67

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Caminando por la peatonal Alem, Astor maldecía a la cantidad de gente y el calor. Yo sonreía y disfrutaba del atardecer. Recorriendo galerías, preguntando por algún que otro adorno que no fuera la típica pareja de delfines que cambiaban según el clima, charlábamos acerca de los chismes de la oficina, y nada más.

Sin embargo, para cuándo tuvimos el pedido de Clara y una caja de alfajores de dulce de leche para Iñaki, él me tomó de la mano imprevistamente y susurró a mi oído:

— Vamos a ver el atardecer en un lugar especial — sin posibilidad de negarme, me dejé llevar como un barrilete sin saber adónde íbamos.

Sonriendo como aquella noche en la que nos habíamos conocido, cuando no sabíamos nuestros nombres y ni siquiera importaba, sorteamos a la muchedumbre, las mesas y sillas en mitad de la vereda y algún que otro vendedor ambulante.

Cuidando de no tropezar, finalmente llegamos a un restaurante con una terraza inmensa, desde la cual se podía apreciar el ocaso fundiéndose en el mar. Era una postal digna de fotografiar; lo hice con mi celular.

Acomodándonos cerca de la baranda, tuvimos vistas privilegiadas; que hubiera poca gente cooperaba con la sensación de serenidad que buscábamos y esa extraña intimidad de saber que estábamos rozando lo prohibido.

Por un largo rato, nos mantuvimos en silencio contemplando el vuelo de las gaviotas, aislándonos del ruido de la calle y de los transeúntes para sumergirnos en el lejano oleaje.

— Tu hijo tiene la edad que tendría el mío — abriendo su corazón, con voz quebrada, Astor me sacó de dudas. No pude ni siquiera parpadear ante su confesión —. En navidad, Clara perdió un bebé. Mejor dicho, decidió abortar — mi jefe bebió agua fresca de su copa. Miraba el horizonte, rememorando—. Aún no se había graduado, recién empezábamos a salir y no se sintió preparada para la responsabilidad de ser madre. Tomó la drástica y unilateral determinación de ir a una clínica en la que atendía un conocido suyo.

— Astor, lo siento mucho.

— Creéme que yo más. Yo era aún más pelotudo que ahora, pero sin embargo me hubiera hecho cargo del bebé — sus ojos lucieron pesados, tristes. El azul de su iris era plomizo—. Muchas veces me imaginé con el bebé en brazos, jugando en el parque, caminando incluso por una playa como ésta — relataba con pasar—, y es el día de hoy que me preguntó por qué lo hizo sin siquiera confiar en mí.

— Es difícil ponerse en el lugar de una mujer. No deja de ser tu propio cuerpo el que experimentará los cambios. Tu cabeza no siempre está lista...— levanté los hombros, compadeciendo ambos dolores y ocupando un sitio neutral.

Astor tragó con el dolor de la remembranza aguijoneando su garganta.

— Son jóvenes...acaban de casarse...a veces es mejor barajar y dar de vuelta— sugerí, sin saber bien qué decir al respecto. Esa confesión era demasiado cruda.

— Quizás. Pero hay daños que no se reparan...— sacando una caja de cigarrillos me ofreció uno.

— No sabía que fumabas.

— No lo hago a menudo. Solo cuando necesito bajar el ritmo y cuando el entorno me lo permite — lo encendió, pitó y entregó al cielo una bocanada gris como su sentir.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro