Capítulo 01.

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❝Recuerda que la conducta de cada
uno depende el destino de todos.❞



El aroma a verde inundó sus fosas nasales, respiró profundo y por sus agudos oídos entró el sonido suave del canto de los pájaros, pero fueron opacados por las pisadas rápidas que lo perseguían. No había tanto viento como de costumbre, aun así podía oler la tierra húmeda que se mecía con los pasos, sangre goteando y en la tierra bajo sus pies sintió el corretear de los animales. Sacó la flecha de su brazo e ignoró la cantidad preocupante y llamativa de sangre que salía de su muñeca, rompió el objeto y volteó con una sonrisa maquiavélica. Su brazo empezó a regenerarse solo.

   —¿Sigues sin entenderlo? No pueden matarme por mucho que lo deseen.

   Sin lugar a duda, era un elfo narcisista. Admiraba muchas cosas de sí mismo, pero sobre todo le encantaba ver sus propios brazos tornándose de un color negro, cuando todo su poder salía a la luz; desde la punta de sus dedos hasta el codo.

   La tierra comenzó a temblar logrando romperse en algunas partes. El elfo de luz miró con miedo al dökkálfr, quien lucía calmado a pesar de saber que querían matarlo. Desde joven se acostumbró a escuchar insultos de todo tipo, malas miradas o amenazas acerca de su muerte si seguía más tiempo en Alfheim, pero todo eran palabras vacías hasta ese momento de tensión divertida.

   —No fue inteligente de tu parte intentar matarme solo, pero te felicito por tu valentía. —Se acercó hacia el rubio, este se obligó a no retroceder, pero los amarillos ojos del mayor lo aterraban de manera irracional— No voy a matarte, no sería bien visto, aunque me tienta tanto cortarte el cuello aquí mismo...

   —¡Surtur!

   El elfo oscuro se detuvo ante el grito femenino que venía a sus espaldas, había detectado su presencia minutos atrás, pero quiso seguir entreteniéndose con su enemigo. El elfo rubio suspiró con pesadez, sintiéndose aliviado por la presencia de la princesa, venía acompañada del rey Caranthir y seis guardias. Surtur dio una reverencia corta al rey y una sonrisa de burla se asomó disimuladamente por su rostro, el intento de homicida tenía todas las de perder.

   —Debido a que su actitud y presencia representan un posible peligro para la Familia Real en Alfheim, además de amenazar directamente al príncipe heredero de Svartalfheim, será ejecutado con el águila de sangre.

   —¡Rey Caranthir! Sabe quién soy, no puede ordenar que me asesinen de tal forma —dijo el rubio indignado—. Mi padre, Harans, es su mayordomo. ¿Cómo puede traicionar a alguien que le dio tanta lealtad? ¡Debería prohibirle la entrada al príncipe oscuro!

   Surtur negó con burla ante las palabras del elfo y se acercó a la princesa Elentari. Ella lo rodeó con sus brazos, sintiéndose segura de que estuviera en perfecto estado. No podía verlo, pero sí sentirlo. Eran una pareja perfecta según ellos, él veía por ella y ella sentía por él. 

   —Surtur Tyresson, príncipe de Svartalfheim, es el prometido de Elentari Glandeisdóttir, princesa de Alfheim. Gracias a mi consentimiento y mandato, él tiene permiso de vivir en mis tierras. Alfheim le abre la puerta a él y a cada dökkálfar que prometa lealtad a los ljósálfar.

   Kalev titubeó unos momentos, preso por la locura y el miedo que le daba ver a un elfo oscuro, y levantó el arco dispuesto a matar a su propio rey, no pensaba permitir que una idea tan loca se lleve a cabo, pero no pudo disparar la flecha. Surtur atravesó su cabeza con su mano derecha. La tierra volvió a temblar unos segundos y se calmó. Los guardias élficos quedaron enmudecidos y con una expresión de sorpresa pura, y Caranthir no se inmutó ante la violencia de su mejor amigo. 

