𝟳 。・:*˚:✧。 a failed match.✓

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━ ✩・*。𝐁𝐋𝐀𝐂𝐊 & 𝐏𝐎𝐓𝐓𝐄𝐑 。˚⚡
007.┊UN PARTIDO FALLIDO.
canción: a sky full of stars por coldplay.

ARA NO HABÍA HABLADO MUCHO MIENTRAS todos los de Gryffindor volvían al Gran Comedor tal y como había mandado Dumbledore, donde se les unieron, diez minutos después, los de Ravenclaw, Hufflepuff y Slytherin. Todos parecían confusos.

Algunos alumnos creyeron oportuno enviar sus miradas irritadas en dirección a Ara, pero su mirada casi asesina les hizo frenar su ceño fruncido. Hermione y Ginny se habían pegado a ella, las tres chicas agarradas del brazo. Aunque la mayoría de los alumnos se sentían inquietos por la presencia de Ara, Ginny y Hermione se sentían las más seguras con ella.

—Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el castillo —explicó el profesor Dumbledore mientras McGonagall y Flitwick cerraban todas las puertas del Gran Comedor—. Me temo que, por vuestra propia seguridad, tendréis que pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia en las puertas del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos delegados. Comunicadme cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy, que se sentía inmensamente orgulloso—. Avisadme por medio de algún fantasma. —El profesor Dumbledore se detuvo antes de salir del Gran Comedor y añadió—: Bueno, necesitaréis. . .

Con un movimiento casual de la varita, envió volando las largas mesas hacia las paredes del Gran Comedor. Con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con cientos de mullidos sacos de dormir rojos.

—Felices sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta.

El Gran Comedor empezó a bullir de excitación. Los de Gryffindor contaban al resto del colegio lo que acababa de suceder.

—¡Todos a los sacos! —gritó Percy—. ¡Ahora mismo, se acabó la charla! ¡Apagaré las luces dentro de diez minutos!

—Vamos —dijo Ron a Harry, Ara y Hermione (Ginny había optado por unirse a algunos de sus amigos). Cogieron cuatro sacos de dormir y se los llevaron a un rincón.

—¿Creéis que Black sigue en el castillo? —susurró Hermione con preocupación.

—Evidentemente, Dumbledore piensa que es posible —dijo Ron.

—No creo que sea tan estúpido como para quedarse por mucho tiempo —dijo Ara, mientras se colocaba entre Harry y Ron.

—Es una suerte que haya elegido esta noche, ¿os dais cuenta? —dijo Hermione mientras se metían vestidos en los sacos de dormir y se apoyaban en el codo para hablar—. La única noche que no estábamos en la torre. . .

—Supongo que con la huida no sabrá en qué día vive —dijo Ron—. No se ha dado cuenta de que es Halloween. De lo contrario, habría entrado aquí a saco.

Hermione se estremeció.

A su alrededor todos se hacían la misma pregunta:

—¿Cómo ha podido entrar?

—A lo mejor sabe cómo aparecerse —dijo un alumno de Ravenclaw que estaba cerca de ellos—. Cómo salir de la nada.

—A lo mejor se ha disfrazado —dijo uno de Hufflepuff de quinto curso.

—Tal vez su hija lo ha ayudado a entrar.

Ara, Harry, Ron y Hermione fruncieron el ceño ante esa teoría.

—Podría haber entrado volando —sugirió Dean Thomas.

—Hay que ver, ¿es que soy la única persona que ha leído Historia de Hogwarts? —preguntó Hermione a Harry y a Ron, perdiendo la paciencia, mientras Ara simplemente yacía boca arriba mirando al techo.

—Casi seguro —dijo Ron—. ¿Por qué lo dices?

—Porque el castillo no está protegido sólo por muros —indicó Hermione—, sino también por todo tipo de encantamientos para evitar que nadie entre furtivamente. No es tan fácil aparecerse aquí. Y quisiera ver el disfraz capaz de engañar a los dementores. Vigilan cada una de las entradas a los terrenos del colegio. Si hubiera entrado volando, también lo habrían visto. Y en cuanto a los pasadizos secretos, Filch los conoce todos y estarán vigilados.

—¡Voy a apagar las luces ya! —gritó Percy—. Quiero que todo el mundo esté metido en el saco y callado.

Todas las velas se apagaron a la vez. La única luz venía de los fantasmas de color de plata, que se movían por todas partes, hablando con gravedad con los prefectos, y del techo encantado, tan cuajado de estrellas como el mismo cielo exterior.

Ara sintió una ligera oleada de serenidad mientras sus ojos recorrían el techo estrellado. Tal vez fuera su nombre lo que había despertado su interés y amor por la Astronomía, pero siempre había conseguido aquietar sus pensamientos y su caótica mente cuando contemplaba las estrellas. Había algo tan hermoso en ellas, cómo decoraban el cielo nocturno y proporcionaban a las almas perdidas un poco de luz entre toda la oscuridad, sacándolas de su tristeza y dando esperanza a quienes más la necesitaban. Tal vez las estrellas escuchaban las plegarias y los deseos, pensó Ara al ver una estrella fugaz. . . pensó en pedir un deseo en ese momento, pedir un poco de paz en la confusión que era su vida.

