos que se copiara, apretó los labios, pero no dijo nada.

Ara negó con la cabeza al ver la cara de su mejor amiga y se recostó en el sofá con la intención de echarse una siestecita. No habían pasado ni cinco minutos cuando, sin darse cuenta, su cabeza acabó sobre el hombro de Harry, Venus también acurrucada y profundamente dormida entre los dos adolescentes. No es que a él le importara.

Crookshanks seguía mirando a Ron sin pestañear, sacudiendo el extremo de su peluda cola. Luego, sin previo aviso, dio un salto.

—¡EH! —gritó Ron, apoderándose de la mochila, al mismo tiempo que Crookshanks clavaba profundamente en ella sus garras y comenzaba a rasgarla con fiereza—. ¡SUELTA, ESTÚPIDO ANIMAL!

Ron intentó arrebatar la mochila a Crookshanks, pero el gato siguió aferrándola con sus garras, bufando y rasgándola.

—¡No le hagas daño, Ron! —gritó Hermione. Todos en la sala común los miraban; Harry había puesto las manos en las orejas de Ara para que no se despertara con todo el alboroto. Ron dio vueltas a la mochila, con Crookshanks agarrado todavía a ella, y Scabbers salió dando un salto─

—¡SUJETAD A ESE GATO! —gritó Ron en el momento en que Crookshanks soltaba los restos de la mochila, saltaba sobre la mesa y perseguía a la aterrorizada Scabbers.

George se lanzó sobre Crookshanks, pero no lo atrapó; Scabbers pasó como un rayo entre veinte pares de piernas y fue a ocultarse bajo una vieja cómoda. Crookshanks patinó y frenó, se agachó y se puso a dar zarpazos con una pata delantera.

Ron y Hermione se apresuraron a echarse sobre él. Hermione cogió a Crookshanks por el lomo y lo levantó. Ron se tendió en el suelo y sacó a Scabbers con alguna dificultad, tirando de la cola. Harry seguía cubriendo las orejas de Ara, que tenía la cabeza apoyada en su hombro; Venus se había despertado y siseó furiosa al oír el ruido, antes de levantarse y marcharse.

—¡Mírala! —le dijo a Hermione hecho una furia, poniéndole a Scabbers delante de los ojos—. ¡Está en los huesos! Mantén a ese gato lejos de ella.

—¡Crookshanks no sabe lo que hace! —dijo la joven con voz temblorosa—. ¡Todos los gatos persiguen a las ratas, Ron!

—¡El de Ara no! ¡Hay algo extraño en ese animal! —dijo Ron, que intentaba persuadir a la frenética Scabbers de que volviera a meterse en su bolsillo—. Me ha oído decir que Scabbers estaba en la mochila.

—Menuda tontería —dijo Hermione, hartándose—. Lo que pasa es que Crookshanks la ha olido. ¿Cómo si no crees que─?

—¡Ese gato la ha tomado con Scabbers! —dijo Ron, sin reparar en cuantos había a su alrededor, que empezaban a reírse—. Y Scabbers estaba aquí primero. Y está enferma.

Ron se marchó enfadado, subiendo por las escaleras hacia los dormitorios de los chicos.

Ara seguía profundamente dormida, completamente ajena.

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AL DÍA SIGUIENTE, Ron seguía enfadado con Hermione. Harry ya le había explicado a Ara por qué se comportaba así, haciendo que ella pusiera mala cara. Ron apenas habló con ella durante la clase de Herbología, aunque Harry, Ara, Hermione y él trabajaban juntos con la misma vainilla de viento.

—¿Cómo está Scabbers? —le preguntó Hermione, acobardada, mientras arrancaban a la planta unas vainas gruesas y rosáceas, y vaciaban las brillantes habas en un balde de madera.

—Está escondida debajo de mi cama, sin dejar de temblar —dijo Ron, malhumorado, errando la puntería y derramando las habas por el suelo del invernadero.

