Capítulo 19.

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¡Estoy cansado de escribir! ¿Recuerdas lo que escribí al comienzo? Te advertí que cosas malas están sucediendo mientras lees esta historia. La he contado tantas veces en las fogatas frente al mar que recuerdo cada detalle que él me ha contado, pero escribir no es fácil y menos cuando sé que terminaré muerto en algún lado donde nadie me podrá encontrar.

   ¿Te gusta la historia que estás leyendo? Te recuerdo la realidad y debo arruinar este medio para advertirte que lo siguiente lo sé porque alguien más vino a mí, no solo mi amigo viajero de otro mundo. No es el único, no somos los únicos. 

   Sé lo que sucedió antes de la terrible desgracia que desencadenó todo. No puedo decirte cómo lo sé, ni de quién se trata, pero por unos momentos haremos una pausa y dejarás de leer sobre nuestros queridos aventureros. Quiero que conozcas a alguien más con profundidad o, mejor dicho, a muchos otros. Por haber llegado hasta aquí, sea quién seas, te mereces conocer los dos lados de la historia antes de elegir tu lado mientras vemos la llegada del Ragnarök.

   En Vanaheim el césped es de color lila y los ruidos más fuertes provienen de los altos ríos que caen y golpean contra la tierra y algunas rocas, continuando por senderos creados por los dioses vanir para dar paso al agua y alimentar la vida de todo su mundo; los árboles son dueños de cada lugar con sus ramas enredándose entre los pilares sagrados y los techos de las casas bajas, el musgo es aliado de la vida y se siente ligero bajo los pies descalzos de aquellos que se meten en los bosques fértiles.

   En ese perfecto mundo de paz y calma, donde no hay espacio para las disputas, está él.
Dejó caer el carcaj y su arco junto al río que atraviesa el primer Bosque Invernal, respiró con alivio el aroma fresco y abrazó la vida que lo rodeaba, sonrió con amor a todas las emociones que intentaron meterse en su cuerpo. Escuchó las voces suaves y tranquilas de las flores, el canto de los árboles y se inclinó para acariciar a su fiel amigo, su jabalí de oro, Gullinbursti. 

   Sintió la bienvenida del bosque y se desnudó entero, dejó caer la ropa cerca de su mascota, y cerró los ojos mientras abría sus brazos. Un aura de paz envolvió toda su piel, un olor dulce se metió en su nariz y por fin dejó salir todo el peso del trabajo, liberó el dolor de la ausencia, de su propia ausencia en la vida de aquellos que lo aman, aquellos que lo veneran. Sin embargo, su calma no duró demasiado.

   —Mi señor, Baldr ha sido asesinado —La voz de Skírnir contagió todo el ambiente hermoso en un lugar lúgubre.

   Al oír las palabras de su fiel mensajero, adoptó una expresión de profunda tristeza y sintió un fuerte dolor en su interior, una opresión que nunca experimentó antes. Con su mano derecha se rasguñó desesperadamente el pecho, intentó que su molestia física fuese peor que la emocional, pero no hubo caso. No era fácil digerir la noticia, sobre todo cuando el asesinado se trataba de un dios inmortal.

   —¿Qué pasó? —preguntó en voz baja.

   —Hodr lo mató con una flecha con punta de muérdago. 

   —¿Qué desgracia tuvo que ocurrir para que Hodr mate a su propio hermano?

   —Se sabe que el culpable real es Loki, mi señor —dijo Skírnir con un tono compasivo y suave—. Mas me temo que ha confesado que en su hogar albergó a los elfos y han actuado con complicidad. 

   —¿Elfos? —El dolor en su corazón se intensificó— Mis niños no han podido hacer eso. ¿Cómo puedes decir eso, Skírnir? 

   —Lo lamento, mi señor.

   Por fin se dio la vuelta para ver los ojos de su fiel seguidor, no había dudas en su rostro y nunca fue un mentiroso. Su jabalí se acercó chillando suavemente y golpeó su hocico contra la pierna de su dueño, dándole el mejor consuelo que podía en su estado. 

   —¿Qué elfos? ¿Quiénes participaron en esta injusticia? 

   —Decius y Rance Einarsson, Elentari Gandleisdóttir, Surtur Tyresson y Eidar Surtursson. 

   Al escuchar los nombres de los elfos implicados, agarró a Skírnir de los hombros y enterró sus uñas en su piel delicada, lo miró fijamente para darle una advertencia.

   —¡No quiero oír el nombre de Elentari y Eidar saliendo de tu boca nunca más! —gritó lleno de ira, escupiendo en el proceso.