   —Bajen sus armas —ordenó Caranthir a sus guardias, apuntaban a Surtur—, me ha defendido. Llévense el cuerpo y...ustedes dos —señaló a su hermana y cuñado— váyanse antes de que me arrepienta. Por favor, ni una palabra a nadie de esto, ni siquiera a los chicos.

   —¿Y Eidar? Vamos, no puedes decirme que no le contemos a nuestro...

   —Dije a nadie, Surtur.

   El elfo blanqueó la mirada ante el rostro inexpresivo de su mejor amigo, mas no contestó, no quería seguir molestándolo. Elentari percibió con atención el olor a sangre que dejaba Kalev por lo que se acercó a taparla. Surtur levantó la tierra con solo verla mientras ella la movía con el viento para tapar cualquier evidencia que pudiera quedar. 

   —¿Qué quiso exactamente? Si su padre lo envió me encargaré de que nunca vuelva a poner un solo pie en Alfheim, ni su familia.

   —Cariño, eres tan hermosa cuando te preocupas por mí —confesó tomando su mano con delicadeza—. Mientras me perseguía y jugábamos a las atrapadas me confesó que su padre le contó las hazañas de los dökkálfar. Pensó que si estoy aquí mi raza conseguirá dominar la tuya, cosas absurdas.

   —Más tarde iremos al castillo, hablaremos de eso con Caranthir. Mientras tanto, ¿vamos a buscar a los chicos? Quiero que hagamos algo en equipo.

   —¿Exactamente, qué? Me fascina que pese a tu condición sigas teniendo el entusiasmo de realizar actividades.

   La princesa sonrió para luego salir corriendo y perderse entre los frondosos árboles, esquivó con agilidad cada animal que se interpuso por accidente en su camino y rio cuando escuchó los quejidos de Surtur, detestaba tener que perseguirla cada vez que tenía una ocurrencia loca. Aún así, él ni siquiera necesitaba correr para alcanzarla, solamente caminaba rápido —era su ventaja de medir dos metros— mientras ella se esforzaba en alejarse lo máximo posible. Salieron del bosque por la entrada principal llegando así al pueblo más cercano al reino. Fueron a las casas altas de la colina seis, una de las más calurosas cuyo camino se rodea por flores amarillas y los condujo a las casas que se parecían entre sí, y buscaron a sus amigos, estaban alrededor de una pequeña fogata creada con la magia de Eidar, su hijo adoptivo.

   Los tres elfos que miraban la fogata entre risas y una conversación discreta compartían un mismo lazo familiar, pero que no se atrevían a recordar debido a malos recuerdos del pasado. Elentari silbó para captar su atención y sonrió.

   —¿Qué hacen por aquí nuestras altezas? —preguntó con burla Rance, pero a Surtur no le hizo ni una pizca de gracia su comentario. Desde que el pelirrojo confesó estar enamorado de Elentari su amistad cambió totalmente— Estábamos por irnos a una taberna de aquí para festejar que cumplimos doscientos años siendo amigos. ¿Qué les parece?

    —Aunque tu idea suena muy apetecible tengo en mente otra cosa. Somos demasiado jóvenes todavía y Surtur tiene dos semanas de descanso antes de su coronación, pensé que sería genial para los cinco que fuéramos de viaje a algún lado. Siempre estamos aquí o en la taberna o entrenando.

   —¿Viajar? Claro, me encantaría ir a Thuriz, dicen que ese pueblo tiene las mejores hidromieles, además de elfos preciosas, ya saben.

   —Con viajar me refiero a algo más grande, no lo sé, recorrer el Yggdrasil, ¿tal vez? Hay tantos mundos que no hemos conocido, podríamos obtener nuevos conocimientos y poderes. A lo mejor en otro mundo alguien pueda recuperar mi... —La princesa se desanimó un poco antes de terminar su comentario, pero ellos entendieron.

   Elentari perdió su vista cuando tenía apenas mil años, habían atacado al reino los Gigantes de Hielo y siendo nada más que una simple adolescente intentó defender a su familia, a su pueblo. Sus intentos dieron frutos, pero a cambio tuvo que sentir cómo cortaban sus ojos a la mitad, robándole su perfecta vista y la incapacidad de poder disfrutar la sonrisa de sus seres amados.