—¡Cuidado, Weasley, cuidado! —exclamó la profesora Sprout, al ver que las habas retoñaban ante sus ojos.

Luego tuvieron Transformaciones. Harry, que estaba resuelto a pedirle después de clase a la profesora McGonagall que le dejara ir a Hogsmeade con los demás, se puso en la cola que había en la puerta, pensando en cómo convencerla. Lo distrajo un alboroto producido al principio de la hilera.

Lavender Brown estaba llorando. Parvati la rodeaba con el brazo y explicaba algo a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, que escuchaban muy serios.

—¿Qué ocurre, Lavender? —preguntó preocupada Hermione, cuando ella, Ara, Harry y Ron se acercaron al grupo.

—Esta mañana ha recibido una carta de casa —susurró Parvati—. Se trata de su conejo Binky. Un zorro lo ha matado.

—¡Vaya! —dijo Hermione—. Lo siento, Lavender.

—¡Tendría que habérmelo imaginado! —dijo Lavender en tono trágico—. ¿Sabéis qué día es hoy?

—Eh─

—¡Dieciséis de octubre! ¡«Eso que temes ocurrirá el viernes dieciséis de octubre»! ¿Os acordáis? ¡Tenía razón!

Toda la clase se acababa de reunir alrededor de Lavender. Seamus cabeceó con pesadumbre. Hermione titubeó. Luego dijo:

—Tú, tú. . . ¿temías que un zorro matara a Binky?

—Bueno, no necesariamente un zorro —dijo Lavender, alzando la mirada hacia Hermione y con los ojos llenos de lágrimas—. Pero evidentemente tenía miedo de que muriera.

—Vaya —dijo Hermione. Volvió a guardar silencio. Luego preguntó—: ¿Era viejo?

—N─No. . . —dijo Lavender sollozando—. ¡Só─ sólo era una cría!

Parvati le estrechó los hombros con más fuerza.

—Pero entonces, ¿por qué temías que muriera? —preguntó Hermione. Parvati la fulminó con la mirada y Ara le dirigió una mirada que decía: "¿En serio?".

Hermione. . . —siseó ella en voz baja con un tono de advertencia.

»Bueno, miradlo lógicamente —añadió Hermione, sin escuchar las palabras de Ara, dirigiéndose hacia el resto del grupo—. Lo que quiero decir es que. . . bueno, Binky ni siquiera ha muerto hoy. Hoy es cuando Lavender ha recibido la noticia. . . —Lavender gimió—. Y no puede haberlo temido, porque la ha pillado completamente por sorpresa.

—No le hagas caso, Lavender —dijo Ron—. Las mascotas de los demás no le importan en absoluto.

La profesora McGonagall abrió en ese momento la puerta del aula, lo que tal vez fue una suerte. Hermione y Ron se lanzaban ya miradas asesinas, y al entrar en el aula se sentaron uno a cada lado de Ara y Harry y no se dirigieron la palabra en toda la hora, haciendo que sus dos amigos compartieran miradas frustradas.

Cuando sonó el timbre, McGonagall sacó el tema del viaje a Hogsmeade.

—¡Un momento, por favor! —dijo en voz alta, cuando los alumnos empezaban a salir—. Dado que sois todos de Gryffindor, como yo, deberíais entregarme vuestras autorizaciones antes de Halloween. Sin autorización no hay visita al pueblo, así que no se os olvide.

Neville levantó la mano.

—Perdone, profesora. Yo. . . creo que he perdido─

—Tu abuela me la envió directamente, Longbottom —dijo la profesora McGonagall—. Pensó que era más seguro. Bueno, eso es todo, podéis salir.

—Pregúntaselo ahora —susurró Ron a Harry.

—Ah, pero. . . —fue a decir Hermione.

—Adelante, Harry —le incitó Ron con testarudez.

Ara no dijo nada, ya sabía cuál sería la respuesta de McGonagall, no quería darle falsas esperanzas.

Harry aguardó a que saliera el resto de la clase y se acercó nervioso a la mesa de la profesora McGonagall.

