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Las letras doradas de Business Tech resplandecían bajo el sol, anunciando la llegada de Azriel a su destino. El edificio majestuoso, se erguía como un gigante de metal y cristal. El joven se adentró en el vestíbulo, su mirada recorriendo las caras de los empleados que entraban y salían.

Se acercó a la recepcionista y su rostro gélido no hizo más que aumentar su nerviosismo. ¿Hizo algo que delatara su tardanza? Y todo por el estúpido uniforme, de pantalón cargo azul marino y una chaqueta a juego, adornada con franjas grises en las mangas, todo de mezclilla y gabardina.

Pensó en cambiarse en el baño, pero era más urgente reportarse con Rivas, en la oficina de empleos.

Tocó impaciente el botón del ascensor y guardó su claustrofobia en el bolsillo, como le había dicho Ruby. Tenía que acostumbrarse al uso del elevador si quería trabajar en un lugar como ese. Además, no iba a subir diez y ocho pisos por las escaleras. Ni loco llegaba. ¿Por qué carajos la oficina de empleos estaba tan lejos?

Observó a su alrededor y vio que las demás personas tomaban otros ascensores. Era el único esperando en ese, pero no le dio importancia cuando la caja metálica se abrió y suspirando, ingresó. Presionó el piso correspondiente y aprovechó para acomodar su cabello en el espejo. De repente, una loca idea cruzó por su mente. No, no iba a cambiarse allí. Seguro había cámaras y sería bastante extraño.

Se recostó en una esquina, mientras una espantosa melodía inundaba el lugar y observó la hora en su teléfono. Faltaban 10 minutos para que dieran las 8 de la mañana. Si el ascensor no hacía paradas, llegaba justo.

Pero la caja metálica se detuvo. En el piso once, las puertas se abrieron dejando ingresar a un sujeto rubio de traje gris, hablando por teléfono. Pero ni siquiera le prestó atención. Solo presionó un botón y siguió en lo suyo.

—Agradable sujeto —habló para sí mismo el castaño y enfocó su vista en el techo.

El ejecutivo finalizó su llamada y se dio la vuelta. Carraspeó y lo observó con una ceja levantada, escaneándolo por completo.

—Hola— habló Azriel, mirándolo también. Se le hacía conocido. ¿De una revista tal vez?

—Buenos días —respondió el CEO en tono serio. —Por lo visto, trabajarás aquí— observó el uniforme en manos del castaño.

—Sí, y estoy llegando tarde —comentó con una sonrisa, que movió algo dentro del rubio.

—Bien, como es tu primer día, lo dejaré pasar.

—¿Qué cosa? ¿Eres mi jefe? —Azriel se acercó para saludarlo con un apretón de manos, pero el hombre volvió a darle la espalda.

—Soy el dueño de la empresa y este ascensor, es solo para ejecutivos —habló con arrogancia acomodando su corbata en los espejos.

El castaño frunció el ceño. ¿Cómo iba a saberlo? No había ningún cartel que indicara la “exclusividad” del ascensor, ni que fuera a robarle.

Se cruzó de brazos. —¡Ay mil disculpas!— habló sarcástico. —Nadie me avisó y bajo enseguida. Así que no te incomodará mi humilde presencia unos pisos más.

El rubio lo observó sorprendido a través de los espejos. «¡Qué carácter!», pensó antes de responder. —Tranquilo, solo te estoy informando, para que no vuelvas a hacerlo— sonrió con sorna.

El más joven abrió la boca ofendido —pues que delicadeza la tuya.

Dicho esto, el ascensor se detuvo de golpe en el piso quince. Las luces se apagaron y solo quedó la claridad que ingresaba por una pequeña rendija en el techo. Ambos tuvieron que sostenerse de las barandillas para no caer.

—Lo que me faltaba— exclamó el de traje entre dientes.

—Carajo— Azriel dejó su uniforme en el suelo y se acercó al tablero sin importarle la atenta mirada del otro. Recordó un código que le habían dado en la presentación y quiso usarlo, pero al tocar la pantalla táctil, recibió una pequeña descarga eléctrica que picó su dedo y lo hizo soltar un quejido.

—¿Qué haces? No lo toques— lo miró con reproche —ya lo arreglarán o eso espero, porque últimamente, los de mantenimiento no realizan correctamente su trabajo— murmuró por lo bajo cruzándose de brazos, haciendo enojar al castaño quien lo encaró olvidando por completo que es su jefe.

Así es Azriel a veces; no importa quién seas, no se deja pisotear por nadie. Aunque esta vez quizás hubiera sido mejor que cerrara la boca.

—Quizás lo hacen o no dan abasto con tantos estúpidos ascensores que hay aquí. Y, por cierto, me contrataron para esto, idio— un claro insulto estaba por escapar de sus labios, pero se detuvo antes de terminar la palabra, respirando hondo —señor.

El CEO quedó atónito intentando entender que acababa de pasar —¿Acaso ibas a…?

—¡Sí, iba a insultarte!  y espero que esta vez no se demoren, ¡porque tengo cosas que hacer!— gritó y golpeó las puertas con impaciencia.

—¡Oye!— lo tomó del brazo para que se detuviera —mantén la calma ¿quieres?, de nada sirve un escándalo. Simplemente hay que esperar.

Azriel lo miró furioso y se apartó. —No me toques. Tengo claustrofobia, así que… lo siento mucho si hago escándalo, pero necesito salir de esta maldita caja de metal— cerró los ojos e inspiró profundamente. —Se hace más pequeña, ¿no crees?— comentó entre jadeos.

