Capítulo 17.

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Tres días.

Tres días pasaron desde la muerte de Eidar y su ausencia era abrumadora, pero la vida sigue. Alfheim continuó su rumbo como de costumbre, aunque tenían un importante guerrero menos; Svartalfheim sigue adelante, aunque faltaban lugares por levantar y construir de nuevo; Nidavellir sigue su rumbo, ellos no perdieron nada, pero los dverger corrían de un lado a otro preparando las armas, las espadas y forjaron sin parar. Era hora.

 Era hora de que Surtur siguiera. Su coronación había sido adelantada por los últimos acontecimientos y, lamentablemente, no tenía tiempo para estar en luto como quería. En esos tres días tuvo que practicar su entrada, su forma de caminar, su discurso y estuvo lejos de Elentari, lejos de la mujer que se atormentaba a sí misma, una y otra vez, recordando el horrible sonido que hizo el cuerpo de Eidar. ¿Qué es peor? ¿Verlo morir o solo escuchar sus órganos explotar?

Surtur se miró al espejo por varios minutos en completo silencio. No miró su vestimenta, no prestó atención a las pequeñas arrugas de su camisa, no la abotonó y ni siquiera puso los botones de su pantalón, solo se quedó inmóvil, mirando sus propios ojos. ¿Los elfos de Svartalfheim verían su interior? ¿Se darían cuenta todos que estaba rompiéndose?

Las voces en su cabeza empezaron a sentirse más reales con el pasar de los días y despertó por las noches con miedo, podía sentir que habían más presencias en sus aposentos, pero nunca encontraba nada. Las voces seguían diciendo cosas en Muspel que no podía entender, aunque hizo su mejor esfuerzo para memorizarlas. Sin embargo, terminó olvidando todas, como muchas cosas. Ya ni siquiera podía recordar qué comió en el día, si es que lo hizo.

Observó su reflejo unos segundos más y vio algo más que a sí mismo, vio una pequeña sombra tímida asomándose por su espalda; una sombra con el tamaño promedio de un elfo cuyo cuerpo era deforme y sin articulaciones, solo era algún tipo de montaña oscura, casi traslúcida. Se dio la vuelta para hacerle frente a la sombra y no había nada. Miró el espejo una vez más, ella estaba allí, adentro. Dentro de él, no del espejo.

—Díoltas. Cogadh. Gealach —dijo la sombra mientras pasaba sus brazos deformes por el cuello de Surtur.

La voz de la sombra era difícil de comprender, parecía aterrada y asfixiada.

—Algiz.

Cuando Surtur pronunció la runa ᛘ la sombra se retorció y soltó un quejido irritante, muy agudo y húmedo, como si intentara vomitar algo. Algiz es nuestra runa de protección.

Aquella oscuridad desapareció dejando un sonido agudo en los oídos del príncipe y se acarició el cuello, limpiándose la suciedad negra que le quedó. Se sintió sucio. Siempre odió que lo toquen.

Terminó de arreglarse por fin y esperó al llamado de Malevjörn, el príncipe mayor tocó su puerta dos veces y se reunieron en el frío pasillo. El príncipe de cabello rojizo lo miró a los ojos por varios segundos e hizo una reverencia corta ante Surtur.

—Larga vida el rey de Svartalfheim —saludó sin ningún tono de desprecio.

—Todavía no soy tu rey, Malevjörn.

—Lo eres, siempre lo fuiste. Tú naciste para esto —dijo el mayor y sonrió—. Todos tus amigos están aquí, el Rey Blanco también. Svartalfheim aguarda tu ascenso, hermano mío.

No. No todos sus amigos estaban allí para verlo. Eidar ya no estaba.

—Suenas demasiado amigable en este momento. ¿Planeas matarme para que Ryndíh tome mi corona? —preguntó en voz baja, sin preocupaciones.

—¿En serio crees que mataría a mi hermanito? —dijo sonriendo— No me contestes.

Surtur puso los ojos en blanco antes de caminar juntos por los pasillos hasta llegar al lugar más importante en ese día. Cerró sus manos con fuerza y se quedó congelado ante las puertas del salón donde los más importantes de Svartalfheim esperaban. Apretó sus labios en una línea fina y respiró profundo, eso no fue suficiente.

—Hagalaz... Hagalaz —susurró, repitiendo la runa ᚺ. La runa de sabiduría y la que repele las conductas negativas, aquella que brinda sabiduría y armonía.

—¿Estás nervioso? —preguntó Malevjörn— Probablemente mi opinión no te importe, pero seré sincero. Nunca te quise en nuestras vidas y aún así estoy depositando mi confianza en ti porque defenderás Svartalfheim, cuidarás a los tuyos y triunfarás. No conoces la derrota.

—Hagalaz —repitió y tragó saliva—. Malevjörn, entra sin mí. Déjame estar aquí unos segundos. Que se preparen todos.

Su hermano obedeció. Surtur se quedó solo mientras se hundía en sus pensamientos y cubrió su rostro con ambas manos, quería lastimarse, quería clavarse las uñas y sacarse la piel, y no lo hizo. Resistió cualquier impulso dañino, aunque no pudo controlar el dolor en su pecho. Toda su vida fue construida solo para este momento, ¿por qué era tan difícil aceptarlo?

Escuchó las puertas abrirse de nuevo y levantó la mirada. Caranthir abrazó al príncipe sin decir nada. Surtur recibió los brazos de su mejor amigo sin oponerse en lo más mínimo y sintió las energías positivas del rey, se sintió querido y protegido. Sintió su amor, su esperanza y su apoyo. Su gesto sirvió más que cualquier palabra.

