OO9. juliet

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OO9 | JULIETA

     Cuando Alice Cullen terminó de contarle a su hermano aquella visión que tuvo de la humana que había sido el objeto de su afecto, él dejó el teléfono suspendido y colgando únicamente del cable.

Sin importar los miles de kilómetros que ahora lo separaban de Forks, Edward se encontraba ahora corriendo lo más rápido que su condición de vampiro le permitía.

Pero al cruzar la frontera que le indicaba que estaba saliendo del país en el que Liam y su manada se encontraban esperando su regreso, se detuvo. No podía dejarlo así como así, pero le debía tanto a Bella que le era imposible pensar en una solución en esos momentos.

—Perdóname, Liam...

Aquello salió en un susurro que el viento no se tardó en llevar, sabiendo muy bien que las palabras jamás llegarían a él.

Y así por cada paso que daba lejos del cambiaformas, su muerto corazón se sentía tan pesado y al mismo tiempo tan pequeño dentro de su pecho.

Las horas transcurrieron al igual que su imagen borrosa pasando por cada obstáculo que su camino presentaba. Su mente se encontraba dividida en dos cosas, mejor dicho, en dos personas. Queriendo hacerse a la idea de que una de ellas estaba completamente a salvo, rodeado de su manada y que no podría decir lo mismo de la humana, quién quizá ya ni siquiera se encontraba en este mundo terrenal si la visión de Alice resultaba acertar.

"Ya no puedo ver el futuro de Bella."

Se lamentó el haberla dejado sin protección, aunque ya era tarde para arrepentirse ahora.

Edward no supo con certeza cuántos días habían pasado hasta que por fin se halló cerca del poblado lluvioso. Sus paso lo guiaron instintivamente a su hogar, donde su hermana con el don de la clarividencia le dijo que lo esperaría.

—Edward —la chica se acercó a él apenas lo deslumbro entre los árboles a unos cuantos kilómetros—. Traté de contactarme con el padre de Bella, pero no pude localizarlo.

El susodicho no detuvo su andar que hasta este punto disminuyó hasta convertirse en pasos algo rápidos, se acercó a su auto y sin dejar que la vampiresa terminará de ponerlo al día se marchó con el fuerte rugido del motor.

Las llantas chirriaban ante la humedad de la carretera y por cada maniobra que el cobrizo realizaba para llegar a la casa de la humana, unas cuantas gotas de lluvia se deslizaban por el parabrisas al igual que se acercaba más a su destino.

Y cuando por fin estuvo ahí, descendió del auto en un parpadeo. Entrando a la casa sin más demora y revisando cada rincón, encontrandose solo con la ausencia de ambos Swan.

Derrotado, soltó un suspiro violento sin la necesidad de hacerlo realmente, pues no podía pensar con claridad en dónde comenzar a buscar las respuestas que su mente necesitaba. Excusa o razón que su ser pudiera tomar positivamente después de haber "abandonado" a Liam.

Todo de él le exigía a gritos volver junto al lobo, hasta el punto de volverlo loco.

Odiandose, se dejó caer sobre los escalones que conducían a la entrada de la casa, apoyando sus codos sobre sus rodillas flexionadas y enredando entre sus dedos sus cabellos.

Jamás se perdonaría el estar dañando al chico de expresivos ojos verdes a causa de su, prácticamente, huída. ¿Cómo le explicaría que se fue por culpa de "Julieta"?

Pero tampoco podía culparla a ella, el único idiota entre ellos era él mismo.

—Edward —sus ojos se abrieron de sobre manera, levantando la cabeza y observando a la chica que creyó muerta justo de pie frente a él—. ¿Qué haces aquí? No, olvida eso...¿Por qué estás aquí?

El susodicho se levantó de su lugar y se acercó a la humana, aún con el asombro reinando su semblante.

—Alice...no, yo pensé que habías muerto —mascullo—. Tuvo una visión de ti, yendo al prado y encontrándote con Laurent. Después de eso, ya no podía ver tu futuro...

—¿Y viniste a dar su pésame? —hablo está vez una voz masculina, Edward fijo sus orbes aparentemente oscuros sobre el chico desconocido que mantenía las manos escondidas en los bolsillos de su pantalón—. Aun sabiendo que ella podría estar en peligro, la dejaron a su suerte. Tu patética forma de pensar la puso en la mira de una loca sanguijuela.

—¿Quién eres tú? —cuestionó, confundido ante los pensamientos del moreno y el efluvio que la humana desprendía.

