Capitulo 7: Vive

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La tormenta pesada azota,
borroso el ambiente va tornando
cuando mi sangre cae gota a gota

pues el bastón lo está causando.
Ataque a una chica devota
y su padre del combate tomó el mando.

Aun con lágrimas y pena brava,
lamentando a su hija difunta,
acesta golpes son fatiga, riesgo o traba

Y dijome -Tú, que encajaste la punta
de tu arma, a mi hija que tanto amaba
Sufrirás hasta que tú presunta

secta este acabada-. Y me tira.
La sangre toldando mi entrecejo.
A mí alrededor todo gira

mientras intento ponerme al parejo
y aquel hombre solo mira,
queriendo ensartarme el espejo.

Y hablé -No habrá segundo
en el que yo no esté riendo.
Si, enterré el espejo en lo más profundo

de su pecho ¡De ese esplendor me enciendo!
Al final, seré la luz del mundo.
De mi luz contemplando, comprendo.

Un golpe más, luego, luces fuera.
Se que algo estaba diciendo
pero no era algo que yo oyera.

Y siguió gritando, siguiendo
su alegata cual vil fiera.
-¿Que dices? No te estoy oyendo.

Las leyendas no pueden morir.
Cuando desperté estaba a lado
de un montón de hombres que de reír

no paraba. Estaba atado
y esta vez no podría huir.
Un hombre enorme, armado,

con el cuello atiborrado de cruces,
de una patada me ha sacudido
a la par que me ciegan las luces

que del techo cuelgan —Hey, estúpido—
Decía —Dile a quienes conduces
que tu muerte nos ha conmovido.

Otro golpe, otro destello
¿Que creen que hacen estos mortales?
¿Por que colocan una soga en mi cuello?

Idiotas, no entienden de señales,
no lo hago para saciarme de ello,
mis aspiraciones nunca fueron terrenales

Me cansa su osadía
—¿Quieren ver qué les espera?
Lo diré ¡Liberenme!— decía

En realidad no era la primera
vez que, sin quererlo, los viera
pero si la última que les advirtiera.

Y digo —Mi amor ferviente
se ha borrado de mi memoria,
recuerden eso cuando mi ira aumente

Su sangre será mi gloria.
Ellos dijeron:— ignorenlo, el miente.
Allí alcanzaron mi virtud visoria

Ataque pues, con gas pimienta
Sobre el rostro desnudo
de mi captor que enfrenta

un ardor que soportar no pudo.
La oportunidad de escape mi alma alienta
y en mi garganta forma un nudo.

Corrí, aunque mi cara tapada
estaba y solo veía una tela roja
que era por mi peso arrastrada.

Mi dedo en el botón, pimienta arroja
finalmente consiguió la tela alzada
así logrando escapar de dónde aloja

refugio y lugar a esos "Reyes"
quienes ahora les doy condena
por quebrantar mis leyes,

por ellos siento algo de pena
—¿Que te parece si vienes?
Al oír esa voz mi cuerpo serena.

Me perdí entre calles abandonadas,
Si tan solo volar yo supiera
ni gastaría el aire a bocanadas.

Cansado

Aún estaba sobre su cama. Impacible. Tal y como estaba antes de irme.

Cuando logré calmar mi pulso la desperté suavemente. Apenas abría los ojos cuando mis labios tocaron los suyos. Sonrió.

-Debes despertar- dije dulcemente mientras acariciaba el rosado de sus mejillas.

-Es muy temprano- decía aún entre sueños, con la voz más hermosa que jamás hubiera escuchado.

-Debemos movernos "ellos" vienen.

-No van a venir.

-Cosita linda, necesito que despiertes- comenzaba a desesperarme.

Después tocaron la puerta. ¿Quiénes? No sé, tampoco sabía que intenciones tenían pero ya suponía quien era.

-¡Bonita, despierta!- grité mientras tomaba un pantalón y una sudadera para ella, algo más que un top y la ropa interior con la que solía dormir.

Cuando despertó supo que hablaba enserio y se vistió. Corrí hacia la puerta. El golpeteo hacia la madera había sido reemplazado por una melodía. Una cruel melodía.

No repare en métodos. Arrastré toda la mesa del comedor que estaba a un lado, esperando que fuera bastante pesado para evitar que la abrieran si es que intentaban hacerlo. Volví sobre mis pasos con dirección a la cocina donde de inmediato busque los cuchillos. El cuchillo de carnicero, de hoja grande y pesada fue el primero con el que me hice.

Cerré cada puerta y cada ventana como pude.

-¡No!- Ximena ahogó un grito mientras se acercaba a mi. Acababa de notar mi herida.

Aun sangraba pero no tanto como hacía 20 minutos.

De cualquier modo me arrastró de nuevo a su habitación y me obligó a sentarme sobre su cama. Salió y volvió tan rápido como se había ido pero con una caja. Un botiquín.

Después tomó su toalla y salió nuevamente, regresando con la toalla humedecida. Sacó un par de tijeras de su mochila de escuela y cortó la sudadera y mi camisa. