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☽ | BUSCAR AL GATO.

⋆⭒⋆⭒






Cuando Noé abre los ojos, es media tarde.

Lleva durmiendo casi toda la tarde en compañía del pequeño humano, de su pequeño y lindo humano. Al alzar la vista, parpadeando varias veces y tratando de acostumbrarse a la luz agria del cielo, lo observa acurrucado a su lado. Enroscado, temblando y con su larga melena azafrán desperdigada por todos lados.

Noé la encuentro incluso encima de su cuerpo; traza un hermoso cuadro en su piel morenaza y desea perderse en esas pinceladas nostálgicas y melancólicas que manchan su corrupción. Mientras sus largos dedos se levantan a acariciar sus estrechas y esponjosas mejillas, las encuentra cálidas. Verdaderamente cálidas.

No entiende a este humano; no logra comprender sus pensamientos, o sus cambios repentinos de personalidad. Hasta hace unos días, se imaginó que detestaba tenerlo de su lado, que su compañía no era algo más que un deseo naciente de la necesidad. Pero... hoy lo ha recibido en su casa, en su morada. Es ese lugar seguro al que ya entró una vez, a ese refugio que se supone que debe de apartarle de monstruos como él.

Pero en cambio, les abre la puerta.

Y solamente por ayudar. Por ayudar a su gato, a ese mismo que hirió con sus manos. Lo observa complaciente y en el quinto sueño, al animal, y ruega su perdón otra vigésima vez en su cabeza. No se merecía verse atacado por sus locuras, de verdad que no.

Y piensa... que quizás no pueda encontrar mejor lugar para descansar que al lado de la persona que le ha salvado la vida. Es así, así de simple: ya no puede vivir con él nunca más.

Un pequeño movimiento llama su atención; Noé desvía su atención al ser de latiente corazón, y encuentra una arrugada expresión. Debe de estar sometido a algún mal sueño, eso piensa mientras sus dedos ahora con largas uñas apartan varios mechones sueltos que caen y danzan sobre su frente pálida y perlada de un sudor frío.

Luego vuelva a pasar sus toques en sus pómulos y, finalmente, llega a esos labios carnosos, húmedos y sonrosados que tanto lo llaman. Noé entrecierra sus ojos, apretando ligeramente el labio inferior del humano. No parece reaccionar, y emocionado ante su expresión adorable, se carcajea en bajo. Se pregunta entonces desde cuándo ha tenido tanta cercanía con un enemigo suyo, y se pregunta si quiere que la historia de Gilbert se repita.

Acaricia sus propios labios con suavidad, para después dejar caer la mano a un costado del humano. Se ve tan diminuto, y sabe que no.

«No debe ser así. Vanitas es un ser diferente. Debe serlo», juzga en su cabeza con severidad para acariciar ahora ese regalo suyo: la copia barata de su pendiente de tonos morados. Sigue impresionándole el hecho de que todavía la lleve encima, sobre todo teniendo en cuenta que lo había obligado en parte a formar una alianza/amistad con él.

Le sorprende siempre, con sus respuestas secas y escuetas; con sus movimientos débiles y perfectos; con sus maravillosas y extrañas expresiones. Su mano desciende hasta el cuello de Vanitas, quién mueve su nuez de Adán de arriba a abajo, respirando en un sueño ahora calmado. Deja caer la mano allí, casi apoderándose de todo allí. Observa un ligero respingo en el cuerpo del humano y suspira, excitado de pronto.

Sería tan fácil acabar con su vida, sería tan fácil cumplir las palabras de su maestro... Pero a pesar de que sus dedos tiemblan, emocionados, aparta la mano como si le quemase, porque Vanitas no se merece perseguir el mismo camino de Gilbert. No así, no persiguiendo sus pecados.

Alza la mirada hacia el horizonte, hacia aquella ventana que aún deja entrever una lluvia regia y agudizando su oído, escucha como Dante y Johann, los dueños y amigos de Vanitas, salen despedidos de la casa. Sonríe, porque ahora están solos el humano y él.

Vuelve a mirarlo, a analizar su estrecha y magnética figura. Se inclina, hacia esos labios deseables, hacia esa marca que lo llama y lo alienta. Su tatuaje le da leves escalofríos en la nuca y cuándo está a suspiros de Vanitas, alza la vista.

Encuentra los ojos dispares de Murr ante él; lo está juzgando, pero no parece odiarlo. Realmente no parece haber sufrido ningún tipo de accidente a pesar de tener gran parte de su cuello rodeado y aplastado de vendas. Un ojo morado. Un ojo azul.

Recuerda a su maestro, le da dolor de estómago y apartándose de golpe de Vanitas, se echa un ovillo al filo de la cama. Sujeta su cabeza, estira sus mechones blanquecinos con rabia y se pregunta, desde el más fondo de su ser, qué demonios ha hecho para merecerse esto.

Lágrimas. Lágrimas rojas, de sangre, caen de sus párpados. Recuerda los golpes de su maestro, toquetea sus labios notando todavía la mano estrellada, el calor... Recuerda las palabras severas, siendo observador de múltiples asesinatos por su mayor, y abrazando de nuevo a Vanitas, refugiándose en su calor humano... Noé desea dejar de ser un monstruo.









Un rato más tarde, puede que incluso horas más tarde, no está del todo seguro... Noé se levanta abrazando a una almohada. Sus brazos duelen, los estira e incorporándose levemente, encuentra a Vanitas en su escritorio. Lleva una prenda nueva: un traje de lino azulado, de mangas estrechas y bordados morados. Un reluciente lazo ocupa tras su cabello, que realza y cubre todo su cabello en una especie de peinado agarrado que simplemente dejan algunos mechones sueltos y a su libre albedrío.

La imagen es arrebatadora; luce a la perfección con el pendiente falso y cuándo cruzan mirada, esos ojos azules cristalinos, condescendientes y amables, lo atraviesan de parte a parte. Noé se ve obligado a cerrar sus ojos, y a contener el aliento. Porque hoy de todas las veces que han estado el uno con el otro, su olor a sangre es más fuerte que nunca.

Deduce que en parte es por haber dormido juntos, pero... Resulta exquisita. Su hedor es magnético y para cuándo quiere darse cuenta, ha agarrado en su poder la almohada de antes y la estruja con tanta fuerza que poco le queda por reventar en plumas.

Seguro que tiene un aspecto deplorable, pero nada de eso interesa cuándo observa las comisuras de los labios de Vanitas alzarse, en una agradable sonrisa.

―Buenas tardes, Noé. Finalmente os levantáis, ¿cómo os encontráis? ―Su voz resuena en la habitación, cantarina como la melodía mortal de una sirena.

Y por supuesto, Noé drogado, deja que sus labios se curven en otra sonrisa, encantado con aquella sirena de ojos azules. Lo ha atrapado en sus redes desde el primer momento en qué se conocieron y no tiene deseos de escapar de ellas.

Sin embargo, hunde sus hombros sin llegar a responder, porque no confía del todo en su voz. Teme que deje entrever sus verdaderos anhelos, por supuesto mucho más oscuros y egoístas de lo que cabría esperar. Noé no es bueno, él lo sabe mejor que nadie.

―Murr está mucho mejor, pero todavía necesita tomar reposo ―dice Vanitas y Noé, gira su cabeza para buscar al gato.

Quién a pesar de lo sucedido anteriormente, ahora solo mantiene sus ojos cerrados, somnoliento y aprovechando del descanso. Noé suspira levemente, porque tenerlo con vida es uno de los mayores regalos. Vanitas es un regalo en su vida.

―¿Por qué no tomáis una ducha? Lo he dejado todo preparado y una muda de ropa limpia también. ―Le explica entonces que ha cogido prestada una ropa de su amigo Johann, ya que cree que me quedarán buenas por tener casi la misma estatura.

Noé asiente cabizbajo, de repente azorado ante tantas atenciones. Sujeta entre sus manos una novedosa toalla para el cuerpo, que el mismo Vanitas extiende en una de sus manos ahora sin apartar la vista de su cuaderno... de ese en el que seguro tiene un montón de información sobre su investigación. ¿También habría escrito sobre él? La duda le encanta y Noé está seguro que, de hacerlo, escribiría sobre lo antinatural que lo hace sentir danzar bajo lluvia ácida.

