Capítulo 21.

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Después de la coronación de Surtur en Sólmánuður dejaron pasar cuatro años. Él y Elentari acordaron posponer su boda hasta acomodar sus tiempos y recuperar la estabilidad que perdieron tras la guerra contra los Jotnar.

    Surtur tuvo que aprender muchas cosas en poco tiempo para alzar la economía de Svartalfheim y fortalecer las viviendas de Nidavellir, logrando así que los dverger confíen plenamente en él y en sus nuevas propuestas, sus nuevas leyes y su forma de gobernar que eran una mezcla entre el anterior rey, Tyre, y Caranthir. También logró forjar una alianza sólida con Muspelheim.

    Los días se volvieron más calmados y con menos trabajo encima, todavía tenía que arreglar los desastres que dejó su padre; sin embargo, por fin consiguió un espacio cómodo para llevar a cabo su boda con Elentari. Mantuvo la calma durante la planificación, se acostumbró rápido a manejar las situaciones, mandar y mover cosas y elfos a su antojo, así que no hubo problemas para conseguir los adornos que Elentari quería. El único inconveniente que se presentó fue el pronto nacimiento del primogénito de Surtur: Darius.

    Tener un heredero legítimo fue parte de sus planes, aunque no imaginó que ocuparía más tiempo que su propio deber como rey. Un bebé de luz no debería presentar ningún problema y a diferencia de mil bebés, su temperamento sería fácil de manejar, pero para mala suerte de Surtur y Elentari, ganó el gen oscuro. Darius, un pequeño elfo de cabellos tan blancos como los de su madre, nació con odio puro en su interior, y un bebé oscuro era peor que mil bebés.

    —Su Majestad, está todo listo.

    La voz ronca de Ryndíh hizo que Surtur apartara la mirada del niño rebelde que tenía en sus brazos y miró a su hermano con seriedad. Ryndíh hizo una mueca de desagrado ante la vista tan familiar y llena de amor, estar relacionado de alguna forma con el príncipe Darius no le hacía gracia, especialmente porque representaba un nuevo enemigo. Alguien más contra quién competir por obtener la corona en caso de que Surtur muera.

    Malevjörn entró a los aposentos personales de Surtur con una mirada tímida y sonrió al ver a su sobrino. A diferencia de su hermano mayor, su actitud cambió con el tiempo, demostrando lealtad a Surtur y respetó su nueva posición e incluso creó un pequeño vínculo de confianza con Elentari.

    —¿Está listo, Su Majestad? —preguntó en voz baja— Usted debe ingresar por la entrada Othala y ella por Thurisaz. Llevaré al Alteza con el rey Caranthir.

    —Entrará conmigo —dijo el rey con autoridad.

    Devolvió su mirada al pequeño príncipe. Darius podía mantenerse de pie y caminar por su propia cuenta, pero a Surtur le gustaba mucho tenerlo entre sus brazos e impedir que se moviera, era la mejor forma de mantenerlo caliente, seguro y con una supervisión adecuada. No quería ser como Tyre y soltarlo entre una jauría de animales salvajes para que aprenda a usar un hacha a tan temprana edad, aunque su miedo lo hizo ser más exagerado con los cuidados. Incluso Elentari era mucho más permisiva que él.

    —¿Por qué miras así a mi papá? —preguntó Darius mirando directamente a Ryndíh.

    Los tres adultos levantaron las cejas incrédulos por el tono tan despectivo en su voz. Los elfos desarrollan sus personalidades a temprana edad, buenos o malos, parlanchines o silenciosos, y Darius era callado, pero malo cuando tenía algo que decir. Ser un elfo oscuro iba a causarle problemas para envolverse en la comunidad cuando creciera, eso pensó Surtur, debido a las experiencias de los demás.

    —¿Cómo me estaba mirando? —preguntó Surtur con una leve sonrisa de orgullo— ¿Me miró feo, Darius?

    —Ryndíh es feo.

    Surtur se rio antes de abandonar sus aposentos en la compañía de su hijo mientras sus hermanos mayores caminaban atrás, escoltando a los dos hasta el salón Ansuz. El rey mandó a crear ese enorme salón brillante y pulcro con el único objetivo de que Elentari se sintiera satisfecha. Ella fue quien eligió cómo se vería todo. Surtur era consciente de que su novia era ciega, pero obedeció al pie de la letra y consiguió todo porque no tenía ninguna intención de contradecirla.