Entonces cerró los ojos, sus labios se separaron ligeramente mientras murmuraba palabras inaudibles hacia el universo, o más específicamente, las estrellas. Ara sólo abrió los ojos cuando sintió que alguien le tocaba el antebrazo, miró de reojo y descubrió a Harry mirándola fijamente.

—Pensé que estabas dormida. . . —susurró él en voz baja, sus ojos escrutando con preocupación.

—Todavía no —contestó ella en voz baja, oyendo débilmente los murmullos de Ron y Hermione de fondo.

—¿Sólo descansando los ojos? —se burló Harry, sabiendo que había dicho las mismas palabras cada vez que Hermione la pillaba durmiendo cuando se suponía que estaban haciendo los deberes.

Ara resopló.

No —ella sabía cuál era su enfoque, y él la estaba animando con éxito—. Sólo pidiendo un deseo.

—¿Qué deseo has pedido? —preguntó.

—Bueno, si te lo digo no se hará realidad, ¿verdad? —Ara enarcó una ceja.

Tras varios intentos de hacerla confesar, Harry finalmente se dio por vencido y levantó las manos en señal de rendición, haciendo reír a Ara por lo bajo.

Cada hora aparecía por el salón un profesor para comprobar que todo se hallaba en orden. Hacia las tres de la mañana, cuando por fin se habían quedado dormidos muchos alumnos, entró el profesor Dumbledore, buscando a Percy, que rondaba entre los sacos de dormir amonestando a los que hablaban. Percy estaba a corta distancia de Ara, Harry, Ron y Hermione, que fingieron estar dormidos cuando se acercaron los pasos de Dumbledore.

—¿Han encontrado algún rastro de él, profesor? —le preguntó Percy en un susurro.

—No. ¿Por aquí todo bien?

—Todo bajo control, señor.

—Bien. No vale la pena moverlos a todos ahora. He encontrado a un guarda provisional para el agujero del retrato de Gryffindor. Mañana podrás llevarlos a todos.

—¿Y la Señora Gorda, señor?

—Se había escondido en un mapa de Argyllshire del segundo piso. Parece que se negó a dejar entrar a Black sin la contraseña, y por eso la atacó. Sigue muy consternada, pero en cuanto se tranquilice le diré al señor Filch que restaure el lienzo.

Ara oyó crujir la puerta del salón cuando volvió a abrirse, y más pasos.

—¿Señor director? —Era Snape—. Hemos registrado todo el primer piso. No estaba allí. Y Filch ha examinado las mazmorras. Tampoco ha encontrado rastro de él.

—¿Y la torre de astronomía? ¿Y el aula de la profesora Trelawney? ¿Y la Lechucería?

—Lo hemos registrado todo. . .

—Muy bien, Severus. La verdad es que no creía que Black prolongara su estancia aquí.

—¿Tiene alguna idea de cómo pudo entrar, profesor? —preguntó Snape.

Ara alzó la cabeza ligeramente, para desobstruirse el otro oído, y podía decir que Harry estaba haciendo lo mismo.

—Muchas, Severus, pero todas igual de improbables.

Ara abrió un poco los ojos y miró a un lado, descubriendo a Harry que también escuchaba atentamente. Dumbledore estaba de espaldas a ellos dos, pero pudieron ver el rostro de Percy, muy atento, y el perfil de Snape, que parecía enfadado.

—¿Se acuerda, señor director, de la conversación que tuvimos poco antes de─ comenzar el curso? —preguntó Snape, abriendo apenas los labios, como para que Percy no se enterara.

—Me acuerdo, Severus —dijo Dumbledore. En su voz había como un dejo de reconvención.

—Parece─ casi imposible─ que Black haya podido entrar en el colegio sin ayuda del interior. Expresé mi preocupación cuando usted señaló─

—No creo que nadie de este castillo ayudara a Black a entrar —dijo Dumbledore en un tono que dejaba bien claro que daba el asunto por zanjado. Snape no contestó—. Tengo que bajar a ver a los dementores. Les he dicho que les informaría cuando hubiéramos terminado el registro.

—¿No han querido ayudarnos, señor? —preguntó Percy.

—Sí, desde luego —respondió Dumbledore fríamente—. Pero me temo que, mientras yo sea director, ningún dementor cruzará el umbral de este castillo.

Percy se quedó un poco avergonzado. Dumbledore salió del salón con rapidez y silenciosamente. Snape aguardó allí un momento, mirando al director con una expresión de profundo resentimiento. Luego también él se marchó.

Harry miró a ambos lados a Ara, a Ron y a Hermione. Ara se limitaba ahora a mirar el techo estrellado con cara inexpresiva, pero Harry pudo ver la ligera preocupación en sus ojos, así que la tomó suavemente de la mano y ella le dio un suave apretón y sonrió un poco, sin dejar de mirar el techo.

—Nyx —murmuró Harry en silencio, llamando su atención una vez que Ron y Hermione se quedaron dormidos.

Ella giró la cabeza, con los párpados ya caídos por el cansancio, y Harry le dio un último apretón en la mano mientras sonreía suavemente, musitando:

—Todo irá bien.

Ara asintió y se arrimó un poco más a él.

Sin embargo, poco después se quedaron dormidos, con sus manos aún unidas y sin pretender soltarse en ningún momento.