—¿Sí, Potter?

Harry tomó aire.

—Profesora, mis tíos. . . olvidaron. . . firmarme la autorización —dijo.

La profesora McGonagall lo miró por encima de sus gafas cuadradas, pero no dijo nada.

—Y por eso. . . eh. . . ¿piensa que podría. . . esto... ir a Hogsmeade?

La profesora McGonagall bajó la vista y comenzó a revolver los papeles de su escritorio.

—Me temo que no, Potter. Ya has oído lo que he dicho. Sin autorización no hay visita al pueblo. Es la norma.

—Pero. . . mis tíos. . . ¿sabe?, son muggles. No entienden nada de. . . de las cosas de Hogwarts —explicó Harry, mientras Ron le hacía señas de ánimo—. Si usted me diera permiso─

—Pero no te lo doy —dijo la profesora McGonagall, poniéndose en pie y guardando ordenadamente sus papeles en un cajón—. El impreso de autorización dice claramente que el padre o tutor debe dar permiso. —Se volvió para mirarlo, con una extraña expresión en el rostro. ¿Era de pena?—. Lo siento, Potter, pero es mi última palabra. —Luego se volvió hacia Ara—. ¿Y tú, Black? ¿Ibas a preguntar lo mismo?

—No —dijo Ara con un suspiro—. Sé muy bien que no debo tratar de cambiar esa mente tuya, Minnie.

McGonagall se quedó mirándola con una expresión en blanco:

—Muy bien, entonces será mejor que os deis prisa o llegaréis tarde a la próxima clase.

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NO HABÍA NADA QUE HACER. Ron llamó de todo a la profesora McGonagall y eso le pareció muy mal a Ara y a Hermione. Hermione puso cara de «mejor así», lo cual consiguió enfadar a Ron aún más, y tanto Ara como Harry tuvieron que aguantar que todos sus compañeros de clase comentaran en voz alta y muy contentos lo que harían al llegar a Hogsmeade.

—Por lo menos os queda el banquete —dijo Ron, en un esfuerzo por animar a Harry y a Ara—. Ya sabéis, el banquete de la noche de Halloween.

—Sí —aceptó Harry con tristeza—. Genial.

—Estupendo —dijo Ara inexpresivamente.

El banquete de Halloween era siempre bueno, pero sabría mucho mejor si acudían a ellos después de haber pasado el día en Hogsmeade con todos los demás. Nada de lo que les dijeran les hacía resignarse. Ron sugirió no muy convencido la capa invisible, pero Hermione rechazó de plano la posibilidad recordándole a Ron lo que les había dicho Dumbledore sobre que los dementores podían ver a través de ellas.

—Bueno —dijo Ara, sonriendo un poco—. Al menos nos haremos compañía.

Harry le sonrió suavemente, asintiendo con genuina felicidad. De alguna manera nunca se encontraba solo en Hogwarts desde que conoció a Ara aquel día en el tren. Ella simplemente siempre, , , había estado ahí. Siempre apreciaría su compañía, así como las innumerables cartas que le había enviado durante el verano.

—No os preocupéis por nosotros —dijo Harry, con el ánimo todavía un poco sombrío, pero no tanto como antes—. Ya nos veremos en el banquete. Divertíos.

Los acompañaron hasta el vestíbulo, donde Filch, el conserje, de pie en el lado interior de la puerta, señalaba los nombres en una lista, examinando detenida y recelosamente cada rostro y asegurándose de que nadie salía sin permiso.

—¿Os quedáis aquí, Potter, Black? —gritó Malfoy, que estaba en la cola, junto a Crabbe y a Goyle—. ¿No os atrevéis a cruzaros con los dementores?

—En realidad, hemos decidido quedarnos —dijo Ara burlonamente—. No nos apetecía irnos de viaje sabiendo que tu culo de hurón también iba a ir.