Se quitó la chaqueta deportiva negra y acarició su pecho sobre su camiseta, sintiendo como su corazón latía con fuerza. Además, tuvo que sentarse porque sentía mareos. Cerró los ojos y contó en susurros hasta el 20 una y otra vez, también pensó en su lugar feliz, como le había dicho su psicóloga Evelyn, pero nada funcionaba. Ya le costaba respirar.

—¡Hey!— El hombre se acercó hasta el castaño y le tapó la boca con la mano, quien abrió los ojos sorprendido por la repentina acción.

Ambos tenían las respiraciones agitadas, y estaban muy cerca.

Ni el rubio sabía por qué lo hizo exactamente.

—Es mejor que no desperdicies el oxígeno diciendo tonterías.— le habló serio, no quería tener un desmayado por quién sabe cuánto tiempo —¿cuál es tu nombre?

Le destapó la boca y el castaño contestó un poco más calmado —Azriel.

—¿Tu nombre completo?

—¿Para qué quieres saberlo? ¿Para qué no me…?— le tapó la boca de nuevo.

—¿Qué te dije de hablar tonterías? Solo quiero que te presentes, mi nombre es Vincent Beaumont y ¿el tuyo?

Oh, claro que es un Beaumont

Destapó su boca. —Azriel Böhen— respondió en voz baja.

—Bien, ¿ves qué era sencillo?

—¿Qué te dije sobre tocarme? Ahora tengo los gérmenes de tu mano en mi boca— hizo un gesto de asco igual que un niño.

El mayor soltó una risa ante la actitud infantil del joven —lo hice para que dejaras de hablar, ¿o preferías un golpe?— Se sentó frente al castaño y se quitó el saco, aflojando luego la corbata azul marino que llevaba ese día. Tardarían un rato, lo cual era inaceptable, pero no podía alterarse por ello. Tenía la junta más importante del mes en unas horas.

Azriel frunció el ceño —claro que no, pero tampoco me gusta que me toquen sin mi permiso.

—Bien, lo siento— alzó las manos en señal de rendición —no quise que te molestaras, solo intentaba ayudar.

A su manera, claro.

Lo miró con incredulidad —¿Ayudarme? no lo haces, solo me estresas— se cubrió el rostro con ambas manos unos instantes.

El rubio suspiró —no fue mi intención, lo juro. Solo necesito que te tranquilices.

—No quiero— contestó molesto —necesito salir joder, ¡no hay aire!— se levantó de nuevo y comenzó a caminar de un lado a otro —¿cuánto tardarán? Maldición, me voy a volver loco.

Vince se levantó y lo observó despreocupado —hay oxígeno Azrael, pero lo malgastas, de nuevo.

El nombrado lo observó serio —Es Azriel  con “i” latina.

Beaumont viró los ojos —¿Por qué no intentas repararlo ahora? o lo que hacías antes.

—Aún me tiemblan las manos y están sudadas— confesó observando sus manos, pero no imaginó que el mayor las tomara entre las suyas, invadiendo por completo su espacio personal. Estaban cálidas y eran un poco más grandes.

Lo estaba tocando de nuevo. Pero no le importó cuando una agradable sensación, como un cosquilleo, le recorrió todo el cuerpo.

Le masajeó con los pulgares las palmas, haciendo leve presión en cada falange de los dedos y habló suave —Esta técnica de relajación la aprendí de mi abuela, por si me daba un ataque de pánico en la escuela o en mis primeros días como jefe. De inmediato me tranquilizaba y…— Azriel solo lo observaba encantado. Se le hizo muy guapo, un par de años mayor que él. Sus facciones bien marcadas lo hipnotizaron y olía exquisito. De manera inconsciente, se acercó al cuello de Vince y cerró los ojos dejando escapar un suspiro.

Un suspiro que erizó los vellos en la nuca de cierto rubio, causándole escalofríos.

—Böhen— lo llamó nervioso, soltó sus manos y el castaño se apartó torpemente.

—Me-me siento mejor, gracias— titubeó al hablar y se acercó al tablero, sentía una sensación extraña en todo el cuerpo, quería abofetearse.

«Azriel, es el jefe, ¡compórtate!» Gritaba su conciencia.

Deslizó su dedo con temor por la pantalla y se encendió. Escribió el código y apareció un mensaje indicando que, en breve, se solucionaría el problema.

Ambos suspiraron aliviados y durante los siguientes minutos, hasta que se restableció el sistema, no dijeron una palabra.

Cada uno tomó sus cosas y antes de que Azriel bajara, Vince lo sujetó del brazo unos instantes para que se detuviera. —Espera— el castaño se giró hacia él confundido —hablaré con Rivas para que no se enfade contigo por llegar tarde.

Asintió tímido —eso sería genial.

—Y puedes volver a usar este elevador— ¿por qué dijo eso? Ni él lo sabía —por si llevas prisa— intentó “arreglarlo” al final —no me molesta tu presencia.

Ahora, solo Beaumont y cierto castaño podían utilizarlo.

Sus mejillas se tiñeron levemente —¿me ascenderá a ejecutivo? —bromeó para aliviar sus nervios, estaba que se moría.

—Ya lo veremos— le guiñó un ojo y las puertas se cerraron.

«Dios mío, ¿eso acaba de pasar? ¿Vincent Beaumont quiere volver a verme? ¡Ni en mis sueños lo habría imaginado!» pensó el joven castaño con una sonrisa tonta que trató de disimular, mientras se dirigía hacia la oficina de empleos y la imagen del CEO permanecía fresca en su mente.

Poco más de una hora estuvieron encerrados y eso fue suficiente para que se forjara una conexión prohibida, donde la pasión y el peligro, los envolvía.
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Holaaa, espero que les esté gustando ♡

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