—Es mi novio —contestó la castaña, con la sonrisa más grande que el vampiro jamás había visto en ella—. Algunas cosas cambiaron cuando te fuiste.

Algo dentro de él pareció aliviarse ante aquella respuesta. Al final uno de los dos estaba haciendo las cosas bien después de su separación y eso no hacía más que repetirse cuán idiota estaba siendo.

—Bella —su garganta pareció sentirse seca, sin saber que decir.

—¿Qué? —la chica lo miro algo desafiante—. No tengo derecho a seguir con mi vida, ¿Acaso olvidaste tu promesa de desaparecer? Como si nunca nos hubiéramos conocido.

—Bella —alzó su mano con intenciones de acariciar su rostro por mero instinto, quería asegurarse que su tonta cabeza no le estaba haciendo ver un espejismo, pero antes de que su mano pudiera cerciorarse de eso, la de alguien más la detuvo.

—No sé y no quiero saber tus razones, pero, por favor...dejala ser feliz, aunque no sea junto a ti —el moreno lo miró, pudiendo observar en sus ojos la misma fuerza que Liam poseía.

—Estás imprimado en ella —el cobrizo quitó su mano, pudiendo saborear aquellas palabras sin siquiera ser conciente de soltarlas.

—Lo siento, Edward —Bella se movió, hasta quedar aun lado del chico—. Mi alma y corazón le pertenecen a él ahora.

Fue ahí cuando Romeo por fin se dió cuenta que su corazón jamás le perteneció a Julieta.

Julieta ya no era su Julieta, nunca lo fue.

—Estoy tan feliz por ti, Bella —una sonrisa se formo en su rostro—. Y espero que también lo seas.

El Cullen sintió esas palabras como una despedida ante la relación que ya no pudo florecer, pero ya no le importaba. No cuando había alguien que lo esperaba en algún lugar de Alaska.





    Para Liam, los días transcurrían tan lento que le parecía una tortura. Sumado a los insistentes intentos de su hermana por sacarlo de la casa en la que lo habían designado cada que tenía oportunidad.

Pero aquella morada se había convertido en su refugio, nadie más que el jefe de la aldea o su alfa lo podían hacer abandonar esa casa. Que por suerte no compartía con su padre y hermana, pues Liam al tener la mayoría de edad y haber hecho la ceremonía que correspondía, podía obtener una casa solo para él.

Ese hecho también iba de la mano con que estaba en la edad perfecta para contraer matrimonio, pero él azabache rechazo cortésmente a toda persona que le presentaban. No les había dicho que su huella ya estaba en alguien y sintió que jamás lo diría.

Suspiró, recostado sobre las pieles que cumplían la función de una cama, preguntándose si era buena idea solicitar un viaje en solitario cuando no tenían más de dos semanas de haber llegado a la aldea.

Imposible. Pensó. Mamá, ¿qué hice mal?

Pero antes de darse una respuesta así mismo, la piel que cumplía la función de una puerta, fue apartada del umbral. Dejando ver una figura femenina, vestida con las típicas prendas de su tribu.

—¿Interrumpo tu sueño? —cuestiono de forma sugerente mientras sus pasos la guiaban hasta donde el chico se encontraba recostado.

—Para nada —negó, pasando sus brazos bajo su cabeza y cerrando sus ojos mientras aún la escuchaba moverse por el lugar—. ¿Qué te trae aquí, Jade?

—Venía a saludar —sonrio—. ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos?

—No sé, lo olvidé.

—Te haz vuelto un hombre de pocas palabras, me gusta —el pelinegro rio.

—Y tu una mujer coqueta, me sorprende que la gran Aibek no te haya conseguido un buen marido —razono, recordando vagamente la ceremonía matrimonial a la que su padre lo obligo a asistir hace unos días—. ¿Acaso planeas volverte una solterona?

La chica no contestó, en su lugar, Liam sintió el peso extra acomodarse sobre él al mismo tiempo que sus manos eran apresadas arriba de su cabeza.

Sus ojos se abrieron, encontrando sus orbes verdes con los oscuros de la fémina sobre él.

—Esperaba por ti —susurro la chica contra sus labios.

—Jade —advirtió con su mirada, pero la susodicha lo ignoró.

—Déjame ser tu Aqmar, Liam...

Pero antes de que esas palabras pudieran sellarse contra sus labios, el fuerte golpeteo del tambor los alertó.

¡Un intruso!

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