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DURANTE LOS DÍAS QUE SIGUIERON, en el colegio no se habló de otra cosa que de Sirius Black. Los cuchicheos empeoraron cuando Ara estaba cerca y las malas miradas aumentaron. Sin embargo, a ella no podía importarle menos. Las especulaciones acerca de cómo había logrado penetrar en el castillo fueron cada vez más fantásticas; Hannah Abbott, de Hufflepuff, se pasó la mayor parte de la clase de Herbología contando que Black podía transformarse en un arbusto florido.

Habían quitado de la pared el lienzo rasgado de la Señora Gorda y lo habían reemplazado con el retrato de sir Cadogan y su pequeño y robusto caballo gris. Esto no le hacía a nadie mucha gracia. Sir Cadogan se pasaba la mitad del tiempo retando a duelo a todo el mundo, y la otra mitad inventando contraseñas ridículamente complicadas que cambiaba al menos dos veces al día.

—Está loco de remate —le dijo Seamus Finnigan a Percy, enfadado—. ¿No hay otro disponible?

—Ninguno de los demás retratos quería el trabajo —dijo Percy—. Estaban asustados por lo que le ha ocurrido a la Señora Gorda. Sir Cadogan ha sido el único lo bastante valiente para ofrecerse voluntario.

Lo que menos preocupaba a Ara y a Harry era Sir Cadogan. Los vigilaban muy de cerca. Los profesores buscaban disculpas para acompañarlos por los corredores, y los hermanos de Ara se habían vuelto aún más sobreprotectores, la querían a la vista las veinticuatro horas del día. Para colmo, la profesora McGonagall los llamó a su despacho y los recibió con una expresión tan sombría que Ara pensó que se había muerto alguien o que se habían quedado sin galletas.

—No hay razón para que os lo ocultemos por más tiempo —dijo muy seriamente—. Sé que esto os va a afectar, pero Sirius Black─

—Ya sabemos que va a por nosotros —dijo Harry, un poco cansado, y Ara asintió—. Oímos al señor Weasley cuando se lo contaba a la señora Weasley. El señor Weasley trabaja para el Ministerio de Magia.

La profesora McGonagall se sorprendió mucho.

—¿Cómo te sientes con la situación, Black? —preguntó McGonagall, con una voz que expresaba preocupación.

La cara de Ara permaneció neutral, sin querer mostrar cuánto le preocupaba realmente la situación. No necesitaba que la trataran como si fuera de cristal, no necesitaba que los adultos le preguntaran cómo se sentía mientras sus caras se inundaban de lástima y simpatía. Ara estaba segura de que Harry sentía lo mismo, nunca les había gustado la atención que traían sus nombres. El de Harry traía admiración y expectativas constantes. El de Ara traía miedo y hastío.

—Estoy bien, Minnie, no te preocupes —dijo Ara, mintiendo sin problemas e incluso ofreciendo una sonrisa.

McGonagall la miró un momento, pero asintió. Harry, sin embargo, entrecerró los ojos, viendo a través de su bien construida máscara. Frunció los labios, sabiendo que era más que probable que su mejor amiga estuviera ocultando lo que realmente sentía; no sería la primera vez que dejaba sus emociones a un lado.

Finalmente, McGonagall volvió a mirarlos.

—Ya veo. Bien, en ese caso comprenderéis por qué creo que no debéis ir por las tardes a los entrenamientos de quidditch. Es muy arriesgado estar ahí fuera, en el campo, sin más compañía que los miembros del equipo─

—¡Pero tenemos que practicar, aún necesitamos entrenamiento! —dijo Ara indignada mientras su expresión se transformaba en una de shock.

—¡El sábado tenemos nuestro primer partido! —dijo Harry, indignado—. ¡Tenemos que entrenar, profesora!

—¿Por favor? —dijo Ara, mirando a la profesora con ojos de cachorrito.

La profesora McGonagall meditó un instante. Tanto Ara como Harry sabían que ella deseaba que ganara el equipo de Gryffindor; al fin y al cabo, había sido ella la primera que había propuesto a Harry como buscador y Ara como cazadora.

Harry aguardó conteniendo el aliento y Ara siguió mirándola con grandes ojos grises suplicantes.

—Hum. . . —La profesora McGonagall se puso en pie y observó desde la ventana el campo de quidditch, muy poco visible entre la lluvia—. Bien, os aseguro que me gustaría que por fin ganáramos la copa. . . De todas formas, Black, Potter, estaría más tranquila si un profesor estuviera presente. Pediré a la señora Hooch que supervise vuestras sesiones de entrenamiento.

—Gracias, ahora. . . ¿te quedan algunas de esas galletas de chocolate que tanto me gustan?

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EL TIEMPO EMPEORÓ CONFORME SE ACERCABA el primer partido de quidditch. Impertérrito, el equipo de Gryffindor entrenaba cada vez más, bajo la mirada de la señora Hooch. Luego, en la sesión final de entrenamiento que precedió al partido del sábado, Oliver Wood comunicó a su equipo una noticia no muy buena:

—¡No vamos a jugar contra Slytherin! —les dijo muy enfadado—. Flint acaba de venir a verme. Vamos a jugar contra Hufflepuff.

—¿Por qué? —preguntaron todos.

