CAPITULO 38

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Todos salieron corriendo y vieron cuatro mujeres. La primera en aparecer fue una mujer con una melena castaña y unos potentes ojos verdes, ella llevaba una corona de flores y un vestido verde; sobre su mano reposaba una copa, y a su lado estaba el Legendario de la tierra, el arco. A su izquierda surgió un rayo de luz de color blanco, y allí apareció una mujer con un traje negro y blanco, el pelo de un castaño claro y los ojos de un potente azul; sobre su mano surgía una cascada, y tras ella estaba el Legendario del agua, la lanza. Al lado de ella apareció otra mujer a través de un rayo de luz azul. Ella llevaba un vestido blanco, el pelo negro y los ojos grises; de su mano surgía un tornado, y tras ella estaba su Legendario, el escudo. Y por último apareció Alana, su melena castaña había cambiado por completo a rojo, como si estuviera en llamas, sus ojos se habían vuelto rojos y su vestido había cambiado de forma y de color a un negro del que salían unas llamas; sobre su mano había una piedra rojiza y tras ella estaba su Legendario, la espadam

-¡Invocamos el poder Legendario!- Dijeron las cuatro mientras sus elementos las rodeaban. -Pedimos, la libertar de las Elementales y la desaparición de los Fuegos Faustos como Guardianes. Para ellos entregamos nuestra magia al poder supremo, al poder de las cuatro.- Añadieron a coro. Del centro del círculo surgió un rayo de luz blanco.
-¡Por el elemento de la tierra!- Grito Julieta, Elemental de la Tierra. Tirando el cáliz, del que manaban flores.
-¡Por el elemento del Agua!- Grito Cordelia, Elemental del Agua. Tirando la cascada, el agua de ella salia como si estuviera en la época de deshielo.
-¡Por el elemento del Aire!- Grito Annabeth, Elemental del Aire. Tirando el tornado que intentaba arrasar todo.
-¡Por el elemento del Fuego!- Grito Alana, Elemental del Fuego. Tirando la piedra que era envuelta por las llamas.

La luz del medio cambio de color conforme las cuatro hacían el hechizo. Paso de verde a gris, de gris a azul, de azul a rojo, y de rojo a una especie de arco iris.

Desde el suelo todos observaban aquello con perplejidad, temor y asombro. Jamas, las cuatro Elementales habían coincidido y jamas habían usado su poder en conjunto, lo que estaba sucediendo era, sinceramente asombroso. El brillo ascendió y salió del circulo dirigiéndose a la isla de los Fuegos Faustos, lentamente y uno a uno, los traicioneros Guardianes perdieron su dominio en el fuego, provocando que Alana comenzara a gritar de dolor. El resto de Elementales desapareció y Alana apareció de nuevo en el mismo lugar en el que había desapareció.

Todo había terminado, los Fuegos Faustos habían sido expulsados de las Cuatro Islas, y los Dragones volvían a dominar el Fuego como años atrás. Alisa corrió hacia Alana que estaba tumbada en el suelo. Al llegar ante ella, la mayor de las mellizas vio como las finas venas envolvían los brazos de su hermano, mas allá de los codos y de los hombros; se expandían como una telaraña.

-¿Que es lo que sucede?- Preguntó Isabella poniéndose a su lado.
-Algo no va bien.- Dijo Alisa mientras las venas la invadían.

Al igual que su hermana, Alisa cayo al suelo retorciéndose de dolor, mientras las venas la invadían. Alana entre abrió sus ojos y observo lo que la sucedía a su hermana. Al verla se culpó de aquello, y derramando una sola lágrima provocó que el dolor, agonizante, de su hermana cesara por completo.

-Ya no duele. ¿Porque?- Alego ella confusa.
-Alana...- Dijo Isabella asombrada.
-¿A que te refieres?- Preguntó su hermana.
-Acaba de derramar un lágrima y tu has dejado de quejarte del dolor. Ha hecho que tu dolor desaparezca.- Explicó Isabella.
-Sera mejor llevarla fuera de aquí. El Santuario ya no la detiene, ni tampoco las islas.- Comentó Alisa.
-Tu hermana a cuidado de todos, y nunca, nadie ha cuidado de ella. Evangeline y ella fueron separadas cuando eran pequeñas, ha tenido que aprender a sobrevivir, a ser indestructible. Pero tras todo ese hielo, esta la verdadera Alana. La que se ríe, se divierte, sueña y se siente libre. Haz que vuelva.- Pidió Isabella la guardiana.
-Lo intentare. Creeme que lo haré.- Rió Alisa.

La Guardiana saco al exterior a Alana y con un poco de ayuda la monto sobre Sky.

-Cuida de ambas.- Pidió Isabella seriamente.
-Lo haré.- Respondió la yegua.

Todos volaron hacia el portal, escoltados por los Guardianes. Los cuales observaban como los Dragones volvían a surcar los cielos como hace cientos de miles de años.

Todos traspasaron el portal, llegando a Narnia, y de inmediato se dirigieron al castillo elfico, debían de llegar lo antes posible, para que tanto Aslan, como el resto de Narnianos, supieran que ya habían vuelto. Al ver a Narnia por primera vez, Alisa de quedo perpleja de lo que sus ojos veían, era cierto lo que su hermana pequeña decía, aquello no podía ser descrito por ningún adjetivo, era el lugar mas bello que había visto en su vida.
Mientras, Alana luchaba con todas sus fuerzas contra sus pesadillas.

La Narniana observaba como el fuego, aquel que había sido su elemento, envolvía y masacraba todo a su paso, y por mas intentos que ella pusiera por evitar que se propagase no podía, ella había renunciado a ese poder.

-Tu hiciste esto.- Dijo una voz.
-Por tu egoísmo nos condenaste.- Dijo otra mas lejana.
-¡Malditas Brujas, solo traéis desgracias!- Exclamó otra voz, próxima a ella.
-Yo no quería que esto sucediera. Solo quería protegeros.- Alego Alana con los ojos humedecidos.
-¿Protegernos de que? Lo único que podría hacernos daño eras tú, y por tu egoísmo lo has hecho. La sangre del Gran León no debería de recorrer tus venas. Eres una deshonra para todos.- Respondió otra voz.
-Yo no quise que esto pasara. Solo quería ayudar...- Respondió ella mientras las lágrimas conseguían salir de sus ojos.
-¿Ayudar? ¿En que?- Preguntó otra voz.
-En no destruir todo a mi paso. Creía protegeros. Solo quería el bien de Narnia, incluso si debía de dar mi vida. La cual no es importante para nadie. Nadie me añoraría, ni lloraría por mi muerte.- Alegó ella mientras caía al suelo.

Alana se acurrucó mientras las llamas la envolvían, se sentía a gusto, aunque el dolor la abrasase se sentía en casa, segura y por fin en paz con ella misma. Como si hubiera pedido perdón por todas aquellas muertes que recaían sobre sus hombros, y que muchas noches invadían sus sueños impidiéndola dormir. Ahora ya no sentía nada, ni dolor ni temor, tampoco felicidad, tristeza o remordimiento, únicamente sentía las ganas de dormir. Cosa que incluso ella sabia que no debía de hacer, si se dormía tal vez nunca mas volviera a abrir los ojos y viera a Narnia, a su familia y a sus amigos.

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