   —Podemos viajar por Alfheim primero y luego por el resto de mundos, tendríamos conocimientos de cada lugar, incluso de nuestro propio hogar. Estoy seguro de que no conocemos todo de aquí y tú —señaló a Surtur quien observaba con atención— no conoces todo del tuyo ¿No es así?

   —Supongo que debo darte la razón, Decius. Viajaré con ustedes, sin importar el lugar, pero volvamos a tiempo para mi coronación. No tengo intenciones de oír los gritos de mi padre por mi insolencia, suficiente tengo que me llame desertor cada vez que me ve.

   —En unos meses te casarás con ella, amigo, es obvio que te volviste un desertor para tu raza —Rance se rio ante sus propias palabras y aún más cuando el mayor lo miró con molestia—. Sabes que te quiero, no te enojes. Volviendo al tema, ¿se lo comentaste a tu hermano? No quiero que el rey nos lance una maldición de la luna o algo así.

   —Él rige bajo Sunna, Rance. Mi hermano es un elfo de sol, yo soy la que tiene poderes de Máni, soy una elfo de luna y nocturna. ¿Hola? —contestó la peliblanca moviendo su mano para fingir un saludo. Surtur le dio un pequeño beso en la frente a su prometida— Es oficial, emprenderemos un viaje por los nueve mundos en menos de una semana.

   Los cinco festejaron de alegría por saber que por fin tendrían unas verdaderas vacaciones, pero ninguno se esperaba lo que realmente significa salir de Alfheim. Ahora solo quedaba pedirle permiso a Caranthir, tarea que no fue específicamente difícil; sin embargo, fueron interrogados un tiempo largo antes de obtener un sí lleno de condiciones.

   —¿Por qué creen que es buena idea? ¿Qué pueden ofrecerme a cambio de que les permita irse y meterse en otros mundos? —preguntó el rey mostrando una sonrisa burlona.

   —Nosotros podemos ofrecerle nuestro excelentísimo servicio extra oficial, ya sabe, peleamos cuerpo a cuerpo y somos los Tres Guerreros que están educando a las nuevas generaciones de Poderes Elementales —dijo Rance sonriendo—. Su Majestad, usted envía pergaminos a los demás mundos avisando que estaremos de visita unos cuántos días y nosotros seguiremos siendo sus lindos y atractivos lacayos que asesinan a diestra y siniestra a todos los que son enemigos de Alfheim.

   —Lo haces sonar como si asesinaran sin ninguna razón cuando la tasa de homicidios en nuestro mundo es menor que en todo el Yggdrasil, contamos apenas con el cinco por ciento. Además, si rechazaras tu puesto como guerrero y maestro porque les rechazo su petición, quedarás sin ingresos para vivir. —La sonrisa de Rance se borró en cuanto escuchó su respuesta— Ahora supongamos que lo que dices me parece justo, ¿qué pueden ofrecerme mi hermana y su novio? 

   —No quiero sonar como una manipuladora compulsiva, Caranthir, pero Surtur ascenderá al trono en poco tiempo y tiene unos días libres para poder viajar y disfrutar de la vida. En realidad, él no debe consultarlo contigo ni pedirte permiso, pero no viajará sin mí a su lado, no irá a ningún lado donde yo no esté. ¿Acaso te hace feliz ver cómo Surtur se queda dando vueltas en nuestro castillo porque no me permites viajar a otros lugares?

   Decius y Eidar no tenían nada para decir en la conversación, los dos estaban de acuerdo en que no tenían nada para ofrecer a cambio y no tenían problema en quedarse en Alfheim para seguir trabajando. Decius no sentía mucho agrado por compartir sus ratos libres con los demás, en el fondo esperó impaciente a que Caranthir los rechazara.

   —Haces sonar mi vida muy triste, como si no hiciera nada sin ti —dijo Surtur.

   —¿Haces algo sin ella? —preguntó Eidar, arqueando una ceja.

   —No, pero suena deprimente si lo dice.

