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Asesorándose con nuestra firma, la empresa AYB Network, experta en telecomunicaciones y en pleno proceso de quiebra, se evitaba un gran dolor de cabeza en cuanto al manejo de despidos se trataba. Con una situación económica delicada, muy difícil de remontar, debía afrontar un período de insuficiencia presupuestaria y un informe pericial que así lo pusiera en resguardo ante sus empleados y ante el fisco.

Tratando con seriedad el tema, Astor parecía un experto. Sus años de estudio y las horas que se pasaba en la oficina parecían dar frutos.

— Si me disculpan, tengo que atender esta llamada —Bruno Acosta, gerente general, se puso de pie y se apartó de nuestra mesa. Intuí que iría hasta el amplio parque del hotel puesto a que sacó un cigarrillo de su bolsillo.

Astor repasaba sesudamente el folio con documentación.

— No creo que se pueda hacer mucho para salvar el patrimonio. Los números no les dan por ningún lado — aseguré con solo ver dos balances.

— Hicieron una muy mala administración de recursos. Lo que más lamento es la gente que se quedará sin empleo —asentí coincidiendo en su apreciación.

Para cuando Acosta regresó, fui yo quien tomó la palabra, explicándole los alcances de la auditoría, el manejo de la empresa y la documentación que aún debía proveernos para realizar la pericia. Inmersa en mi discurso, moviendo mis manos en torno a las cifras, me aseguré que el principal interesado de AYB Network entendiera mi punto.

Sin embargo, cualquier atisbo de concentración corrió peligro para cuando una mano calurasa subió por mi muslo, levantó la falda de mi vestido azul y recaló en mi pubis.

Contrayendo mis piernas, las crucé por debajo de la mesa, evitando el escándalo.

Respirando algo dificultosamente, finalicé mi exposición y fingiendo que acomodaba la tela de mi vestido, presioné la mano de mi compañero impidiendo que continuara con el viaje iniciado.

— Disculpen otra vez... ¡es mi hija! —Acosta volvió a alejarse de la mesa, momento en el cual increpé suavemente a Astor.

— ¿¡Qué hacés!?

— Mido tu capacidad de concentración —elevó su ceja, ya sin su mano en mi cuerpo.

— Vas a hacer que diga cualquier estupidez.

— No lo creo, sos muy profesional y sabés manejar situaciones adversas.

Era incapaz de no derretirme ante ese bombón que me doblegaba con cada palabra.

"Está casado, ¡está casado!" grité internamente, recordándome que esta aventura estaba pasando cualquier tipo de límites.

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