Antes de que Malfoy pudiera responder, ella y Harry volvieron solos por la escalera de mármol riéndose para sus adentros de la expresión que Ara había dejado en la cara de Malfoy. Atravesaron los pasillos desiertos y volvieron a la torre de Gryffindor.

—¿Contraseña? —dijo la Señora Gorda, despertándose sobresaltada.

«Fortuna maior» —contestó Harry con desgana.

El retrato les dejó paso y entraron en la sala común. Estaba repleta de chicos de primero y de segundo, todos hablando, y de unos cuantos alumnos mayores que obviamente habían visitado Hogsmeade tantas veces que ya no les interesaba.

—¡Harry! ¡Ara! ¡Harry! ¡Hola, Harry, Ara! —Era Colin Creevey, un estudiante de segundo que sentía veneración por Harry, y se sonrojaba cada vez que Ara simplemente le dedicaba una mirada—. ¿No vais a Hogsmeade? ¿Por qué no? ¡Eh! —Colin miró a sus amigos con interés—, ¡si queréis podéis venir a sentaros con nosotros!

—No, gracias, Colin —dijo Harry, que no estaba de humor para tener a un montón de gente mirando ávidamente la cicatriz de su frente mientras babeaban también por su mejor amiga—. Nosotros─ hemos de ir a la biblioteca. Tenemos trabajo.

—Lo siento mucho, Colin —dijo Ara, dedicándole al chico una pequeña sonrisa triste—. Tal vez en otra ocasión.

Después de aquello no tenían más remedio que dar media vuelta y salir por el agujero del retrato.

—¿Con qué motivo me habéis despertado? —refunfuñó la Señora Gorda cuando pasaron por allí.

—¡Lo siento, Lizzy! —se disculpó a medias Ara.

Harry y ella anduvieron sin entusiasmo hacia la biblioteca.

—¿Seguro que quieres ir a la biblioteca? ¿A trabajar? —le preguntó Ara a Harry mientras caminaban.

—Bueno. . . la verdad es que no me apetece nada trabajar —dijo Harry pensativo—. ¿Qué quieres hacer?

—Deberes no, eso tenlo por seguro —Ara arrugó la nariz—. Vamos a dar una vuelta, a lo mejor se nos ocurre algo —le agarró de la muñeca y los condujo en otra dirección, pero cuando se dieron la vuelta se toparon de cara con Filch, que evidentemente acababa de despedir al último de los visitantes de Hogsmeade.

—¿Qué hacéis? —les gruñó Filch, suspicaz.

—Nada —respondieron Ara y Harry con franqueza.

—¿Nada? —les soltó Filch, con las mandíbulas temblando.

—Sí, nada, ¿está sordo? —dijo Ara poniendo los ojos en blanco.

—¡No me digáis! Husmeando por ahí vosotros solos. ¿Por qué no estáis en Hogsmeade, comprando bombas fétidas, polvos para eructar y gusanos silbantes, como el resto de vuestros desagradables amiguitos?

Ara y Harry se encogieron de hombros.

—Bueno, regresad a vuestra sala común, que es donde debéis estar —dijo Filch, que siguió mirándolos fijamente hasta que Ara y Harry se perdieron de vista.

Pero Ara y Harry no regresaron a la sala común; subieron una escalera, decidiendo vagamente visitar la lechucería para ver a Hedwig; la lechuza estaba prácticamente enamorada de Ara, e iban por otro pasillo cuando una voz que salía del interior de un aula dijo:

—¿Ara? ¿Harry? —Ara y Harry retrocedieron para ver quién los llamaba y se encontraron al profesor Lupin, que los miraba desde la puerta de su despacho—. ¿Qué hacéis? —les preguntó Lupin en un tono muy diferente al de Filch—. ¿Dónde están Ron y Hermione?

—En Hogsmeade —respondió Harry con voz que fingía no dar importancia a lo que decía.

—Ah —dijo Lupin. Los observó un momento—. ¿Por qué no pasáis? Acabo de recibir un grindylow para nuestra próxima clase.

—¿Un qué? —preguntó Harry.

