𝐝𝐨𝐬

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

De mi, para el futuro.

Mis manos estaban entrelazadas, justo en mi espalda baja. Mientras que mi mirada estaba levantada, mirando algún punto fijo perdido. Bajo el sol, empezaba a sentir como se pegaba a mi piel, pero resistía, resistía firmemente. Aquel hombre sobrepasaba entre nosotros, como un gran líder a quien debíamos temer. No sabía en cuál de las grandes filas podía estar, pero escuchaba sus pasos gruesos en el pastizal. Las filas eran largas, estaban repletas de soldados a quienes podía mirar desde aquí. Una mirada describía su determinación, incluso su fuerza, él examinaba. No habían muchos a quienes examinar, la mayoría parecía estar aquí por un capricho igual que yo, pero mi corazón latía a adentrarme a una élite que representara mi corazón. Esperaba con ansias, la denigración de ese hombre, el mismo que opacaría nuestras sombras hasta el último día aquí. Tenía doce años, podía soportar que quisiera gritarme, o que escupiera mi rostro al hacerlo. Lo que me empezaba a inquietar, era como algunos soldados, colocados adelante como policías que protegían la base, me miraran detenidamente como si me conocieran. Pero, no lo hacían. Que conocieran mi apellido, no hacía que conociera quien puedo llegar a ser. Porque solo personas que vieron como yo ese muro caer, entenderían la fracción de dolor con la que se tiene que vivir. Era por eso que estaban ahí, parados y murmurando sobre nosotros, porque ellos no hacían más que ser unos espectadores.

—¡En posición cadetes!—esa gruesa y alta voz, se dirigió hacia todos nosotros luego de esperar varios minutos, aquel hombre se dirigía a nosotros fríamente.—A partir de este momento son oficialmente miembros de la división 104. Por desgracia para ustedes, yo Keith Sadies estoy a cargo de esta división básica. Quiero decirles que no estoy dispuesto a darles una grata bienvenida. Ustedes son sólo un ganado esperando ser devorados por los titanes. Durante los próximos tres años les educare y enseñaré para que dejen de ser inútiles, les enseñaré a pelear contra los titanes. Dentro de tres años cuando vuelvan a enfrentarse a un titán directamente elegirán si serán comida o se convertirán en gloriosos soldados dispuestos a proteger las murallas, y campeones para vencer a los titanes. La decisión está en sus manos.—decía él, en un tono bastante claro y alto, encaminando entre los soldados, nos empezaría a dejar en duelo con nuestras futuras decisiones.—¡Tú imbécil! !¿Quién demonios eres?!—se preguntó, no podía mirar a donde se dirigía, solo me respetaba escuchar.

—¡Señor, vengo de ShingaShina, soy Armin Arlert señor.—ahí fue, la primera vez que escuché su voz, incluso su nombre, pero no podía ver quien era él.

—¿¡En serio!? ¡Ese nombre suena para un imbécil! ¿¡Lo eligieron tus padres!?—se preguntó el instructor, con un carácter fuerte y ofensor.

—¡Lo eligió mi abuelo señor!—esclareció aquel chico, con un tono de voz bastante sereno.

—¡Bien Arlert, ahora dime porqué estás aquí!—le cuestiono el instructor, era una pregunta que solo les haría a los que dudara de su determinación, esperaba no ser de esas, el hecho de que alguien quisiera conocer mi interior, me aterraba.

—¡Porque quiero la victoria de la humanidad señor!—exclamó aquel joven, de una manera alta y orgullosa, había sido una respuesta honesta.

—¡Excelente respuesta, aunque serias mejor como comida de titanes! ¡Tercera línea, media vuelta!–pidió, escuchaba sus pasos, se removía.—¿¡Y tú quien diablos eres!?—se preguntó nuevamente, con el mismo carácter.

—¡Señor provengo de Trost, soy Thomas Wagner!—se presentaban, de seguro delante suyo, temblorosos y sudando.

—¡No te oigo, grita más fuerte! ¡Regresa cuando tengas más carácter!—le pedía, ofendiéndolo—¡¿Tú quien eres?!—volvió a removerse, lo sentía cerca, debía estar en una línea trasera que la mía.

—¡Mina Carolina señor, provengo de Trost!—se presentó una chica, con un tono alto y entrecortado.

—¡Te equivocas, vienes de una pocilga y no vales ni cómo ganado!—le esclarecía él.

—¡Si, no valgo ni cómo ganado señor!—repetía ella, altamente y segura de lo que la intimidación le hacía decir, no estaba firmemente determinada, pero no podía esclarecer eso realmente, no la conocía, al igual que a los cadetes a mi lado, solo estaba asustada, como cualquier otra, preocupada por su establecimiento en este lugar.

