Capítulo dos: Escarlata

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Don't love you yet, but probably will

Gracie Abrams



Vino derramado en...¿Una fiesta? Sí, en una fiesta. Me disculpo y mi cara resulta ser del mismo color que la mancha nueva que tiene en su vestido.
Se ríe y mi vergüenza desaparece por arte de magia. Me animo a pedirle un baile.

***

—¿En qué pensás? —me preguntó William mientras caminábamos por los pasillos de la escuela.
—En mi futura novia —dije entre suspiros.
—¿Te volvió a gustar otra chica? —preguntó, poniendo los ojos en blanco.
—Pero es diferente, es totalmente distinto.
—¿En qué?
—Creo que podría ser mi alma gemela.
—Sos muy dramática, ¿te lo han dicho ya?—comentó el descarado.
—Vos lo sos, amigo inglés. Te recuerdo que las Malvinas son nuestras.
—Posta, sos re exagerada.
—¡Exagerado es ponerse de nombre "William" viviendo en Argentina! —me defendí.
—¿Y cómo querías que me llamará; Alex, Noah? Quería ser original.
—Te podrías haber puesto Alan.
—Es re feo.
—¡Es alto nombre!
—Tus gustos son horribles —me atacó mi mejor amigo y peor enemigo.
—No todos, tu mamá es divina.
La campana me salvó de un codazo bien merecido.

***

Tenía que dar un oral de geografía sobre el modelo agroexportador y el modelo ISI con Brunela, William y Alicia. Era viernes y yo había puesto la casa para iniciar el trabajo. Luego del colegio, compramos empanadas y fuimos a nuestro destino.
Intenté ser la mejor anfitriona que la idiota de Alicia conocería. Lo servicial que fui no se puede describir con palabras. Esa fue mi única victoria de aquel día, ya que fue mi enemiga la que encontró la mayor parte de la información.
Brunela hizo la primera lámina porque tiene la mejor caligrafía del grupo. William corregía sus faltas de ortografía, agregaba comas, puntos y acentos. Él está obsesionado con todo eso.
—¿Cómo te va con la chica que te gusta?—preguntó mi mejor amigo para molestarme.
—Cómo me va con tu mamá —contesté, mostrándole el dedo corazón.
Las chicas me observaban con intensidad, esperando que les diera contexto sobre lo que William acababa de decir.
—Will —lo llamé así porque sabía que no le gusta que abrevien su nombre— es un tonto. Solo me parece linda una chica de mi taller de escritura. Nada más.
—¿Quién? —preguntó mi mejor amiga.
Les mostré la foto de su perfil en WhatsApp.
—Anne, no quiero ser mala pero esa chica es re linda, no te va a dar bola—se burló Alicia.
Puse los ojos en blanco y dejé de sonreír. No sé por qué me afectaron tanto sus palabras. Tal vez fue por el fastidioso apodo que me puso.
—Pero Valen también lo es —le dijo mi amiga y luego se dirigió a mí sonriendo— ¿le pediste su Ig?
—No.
—Se lo tenés que pedir —me aconsejó.
Me ruboricé y bajé la vista al suelo.
—No tenés los ovarios suficientes —me retó Alicia
—Eso no es cierto —dijimos William y yo al mismo tiempo.
—Demostralo.
Lo tenía decidido, iba a pedírselo para mostrarle a ella y a mí misma que podía hacerlo. Solo tenía que ver el momento y...