—Es un demonio de agua —dijo Ara, y Lupin se dio cuenta de que había heredado la inteligencia de su madre.

—Muy bien, Ara —dijo Lupin, sonriéndole suavemente.

Después de que Ara y Harry compartieran una mirada, entraron en el despacho siguiendo a Lupin. En un rincón había un enorme depósito de agua. Una criatura de un color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados, pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados.

—No debería darnos muchas dificultades —dijo Lupin, observando el grindylow ensimismado—, sobre todo después de los kappas. El truco es deshacerse de su tenaza. ¿Os dais cuenta de la extraordinaria longitud de sus dedos? Son fuertes, pero muy quebradizos.

El grindylow enseñó sus dientes verdes y se metió en una espesura de algas que había en un rincón.

—¿Una taza de té? —les preguntó Lupin, buscando la tetera—. Iba a prepararlo.

—Bueno —dijo Harry, algo incómodo.

—Sí, por favor —dijo Ara, divertida por la incomodidad de Harry.

Lupin dio a la tetera un golpecito con la varita y por el pitorro salió un chorro de vapor.

—Sentaos —dijo Lupin, destapando una caja polvorienta—. Lo lamento, pero sólo tengo té en bolsitas. Aunque me imagino que estaréis hartos de las hojas de té.

Ara y Harry lo miraron. A Lupin le brillaban los ojos.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry.

—Me lo ha dicho la profesora McGonagall —explicó Lupin, pasándoles una taza descascarillada.

—Por supuesto que lo ha hecho, a Minnie le encanta el chismorreo —dijo Ara antes de dar un largo sorbo.

Lupin palideció un segundo antes de observarla con aire divertido y nostálgico al mismo tiempo. Apretó los labios en una fina línea, inspeccionando su cara y encontrando rastros de sus viejos amigos. Los ojos, el pelo y el humor de Sirius. La sonrisa, el carácter y la inteligencia de Ava. Con Harry ocurría lo mismo; con la cara de James y los ojos de Lily. Era como si Remus hubiera conseguido viajar en el tiempo a 1976, pero apartó su dolor y libró su cara de cualquier emoción negativa, plasmando una sonrisa profesional.

—No os preocupa, ¿verdad?

—No —respondieron Ara y Harry.

Ara no quería parecer débil diciendo que estaba preocupada, nunca se le había dado bien expresar sus dudas, preocupaciones o incluso miedos. Era muy cerrada con ese tipo de emociones, no quería sentirse vulnerable, así que las dejaba de lado para que nadie las viera. La compasión no era algo que apreciara.

—¿Estáis preocupados por algo?

Ara miró hacia Harry y se dio cuenta de que tenía una expresión similar a la suya.

—La verdad es que no —mintió Ara con calma, y se llevó la taza de té a los labios.

—No —mintió Harry también. Sorbió un poco de té y vio que el grindylow lo amenazaba con el puño—. Sí —dijo de repente, dejando el té en el escritorio de Lupin, y Ara se le quedó mirando con curiosidad—. ¿Recuerda el día que nos enfrentamos al boggart?

—Sí —respondió Lupin lentamente.

—¿Por qué no me dejó enfrentarme a él? —le preguntó.

Lupin alzó las cejas.

Ara se sintió incómoda mientras se concentraba en su té, se sentía como si estuviera entrometiéndose en su conversación al estar allí.

—Creí que estaba claro, Harry —dijo Lupin, sonando sorprendido.

Harry, que había imaginado que Lupin lo negaría, se quedó atónito.

—¿Por qué? —volvió a preguntar.

—Bueno —respondió Lupin frunciendo un poco el entrecejo—, pensé que si el boggart se enfrentaba contigo adoptaría la forma de Lord Voldemort.

Ara levantó la mirada de su té para mirar a Lupin, con las cejas fruncidas por el asombro, a medida que aumentaba su afecto por aquel hombre. Era la primera vez que oía a alguien pronunciar el nombre de Voldemort, aparte de Dumbledore, Harry y ella misma.