—¡Así es, y más te vale que siempre lo tengas claro!—le pidió, caminando entre nosotros.—¡Escuchen, son la peor generación que he visto, les haré pasar un infierno durante tres años! ¡Ténganlo presente!—gritaba, y para esa maldita suerte, estaba yo aquí, siendo parte de esta generación a la que le haría pasar un infierno.—¡Di tú maldito nombre!—grito nuevamente.

—¡Vengo de Trost señor, Jean Kirstein!—se presentó alguien más, a quien de reojo podía ver cerca, el instructor estaba en esta línea.

—¿¡Por qué razón estás aquí!?—le preguntó, igual de agitado e exigente que a los demás que detuvo.

—Quiero ser policía militar y vivir en el interior señor.—respondió aquel a quien interrogaba, este que respondió de una manera serena y segura.

—Comprendo, solo deseas vivir en el interior.—musitó suavemente el instructor, pero luego escuché un fuerte jadeo —¿¡Quién te dijo que podías arrodillarte!? Si no puedes lidiar con sin simple cabezazo, no podrás ser policía militar.—decía, mire, solo incliné mi cabeza un poco, logrando ver cómo aquel joven estaba anonadado en el suelo.—¿¡Quién carajos eres tú!?—volvió a preguntar, justo aún lado de mi, por lo cual me mantuve firme y mirando nuevamente a un punto perdido.

—Soy originario de una ciudad del sur del muro Trost señor, mi nombre es Marco Bott. Quiero ser policía militar y poder estar en servicio del rey señor.—respondió el chico a mi lado, de una manera más sutil que el anterior.

—Muy bien, planeaste bien tus objetivos. Es un gran sueño, sin embargo, el rey no necesita soldados tan débiles como tú.—comentaba el instructor frente a él, con un tono sereno.—Sigues tú, ¿quién demonios eres?—paso delante de mi, haciéndome respirar calmada.

—¡Connie Springer señor! ¡Soy del pueblo de Ragako al sur de la muralla Rose!—grito este, pero no bastaron segundos para que el instructor lo tomara fuertemente con la cabeza, tenía una jodida precisión para levantarlo en el aire con solo sostener su cabeza.

—¿Todo lo haces al revés Connie Springer? Se supone que te lo enseñaron, cuando haces el saludo estás ofreciendo tu corazón para la humanidad. Tu corazón está del lado derecho, zoquete.—le decía, hasta que por un momento, se creó un gran silencio y maldije, maldije porque me había examinado, debía reconocerme.—¿Cuál es tu nombre cadete? Siento que te conozco.—murmuro él, detenido delante de mi, siendo mi sombra, todos de reojo observaban su postura y como yo miraba algún punto fijo perdida.—Parece ser que todos están interesados en desenmascararte.—continuó diciendo, pero si, él me conocía, Keith Shadis me conocía muy bien.

—Ainara Smith señor, proveniente del muro María.—musité, con un tono suave y neutral, sin necesidad de gritarle como los demás, eso pareció ofenderle, pero aún así se quedó frente a mi, observándome.

—Esclareceré algo muy claro. No te observo porque eres débil.—me sobresalte en cuanto agarro con fuerza mi chaqueta, y con esa misma determinación, logro levantarme del suelo, dejándome en el aire tendida con su agarre.—¡Todo lo contrario!—grito altamente.—¡Te observó para que todos vean que incluso una privilegiada como tú, estará bebiendo orina de cerdo si se equivoca! ¡Así que, solo te lo preguntaré una ves! ¿¡Por qué una joven como tú está metida aquí?!—me preguntó, aún teniéndome en el aire, era claro, no podría hablar sin que el aire me faltara, esto era humillante.

—Porque, porque... quiero ser un soldado honorable a quien recuerden por lograr restaurar el muro María, y no precisamente por mi apellido. Quiero arduamente convertirme en un soldado del cuerpo de exploración, aunque eso implique que mi vida tenga un límite de tiempo.—musité, en su mismo agarre, sin poder tener la movilidad de moverme y en ese instante, el afligido me bajo con un toque de brusquedad, para caer en mis talones y sentir la falta de aire.

—Al menos aquí alguien tiene el valor de decir que entrar a esa élite, es estar en un juego contra la vida y la muerte.—murmuro, distanciándose de mí para empezar a llenar de oscuridad a otros cadetes, mientras que me a posicionaba en la firme postura, sabiendo que esta humillación no había sido por mi determinación, si no, por una apariencia sanguínea.—Oye imbécil, ¿qué crees qué haces?—él afligido se detuvo, pareciendo observar algo que yo no podía observar, pero ante el silencio, básicamente corrió hacia la persona.—¡Te estoy hablando a ti estúpida! ¿¡Quien demonios te crees que eres!?—y de reojo observe, como esa chica de cabello castaño rojizo, masticaba una papa asada, una papa asada.