   Skírnir se acomodó su bello cabello plateado con nervios y mucho temor al oír tal grito de su dueño. Había servido a su lado tantos años, casi su vida entera, y era la primera vez que tuvo la desdicha de ser reprochado de tal forma. Apartó la mirada hacia las clavículas del dios, no se sintió digno de verlo a los ojos e ignoró por completo su desnudez atractiva.

   —Oigo la dulce voz de Elentari todos días, espera por mi regreso a Alfheim y Eidar ha muerto hace poco. ¡¿Cómo puedes creer en las mentiras de Loki?! —Volvió a gritar y sacudió a su mensajero hacia atrás— ¡Es imposible que mis elfos hayan encontrado comodidad en el hogar de los jotnar!

Skírnir tragó duro antes de responder.

—Lo hicieron. La reina jotnar los protegió bajo su manto en su hogar el día en que Thor ha irrumpido para recuperar su Mjölnir. Todos lo han de saber, mi señor. Asgard tiene presente que los elfos han pisado ese lugar desagradable, mas Thor afirma que Rance Einarsson ha sido una pieza impecable para recuperar su arma, al igual que Loki. Siendo este quien asesinó a Baldur, ¿no es fácil creer que los elfos han estado a su lado todo el tiempo? Engañando a Thor y a sus alrededores. ¡Han de engañarlo a usted también! 

   —¡Debería asesinarte, Skírnir!

   Sus palabras dolían más que mil lanzas atravesando su carne, ¿cómo podía permitir que alguien hablara de una forma tan cruel sobre sus elfos? ¿Sobre Elentari? La elfo con más amor y confianza en él, no había un solo amanecer ni un solo anochecer en el que Elentari no apareciera en su mente. Todo se lo agradecía a él, aunque no recibiera una respuesta alguna y no fuera recíproco.

   Soltó a Skírnir, casi empujándolo contra los arbustos, e intentó relajarse. Empezó a hacer movimientos rápidos con sus manos para atraer la paz de alrededor y llenarse de vida otra vez, inhaló con desesperación, pero sus malas energías contaminaron el buen ambiente y el césped se secó bajo sus pies. Dejó escapar un grito de frustración fuerte y otra vez sacudió las manos; sin embargo, no recibió la vitalidad que deseó, consiguió que una fuerte lluvia cubriera Vanaheim por completo. Se acercó a la piedra grande donde su hermoso Gullinbursti dio un suave pisotón a la ropa que dejó bien acomodada; volvió a ponerse su pantalón de cuero ancho, su túnica gris de lino que ató a la cintura con una cuerda. Se tronó el cuello y se colocó los zapatos negros. Era un dios, pero de vestimenta sencilla.

   —Iré a Asgard, Skírnir. Cuando regrese te quiero ver en mi hogar, si resultan ser inocentes te destrozaré. Te amo, pero no dejaré que se deshonre el honor de mis elfos.

   Terminó de arreglarse y se subió al jabalí, el enorme animal dorado emitió un pequeño chillido antes de salir corriendo en dirección a la enorme mancha de arcoíris que cuida la entrada de Vanaheim, donde las conexiones entre Asgard, Vanaheim y el Yggdrasil se fusionan casi en uno, permitiendo la entrada de todo ser cuyo corazón albergue buenos deseos y una buena vida.

    Por cada avance de Gullinbursti, la vida en el viento azotó contra su cara y respiró tan profundo como pudo, aún así nada podía calmar su corazón agitado y la presión en el estómago. Quería destrozar todo. Baldr era el dios más amado y respetado por todos, cuánta injusticia fue cometida.

    ¿Elfos unidos a Loki? Apretó los dientes y de nuevo las lágrimas cayeron por sus ojos. Hace tiempo que dejó a Alfheim en sus recuerdos, ese hermoso reino enorme le fue dado como un regalo cuando perdió su primer diente, y cuando consiguió enseñarle todo a los elfos, cuando lo vio reproducirse y crecer con conocimientos, fertilidad y positividad, los dejó libres. Los dejó con una familia élfica cuyo propósito es gobernar año tras año, vida tras vida. Sabía que el último rey era Caranthir, hijo de Gandlei. Un rey precioso física y psicológicamente, con tanto amor para regalar a los suyos... ¿Qué pudo salir mal?

    Si los rumores eran ciertos, si por primera vez el mentiroso de Loki dijo algo real, iba a tener que hablar con Máni para oprimir a Elentari y conseguir más ayuda para destruir Alfheim, para reducir a cenizas todo lo que tanto le costó criar, porque nadie aliado a Loki Laufeyson podía vivir libre. Ese era el costo por una alianza fría. Morir. 

    —Fjón þvæ ég af mér fjanda minna rán og reiði ríkra manna —susurró con miedo.