—Es evidente que estaba en un error —añadió Lupin, frunciendo el entrecejo—. Pero no creí que fuera buena idea que Voldemort se materializase en la sala de profesores. Pensé que os aterrorizaríais.

—El primero en quien pensé fue Voldemort —dijo Harry con sinceridad—. Pero luego re─recordé a los dementores.

—Ya veo —dijo Lupin pensativamente—. Bien, bien. . . estoy impresionado. —Sonrió ligeramente ante la cara de sorpresa que ponía Harry—. Eso sugiere que lo que más miedo te da es─ el miedo. Muy sensato, Harry. —Entonces se volvió hacia Ara—. También me gustaría felicitarte de nuevo, Ara. Nunca he visto a nadie repeler un boggart más rápido que tú, está claro que serás una bruja muy talentosa.

—Gracias, señor —dijo Ara agradecida mientras le enviaba una sonrisa.

Lupin sintió una pequeña punzada en el pecho cuando se dirigió a él con tanta formalidad, no siempre le había llamado "señor" o "profesor", una vez fue "tío Lunático". Había estado allí el día que ella nació, le habían dado un título que llevaba con honor y también con temor. Era difícil aceptar el hecho de que ella no lo recordaba en absoluto.

—¿Así que pensabas que no te creía capaz de enfrentarte a un boggart? —dijo Lupin, perspicaz, recomponiéndose antes de volverse hacia Harry.

—Bueno. . . sí —dijo Harry. De repente se sentía mucho más contento, la presencia de Ara ayudaba con eso—. Profesor Lupin, usted conoce a los dementores─

Le interrumpieron unos golpes en la puerta.

—Adelante —dijo Lupin.

Se abrió la puerta y entró Snape. Llevaba una copa de la que salía un poco de humo y se detuvo al ver a Ara y a Harry. Entornó sus ojos negros.

Ara lo fulminó con la mirada, como de costumbre.

—¡Ah, Severus! —dijo Lupin sonriendo—. Muchas gracias. ¿Podrías dejarlo aquí, en el escritorio? —Snape posó la copa humeante. Sus ojos pasaban entre Ara, Harry y Lupin—. Estaba enseñando a Ara y a Harry mi grindylow —dijo Lupin con cordialidad, señalando el depósito.

—Fascinante —comentó Snape, sin mirar a la criatura—. Deberías tomártelo ya, Lupin.

—Sí, sí, enseguida —dijo Lupin.

—He hecho un caldero entero. Si necesitas más. . .

—Seguramente mañana tomaré otro poco. Muchas gracias, Severus.

—De nada —respondió Snape. Salió del despacho retrocediendo, sin sonreír y receloso.

Ara y Harry miraron la copa con curiosidad. Lupin sonrió.

—El profesor Snape, muy amablemente, me ha preparado esta poción —dijo—. Nunca se me ha dado muy bien lo de preparar pociones y ésta es especialmente difícil. —Cogió la copa y la olió—. Es una pena que no admita azúcar —añadió, tomando un sorbito y torciendo la boca.

—¿Está seguro de que no la ha envenenado, señor? —preguntó Ara, frunciendo el ceño.

—Puedo asegurarte que no, Ara —dijo él ligeramente divertido, era algo que habría dicho su padre, o incluso su madre.

—¿Por qué─? —comenzó Harry.

Lupin lo miró y respondió a la pregunta que Harry no había acabado de formular:

—No me he encontrado muy bien —dijo—. Esta poción es lo único que me sana. Es una suerte tener de compañero al profesor Snape; no hay muchos magos capaces de prepararla.

El profesor Lupin bebió otro sorbo y Ara y Harry tuvieron el impulso de quitarle la copa de las manos.

—El profesor Snape está muy interesado por las Artes Oscuras —barbotó Harry.

—¿De verdad? —preguntó Lupin, sin mucho interés, bebiendo otro trago de la poción.