—La excusa de Flint es que su buscador aún tiene el brazo lesionado —dijo Wood, rechinando con furia los dientes—. Pero está claro el verdadero motivo: no quieren jugar con este tiempo, porque piensan que tendrán menos posibilidades. . .

Durante todo el día había soplado un ventarrón y caído un aguacero, y mientras hablaba Wood se oía retumbar a los truenos.

—¡No le pasa nada al brazo de Malfoy! —dijo Harry furioso—. Está fingiendo.

—¿Sabéis qué? —dijo Ara, igual de furiosa—. Que alguien le ataque, va a intentar defenderse usando su brazo herido, y demostraremos que está fingiendo.

El equipo pareció estar de acuerdo, pero Wood los miró con desaprobación.

—Si hacemos eso, van a pensar que estamos saboteando a su equipo, así que no, no podemos demostrarlo —dijo Wood con acritud—. Y hemos practicado todos estos movimientos suponiendo que íbamos a jugar contra Slytherin, y en su lugar tenemos a Hufflepuff, y su estilo de juego es muy diferente. Tienen un nuevo capitán buscador, Cedric Diggory─

De repente, Angelina y Katie soltaron una carcajada.

—¿Qué? —preguntó Wood, frunciendo la frente ante aquella actitud.

—Es ese chico alto y guapo, ¿verdad? —preguntó Angelina.

—¡Y tan fuerte y callado! —añadió Katie, y volvieron a reírse.

Ara simplemente puso los ojos en blanco sonriendo, sí, tenía que admitir que era guapo, pero no era su tipo.

—Es callado porque no es lo bastante inteligente para juntar dos palabras —dijo Fred con impaciencia, ganándose una colleja de Ara—. No sé qué te preocupa, Oliver. Los de Hufflepuff son pan comido. La última vez que jugamos con ellos, Harry cogió la snitch al cabo de unos cinco minutos, ¿no os acordáis?

—¡Jugábamos en condiciones muy distintas! —gritó Wood, con los ojos muy abiertos—. Diggory ha mejorado mucho el equipo. ¡Es un buscador excelente! ¡Ya sospechaba que os lo tomaríais así! ¡No debemos confiarnos! ¡Hay que tener bien claro el objetivo! ¡Slytherin intenta pillarnos desprevenidos! ¡Hay que ganar!

—¡Tranquilízate, Oliver! —dijo Fred alarmado—. Nos tomamos muy en serio a Hufflepuff. Muy en serio.

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EL DÍA ANTERIOR AL PARTIDO, EL VIENTO se convirtió en un huracán y la lluvia cayó con más fuerza que nunca. Estaba tan oscuro dentro de los corredores y las aulas que se encendieron más antorchas y faroles. El equipo de Slytherin se daba aires, especialmente Malfoy.

—¡Ah, si mi brazo estuviera mejor! —suspiraba mientras el viento golpeaba las ventanas.

Ara no quería otra cosa que darle un puñetazo en su fea cara, pero contuvo su ira. Entre clase y clase, Oliver Wood se acercaba a Harry y Ara a toda prisa para darles consejos, a pesar de que Ara era la mejor cazadora del colegio y Harry el buscador más joven del siglo. La tercera vez que sucedió, Wood habló tanto que Ara y Harry se dieron cuenta de que llegaban diez minutos tarde a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, y echaron a correr mientras Wood les gritaba:

—¡Diggory tiene un regate muy rápido, Harry! ¡Tendrás que hacerle una vaselina! ¡Ara, los golpeadores irán detrás de ti, así que mantén los ojos abiertos─

Ara y Harry frenaron al llegar a la puerta del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, la abrieron y entraron apresuradamente.

—Lamentamos llegar tarde, profesor Lupin. Nosotros─

Pero no era Lupin quien los miraba desde la mesa del profesor; era Snape.

—La clase ha comenzado hace diez minutos, Potter, Black. Así que creo que descontaremos a Gryffindor diez puntos. Sentaos.

Pero ellos no se movieron.

—¿Dónde está el profesor Lupin? —preguntó Harry.

—No se encuentra bien para dar clase hoy —dijo Snape con una sonrisa contrahecha—. Creo que os he dicho que os sentéis.

Pero Ara y Harry permanecieron donde estaban.

—¿Qué le ocurre? —preguntó Ara con amargura.

A Snape le brillaron sus ojos negros.

—Nada que ponga en peligro su vida —dijo como si deseara lo contrario—. Cinco puntos menos para Gryffindor, y si os tengo que volver a decir que os sentéis, serán cincuenta.

Harry vio que Ara estaba prácticamente ardiendo de ira, así que la agarró del brazo y la guió hasta una mesa donde ambos se sentaron. Snape miró alrededor de la clase.

—Como decía antes de que nos interrumpieran Potter y Black, el profesor Lupin no ha dejado ninguna información acerca de los temas que habéis estudiado hasta ahora─

—Por favor, señor, hemos estudiado los boggarts, los gorros rojos, los kappas y los grindylows —informó Hermione rápidamente—, y estábamos a punto de comenzar─

—Cállate —dijo Snape fríamente—. No te he preguntado. Sólo comentaba la falta de organización del profesor Lupin.

—Es el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido —dijo Dean Thomas con atrevimiento, y la clase expresó su conformidad con murmullos. Snape puso el gesto más amenazador que le habían visto.

