━━𝟐𝟑

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La dejó encima de su escritorio, y Altair se quedó embobada, recorriendo con la mirada cada rincón de ese nuevo cuarto. Sin nombre se la había llevado para pasar un par de días bajo su tutela. Como Scuti ya había revisado su habitación hacía horas escasas, supuso que no regresaría hasta dentro de un par de días. Tiempo suficiente para que entrase a fisgonear al cuarto de Alnilam, donde la pequeña estrella ya no estaría.

La habitación de la estrella oscura no difería mucho a la de Alnilam. Si cabía, era incluso más pequeña, aunque ella no lo notaba demasiado.

Su ventana daba a una zona distinta del firmamento, e incluso, se podían ver los jardines de los alrededores del Palacio. Cientos de pequeñas nebulosas brillaban y centelleaban plácidamente a los pies de la construcción, y Altair se quedó pegada a la ventana para verlo bien.

Sin nombre no la molestó. Dejó que inspeccionara lo que quisiese, al menos durante un rato. Le resultaba adorable verla tan entusiasmada, y la observaba con una pizca de nostalgia.

Mientras la pequeña se entretenía, Sin nombre se puso a rebuscar en las estanterías. Trataba de encontrar algún libro que le fuese útil, o algo que le diese una idea de por dónde empezar a enseñarle lo que ella pudiese. Al final, se decantó por los agujeros de gusano.

No sabía si Alnilam ya se lo había explicado, pero lo ignoró.

La voz calmada de Sin nombre apareció como una canción en el cuarto. Altair se giró hacia ella de forma casi inevitable. Su voz era cautivadora.

Alnilam ya le había hablado un tanto sobre los agujeros de gusano. No obstante, tenía interés por saber qué era lo que Sin nombre querría contarle. Para su sorpresa, fue una descripción sumamente detallada no de los agujeros de gusano en general, sino del cual ella tendría que cruzar para viajar hasta Oz.

Sin nombre comprendía que tuviera que saber los conceptos generales de todo lo que había en el universo. Sin embargo, ella consideraba mucho más útil enseñarle lo particular de aquel caso. Ya tendría oportunidad de aprender todo lo demás en otro momento, con más detalle y con menos prisas.

Las lecciones de Sin nombre fueron pocas, pero sumamente interesantes. Alguna de ellas, le hizo a Altair replantearse el origen auténtico de la estrella negra.

La niebla se percibía más hostil, más espesa y más movida por momentos. No tenía claro si realmente era porque estaba cambiando de verdad o porque el efecto del hechizo de Ankra se estaba diluyendo.

La cuestión era que a la estrella cada vez le costaba más ver el camino hasta el próximo farol, y eso le retrasaba demasiado la marcha. Además, también tuvo la impresión de que cada vez nevaba con más fuerza, aunque seguía sin cubrir ni una milésima parte del suelo. A ese punto, los copos se hacían demasiado molestos y trataba de apartarlos inocentemente con la mano, creyendo que lograría algo.

Seguía pareciéndole muy rara esa nieve. No podía explicar bien el por qué, y aún así sabía que había algo que no encajaba del todo. No solo porque no cuajara en el suelo, tal y como vio en los libros. Sino por su color.

Al caer con más intensidad, Altair reparó en que los copos no eran blancos, sino más cercanos al gris. Se veían apagados y demasiado livianos. Era algo así como ver pequeñas porciones de humo que flotaban hasta llegar al suelo y desaparecer.

Siguió caminando por una senda amplia, esta vez con una bajada un poco más pronunciada. Tuvo que aminorar el paso porque las piedras del camino resbalaban, y no quería repetir otra metedura de pata similar a la del bosque. Esa vez tenía que ir con cautela, por su propio bien y por el de toda Oz.

Cuando llegó al siguiente farol, se dio cuenta de que los próximos se encontraban en un camino en pendiente aún más brusco. Altair se sintió desanimada. Si ya le había costado llegar hasta allí, no se quería imaginar cómo resultaría esa bajada. Trató de buscar por los alrededores alguna gruta alternativa, y la niebla se encargó de impedirle ver nada con claridad. No veía más que las paredes de la gigantesca grieta, y muy difusos, lo suficiente para saber qué habían bajado un tramo considerable.

Por suerte, había dejado de lado al grupo de humanos que picaban. Ya solo escuchaba el golpeteo, muy lejano. Eso la tranquilizaba. Se sentía mejor estando lo más lejos posible de ellos. No por miedo, ni por asco, ni nada parecido. Sino por no tener que notar sus miradas clavadas en su espalda, seguramente, preguntándose por qué no los ayudaba.

Se quedó pensativa. Lai flotó un poco más allá, adentrándose un poco en la bruma entre una pared y otra del abismo. Altair no se lo impidió esa vez. Necesitaban saber qué había cerca, algo que pudiera servirles de guía. Que Lai explorase era una buena opción.

Se le pasó por la mente que igual podía intentar planear desde allí para bajar, y tal como llegó, descartó esa idea rápidamente. Le parecía todavía peor ya que ni siquiera conocía la profundidad del Abismo de Tierra. Y, además, si su nombre era precisamente ese... sería por alguna buena razón. A saber hasta dónde había excavado esa gente. A saber hasta qué profundidad se extendía. Si se lanzaba sin más, solo con el poder de planear hasta caer, podría perderse definitivamente.