   Caranthir sonrió y enseñó una expresión burlesca, reprimió las ganas de reírse. Se rascó la barbilla y fingió pensar en lo que le dijeron, en realidad pensó en los registros pendientes que debía firmar antes de que la noche llegue. Se sentó en su asiento, miró a cada uno y suspiró.

    —Tienen prohibido pisar Niflheim, Helheim o Jotunheim, no me importa la excusa estúpida que puedan inventar para pisar esos mundos, no se los permito. Si me llega un comunicado de que cinco elfos tocan, aunque sea una minúscula piedra, los voy a destituir de todos los cargos que tienen y nunca volverán a ver la luz de Sunna. 

   Surtur se cruzó de brazos, la advertencia no valía de nada con él. 

   —Traigan algún recuerdo lindo de Muspelheim.

[...]


    El pueblo Thuriz era bastante grande y armonioso con toques hogareños y más antiguos de lo que imaginaron, pero sus objetos eran casi tan novedosos como los de cualquier pueblo de Alfheim. Los elfos eran calmados, no portaban armas y eran respetuosos entre todos, incluso con Surtur. Los guardias de su muralla no presentaron un problema, tras ver a los príncipes ni siquiera preguntaron el porqué de su presencia.

   —¡Miren! Es una taberna negra, que hermosa se ve.

   —Súper. —contestó sarcástica Elentari cruzándose de brazos. Rance carcajeó fuertemente ante la reacción de la elfo— ¡Miren, un mural con pinturas de nosotros!

   Increíblemente todos, excepto Surtur, cayeron ante sus palabras. Elentari sonrió burlona al sentir que surgió efecto. Ninguno fue capaz de reaccionar que una ciega dijo miren. 

   —Así me siento cuando dicen "miren".

   Entrelazó el brazo con el de su prometido para seguir caminando. Los elfos admiraron cada lugar por el que pasaron mientras que la princesa disfrutó del aire, las voces y la educación que tenían los habitantes al momento de hablar, se sintió como en su casa. 

   —¡Los tres guerreros y los príncipes! —La voz aguda de un niño de seis años les llamó la atención. Elentari sintió un jalón en su vestido y se arrodilló— Es usted muy hermosa, princesa Elentari. ¿Podría convertirme en un elfo nocturno también?

   —En realidad, no existen elfos nocturnos masculinos, es trabajo solo para mujeres. Sunna es quien escoge a los hombres, pero no dudo en que Máni decida incluir hombres algún día —El niño sonrió ante sus palabras sintiéndose más esperanzado que antes.

   Surtur se sintió incómodo en cuanto el niño lo observó con admiración, estaba acostumbrado a las miradas de miedo por parte de los infantes. Las leyendas decían que los elfos de sangre se alimentaron de carne jóven o de mujeres embarazadas. No negaría que se comió elfos pequeños alguna vez, pero intentó dejar aquellos recuerdos en el pasado.

   —¿Cómo estás, niño? Él es nuestro hijo adoptivo Eidar, es muy molesto y ellos son sus hermanos biológicos —murmuró para sentirse menos incómodo.

    —¿Qué? —La pregunta del niño los hizo reír. Nadie entendía ni conocía la historia de ellos, más que el rey Caranthir y la reina Idril, madre de Elentari— Me gustaría conocer su historia, los admiro mucho a todos, pero mi madre me llama.

   Y no mentía, una elfo de cabello oscuro llamó a su hijo, acercándose para pedirle disculpas a las altezas y los guerreros por la falta de respeto que tuvo el niño. Elentari acarició una vez más su cabello y suspiró.

   —Deberías dejar de decir eso de mí, nadie lo entiende.

   Eidar sonrió ladino recordando el día en que la princesa decidió darle una oportunidad. Él nació siendo un bastardo, hijo de un elfo y una amante jötun, fue asesinada por la esposa del mismo. Nació bajo odio y repudio por parte de sus padres, al principio sus hermanos no lo quisieron y le hicieron la vida imposible. Decius no lo toleró y constantemente se desquitó con él, lo golpeó y maltrató psicológicamente, mientras que Rance fingió desconocerlo totalmente. Fueron años oscuros en su vida, años donde intentó suicidarse y cuando por fin estuvo por conseguirlo, una luz lo devolvió a la vida.