—Sois fáciles de complacer. Lupin apenas os exige esfuerzo. . . Yo daría por hecho que los de primer curso son ya capaces de manejarse con los gorros rojos y los grindylows. Hoy veremos. . . —se detuvo un momento para hojear el libro de texto hasta llegar al último capítulo—. . . los hombres lobo.

Ara entreabrió los labios al darse cuenta de que Snape estaba intentando exponer al profesor Lupin. Había estado bastante convencida de su teoría de que él era un hombre lobo y esto no hacía más que confirmar sus sospechas. Sintió rabia por el profesor; ¿por qué querría Snape actuar de esta forma tan infantil? Quería arrancarle el pelo grasiento de la cabeza.

—Pero, profesor —dijo Hermione, que parecía incapaz de contenerse—, todavía no podemos llegar a los hombres lobo. Está previsto comenzar con los hinkypunks─

—Señorita Granger —dijo Snape con voz calmada—, creía que era yo y no usted quien daba la clase. Ahora, abrid todos el libro por la página trescientos noventa y cuatro. —Miró a la clase—: Todos. Ya.

Con miradas de soslayo y un murmullo de descontento, abrieron los libros.

—¿Quién de vosotros puede decirme cómo podemos distinguir entre el hombre lobo y el lobo auténtico?

Todos se quedaron en completo silencio. Todos excepto Hermione, cuya mano, como de costumbre, estaba levantada.

—¿Nadie? —preguntó Snape, sin prestar atención a Hermione. La sonrisa contrahecha había vuelto a su rostro—. ¿Es que el profesor Lupin no os ha enseñado ni siquiera la distinción básica entre. . .?

—Ya se lo hemos dicho —dijo de repente Parvati—. No hemos llegado a los hombres lobo. Estamos todavía por─

¡Silencio! —gruñó Snape—. Bueno, bueno, bueno. . . Nunca creí que encontraría una clase de tercero que ni siquiera fuera capaz de reconocer a un hombre lobo. Me encargaré de informar al profesor Dumbledore de lo atrasados que estáis todos. . .

—Por favor, profesor —dijo Hermione, que seguía con la mano levantada—. El hombre lobo difiere del verdadero lobo en varios detalles: el hocico del hombre lobo─

—Es la segunda vez que habla sin que le corresponda, señorita Granger —dijo Snape con frialdad—. Cinco puntos menos para Gryffindor por ser una sabelotodo insufrible.

—¿Qué? —dijo Ara, indignada—. ¿Por qué quitaría puntos por saber la respuesta?

—Otros cinco puntos menos para Gryffindor, Black —dijo Snape con amargura.

Hermione seguía muy colorada, con la mano baja y mirando al suelo, con los ojos llenos de lágrimas. Un indicio de hasta qué punto odiaban todos a Snape era que lo estaban fulminando con la mirada. Todos, excepto Ara, en alguna ocasión, habían llamado sabelotodo a Hermione, y Ron, que lo hacía por lo menos dos veces a la semana, dijo en voz alta:

—Usted nos ha hecho una pregunta y ella le ha respondido. ¿Por qué pregunta si no quiere que se le responda?

Sus compañeros comprendieron al instante que había ido demasiado lejos, pero Ara se limitó a mirarle con una sonrisa apenas contenida. Snape avanzó hacia Ron lentamente y la clase contuvo la respiración.

—Te quedarás castigado, Weasley —dijo Snape con voz suave y acercando el rostro al de Ron—. Y si vuelvo a oírte criticar mi manera de dar clase, te arrepentirás.

—¿Qué es lo que no hay que criticar? —dijo Ara en voz alta, Snape giró la cabeza muy despacio para mirarla con una mirada mortal.

—Puedes unirte a Weasley en el castigo, Black —dijo Snape en un tono que daba a entender que intentaba intimidarla, pero Ara simplemente se encogió de hombros.

Nadie se movió durante el resto de la clase. Siguió cada uno en su sitio, tomando notas sobre los hombres lobo del libro de texto, mientras Snape rondaba entre las filas de pupitres examinando el trabajo que habían estado haciendo con el profesor Lupin.

—Muy pobremente explicado. . . Esto es incorrecto. . . El kappa se encuentra sobre todo en Mongolia. . . ¿El profesor Lupin te puso un ocho? Yo no te habría puesto más de un tres.

Cuando el timbre sonó por fin, Snape los retuvo:

—Escribiréis una redacción de dos pergaminos sobre las maneras de reconocer y matar a un hombre lobo. Para el lunes por la mañana. Ya es hora de que alguien meta en cintura a esta clase. Weasley, Black, quedaos, tenemos que hablar sobre vuestro castigo.

Ron se quedó atrás, pero Ara tan sólo se burló y abandonó la clase con Harry y Hermione sin preocuparse, dejando atrás a un Snape furioso, y esperaron a encontrarse fuera del alcance de sus oídos para estallar en críticas contra él.

—Snape nunca ha actuado así con ninguno de los otros profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, aunque quisiera el puesto —comentó Harry a Ara y Hermione—. ¿Por qué la tiene tomada con Lupin? ¿Será por lo del boggart?