—Hay quien piensa. . . —Harry dudó, pero se atrevió a seguir hablando—, hay quien piensa que sería capaz de cualquier cosa para conseguir el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Si Snape llega a conseguir ese puesto, me tiraré desde la Torre de Astronomía —dijo Ara, con semblante muy serio.

—Probablemente me una a ti —convino Harry.

Lupin vació la copa e hizo un gesto de desagrado.

—Asqueroso —dijo—. Bien, chicos. Tengo que seguir trabajando. Nos veremos en el banquete.

—De acuerdo —dijo Harry, dejando su taza de té.

—¡Que tenga un buen día, señor! —dijo Ara, enviándole a Lupin una amable sonrisa mientras ella y Harry salían de su despacho.

Lupin la observó marcharse con tristeza, se suponía que era él quien iba a criarla, y cuidarla, pero debido a su problema, era incapaz de hacerlo.

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—AQUÍ TENÉIS —dijo Ron—. Hemos traído todos los que pudimos.

Un chaparrón de caramelos de brillantes colores cayó sobre las piernas de Ara y Harry. Ya había anochecido, y Ron y Hermione acababan de hacer su aparición en la sala común, con la cara enrojecida por el frío viento y con pinta de habérselo pasado mejor que en toda su vida.

—Gracias —Ara sonrió, mientras desenvolvía una rana de chocolate.

—Sí, gracias —dijo Harry, cogiendo un paquete de pequeños y negros diablillos de pimienta—. ¿Cómo es Hogsmeade? ¿Adónde habéis ido?

A juzgar por las apariencias, a todos los sitios. A Dervish y Banges, la tienda de artículos de brujería, a la tienda de artículos de broma de Zonko, a Las Tres Escobas, para tomarse unas cervezas de mantequilla caliente con espuma, y a otros muchos sitios.

—¡La oficina de correos! ¡Unas doscientas lechuzas, todas descansando en anaqueles, todas con claves de colores que indican la velocidad de cada una!

—Honeydukes tiene un nuevo caramelo: daban muestras gratis. Aquí tenéis un poco, mirad─

—Nos ha parecido ver un ogro. En Las Tres Escobas hay todo tipo de gente─

—Ojalá os hubiéramos traído cerveza de mantequilla. Realmente te reconforta─

—¿Y vosotros que habéis hecho? —les preguntó Hermione—. ¿Habéis trabajado?

Ara casi resopló al oír aquello; por mucho que deseara ser como otros estudiantes estudiosos, en realidad nunca había necesitado serlo. Siempre se las ingeniaba para hacer su trabajo en el último segundo y aun así obtener una nota más alta que la mayoría. Sus notas estaban llenas de Extraordinarios, con algunas excepciones como Historia de la Magia, en la que se pasaba el tiempo durmiendo, pero nunca tuvo problemas con sus clases, su inteligencia le venía de forma natural y estaba eternamente agradecida por ello.

—No —respondió Harry—. Lupin nos ha invitado a un té en su despacho. Y ha entrado Snape. . .

Les contaron lo de la copa. Ron se quedó con la boca abierta.

—¿Y Lupin se la ha bebido? —exclamó—. ¿Está loco?

—Mi misma reacción —dijo Ara—. Le pregunté si estaba seguro de que Snape no le había puesto veneno.

Hermione miró la hora.

—Será mejor que vayamos bajando. El banquete empezará dentro de cinco minutos. . .

Pasaron por el retrato entre la multitud, todavía hablando de Snape.

—Pero si él─ ya sabéis. . . —Hermione bajó la voz, mirando a su alrededor con cautela—. Si intentara envenenar a Lupin, no lo haría delante de Harry y Ara.

—Sí, quizá tengas razón —dijo Harry mientras llegaban al vestíbulo y lo cruzaban para entrar en el Gran Comedor. Lo habían decorado con cientos de calabazas con velas dentro, una bandada de murciélagos vivos que revoloteaban y muchas serpentinas de color naranja brillante que caían del techo como culebras de río.

La comida fue deliciosa. Incluso Hermione y Ron, que estaban que reventaban de los dulces que habían comido en Honeydukes, repitieron. Y Ara, como siempre, había dejado algo de espacio en su estómago para su postre favorito, mousse de chocolate. También seguía mirando a Lupin cada pocos minutos para asegurarse de que no caía muerto.

El banquete terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de los muros y de las mesas para llevar a cabo un pequeño vuelo en formación. Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor, cosechó un gran éxito con una representación de su propia desastrosa decapitación.

Fue una noche tan estupenda que Malfoy no pudo enturbiar el buen humor de Ara al gritarle por entre la multitud, cuando salían del Gran Comedor:

—¡Los dementores te envían recuerdos, Black!

Además notó que Harry parecía tan contento como ella; eso sólo la hizo sentir aún mejor.

Ara, Harry, Ron y Hermione siguieron al resto de los de su casa por el camino de la torre de Gryffindor, pero cuando llegaron al corredor al final del cual estaba el retrato de la Señora Gorda, lo encontraron atestado de alumnos.

—¿Por qué no entran? —preguntó Ron, intrigado.

Ara frunció el ceño y miró delante de ella, por encima de las cabezas, Harry hizo lo mismo. El retrato estaba cerrado.

—Dejadme pasar, por favor —dijo la voz de Percy. Se esforzaba por abrirse paso a través de la multitud, dándose importancia—. ¿Qué ocurre? No es posible que nadie se acuerde de la contraseña. Dejadme pasar, soy delegado.

La multitud guardó silencio entonces, empezando por los de delante. Fue como si un aire frío se extendiera por el corredor. Oyeron que Percy decía con una voz repentinamente aguda:

—Que alguien vaya a buscar al profesor Dumbledore, rápido.

Las cabezas se volvieron. Los de atrás se ponían de puntillas.

—¿Qué sucede? —preguntó Ginny, que acababa de llegar.

Al cabo de un instante hizo su aparición el profesor Dumbledore, dirigiéndose velozmente hacia el retrato. Los alumnos de Gryffindor se apretujaban para dejarle paso, y Ara, Harry, Ron y Hermione se acercaron un poco para ver qué sucedía.

—¡Anda, mi madr─! —exclamó Hermione, agarrándose al brazo de Ara.

La Señora Gorda había desaparecido del retrato, que había sido rajado tan ferozmente que algunas tiras del lienzo habían caído al suelo. Faltaban varios trozos grandes.

Dumbledore dirigió una rápida mirada al retrato estropeado y se volvió. Con ojos entristecidos vio a los profesores McGonagall, Lupin y Snape, que se acercaban a toda prisa.

—Hay que encontrarla —dijo Dumbledore—. Por favor, profesora McGonagall, dígale enseguida al señor Filch que busque a la Señora Gorda por todos los cuadros del castillo.

—¡Apañados vais! —dijo una voz socarrona.

Era Peeves, que revoloteaba por encima de la multitud y estaba encantado, como cada vez que veía a los demás preocupados por algún problema.

—¿Qué quieres decir, Peeves? —le preguntó Dumbledore tranquilamente. La sonrisa de Peeves desapareció. No se atrevía a burlarse de Dumbledore. Adoptó una voz empalagosa que no era mejor que su risa.

—Le da vergüenza, señor director. No quiere que la vean. Es un desastre de mujer. La he visto correr por el paisaje, hacia el cuarto piso, señor, esquivando los árboles y gritando algo terrible —dijo con alegría—. Pobrecita —añadió sin convicción.

—¿Ha dicho quién lo ha hecho? —preguntó Dumbledore en voz baja.

—Sí, señor director —dijo Peeves, con pinta de estar meciendo una bomba en sus brazos—. Se ha enfadado con ella porque no le permitiría entrar, ¿sabe? —Peeves dio una vuelta de campana y dirigió a Dumbledore una sonrisa por entre sus propias piernas—. Ese Sirius Black tiene un genio insoportable.


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