Siete

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Estaba mareada, todo giraba y no sentía el suelo bajo mis pies. Caía por un abismo que no parecía tener fin y sentía que mis órganos internos intentaban salir por mi boca. Me aferraba a Corbyn, o al menos pensaba que la figura a la que me aferraba con fuerza era Corbyn. Una fuerte corriente de aire chocaba contra mi cuerpo desde abajo, dónde se suponía que debía estar el suelo.

Abrí los ojos y me arrepentí en seguida de haberlo hecho por la imagen que apareció frente a mí. Gente traslucida, con rostros pálidos y sin vida rotaban sobre nosotros. Parecían almas. También me fijé en Corbyn, el cual miraba hacia arriba con sus ojos rojos. Duke gimoteaba asustado.

Entonces, todo se detuvo de golpe. El aire, el mareo y el desconcierto. Ya podía tocar el suelo con los pies. Estábamos en medio de una carretera que parecía abandonada, con árboles a todo su alrededor.

Me caí de rodillas con la respiración agitada y sintiendo una grave presión en mi pecho.
La tierra blanda se pegaba a mis rodillas y me agarré a la hierba a lo largo del suelo.

No sabía dónde estaba, pero el aire corría fresco y mi cuerpo temblaba debido al contraste de temperatura.

—¿Q-qué acaba de pasar? —murmuré aterrada, tragando saliva pero arrepentiéndome al instante en el que un ardor horrible pasó por mi garganta.

Las palabras de la señora Marais revoloteaban por mí mente.
Demonios enviados, poderes, Dios y Satanás... No entendía nada de toda aquella locura y eso me estaba estresando de una manera dolorosa para mi cabeza.

—Levanta —el rubio tiró de mí brazo y me levantó del suelo sin responder a mi pregunta.

—¿A dónde vamos? —fruncí el ceño mientras mi pregunta era ejecutada, esperando al menos una respuesta en aquel momento.

—Nos debemos esconder —me empujó de la espalda levemente para que andara.

—No hasta que me expliques qué pasa —exclamé angustiada y me liberé de su agarre—. ¿Qué decía la señora Marais? ¿Por qué Satanás quiere matarme? ¡Yo no he hecho nada! ¿Qué son los demonios enviados? ¿Cómo mierda hemos llegado aquí?

La expresión en su rostro me hizo bajar el tono de mi voz en el último tramo de mi ataque de pánico.

Dios, ¿por qué parecía que me odiaba?

—Mira Isis, no tengo mucho conocimiento sobre lo que está pasando contigo o cómo me controlas o porqué te persiguen. Pero sé lo que son los demonios enviados y no te aconsejaría conocerlos en persona.

—¿Por qué? —murmuré con miedo, clavando mis dedos en el filo de mi camiseta para controlar el temblor ahora presente en mi cuerpo. Casi había olvidado el calor que hacia en el orfanato.

Corbyn me observó con cansancio y mojó sus labios para responderme.

—Son los ayudantes, por así decirlo, de Satanás. Le obedecen siempre, no de la forma que lo hacemos los demonios normales. Son los únicos ,junto con el, que pueden matar a un ángel —aguanté la respiración—. Todos los demonios les tenemos “miedo” —el rubio rodó los ojos ante la última palabra, como si él fuera una excepción de aquello, del miedo a esos seres. Sin embargo, había un plural en su forma de hablar por algún motivo—, no dudan en matar si es necesario, pueden contar lo que haces a Satanás, pueden condenarte. Les odiamos.

—Pero son de los tuyos. ¿No?

Por su cara deduje que era más tonta de lo que pensaba y que debería haberme quedado callada.

—¿Eso qué más da? ¿Tú no odias a algunos humanos aunque sean de tú misma especie?

Asentí apretando los labios y bajando la mirada.

—Hemos llegado aquí por brujería —respondió mi otra pregunta y volví a asentir bajando a Duke de mis brazos—. Y debemos irnos ya. Dentro de poco, quizás algunas horas, podrán venir aquí analizando la magia de esa mujer.

Comenzó a caminar con rapidez, moviendo su guadaña en el proceso. Me fijé en ella con cautela y fruncí el ceño llevando mi mente a otro lugar al recordar lo que podía haberme hecho con esa arma.
Y ahora, simplemente parecía un chico malhumorado que me iba a hacer llegar a mi destino.

—¿Por qué me ayudas? —dije de la nada, tomándole por sorpresa, ya que dejó de andar.

Se giró a verme y se quedó así durante un rato. Vacilando en si responderme o no mientras yo le rogaba con mi expresión una respuesta.

No entendía el cambia que había surgido en él de la noche a la mañana.
Me quería matar, incluso lo había intentado pero ahora... ¿Qué había pasado ahora?