Respire hondo. Porque lo peor aún no podría empezar. A pesar de haber creído pasar por ese momento, no estaba cerca ni de que fuera así. Estaba sentada en aquel dormitorio, separada de la multitud que alardeaba el haber logrado adentrarse a esta gran base de reclutas e entrenamiento. No sabía cuánto tiempo estaría aquí, solo estaba segura que cuando lograra hacerlo, no sería la mitad ni de lo que hoy soy. Mantenía mi cabello suelto, sentada en la esquina de aquella cama, evadiendo el contacto con cualquier, solo sostenía aquel pañuelo. Lo acaricie. Fue hace dos años cuando todo ocurrió, cuando pude ver como se fragmentaba un gran muro que debería haber tenido la capacidad para cuidarnos del exterior, pero no fue así, la humanidad una ves más había decaído ante ellos. Solo podía recordar como la gente gritaba y corría. Las piedras que colapsaron por el derrumbe, no solo habían sido capaces de aplastar las casas que pertenecían a ese distrito, yo pude ver ampliamente como aplastaban a las personas, al punto de que sus extremidades sobrevolaban a otra parte, dejando baches de sangre. Fue horrible. Ese día fue sin duda, un día inolvidable donde mis piernas temblaron ante el avistamiento de un gran titán por encima de la muralla, esperaba nunca más volver a sentir ese miedo que me congelo el caminar, no quería sentir la debilidad, quería sentir poder.

Era por eso que estaba aquí. Porque sabía que entre todas las élites que mantenían el orden y seguro a la Isla, yo quería sin duda alguna permanecer en la que más se exploraba entre los muros. El cuerpo de exploración, aquellos cuyos soldados se encargan de luchar contra los titanes que nos han estado rodeando por cien años. Lo hacían fuera de las murallas, con el fin de conocer la verdad acerca de su existencia. No estaba aficionada de conocer a los titanes, estaría encantada de matarlos hasta extinguirlos. Porque, no había perdido a nadie ese día donde el muro María cayó. A diferencia de muchos, había sido una prívelo guiada en salir ilesa de ese terrible día, pero era eso lo que me hacía sentir empatía con las personas que si habían perdido absolutamente todo.Volví acariciar ese pañuelo, recordando que una de las desventajas de estar aquí, era que todos querrían mantenerme cerca por la utilidad de que era la primogénita de un hombre respetado, alardeado y muy afirmativo. Mi padre era un hombre firme y correcto. Él era el comandante del cuerpo de exploración, llevaba a sus soldados a la oscuridad, aquella donde la muerte esclarecía por siempre su andar, recordando esos corazones consagrados para pelear junto a él. Apreté el pañuelo, no temía ser su sombra, lo que verdaderamente temía era no ser su igual. Era mi padre la fuente de inspiración que me ha impulsado a estar aquí, a pesar de que no sea lo correcto y que necesite un padre, ya él me había correspondido toda la vida, porque solo fuimos él y yo, ahora, debería ser yo contra este extraño mundo.

—Oigan, la chica patata todavía sigue corriendo.—desde aquí, podía escuchar la voz de aquel joven de cabello rapado, si giraba, podría verlo, pero solo bastaba con escucharlo.

—Es increíble, ya lleva cinco horas sin parar, pero parece que le preocupa más haberse perdido la comida, que esa orden que le dio el comandante hasta desvanecer.—musitaba otra vez, una que no conocía.

—Si no mal recuerdo, Douver es un pueblo de cazadores que esta cerca de las montañas.—comentaba, a quien recordé como Connie Springer.

—¿Y eso?—volteé a mirar la ventana, pero no podía ver lo que aquel joven de cabello castaño oscuro se preguntó.

—Son los desertores, solicitaron trabajar en la zona rural.—respondió la chica de cabello oscuro a su lado, Mina, quien había sido bastante humillada por el instructor, al igual que yo.

—¿En serio? Pero si apenas es el primer día.—miré detenidamente al rubio, quien se giraba para observar al joven a su lado, no podía verlo bien desde aquí, pero por su voz, era el primer recluta a quien Keith Shadis se dirigió.

—Es inevitable, la gente débil no tiene lugar aquí.—observe nuevamente al joven de cabello oscuro, quien dejó a todos asombrados por su comentario tan firme y honesto.—Aún así no puedo creer que quieran volver a cómo estábamos antes.—expresó, vagamente.

—Oye, por cierto... tú no dijiste cuál es la ciudad de donde provienes.—el joven con pecas, llamado Marcó, se dirigió a él sutilmente, curioso.