***

—"No estaba lista para verla con esa sonrisa triunfadora, tan característica de ella. Lo tenía todo, lo tenía a él. Era la primera opción. Lo que yo nunca fui." —Me leyó Alma lo que había escrito.
Era el lunes tan ansiado y temido, por el cual había hecho una lista de maneras de cumplir mi misión. Por lo cual no había cerrado los ojos en toda la noche del domingo.
—Me gusta, pero podríamos agregar: "Habría llorado si no hubiera derramado todas mis lágrimas al saber que yo nunca sería Betty. Siempre sería August, la chica con la que engañan a su novia cuando se aburren."
—¡Me encanta! —exclamó, chocándome los cinco.
Si me preguntaran cómo me sentía en ese momento, por algo tan simple, diría que escarlata. Sí, como un color. Estoy cien por ciento segura de que mi cuerpo se encontraba teñido de ese mágico tono.
Seguimos trabajando y, cada tanto, nos tomábamos un descanso para conversar. En esa clase, llegamos a terminar el tercer capítulo.
Cuando faltaban unos diez minutos para terminar la hora, la profesora Anita nos interrumpió para que cada pareja leyera su primer capítulo escrito.
Juana fue la primera en leer. La novela de ella y Mica sería de terror, y los dos protagonistas eran la aventurera (una joven universitaria que se había mudado a una gran ciudad para estudiar) y el villano (un psicópata que ahogaba chicas jóvenes todos los 29 de febrero).
Luego de que terminara de leer y de que todos les diéramos unos cuantos aplausos, Alma se ofreció a ser la siguiente.
No sé en cuál parte de su narración me perdí. Lo único que sé es que su voz me había mandado hacia otra realidad. A una realidad en la que nos encontrábamos rodeadas en una neblina de color bermellón con nuestras manos unidas. Sus manos, más chicas y de uñas pintadas de rojo. Las mías, de dedos y uñas largas.
Llegué a respirar el suave aroma de su perfume de menta y a acariciar sus manos bien cuidadas y alisadas. Hasta se quedó como un recuerdo vivido en vez de un solo sueño. Un sueño no podía ser tan real para tus sentidos, ¿no?

***

A volver a casa, me acordé de que no había cumplido mi propósito de aquella tarde. Pero no me importó en absoluto. La magia de ese mundo de fantasía todavía estaba haciendo efecto en mí, como una droga. Hasta diría que fue la culpable de la creación de mi segundo poema. Fue la energía que hizo que me quedara la madrugada de un martes terminando el poema sabiendo que en unas horas tendría clases.
Al terminarlo, supe que me gustaba mucho más que el anterior y, actualmente, sigo diciendo que es de los mejores que escribí. Lo nombré por lo que el producto y la creadora eran: escarlata. A lo que "Escarlata" dice:

Escarlata

Peligro, neblinas escarlata a la vista
La tormenta anunciada
La profecía más temida.

Deseo de lo imposible
Una marca de tu labial.

Ayuda, el corazón ganó mi guerra
Amor, no quiero caer
Amor, eso podría ser todo.

Me vuelvo escarlata
Esclava de una sola palabra.

Amor, tal vez sea solo eso
Amor, todo lo que necesito
Amor, amor, amor...

***

Al otro día, el sueño y la vergüenza le ganaron a la emoción de mi bella imaginación. Solo podía pensar en lo que diría Alicia y en tomar una buena siesta. De hecho, lo primero que hizo fue preguntarme sobre eso, con una estúpida y engreída sonrisa en su horrible rostro.
—Me olvidé, pero la próxima semana tendré su Instagram.
Mi enemiga reaccionó a mis palabras con una risa burlona y se alejó de mí para hablar con sus tontos amigos: Mateo, Juliana y Alejo.
En el salón de clases, le conté a mi mejor amiga todo lo que había sucedido el día anterior y le confesé que era demasiado miedosa para avanzar hacía el siguiente paso.
—Tenés su número de WhatsApp —dijo, y me miró fijo a los ojos, esperando que sacara por mí misma la solución.
—Sí, ¿por?
—Podés pedírselo por chat si no te da para hacerlo cara a cara —me respondió como si fuera lo más obvio del mundo, y lo era.
—Nunca hablé con ella por ahí y no me animo a iniciar una conversación —admití.
—¡No te animas a nada!—protestó—Dame tu celu, le escribo yo.
Se lo di, sin pensarlo dos veces. Fueron tres mensajes casuales que me mostró antes de enviarlos.
Alma se encontraba en línea pero no se molestó en leerlos.
Al principio, pude controlar mis nervios por las clases y mi competencia con Alicia. Pero ella me ganó en todo, ya que el sueño me jugó en contra. Mi rendimiento de aquel día fue bajísimo.
Para colmo, todavía tenía dos tildes blancas en aquellos tres mensajes.