    El rey avanzó hasta Ansuz agarrando la pequeña mano de Darius sin prestar atención a Ryndíh. La relación con su hermano era cada vez peor, peleas constantes y, de una forma u otra, el príncipe mayor terminaba encerrado como castigo o despertaba siendo pisoteado por los caballos del reino. Sin embargo, Darius sí prestó atención. Por sus venas corría la desconfianza y el odio a cualquiera que pudiera representar una amenaza, y su objetivo principal era Ryndíh.

    Los primeros en entrar al salón fueron sus hermanos y esperó unos segundos antes de ingresar con Darius. Soltó la mano de su hijo para que éste fuera con Caranthir y tomara asiento con los demás, y buscó a Elentari con la mirada. Sonrió abiertamente sin darse cuenta, hasta sus ojos reflejaron la felicidad que sentía. Llevó su mano derecha hasta su pecho, sintiéndose agitado y con el corazón a punto de estallar.

    Elentari entró por la puerta del otro extremo acompañada por dos elfos nocturnas que también servían al dios Máni, pero no se enfocó en ellas. Verla nerviosa y sonrojada al mismo tiempo hizo que Surtur se sintiera como la primera vez, cuando sus miradas se cruzaron y se enamoró de sus gestos sutiles al comer.

    No quería apartar la mirada y no le prestó atención a los invitados, a nadie más que ella. Malevjörn se acercó con una espada vieja, Surtur estiró su mano como si fuera idiota y la tomó. Cuando casi se le cayó al suelo tuvo que dejar de mirar a su novia y respiró profundo, su garganta se secó como si no hubiera tomado nada de agua.

    Se acercó al altar decorado con dos figuras de madera de tamaño real que representaban a Freyr, Frigg y Máni. Dejó la espada sobre el altar y caminó hacia Elentari para agarrarla de las manos y guiarla, dejando atrás a sus acompañantes. Las manos de la princesa estaban sudando un poco por los nervios.

    —¿Me veo bien? —preguntó Elentari en voz baja.

    Surtur la observó de pies a cabeza y se perdió en su belleza. Admiró la forma en que la túnica morada se pegaba a su cuerpo, los lazos ajustables en su cintura y las pulseras que se abrazaron sus muñecas con las runas Berkana y Gebo. Miró su cuello pintado con polvo negro y su largo cabello blanco recogido en una trenza con flores en el medio. Volvió a sonreír enamorado y acarició sus mejillas con amor.

    —Estás tan hermosa como el día en que te conocí —susurró y se inclinó hacia abajo para juntar su frente contra ella—. Tan preciosa.

    Elentari bajó la mirada para ocultar su sonrojo y el efecto que tenían sus palabras en ella, pero fue en vano porque él la obligó a levantar el rostro y le dio un beso suave. Los invitados aplaudieron, aunque la boda no inició como debería.

    Una völva se acercó al altar con una expresión sosegada, el ruido de sus botas llenó el salón y arrastró la cola de su túnica blanca por el suelo alfombrado de color rojo. Surtur la miró con serenidad, sin dejar de acariciar el rostro de su prometida, y sintió curiosidad por el aspecto de la mujer. Una piel grisácea y con los ojos cubiertos por un vendaje marrón, su cuello tenía la pintura de un bosque y con su mano derecha sujetaba un bastón grande, cuya punta tenía el cráneo de algún animal pequeño.

    —Suban al altar —dijo la mujer con voz rasposa y ligeramente quebradiza—. Traigan la nueva espada —ordenó a las acompañantes de Elentari.

    Ambos subieron dos escalones hasta rozar una mesa grande de madera con dos cuernos huecos, un cuenco metálico lleno de hidromiel, y la espada vieja que dejó Surtur. Velas de color negro iluminaban las cuatro esquinas. Las acompañantes de Elentari trajeron la espada nueva, impecable y reluciente.