Al final, el único camino que parecía haber era únicamente ese, el que ya tenía visto. Para su desgracia. O al menos, el único lo suficientemente iluminado como para poder recorrerlo.

No podía evitar preguntarse qué sería lo que Alnilam le hubiese aconsejado en una circunstancia como esa. O tal vez Sin nombre. Sin embargo, Alnilam no estaba allí. Y Sin nombre tampoco. Lai le daba su apoyo tan solo con su presencia, y ni siquiera podía hablarle. Al final, era ella sola la que debía tomar las decisiones sobre cuáles serían sus próximos pasos. Sin estar segura de por dónde iba a empezar.

Temía estar yendo por el camino incorrecto, ya que el barquito de papel aún no había dado señales de querer salir. Por mucho que lo pensó, no creyó que estuviese haciéndolo tan mal. No le había parecido ver más caminos aparte de ese.

Y, por otra parte...

¿Y si tenía que cruzar el abismo por arriba? ¿Y si tenía que rodearlo? ¿Y si en realidad sí que había otra senda que condujera directamente hacia el Coloso?

Ankra le había hablado de los faroles del abismo, con lo cual... debía de ser por allí... ¿O no?

Lai regresó con Altair y se la encontró tan nerviosa que daba la sensación de amenazar con salir corriendo de un momento a otro. El satélite trató de calmarla como podía, revoloteando a su alrededor y demostrándole que no estaba sola en eso. Pese a que no había visto nada interesante en su breve travesía por la bruma, tenían que continuar, hacia donde fuera que las llevase el camino.

A Altair la asolaban tantas preguntas que ya no estaba segura de si seguir o no. No sabía si dar su siguiente paso, o retroceder todo lo que habían caminado. Si seguían, tal vez se equivocaran de camino. Y si retrocedía... tal vez también. Y además, eso implicaba tener que volver a pasar junto a los humanos demacrados que seguían excavando.

Ninguna de las dos opciones era alentadora.

Mientras le daba miles de vueltas a todo lo que podría hacer y a todo lo que podría salir mal, un ruido la liberó del tumulto de ideas. De repente, Altair fue capaz de mirar hacia arriba después de bastante rato.

Varias piedras y gravilla se habían desprendido de una zona de la pared que quedaba bastante en alto.

La estrella se quedó bloqueada mirando, esperando que no fuese algo nuevo que hubiese visto antes. Más piedras cayeron, dando golpes sordos que retumbaban por todo el interior de la grieta. Poco a poco, Altair fue viendo de dónde provenía el ruido y las rocas desprendidas. Por suerte, no fue algo nuevo ni extraño. Era una persona, excavando un nuevo túnel, y había dado con aquella pared en lo alto. Cualquiera que lo viera, diría que ese túnel no servía para nada. Y obviamente, tendrían razón. El sinsentido de las minas del abismo, debían haberlo convertido en un auténtico laberinto, lo que complicaba aún más las cosas.

A duras penas vio a la persona que picaba allí en lo alto, pero sí lo suficiente como para saber lo que era.

Un golpe, y otro, y otro. Con cada uno, llegaba una lluvia de grava, polvo y piedras. La pequeña creyó prudente esperar a que terminase lo que quisiera que estuviese haciendo, porque continuar bajo la lluvia de piedras no le parecía una buena idea.

En realidad, pasó poco rato allí.

Altair oía sin cesar el golpeteo del pico, oía caer de todo desde las alturas, al mismo tiempo que la nieve rara adornaba la atmósfera. Gracias a tener que detenerse de golpe, se dio cuenta de que tenía razón, definitivamente. La nieve no era normal. Es más, estuvo más segura aún a ese punto, de que ni siquiera era nieve. Y lo percibió porque el hechizo protector de la bruja se había agotado y de repente, los copos de esa sustancia caída del cielo le empezaban a hacer daño.

Con cada copo lo sentía. Eran como las pequeñas punzadas de una aguja. Como aguijones de algún tipo de insecto. En algo no se había equivocado, aunque no sabía hasta qué punto se alegraba de no haber fallado deduciéndolo.

La tierra y las piedras escurridizas del suelo se movieron un tanto, y Altair trató de mantener el equilibrio. Todo estaba moviéndose poco a poco, llevándola hacia el camino que se inclinaba más y más. Y todo era por culpa de la persona que no dejaba de picar y lanzar piedras desde lo alto.

Aunque, por otro lado, algo la empujó un poco por la espalda.

Altair hubiese deseado poder pedirle que parase, y como siempre, se tuvo que conformar con un silencio involuntario.

La estrella volvió a resbalar y cayó un poco más, lo suficiente para que toda la tierra del camino se moviera como la corriente de un río. Trató de aferrarse al suelo, raspándose con algunas piedras afiladas que sobresalían. Lentamente, parecía que lograba detener la marcha de aquello, pero el humano que minaba no se lo hacía más sencillo.

 Y bastó una roca cayendo desde esa altitud, lo suficientemente grande, como para desplazarlo todo otra vez. Una reacción en cadena como la de un alud que se desprende de una montaña.

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