—Igual que este chico, venimos de ShingaShina.—respondió, llevando su mano al hombro de su amigo, mientras que me levante de la cama, para dirigirme a la mesa, donde albergaban platos repletos de comida, quería recoger uno.

—¿Entonces, significa que ambos estaban aquel día? ¿Pudieron verlo, al titán colosal?—se preguntaban, y antes de que pudiera escuchar la respuesta, un hombro choco conmigo, unos azulados ojos me miraron de reojo, al igual que yo la miré a ella, tenía su cabello rubio amarrado, fue un momento tenso e incómodo.

—Oye, ¿tú eres en serio la hija del comandante del cuerpo de exploración?—lleve las manos a ese plato, sosteniéndolo con delicadeza, mientras que la gente me miraba, pero solo me aislé, dejando a ese chico con la boca entre abierta por haberlo ignorado.

—Anda Jean, coge un plato.—le pidió otro chico aún lado suyo, hasta que me senté nuevamente en mi cama, para observar cómo él aún estaba anonadado por haberlo ignorado, esperaba que fuera hora de irse, ante ser el primer día, los dormitorios estaban abiertos para que todos pudieran conocerse.

—¿Puedo sentarme aquí?—lleve un bocado a mi boca, masticando, para mantener mi vista baja.—Parece ser el lugar menos ruidoso para comer.—indicó él, haciendo que levantara mi vista y le mirara, él era alto, de composición robusta, con pelo de color rubio y corto, sus ojos eran de un color cafe claro.

—Adelante.—respondí fríamente, viéndolo sentarse en el suelo, acomodándose algo sonriente, lo que me pareció realmente extraño.

—Mi nombre, es Reiner Braun. No nos habíamos presentado.—musitó él, mirándome fijamente, pero yo continué comiendo, hasta que vi como estrechó su mano.—Mucho gusto, Ainara. Parece ser que todos están algo interesados en ver cómo se desarrollará la hija de alguien importante a quien realmente desconozco.—comentó sinceramente, haciendo que dejara de comer, pero había sido su honestidad lo que me llevó a estrechar mi mano cortantemente para apretar la suya, con todo y eso, decidí quedarme en silencio.—Entiendo.—musitó, mirando adelante a los demás cadetes charlar a gusta mente, mientras que él masticaba su comida.—Es por eso que he decidido, sentarme aquí.—volvió afirmar, hasta que alguien tapó la iluminación, creando sombra entre ambos.

—Oigan, ¿puedo sentarme junto a ustedes? Las mesas están muy llenas.—pidió aquel otro alto joven de cabello oscuro, él me examino, pero pareció acceder en confianza con el otro que yacía sentado, quien palmeó el suelo para esclarecer que podía sentarse.—Gracias Reiner.—agradeció tímidamente, mirándome de reojo.

—¿Qué te parece Berthold?—le preguntó el rubio aún lado, dándome a entender que realmente si se conocían.—La comida esta sabrosa.—opinaba.

—Nada como la comida que hacían en casa, pero parece estar muy bien, Reiner.—respondió aquel a su lado, mientras juntos comían.—¿Y a ti que te parece?—levante mi vista, viéndolo mirarme.—Soy Berthold Hoover.—se presentó, ante ver mi semblante serio, maldición, solo quería comer.

—Me parece bien.—respondí con precisión, pero, parecieron no sentirse incómodo con mi actitud, solo asintió por mi respuesta.

De todos, ellos parecían ser los menos ruidosos. Solo se quedaron ahí sentados a mi lado, hablaron entre sí, aunque intentaron incluirme, solo me bastó con escuchar. La tarde había caído, y muchos cadetes regresaron a su hogar, con la afirmación de que no podrían resistir en este lugar. Era una pena, porque de seguro se hubieran convertido en grandes soldados, quien sabe, solo las decisiones que tomas pueden ser capaces de esclarecer tu futuro, sea de una manera errónea o correcta, una decisión siempre te llegaba a otra, y estando aquí, tenía la firmeza de que llegaría al menos hasta donde mi mente lo proponga, porque todo era mental. El manejar tus emociones, tus movimientos, todo era mental. La única manera de resistir esta presión, era manteniendo en la línea mental, que tú corazón no podía hablar por ti, porque era la parte más débil que teníamos nosotros lo seres humanos. Era por eso, que decaí fuertemente. Porque principalmente, si no hubiera empatizado con estos dos chicos a mi lado, no hubiera provocado todo lo que mi interior sintió años después. Esta era una historia que contaba desde el futuro, recordando cómo todo había empezado, pero si quería contar esto, entonces tendría que ir dos mil años atrás, pero no valía la pena, estaban aquí para conocer quién era. Todos aquí, querían saber quien era la hija del comandante de Erwin Smith y porque años después, terminó al otro lado, con el enemigo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro