Prólogo

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©Lyz Ortega

El comienzo, siempre será doloroso y difícil.—D•K

Sus pies apenas y pueden seguir corriendo con prisa, empujan a las personas y toma frutas de los puestos para seguir huyendo, no desea para nada que lo atrapen. No necesita a esos tontos guardias detrás de él, solo huye. Tropieza en algunos escalones pero vuelve a levantar el vestido y correr como puede arriba del tejado, salta, se agacha y esconde en un callejón para cubrir su propia boca. No debe hacer ningún ruido que alerte a esos tontos que están ahí. Escucha las pisadas, como ordenan ir derecho y los ve alejarse cuando se asoma. Cuando por fin puede hacer ruido, saca la manzana de su bolsillo que tiene el vestido. Muerde y disfrute del alimento que en días ha podido probar, es un sabor dulce, es cítrico sin duda será siempre su favorito y comerlo lento le ayuda a que tarde.

—¡Aquí está! —Salta asustado, aun con la manzana en la boca corre y sube los pequeños bloques que de las casas salen, esta por alcanzar la cima.

Su pie derecho se resbala, aunque quiera sujetarse con sus manos esos guardias ya lo vieron y no dudan en saltar tratando de tomarle de las piernas. Mira a todos lados, solo necesita un apoyo nuevo, baja un poco y siendo grosero se apoya de la cabeza de uno de ellos y es más fácil subir, trepar para estar en el techo de esa casa.

Vuelve a correr, esconde la manzana de nuevo. Brinca sobre las casas que por suerte están seguidas y mantiene sus pisadas los más silenciosas posibles, que a lo lejos vea a uno de esos guardias igual en los tejados es el problema. El miedo lo gobierna, van a condenarlo por robar. Esta seguro que será horrible si lo atrapan. Niega, puede salir de esta, salta de nuevo y para su mala suerte el techo es especial. Se rompe, su cuerpo entero duele ante la caída contra el suelo. Se sienta aún con los malestares, intenta volver a correr pero dos guardias lo toman de los brazos.

—N-No, por favor. ¡Dejenme ir!—Suplica, se remueve una y otra vez.

Ser arrojado contra el piso, como la palma de las manos se raspan por las piedras y tierra en el suelo. O tal vez esa pulsación en su mejilla ante el azote a los pies del jefe de aquellos guardias.

—Asi qué, tu eres el ladrón e impostor en los negocios de esta gente. —Intenta sentarse, es doloroso.—El castigo por robar es la amputación de manos.

Niega, respira en pausa y no quiere. Solo necesitaba algo que comer, unas simples manzanas no afectan a las personas con dinero, y nadie se apiada de él de ninguna manera.

—¡No! ¡Por favor! ¡No! ¡Y-Yo puedo hacer lo que sea!— Esa simple frase, el jefe sonríe.

—Entonces diez golpes en la espalda, desnudo. Ahora. —La orden dada.

Los hombres lo jalan de las prendas, le quitan la mayoría y sin duda estar desnudo frente a mucha gente no es divertido. No es lo que espera, no quiere más dolor si todo de él quiere solo desmayarse. Uno de ellos da el primer golpe a su espalda, grita sin dudarlo. La gente parece no hacer nada, rezan y piden que Allah perdone sus acciones.

—D-Duele.. —Es el cuarto golpe, la mejilla contra el suelo, el hormigueo en su espalda aumenta, ya no siente la mitad. —A-Ayudame, por favor Allah. N-No quiero que duela.

Otro golpe, no sabe si es correcto. Solo deja que el dolor consuma por completo, jadea por el ardor, parpadea lento y en el décimo simplemente se desmaya.

No escapes, las ataduras no van a dejar que te libres tan fácilmente.

©Lyz

Obra completa en Inkspired.

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