   Elentari lo encontró a la orilla del río escondido en el bosque, su cuerpo se llenó de heridas abiertas que no dejaron de sangrar y su respiración era cada vez más pesada. No lo conocía, no tenía que hacerse cargo de él, pero sintió demasiado dolor e insistió demasiado para que Surtur también lo aceptara.

   —¿Eidar? —Rance chasqueó sus dedos frente a su rostro haciéndolo sobresaltar— Parece que te perdimos unos momentos, amigo. ¿En qué pensabas?

   —Las palabras de Surtur me hicieron pensar en cómo los conocí. ¿De qué hablaron? Lo siento por distraerme.

   —Descuida. Dije que podemos ir a la taberna que vieron antes y comer un poco. No trajimos comida y morimos de hambre. ¿O prefieres ir a otro lado solo y luego nos reunimos?

   —¿Bromeas? Son vacaciones con mis amigos, claro que iré con ustedes.

   Decius sonrió ladino ante las palabras de su medio hermano menor. Cada vez que lo veía se arrepentía totalmente de haberlo lastimado y nunca se cansaba de pedirle disculpas, sabía que en el fondo Eidar nunca los perdonó, ni siquiera cuando la esposa de su padre murió. El elfo de cabello azul no guardó rencor ni dolor por nadie, entendió que en la vida todo pasa por algo, pero su corazón quedó con un hueco que jamás pudo volver a cerrar. Sin importar cuánto se esforzara ese vacío permanecía sin ninguna intención de abandonarlo.

   —Quiero hidromiel fuerte, ¿ustedes también?

   —Deja de pensar en ponerte ebrio en nuestro viaje, Rance —amenazó Surtur con un poco de burla—. Yo soy el ebrio aquí.

   Ambos fueron los primeros en entrar con emoción. Eidar y Elentari fueron los últimos en entrar con calma, querían disfrutar el olor del lugar. Maderas antiguas, bebidas y comida por todos lados, aroma a limpieza y comodidad. La elfo se sintió feliz de que no oliera a humedad, tenía una terrible alergia a algo tan simple como eso. 

   —¡Apuesto por el dökkálfr!

   Elentari se golpeó la frente cuando escuchó que su novio y su amigo competían para ver quién tomaba más hidromiel sin marearse. Aquella bebida era lo suficientemente fuerte como para matar a alguien con solo tomar tres cuernos, pero ninguno de los dos sentía miedo por las consecuencias que pudieran tener luego.

   —Me alegra que seas alérgico a la miel.

   Eidar sonrió ante el comentario de su mejor amiga y madre, se sentaron junto a los apostadores y presenciaron como sus amigos se tomaron casi diez cuernos. Surtur tomó la delantera, ambos quedaron ebrios, pero él no se tambaleó como Rance. El svartalfar estaba más que acostumbrado a tomar demasiado, tanto que su ebriedad no se notaba, era como si siguiera sobrio, pero un poquito más feliz.

   —¡El ganador es Surtur Tyresson! 

   Los elfos aplaudieron y se sorprendieron viendo como él seguía manteniéndose en pie con una calma que parecía surrealista. Incluso sostuvo a Rance para que no cayera y lo sentó en una mesa alejada llamando al resto del grupo. Le encantaba ganarle a Rance o mejor dicho, le encantaba ganarle a cualquiera.

   —Eres amargado, ¿sabías? Pero aún así te extraño todos los días, amigo. Extraño al elfo que me buscaba todas las mañanas para entrenar, al elfo que me partió el labio superior diecisiete veces cuando se enteró que maltrataba a mi medio hermano menor.

   —No te pongas sentimental conmigo, me das asco.

   Rance soltó una carcajada y acomodó su cabello, la cantidad peligrosa de hidromiel en su sistema le impedía darse cuenta de la sinceridad con la que le contestó. Abrazó con emoción a Decius cuando se sentó a su lado y este golpeó sus manos para alejarlo, odiaba el contacto físico tanto o más que el príncipe.