—Quiero saber que eres y qué me hiciste —su voz detuvo mi respiración un instante. Me miró dudoso y levantó su camiseta unos centímetros para mostrarme una marca extraña en su cintura.

Era un círculo, con una estrella y otras líneas más. Se marcaba en su piel como si fuera un tatuaje, pero mucho más... Raro.

La realidad me golpeó en la cara como si fuera un viejo balón de baloncesto. Quería saber qué le había hecho, entonces...

—¿¡Eso lo hice yo?! —exclamé asustada, soltando un alarido padecido al de una oveja acorralada por un lobo.

Corbyn asintió lentamente bajando su camiseta, suspirando tras ver mi reacción y con las cejas lo más juntas posible, confuso.

—Después de que te desmayaras lo noté —señaló y casi me atraganto con mi propia saliva—. Tu ojo derecho se volvió blanco, como los de un ángel cuando hacen un milagro. El izquierdo rojo, como un demonio enfadado o listo para matar.

Enlacé los hilos lo más rápido posible, aún agarrando mi camiseta con fuerza entre mis dedos.

—¿Soy hija de un ángel y un demonio?

Él negó en otro de sus suspiros cansados, los que entendía porque parecía que estaba lidiando con las preguntas de una niña pequeña.

Pero no era mi culpa no saber nada de aquel extraño mundo.

—Los demonios y ángeles no pueden reproducirse. Dios y Satanás lo dictaron así y es genéticamente imposible.

—Entonces, ¿Qué soy?

—Eso quiero averiguar —me dió la espalda y siguió andando.

Suspiré cansada y le seguí clavando mis pies con firmeza en el suelo.

No entendía nada.
Había dejado a Jonah y a los demás niños atrás sin nadie que les cuidara. Ahora estaban solos y... Yo también.

Corbyn no me daba compañía, era como andar con un fantasma, bueno, un demonio.
Me seguía dando miedo. Me había intentado matar hace nada.

Lo único bueno de esto; Duke estaba conmigo, moviendo su cola emocionado mientras caminaba a mi lado.

—¿Dónde vamos? —pregunté de nuevo, esperando una respuesta más específica que la de antes.

—A la ciudad —murmuró él ausente.

—¿Por qué?

—Será más difícil que te encuentren allí.

—¿Por qué?

—Porque hay mucha gente. Los olores se mezclan y pasas desapercibido.

—¿Vas a matarme?

—No —bufó y fruncí mi ceño.

—¿Y cómo puedo confiar en tus palabras?

—No puedes, lo haces y ya.

Nos quedamos en silencio por bastante rato. Intentaba encontrar más preguntas que hacerle, sacarle conversación para que ese momento no fuese tan incómodo.
No sabía lo equivocada que estaba.

—¿Te gusta el helado?

¿Cómo le va a gustar el helado si se alimenta de almas?

—¿¡Puedes callarte de una maldita vez?! —di un paso para atrás con temor y bajé la cabeza aún mirándole con el ceño fruncido—. Estás acabando con mi paciencia. No somos amigos y nunca lo seremos, solo eres una piedra en el camino que tengo que quitar. ¿Está claro?

—Borde —murmuré molesta y volví a cargar a Duke en brazos para hablar con él.

¿Por qué era tan cascarrabias y maleducado? Solo quería pasar un rato agradable, normal, sin que nadie me quisiera matar o me regañara.

Duke apoyó su cabeza en mis brazos y me miró curioso, como si quisiera saber qué estaba pensando.

—¿Tú me quieres? —sacó la lengua mirándome y me reí suavemente— Diré que eso es un sí.

Acaricié su lomo despacio y el perro lamió la piel expuesta de mis brazos con suavidad, dándome mimos también.

Temblé un poco por el frío repentino y solté un suspiro abrumado al mirar que solo tenía ropa corta y no me había traído más para el viaje. Ni me había dado tiempo.

Solo me habían dado para prepararme un...

Recordé el papel que me había dado la señora Marais y que llevaba apretado en mi puño desde que salimos de allí. Abrí la palma de mi mano y traté de estirar el trozo de papel ahora arrugado.
Lo abrí despacio mientras la curiosidad crecía en mí.

¿Qué sería? ¿Un hechizo? ¿Un arma? ¿Una fórmula para hacer pociones mágicas? ¿Algo que me ayudara para protegerme? 

—Daniel Seavey —murmuré con el ceño fruncido al leer el papel. Solo eso. Un nombre.

Giré el papel para ver si había algo más escrito, algo más útil. Pero nada.

Duke ladró y se removió en mis brazos. Le bajé y él siguió el camino al lado de Corbyn, moviendo su cola feliz.

Suspiré rendida y volví a leer el nombre despacio. ¿Eso qué significaba? ¿Qué debía pasar el domingo a esa hora?

Arrugué el papel aún más confundida y corrí para alcanzar a esos dos.

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