—No sé —dijo Hermione pensativamente—. Pero espero que el profesor Lupin se recupere pronto.

—Tal vez ellos no se llevaban bien antes de que Lupin consiguiera el trabajo —sugirió Ara.

—Sí, puede ser —dijo Hermione—. Tú no creerás que soy una sabelotodo, ¿verdad?

—Claro que no, Hermione —dijo Ara, sonriendo a su mejor amiga—. Eres increíblemente inteligente, no hay nada de malo en demostrarlo.

Ron los alcanzó cinco minutos más tarde, muy enfadado.

—¿Sabéis lo que ese─ (llamó a Snape algo que hizo que Ara sonriera un poco y que Hermione se escandalizara y dijera "¡Ron!") nos ha mandado? Tenemos que lavar los orinales de la enfermería. ¡Sin magia! —dijo con la respiración alterada. Tenía los puños fuertemente apretados—. ¿Por qué no podía haberse ocultado Black en el despacho de Snape, eh? ¡Podría haber acabado con él!

—Bueno. . . Espero que te diviertas en el castigo, Ron, porque yo no pienso ir.

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ARA SE DESPERTÓ NERVIOSA, POR MUY SEGURA DE SÍ MISMA QUE FUERA, el quidditch era algo que siempre la mantendría en alerta.

—Buenos días, Hermione —dijo mientras tiraba las mantas de su cama, con cuidado de no despertar a Venus, que dormía plácidamente al final de su cama.

—Buenos días, Ara —contestó Hermione, que ya estaba lista para el día—. ¿Estás nerviosa por el partido?

—Un poco —admitió ella.

—¡Lo harás increíble! —dijo Hermione, sonriendo—. Eres la mejor cazadora del equipo, estoy segura de que lo harás fenomenal.

—Gracias —Ara sonrió ligeramente.

Una vez que Ara dio de comer a Venus y se aseguró de que su gata estuviera cómoda en el dormitorio, se puso el uniforme de quidditch y bajaron a desayunar, donde pronto se les unieron Ron y Harry, que tomaron asiento al lado de Ara.

—Buenos días —Ara arrastró—. ¿Listo para patearles el culo a esos Hufflepuffs?

—Definitivamente —Harry sonrió, sirviéndose algo de comida.

Ara decidió comer cereales, no quería tener algo demasiado pesado en el estómago mientras volaba, eso le haría vomitar por todas partes. Cuando ya estaba terminando de desayunar, apareció el resto del equipo.

—Va a ser difícil —dijo Wood, sin probar bocado.

—Deja de preocuparte, Oliver —dijo Ara, tratando de tranquilizarlo—. No nos asustamos por un poquito de lluvia.

Pero era bastante más que un poquito de lluvia. El quidditch era tan popular que todo el colegio salió a ver el partido, como de costumbre. Corrían por el césped hasta el campo de quidditch, con la cabeza agachada contra el feroz viento que arrancaba los paraguas de las manos. Poco antes de entrar en el vestuario, Ara y Harry vieron a Malfoy, a Crabbe y a Goyle camino del campo de quidditch; cubiertos por un enorme paraguas, los señalaban y se reían.

Los miembros del equipo se pusieron la túnica escarlata y aguardaron la habitual arenga de Wood, pero ésta no se produjo. Wood intentó varias veces hablarles, tragó saliva con un ruido extraño, cabeceó desesperanzado y les indicó por señas que lo siguieran.

Ara y Harry se miraron, siempre se daban un abrazo de buena suerte antes de cada partido, y entonces Harry la atrajo en un cálido abrazo.

—Buena suerte —susurró él en su pelo.

—Buena suerte —dijo Ara mientras se separaban, se sonrieron y se dieron palmaditas en la espalda antes de seguir al equipo.

El viento era tan fuerte que se tambalearon al entrar en el campo. A causa del retumbar de los truenos, no podían saber si la multitud los aclamaba. La lluvia rociaba los cristales de las gafas de Harry, y Ara tenía los ojos llenos de agua, escociéndoles.

Los de Hufflepuff se aproximaron desde el otro extremo del campo, con la túnica amarillo canario. Los capitanes de ambos equipos se acercaron y se estrecharon la mano. Diggory sonrió a Wood, pero Wood parecía tener ahora la mandíbula encajada y se limitó a hacer un gesto con la cabeza. Ara a duras penas pudo oír a la señora Hooch articular:

—Montad en las escobas.

Ara sacó del barro el pie derecho y pasó la pierna por encima de su Barredora. La señora Hooch se llevó el silbato a los labios y dio un pitido que sonó distante y estridente. . . Dio comienzo el partido.

Ara hizo un movimiento para atrapar la Quaffle pero el otro cazador de Hufflepuff era un poco más rápido, por suerte Angelina se la quitó y se la pasó a Ara, que con gran dificultad pudo marcar un punto.

Al cabo de cinco minutos, Ara estaba calada hasta los huesos y helada de frío, y el pelo le caía en la cara, había conseguido marcar otro tanto, pero eso hizo que casi la golpeara una Bludger. Esperaba que Harry atrapara pronto la snitch. Apenas podía ver nada a causa de la lluvia, y de pronto, ¡BAM!, recibió un golpe de una bludger en la nariz, que le empezó a sangrar al instante; se la limpió con la manga de su túnica, sintiéndose un poco mareada por el golpe, pero aún así se las arregló para seguir concentrada en el partido.

Perdió la noción del tiempo. Era cada vez más difícil sujetar la escoba con firmeza. El cielo se oscureció, como si hubiera llegado la noche en plena mañana. Ara estuvo a punto de caer de su escoba varias veces ya. Todos estaban ahora tan calados, y la lluvia era tan densa, que apenas podía distinguirlos. . .

Con el primer relámpago llegó el pitido del silbato de la señora Hooch. Ara sólo pudo ver a través de la densa lluvia las siluetas de Harry y Wood, que le indicaban por señas que descendiera. Todo el equipo aterrizó en el barro, salpicando.

—¡He pedido tiempo muerto! —gritó a sus jugadores—. Venid aquí debajo.

Se apiñaron en el borde del campo, debajo de un enorme paraguas. Harry se quitó las gafas y se las limpió apresuradamente con la túnica, y cuando pudo volver a ver y vio la sangre en la nariz de Ara se dirigió inmediatamente hacia ella.

—¿Estás bien, Nyx? —preguntó Harry, mientras le agarraba suavemente la barbilla para poder ver mejor su nariz ensangrentada.

—Sí, todo bien —dijo ella, enviándole una mueca de dolor mientras le palpitaba la nariz, no del todo rota pero aún hinchada. Estaba temblando tanto que Harry instintivamente le pasó un brazo por los hombros y le frotó el brazo para que entrara en calor.

—¿Cuál es la puntuación? —preguntó Ara, sonriendo internamente por lo considerado que era Harry.

—Cincuenta puntos a nuestro favor —respondió Wood—. Pero, si no atrapamos la snitch, seguiremos jugando hasta la noche.

—Con esto me resulta imposible —respondió Harry, blandiendo las gafas.

En ese instante apareció Hermione a su lado. Se tapaba la cabeza con la capa e, inexplicablemente, estaba sonriendo.

—¡Tengo una idea, Harry! ¡Dame tus gafas, rápido!

Se las entregó, aún manteniendo su otro brazo alrededor de Ara, y ante la mirada de sorpresa del equipo, golpeó las gafas con su varita y dijo:

Impervius. —Y se las devolvió a Harry diciendo—: Ahí las tienes: ¡repelerán el agua!

—Hermione, te quiero —dijo Ara, con la voz temblorosa por el frío. Hermione sonrió y apartó un poco de pelo mojado de los ojos de Ara antes de alejarse a toda prisa.

—¡Magnífico! —exclamó Wood emocionado, mientras ella desaparecía entre la multitud—. ¡De acuerdo, vamos a ello, equipo!

El hechizo de Hermione había surtido efecto, parecía que Harry podía ver mejor ahora, pero Ara seguía congelada, siempre había sido muy friolera, así que esto era como una tortura para ella. Consiguió marcar unos cuantos puntos más antes de darse cuenta de que no se veía a Harry por ninguna parte. . .

Entonces el sonido de un grito la alertó para que mirara en la dirección en la que estaba cayendo Harry, aparentemente inconsciente. Tiró con fuerza de su escoba y aceleró hacia él lo más rápido que pudo, casi llega a tiempo para atraparlo, pero de repente sintió que toda la energía se le drenaba del cuerpo, lo mismo que había pasado en el tren. . .

—¡Si quieres a mi hija tendrás que pasar por mí primero!

¡Avada Kedavra!

Sus ojos se agitaron y se soltó de la escoba cuando un grito agónico atravesó sus oídos y el mundo se desvaneció.

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—HAN TENIDO SUERTE DE QUE EL TERRENO ESTUVIERA BLANDO.

—Creí que se habían matado.

—¡Pero si él ni siquiera se ha roto las gafas!

—Ara casi logra atraparlo.

Harry oía las voces, pero no encontraba sentido a lo que decían. No tenía ni idea de dónde se hallaba, ni de por qué estaba en aquel lugar, ni de qué hacía antes de aquel momento. Lo único que sabía era que le dolía cada centímetro del cuerpo como si le hubieran dado una paliza.

—Es lo más pavoroso que he visto en mi vida.

Harry abrió los ojos de repente. Estaba en la enfermería. El equipo de quidditch de Gryffindor, excepto Ara, lleno de barro de pies a cabeza, rodeaba su cama y otra. Ron y Hermione estaban allí también. Harry se volvió para mirar en qué cama había estado sentada Hermione, y sus ojos se abrieron ligeramente al verla. Era Ara. Su piel estaba mortalmente pálida, y tenía un pequeño corte en la frente, su nariz ya no estaba manchada de sangre, y su pecho subía y bajaba lentamente.

—¡Harry! —exclamó Fred, que estaba junto a la cama de Ara, parecía exageradamente pálido bajo el barro—. ¿Cómo te encuentras?

—¿Qué ha sucedido? ¿Y qué le ha pasado a Ara? —dijo Harry incorporándose en la cama, tan de repente que los demás ahogaron un grito.

—Te has caído —explicó Fred—. Debieron de ser. . . ¿cuántos? ¿Veinte metros? En fin, Ara fue a atraparte, pero los dementores llegaron a ella primero, así que también se ha caído.

—Creímos que os habíais matado —dijo Angelina, temblando.