    —Hoy, Frjádagr catorce de Haustmánuður, estamos reunidos para entregar una nueva unión a los dioses. Veremos cómo dos almas se conectan para convertirse en una, prometiendo así cuidarse, respetarse y cumplir un mismo propósito para juntos escapar de la rueda de la reencarnación. —Esta vez, la voz de la völva fue más fuerte y gruesa— Surtur, hijo de Tyre y Elentari, hija de Gandlei, se convertirán en un alma.

    Entrelazaron sus dedos y apretaron con fuerza sus manos sudorosas, los nervios eran visibles. Surtur miró por un segundo a los invitados para reconocer a sus amigos más cercanos, su padre y sus hermanos; varios elfos de luz que vieron crecer a Elentari y algunos oscuros que estuvieron trabajando con Surtur los últimos tiempos, todos cercanos de algún modo. Detuvo su vista en Rance. El elfo estaba apoyado en la entrada con los brazos cruzados, observando en silencio. Al cruzar las miradas, Rance levantó apenas su mano como saludo.

    Él estaba allí después de todo. Surtur hizo un gesto con la cabeza para saludarlo y volvió a mirar a Elentari. Su expresión serena cambió ligeramente por una preocupación cuando vio varias sombras levantándose desde el alfombrado y otras cayendo desde el techo, provocando un ruido seco. Las sombras no tenían un cuerpo en particular y eran deformes, carecían de boca y aún así..

    Gealach. Cosain. Ár nGealach álainn.
    Gealach. Cosain. Ár nGealach álainn.

   Otra vez se hicieron presentes las voces de Muspel dentro de su cabeza y se concentró en mirar únicamente el rostro de Elentari mientras acarició las runas Berkana y Gebo para ahuyentar a las sombras.

    —Elentari, hija de Gandlei —dijo la völva—, si estás dispuesta a crear una nueva vida uniéndote a Surtur, hijo de Tyre, haz la entrega de la ofrenda.

    Elentari agarró la espada nueva con cuidado para no cortarse y la puso frente a Surtur.

   —Hoy te hago la entrega de la espada con la que protegerás a nuestra familia, te hago entrega de mi amor, mi alma y de mi lealtad —dijo con voz suave.

   Algo en el interior del elfo se agitó al escucharla y arqueó las cejas, ladeó la cabeza y dejó escapar un gemido ahogado. Había esperado por mucho tiempo oír eso. Sabía que, casados o no, ella sería así, pero por fin estaba pasando aquello por lo que tanto luchó.

   —Surtur, hijo de Tyre, si estás dispuesto a crear una nueva vida uniéndote a Elentari, hija de Gandlei, haz la entrega de la ofrenda —La voz de la völva fue clara y alta, pero se distrajo un segundo por culpa de la sombra que se adhería a ella.

   Agarró la espada vieja de la mesa y con disimulo pasó el filo sobre una de las sombras para ver qué pasaba. La sombra se separó en dos, pero a los segundos volvió a unirse como una masa viscosa. Apretó los labios para no emitir ningún sonido de desagrado o gritar frente a todos. Además, se sintió obligado a calmarse para que Decius no detectara sus emociones.

   —Hoy te hago la entrega de la espada con la protegí nuestro presente y abro paso para nuestro futuro, te hago entrega de mi amor, mi alma, mi lealtad y mi fuerza —murmuró, bajando la mirada hasta sus labios.

   La völva golpeó el suelo dos veces con su bastón, sacudiendo el cráneo, y Caranthir le hizo una seña al pequeño Darius para que se acercara a sus padres con los anillos. El príncipe corrió para abrazar la pierna de Elentari y le dio los anillos a Surtur. La princesa acarició el cabello de su hijo mientras con la otra mano levantó la espada en alto, igual que el rey.

   —Takk, Freyr, for at du lyser opp veien for dine trofaste —dijo Elentari y le entregó la espada.

   —Takk Frigg for at du velsigner ekteskapet vårt og fyller livet vårt med fruktbarhet —respondió Surtur. Aceptó la espada y le dio la otra.

   Las espadas se dejaron en la mesa y se pusieron los anillos cuyos interiores tenían las runas de Thor grabadas para buscar su poder, su fuerza y su protección. Sin embargo, nadie en ese salón tenía idea de lo que iba a pasar después, ninguno imaginó que la traición rompería sus cuerpos.
O mejor dicho, nadie excepto Darius, que tenía la mirada fija en Ryndíh. 


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