Al separarse, Surtur suspiró una vez más y entraron. Caranthir acompañó al príncipe por el largo pasillo alfombrado mientras los elfos más importantes de Svartalfheim —más que nada guerreros y siervos— se levantaron de sus asientos y aplaudieron con cada paso que daba.
Observó el salón decorado con luces tenues y decoraciones doradas, las grandes cortinas rojas, las sillas más bonitas del mismo tono y el suelo impoluto. Buscó con la mirada a sus padres, el rey estaba parado al lado del trono acompañado de Ryndíh y Malevjörn. Por supuesto, su madre ya no estaba. Desde la última vez que Tyre la encerró ella no regresó y nadie se atrevió a preguntar.

Desvió la mirada al grupo particular que resaltó entre los elfos que estaban cerca del trono. Decius y Rance no solo aplaudieron, saltaron sacudiendo sus brazos, llamando la atención.

—¡Somos amigos del nuevo rey! —dijo Rance con emoción.

El ojo derecho de Surtur sufrió un leve tic. No se atrevía a llamarlo amigo después de que Rance confesó estar enamorado de Elentari, pero tampoco lo negó. Apreció su apoyo.

Caminaron en silencio hasta ellos y dio una sonrisa leve. Quedó hipnotizado al ver a Elentari, ella estaba a un lado de sus amigos con un vestido muy lindo, uno que él mismo le hizo. La miró con amor. Se acercó un paso más adelante para tomarla de las manos y vio que ella sujetaba con fuerza una pequeña piedra con la runa de Wunjo grabada. ᚹ para ser feliz, para superar la tristeza y los vacíos.

—Cielo —murmuró con voz suave—, necesito que te acerques al trono conmigo, por favor. No permitiré que te arrodilles, te quiero a mi lado.

La princesa no tuvo tiempo para responder porque Surtur tiró de sus manos despacio para hacerla caminar con él y se acercaron al trono. Elentari se maldijo a sí misma por estar ciega y no poder admirar el momento, pero sentía emoción. El dolor por la pérdida de Eidar estrujaba su corazón y gracias a la runa pudo estar estable para acompañar a su novio.

Tyre no disimuló su mueca cuando Surtur se acercó con Elentari, mas no hizo comentarios al respecto. En cualquier otro día empezaría a darle lecciones a Surtur para enseñarle que las reinas siguen estando debajo de un rey porque ellas necesitan a un rey y no al revés.
La mano de Surtur nunca soltó la de Elentari.

—Hoy, Mánadagr 10 de Sólmánuður, nos reunimos para apreciar el nuevo comienzo de Svartalfheim y una nueva era que unifica los mundos de los elfos oscuros con Nidavellir y los dverger... —dijo Tyre en voz alta cuando se hizo silencio absoluto.

El discurso del rey fue bastante largo, arrogante e hipócrita. Después de media hora hablando sobre lo "agradecido que está con Freyr por darle un heredero perfecto" por fin hizo una seña a sus otros dos hijos para que se acercaran. Surtur apretó la mano de Elentari cuando vio a Malevjörn acercándose con un almohadón rojo con la corona negra encima. El objeto era brillante y precioso a simple vista decorado con picos puntiagudos en varias direcciones. Supo que fue forjada por los dverger cuando la corona encerraba la luz en su interior, dando paso a la oscuridad.

En el centro hay una gran gema negra, tan profunda como el abismo y es la pieza central de la corona, podía absorber la voluntad de cualquiera que la mirase por demasiado tiempo. De la misma salen delgadas ramificaciones en forma de enredaderas que envuelven los picos de la corona.

—De rodillas todos ante el nuevo rey de Svartalfheim —dijo Tyre, poniendo la hermosa corona sobre la cabeza de Surtur.

Automáticamente todos los invitados, incluso Rance y Decius, se arrodillaron en una reverencia respetuosa. Surtur mantuvo las manos de su novia entre las suyas para impedir que ella hiciera lo mismo. No era su rey, era su igual y así iba a ser siempre, sin importar los títulos de por medio.
En cuanto la corona tocó su cabello sintió una corriente por su espalda. Siempre tuvo poder y el objeto no era mágico por completo, pero sabía que desde ese segundo todos los presentes obedecerán sus órdenes sin acatar. Ya nadie discutirá con él, nadie podrá oponerse y faltarle al respeto. Era superior.

Y como superior miró a su padre y sus hermanos, vio el rostro de Ryndíh y notó su repulsión, su falta de respeto y sobre todo, su insumisión. En su padre vio arrogancia por "la creación perfecta" y una mirada de deseo por privilegios. Malevjörn, en cambio, era el único que tenía una expresión de obediencia real.

—Amor mío, ya soy rey —susurró Surtur en el oído de Elentari— y tú serás mi reina cuando nos casemos.

Después de los aplausos y el festejo, era el momento en el que todos debían vaciar el castillo para reunirse con los demás elfos del mundo y los enanos. Todos en Svartalfheim y Nidavellir se reunieron frente al castillo. Esperaron varios minutos hasta que Surtur salió por el enorme balcón acompañado de Elentari. Al salir, la poca luz en el cielo se oscureció y la gema negra en su corona brilló.

—¡Larga vida a Su Majestad, Surtur! —gritaron todos.

Surtur miró desde arriba a los elfos que conocía y a los muchos que nunca vio en su vida, mantuvo una expresión seria y su cuerpo se llenó con los aplausos y los cantos. Todos eran pequeños desde su lugar. Todos le pertenecían.


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