    Gracias a la conexión con el Bifröst y la alianza antigua entre Vanaheim y Asgard, fue rápido llegar al gran Valhalla. Gullinbursti se detuvo frente a las enormes puertas del gran lugar, donde fácilmente ochocientos guerreros Einherjar pueden cruzar. Los techos se sostenían por escudos antiguos y lanzas cruzadas, los pilares de bienvenida tenían runas grabadas y en la primera puerta, en la más grande de todas, colgaban las cabezas de un lobo dorado y un águila roja.

    Para anunciar su llegada, hizo chillar a su jabalí y a lo lejos escuchó aplausos suaves acompañado el sonido del viento, Heimdall aceptó su visita. Luego, sin bajarse de su mascota, silbó en un timbre agudo que solo Allfödr podía oír y del Valhalla salieron dos cuervos grandes: Huginn y Muninn. Dejó que los animales lo escanearon con la mirada y graznaron, emitiendo ruidos insoportables.

    Muninn se paró sobre la cabeza de Gullinbursti y Huginn sobre él. Al hacerlo, dios y animal pudieron cruzar el Valhalla mediante una ilusión. No era la primera vez que visitaban el lugar por alguna reunión, pero no esperó verlo tan vacío y lúgubre considerando la naturaleza de los Einherjar y la razón por la que vivían allí.

    Atravesaron el gran salón del palacio, rodearon un hermoso árbol de oro, y caminaron entre pasillos confusos, con cada paso cambiaban de color, de forma y desaparecían puertas. Cerró los ojos cuando entendió que no debía conocer el interior completo del Valhalla y dejó de sentirse mareado, volvió a mirar al frente cuando el graznido de Huginn lo asustó y se encontró a sí mismo rodeado por los demás dioses conocidos y familiares, en una habitación tan blanca y limpia, tan brillante y cegadora, como lo fue Baldr.

    Su vista se dirigió primero a la hermosa diosa Frigg, quien lloraba sin parar, y sus lágrimas de cristal se rompían contra el suelo, dejando pequeños rastros de su dolor. Sus manos apretaron con fuerza el escote de su vestido, intentando atravesar su propia piel para alcanzar el tormento que corrompía su corazón. Vio a los demás dioses sufriendo, pero ninguno podía compararse con el dolor trágico de una madre.

    A la imagen penetrante de su llanto desesperado, le siguió Nanna, la esposa de Baldr, quien en su pánico quedó paralizada contra un rincón, sentada en un sillón blanco, sin mirar nada en particular. Su hijo, Forseti, necesitaba consuelo; sin embargo, su pobre madre abandonó el mundo en el momento en que Baldr se marchó, quedando huérfano. Nadie notó la muerte de Nanna hasta que él llegó y Gullinbursti se acercó lentamente a la diosa de la felicidad. Qué ironía al morir así.

    —Nanna se ha ido —murmuró el vanir, acariciando con delicadeza la mejilla de la mujer—. Du kan gå, mitt kjære barn.

    Escuchó los murmullos de los presentes y volvió a mirar el lugar. Odín entró a la habitación, los cuervos se pararon en sus hombros y su único ojo atravesó el pecho del vanir, pero no era a él a quien realmente miraba. Era a Nanna. Se acercó en silencio, sin saludar a nadie ni observar. El dios viejo caminó bajo su taparrabos y su capa, enseñando las pinturas de bosques en su abdomen y el símbolo Valknut plasmado en su cuello. Era un hombre fuerte y resiste pese a su edad, aunque no era fornido como lo fue Baldr. 

    —Irás con Baldr, mi Nanna querida —murmuró Odín.

    Todos cerraron los ojos cuando el blanco de la habitación empezó a cambiar por árboles deformes que crecieron a toda velocidad, rompiendo el suelo impecable, y el olor a mar se les impregnó en la nariz. El lugar cambió por completo hasta aparecer en el fiordo de Asgard que se quebraba contra el mar del Yggdrasil. En la orilla vieron un drakkar blanco; adentro estaba el cadáver de Baldr sobre un lecho de flores, algunas joyas y su espada. Odín cargó a Nanna hasta dejar su cuerpo descansando con su difunto esposo.

   Freyja  y Tyr se acercaron con los arcos levantados, tensaron las flechas y cuando hubo el silencio necesario, dispararon el fuego. Odín empujó el drakkar al mar y este empezó a quemarse, deshaciendo los cadáveres. Forseti nunca dejó de ver cómo el fuego comía a sus padres.

Odín se acercó al dios vanir mientras todos miraban el barco alejarse y no necesitó abrir la boca para darle una advertencia: «Despídete de tus malditos elfos».

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