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La nueva reunión con el equipo de Heller fue un éxito. Las mujeres Lawrence, especialmente Rebecca, se mostraron satisfechas con el plan que se había trazado. A pesar de que a su hija no le terminaba de convencer la idea, no por ello dejaba de escuchar cada detalle.

La señora Lawrence, con una actitud frívola, le recordaba que por culpa de Beaumont, Zoey estaba muerta.

El encuentro se llevó a cabo en un galpón abandonado a las afueras de la ciudad. Allí, Heller y su equipo de tres mercenarios profesionales las recibieron. Se debatió el modus operandi del secuestro, la duración del cautiverio y la paga. La cifra inicial, diez millones de dólares, no supuso mayor problema. El verdadero desafío consistía en mover tal cantidad sin levantar sospechas, en especial de sus abogados y contadores. Tal vez los proyectos que financiaba Emma, como nueva accionista activa de BT, podrían ser la solución.

Tras negociar, se fijó la fecha del rapto; un 16 de Junio, a la 1 AM. Según la información proporcionada por Heller, el joven Böhen acostumbraba a pasar esas horas con el CEO en el loft. Si bien era arriesgado llevárselo de allí, no había nada que lo impidiera, mejor aún si los tomaban por sorpresa.

Comandados por Heller, dos mercenarios completaron la parte sucia del trabajo: raptar al castaño y herir al CEO, pero no de gravedad. Sin embargo, las cosas se les fueron de las manos.

Al otro, le tocaba la parte "divertida"; destrozar todo lo que encontraba en el departamento de Azriel.

Una vez hecho, cambiaron de vehículo y partieron hacia una lavandería industrial en desuso, ubicada a una hora de la ciudad.

Por dentro, estaba equipada con lo necesario para retener y torturar al muchacho.

El plan se desarrolló sin contratiempos. La tensión era palpable, pero la confianza en el equipo de Heller era absoluta.

Cuando llegaron, lo acomodaron en una silla especial de madera. Estaba inmovilizado y amordazado, las manos atadas a su espalda y sus tobillos amarrados a las patas de la silla.

Una pequeña dosis de anestesia calmaría el dolor en su pierna, para ser más exactos bajo la rodilla izquierda. Pero solo por un rato.

Era una sala de paredes azules, con manchas de humedad por doquier. La maquinaria oxidada y el hedor a químicos hacían presencia.

La iluminación era casi escasa, se filtraba por las ventanas rotas de las farolas que estaban fuera, al igual que las gotas de lluvia. El polvo molesto danzaba en el ambiente y en las cuatro esquinas fueron instaladas cámaras para vigilar todo lo que sucedía, como también en las otras habitaciones.

Azriel comenzaba a recobrar la consciencia. Sentía como hormigueaba su rodilla y una pesadez abrumadora en todo el cuerpo. Un estruendo ensordecedor irrumpió provocándole un sobresalto, seguido de un zumbido en su oído derecho. Podía jurar que a propósito la bala rozó su oído, logrando que sangrara levemente.

Abrió los ojos y levantó la cabeza para encontrarse con dos pares de ojos que lo observaban con dureza. Sus pulsaciones se aceleraron y respiró agitadamente por la nariz al recordar lo que pasó en el loft.

«Vince, ¿estará bien?»

Ambos vestidos de negro, con chaquetas estilo militar y portaban pasamontañas. Uno tenía las manos cruzadas tras su espalda y el otro, aún sostenía con firmeza el arma recién disparada. Se percató que estaba atado a la silla y se movió con desesperación, no logró nada.

«¿Qué diablos está pasando?»

Un escalofrío le recorrió la espalda, cuando el del arma se le acercó. Sintió el frío metal sobre su mandíbula y cómo descendía hasta su nuez. No se dejó intimidar y clavó su mirada en la del hombre.

El chirrido metálico de una puerta oxidada al abrirse lo alarmó. El sonido de tacones golpeando el suelo lo desconcertó y no pudo evitar dirigir su mirada hacia la puerta.

Los pasos se detuvieron y el hombre que lo amenazaba con el arma, se apartó. El castaño no podía creerlo, ¿acaso su vista no estaba tan nublada?

Emma Lawrence lo observaba con una sonrisa cargada de malicia.

-Azriel, nos volvemos a encontrar y lamento que no sea la bienvenida que mereces- señaló el lugar -de ahora en más, así serán las cosas.

La rubia dirigió su mirada al hombre del pasamontañas. -Trátalo con gentileza, alguien lo aprecia mucho- y el muchacho supo que se trataba de Vincent.

-Te conviene cooperar si no quieres que la próxima bala vaya hacia la cabeza de tu hermanita- pronunció con cinismo y eso lo enfureció. ¿Cómo pudo saberlo? -deja de forcejear. Primero, es inútil. Segundo, ¿ves ese cableado bajo tu silla? Si te mueves, te electrocutas y hasta podría estallar la habitación.

-Sé que tienes muchas preguntas y estás anonadado por todo, pero iremos con calma-. Miró el reloj en su muñeca -debo irme, me espera un gran día, lleno de negocios prósperos y no creo junto a Vincent, debe estar en el hospital. Oh, ¿no te lo dijo?- fingió inocencia -ahora trabajamos juntos. Lo vigilo de cerca y te retengo a ti. Así aprenderá lo que se siente perder a alguien querido.

Se retiró de la habitación seguida por los sujetos.

Azriel bajó la mirada y apretó con fuerza los ojos, no quería llorar, pero sentía demasiada impotencia. Hasta temblaba levemente. Segundos después, escuchó que alguien se acercaba, no se molestó en mirar y solo sintió un pinchazo en el cuello que lo hizo desmayarse.

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Vincent ingresaba al hospital y logró abrir los ojos en el trayecto. Todo lo que oía eran zumbidos constantes y voces lejanas. Su cabeza daba vueltas y las luces del techo le quemaban los ojos, obligándolo a cerrarlos con fuerza. No podía moverse por sí solo, estaba agotado, casi sin fuerzas.

Sentía una opresión en el abdomen, una sensación extraña.

Yacía sobre una camilla que avanzaba con rapidez. Tenía el cuerpo helado, a pesar de estar cubierto por una manta.

Un respirador artificial llenaba sus pulmones, pero aun así se sentía sofocado.

La camilla se detuvo de manera abrupta -Señor Beaumont, ¿puede oírme?- una mujer le hablaba mientras movía la molesta linterna sobre sus ojos.

-Vince, todo estará bien, te lo prometo- la misma mujer le habló con calidez, apagó la luz y sostuvo su mano con ternura por unos instantes. No lograba reconocerla

-Quirófano 3 ¡ahora!- exigió una voz más grave y se dejó vencer por el cansancio.

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