   —Creo que eres más agradable estando sobrio.

   —¿Oyeron eso? El negro ha dicho que le agrado. ¡Le agrado al negro! —Rance gritó con entusiasmo.

   —No soy negro, solo soy más oscuro que ustedes, babosa con peluca naranja. Retiro lo que dije, nunca eres agradable —Levantó la mano para llamar la atención de un empleado— y tú, hermosa, no vuelvas a permitirnos que hagamos esa idiotez de nuevo. Cuando nos oigas compitiendo solo debes empujarnos al suelo con tu elemento o saca tu poder de madre enfurecida. 

   —¡No! Nos mojará y su viento nos dará frío. ¡Vete al cuerno, Elen! —gritó el ebrio golpeando la mesa. Se quedó pensativo unos momentos, la peliblanca se tapó la boca para no reírse y Eidar se mordió el labio inferior al reprimir un insulto por su comportamiento— ¡Cantinero, deme otro cuerno de hidromiel!

   —No hemos pasado ni un día y te pusiste ebrio. ¿Te imaginas si tuviéramos que pelear? Por Máni, no sabes pararte solo y quieres beber otra más. Comeremos algo y solo beberemos jugo de uva, nada de alcohol ni miel, ya basta.

   El cantinero les trajo comida, pero no el cuerno que Rance exigió durante la hora que se quedaron sentados. Surtur miró con mucho amor a su novia, le sonrió inconscientemente, ella no podía notar su gesto. Él quería ayudarla, quería devolverle su vista o al menos la mitad de esta. Nunca dejó de pensar en eso.

   —Cariño, te daré mis ojos —afirmó en voz baja tomando sus manos. El único que llegó a oírlos fue Eidar, pero no se metió en la conversación—. Con mi magia puedo conseguir que vuelvas a ver si te doy ojos para cambiar los tuyos. No los tiraré, los usaré y el ciego seré yo.

   —¡No puedes hacer eso! —El golpe furioso que dio en la mesa calló a sus amigos, la miraron con preocupación— Tienes todos tus sentidos perfectamente desarrollados gracias a tu arduo entrenamiento. No puedes simplemente sacarlos y dármelos, no es justo.

   —¿Qué sucede? —susurró el ebrio a su medio hermano, cuando éste contestó se asustó de inmediato— ¡No puedes hacer eso! Entiendo que la ames y crees que harías todo por ella, pero sufrirás cuando dejes de ver. Además, ¿qué sentido tiene hacer eso?

   —Me importa más ella que yo mismo. Si vas a decir que es injusto entonces te daré un ojo y tú me das uno también. Lo mejor que puedes hacer es aceptarlo, cariño.

   No, definitivamente ella no iba a ceder. Un fuerte viento entró por las ventanas y la puerta de la taberna causando que todos temblaran de frío. Ninguno que no fuera de esa mesa sabía que la responsable del cambio de clima era Elentari. Se enfureció por la sugerencia de su novio. Lo último que deseaba era que él perdiera alguno de sus sentidos.

   —Ser ciego es lo peor del mundo, Surtur. No quiero que termines como yo, sin poder recordar el rostro de quienes amas.

   Los chicos sintieron una punzada en el pecho cuando oyeron la voz quebrada de su amiga y más aún de saber que no recordaba sus caras. Surtur agarró con calma las manos de su novia y le dio un beso en ellas.

   —Hablaremos otro momento de esto.

    Elentari no quería volver a mencionar algo sobre el tema, prefería viajar por todo el Yggdrasil y que le devolvieran la vista de otra forma a tener que ver como su futuro esposo viviría en sufrimiento por no poder ver. Ella tardó novecientos años en poder desarrollar todos sus sentidos después de perder la visión y no le deseaba lo mismo a nadie. 

   —Quiero que me prometas algo. Nunca pierdas tu visión por mí.

   Surtur amaba a su prometida más que a nada en el mundo, pero esa era una promesa imposible de cumplir. Asintió mientras daba un trago a su bebida, sintiéndose culpable por adelantado.

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