Hermione dio un gritito. Tenía los ojos rojos.

De pronto, todos oyeron un quejido.

—Ugh, ¿qué demonios? —dijo Ara mientras se incorporaba, y Hermione inmediatamente la abrazó—. ¿Qué ha pasado?

—Te has caído de la escoba, por culpa de los dementores —dijo Ron con cara de alivio al ver que su hermana se había despertado al fin.

Harry seguía mirándola con preocupación pero contento de que estuviera bien.

—¿Me he caído de la escoba? —dijo ella, frunciendo el ceño—. Qué vergüenza.

El equipo esbozó una sonrisa.

—Pero el partido —preguntó Harry, finalmente siendo capaz de dejar de mirar a Ara—, ¿cómo ha acabado? ¿Se repetirá?

Nadie respondió. La horrible verdad cayó sobre Ara y Harry como una losa.

—¿No habremos. . . perdido?

—Diggory ha atrapado la snitch —respondió George— poco después de que os cayerais. No se ha dado cuenta de lo que pasaba. Cuando ha mirado hacia atrás y os ha visto en el suelo, ha querido que se anulara. Quería que se repitiera el partido. Pero han ganado limpiamente. Incluso Wood lo ha admitido.

—¿Dónde está Wood? —preguntó Harry de repente, notando que no estaba allí.

—Sigue en las duchas —dijo Fred—. Parece que quiere ahogarse.

Ara resopló, pero Harry acercó la cara a las rodillas y se cogió el pelo con las manos. Ara le miró con tristeza, necesitaba entender que no era culpa suya. Fred le puso la mano en el hombro y lo zarandeó bruscamente.

—Vamos, Harry, es la primera vez que no atrapas la snitch.

—Tenía que ocurrir alguna vez —dijo George.

—Todavía no ha terminado —dijo Fred—. Hemos perdido por cien puntos, ¿no? Si Hufflepuff pierde ante Ravenclaw y nosotros ganamos a Ravenclaw, y Slytherin. . .

—Hufflepuff tendrá que perder al menos por doscientos puntos —dijo George.

—Pero si ganan a Ravenclaw. . .

—Eso no puede ser. Los de Ravenclaw son muy buenos.

—Pero si Slytherin pierde frente a Hufflepuff. . .

—Todo depende de los puntos. . . Un margen de cien, en cualquier caso─

Harry guardaba silencio. Habían perdido. Por primera vez en su vida, había perdido un partido de quidditch.

—No es culpa tuya, Harry. . . —le dijo Ara con suavidad, intentando consolarlo y convencerlo de que él no tenía la culpa. Él la miró un momento antes de asentir vacilante.

Después de unos diez minutos, la señora Pomfrey llegó para mandarles que los dejaran descansar.

—Luego vendremos a veros —les dijo Fred—. No te tortures, Harry. Sigues siendo el mejor buscador que hemos tenido. Espero que pronto te sientas mejor, hermanita.

El equipo salió en tropel, dejando el suelo manchado de barro. La señora Pomfrey cerró la puerta detrás del último, con cara de mal humor. Ron se sentó en la cama de Harry mientras Hermione se sentaba en la de Ara.

—Dumbledore estaba muy enfadado —dijo Hermione con voz temblorosa—. Nunca lo había visto así. Ha corrido al campo mientras vosotros caíais, ha agitado la varita y entonces ha reducido la velocidad de vuestra caída. Luego ha apuntado a los dementores con la varita y les ha arrojado algo plateado. Han abandonado inmediatamente el estadio. . . Lo ha puesto furioso que entraran en el campo. . . lo oímos─

—Entonces os ha puesto en una camilla por arte de magia —explicó Ron—. Y os ha llevado al colegio flotando en las camillas. Todos pensaban que estabais. . .

Su voz se apagó, Ara miró a Harry y por su expresión pudo darse cuenta de que seguía culpándose a sí mismo por haber perdido. Deseó haber hecho algo, haber realizado un hechizo, pero no sabía qué hechizo repelía a un dementor.

Harry alzó de pronto los ojos, buscando algo que decir.

—¿Ha recogido alguien mi Nimbus?

—Sí, y mi Barredora, ¿la habéis visto?

Ron y Hermione se miraron.

—Eh. . .

—¿Qué pasa? —preguntó Harry, mirando de uno a otro.

—¿Se han perdido o algo? —preguntó Ara con cara de confusión.

—Bueno, cuando os habéis caído... se las ha llevado el viento —dijo Hermione con voz vacilante.

—¿Y?

—Y chocaron. . . chocaron. . . Oh, Ara, Harry. . . chocaron contra el sauce boxeador.

Ara ya sabía cuál era el resultado de las escobas, si habían chocado contra el sauce boxeador no había forma de que salieran de una pieza.

—¿Y? —preguntó Harry, temiendo la respuesta.

—Bueno, ya sabéis que al sauce boxeador —dijo Ron— no le gusta que lo golpeen.

—El profesor Flitwick las ha traído poco antes de que recuperarais el conocimiento —explicó Hermione en voz muy baja.

Se agachó muy despacio para coger una bolsa que había a sus pies, le dio la vuelta y puso una docena de astillas de madera y ramitas sobre la cama de Harry y luego sobre la de Ara.


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