Resulta que Vanitas posee un cuarto de baño personal y tras asearse durante unos pocos minutos, sale de la ducha para observar su rostro falto de emociones en el reflejo del único espejo de la habitación. Sus cabellos blancos no poseen del todo su color natural, parecen de alguna manera todavía más apagado. Su piel es más oscura y tiene ojeras pronunciadas.

No se parece absolutamente en nada a su versión poderosa, de esa que se regocija contra Louis. Cuantas veces no ha amado en secreto las adulaciones de su familia; en el fondo, adora ser amado. Adora ser visto. Adora ser parte de algo.

La vestimenta nueva no es del todo su gusto, pero las botas oscuras y con anclaje azulado le encantan. Noé da un par de vueltas frente al cristal, echándose el cabello hacia atrás cansado de que lo moleste todo el rato. Después de colocarse encima el chaleco negro, sale del baño.

Encuentra a Vanitas todavía absorto en la escritura, pero eso no le detiene a dar unos pasos hacia delante y carraspear con suavidad, todo para llamar su atención, claro.

―¿Hm? Vaya, Noé... Que distinto os veis. ―Y el joven de cabellos blancos se ruboriza cuándo lo escucha silbar―. Deberíamos de repetir este tipo de situaciones.

Y Noé ladea su cabeza, totalmente molesto del comportamiento de Vanitas. Muerde sus labios, notando ese agradable olor dulzón de la sangre de Vanitas rondando por todas partes. Se siente abrumado de pronto, pero manteniendo la calma, se fija en algo que acaricia el chico de cabellos oscuros entre sus menudos y blanquecinos dedos.

En una especie de gemelo, de esos que se llevan encima de las mangas para mostrar un aspecto mucho más elegante de lo usual. Noé intenta ver su forma, pero Vanitas rápidamente lo esconde bajo sus ropas y no insiste más. Pero eso sí, lo carcome la curiosidad.

Entonces se encuentra nuevamente con el rostro del chico más pequeño, y descubre que tiene una de sus cejas alzadas. Inquisitivo, esperando.

Noé traga grueso recordando débilmente los sucesos de unas horas antes, tanto de sus ridículos lloros y súplicas, como de sus caricias superficiales. Estruja sus manos revestidas de guantes y señalando hacia la puerta de la habitación, se fija en que el cielo se cubre de nubes oscuras y de que ha dejado de llover. No queda nada realmente para que sean sucumbidos por la noche y de que definitivamente, el día termine.

―Antes de cualquier cosa... ¿Podríamos comer algo, Vanitas? Creo que Murr no es el único que necesita recuperar sus fuerzas. ―Y aunque intenta mantener la calma, desde su posición el chico es perfectamente capaz de ver las gruesas venas del cuello del otro, palpitantes.

Vanitas permanece en silencio por graves segundos hasta que finalmente, echando un mechón de su cabello tras su oreja, aparta la silla de un golpe y se levanta. Cruza sus piernas y colocando una mano en su prominente y estrecha cintura, sonríe.

Noé no puede evitar admitir que lo intriga más que cualquier otra persona en el mundo.

Y entonces le dice: ―Me parece buena idea. Además, me ayudaría a conoceros un poco mejor, niño del arca. Y no tienes ni idea de las ganas que tengo de esto último.

Noé sonríe mientras salen de la habitación con pasos cercanos y piensa en si este podría llegar a convertirse en su maldita salvación.

✮ ; ; Dear, vampires ;

:: MUCHAS GRACIAS POR LEER y de verdad, ya tengo ordenador nuevo y es que no me aguanté para subir este cap. los quiero mucho y aunque sé que es corto, juro que los siguientes ya serán mucho más extensos para dar comienzo al segundo arco y final.

ahora, no se olviden de votar, comentar y compartir para que esta historia llegue a más gente, los quiero mucho.

Se despide xElsyLight.

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