***

Era una tarde de miércoles y llovía a cántaros, aún más que aquel memorable lunes en el cual la conocí. Normalmente amaba la lluvia, aún más que los días soleados. Pero en aquel momento la odié, ya que no hacía más que ocasionarme el pensamiento de que el cielo lloraba. Odiaba al cielo por hacer algo que me negaba a transmitir. Mis lágrimas no iban a escapar de mi jaula por una boludez. Una boludez que me quemaba por dentro y no me permitía concentrarme en nada más. Por primera vez, había prestado nula atención a las clases y me dio igual perder mi orgullo. ¿Qué importaba ganarle a la idiota de Alicia si mi corazón se rompía por cada minuto que pasaba ante la indiferencia del amor de mi vida? Mi mundo de ficción ya no era escarlata, sino de un gris melancólico, por un hecho que no traspasaba de mi cabeza.
Brunela y William sabían el por qué de mi ausencia de espíritu. Pero decidieron no comentar sobre el tema hasta que lo tocara yo. Brunela me habló sobre el chico que le gustaba en el gimnasio y me dijo que teníamos que ir planeando para la que sería nuestra primera matinée. William me comentó sobre la serie de Sherlock y los comics de Alice Oseman. A ninguno de los dos les presté la atención debida. Los dos lo tenían en claro, pero no me lo reclamaron.

***

Una vez en la comodidad de mi hogar, con los libros y el uniforme mojados, me llegó la tan demorada notificación. La chica de mis sueños se había dignado a contestarme, a lo que salté de alegría y, sin esperar un segundo, los leí y le di una respuesta a cada uno. En estos se disculpó por haber tardado tanto en responder, me preguntó por mi estado de ánimo y me dio su usuario de Instagram.
Le respondí que no pasaba nada y que estaba bien. La comencé a seguir en esa red social y ella hizo lo mismo. Esa noche, me quedé dormida viendo sus destacadas.

***

Al otro día, les comenté a mis dos mejores amigos sobre lo sucedido. Los dos dijeron, con distintas palabras, que les parecía que no era buena para mí y que era mejor dejar todas mis ilusiones antes de que fuera muy tarde. Me enojé y cambié de tema. Después, no volvimos a hablar de eso en todo el día.
En el recreo, fui a contarle mi logro a mi peor enemiga, omitiendo el pequeño detalle de que en realidad le había escrito Brunela.
—Si eso te parece toda una hazaña, te aplaudo —se burló la tarada.
Le mostré mi dedo corazón y ella solo se rio. La odié tanto que me retiré y, en mi cabeza, imaginé miles de escenarios en los cuales ella moría de distintas formas. Lo sé, soy un poco rencorosa.
En casa, me empecé a quejar de Alicia frente a mis pobres hermanos.
—No de nuevo —se quejó Alan, el más pequeño.
—¡No lo entienden! Es...
—¿Una trola? —preguntó mi hermano de nueve años.
—¡Renzo! ¿Qué te dije de las malas palabras? —lo reté y él solo estalló de la risa.
—Ojo que le dice a mamá, es una buchona —se quejó el hipócrita de Benjamín.
—¡No soy buchona! No pienso decirle nada a mamá.

***

Fue una noche en vela. Mi cabeza giraba en torno a Alicia y a Alma. La ira y el amor se mezclaban entre sí, dejándome una sensación confusa en el cuerpo. Mi mundo imaginario era ahora de distintos tonos de rojo, no irradiaba solamente la monotonía del escarlata.

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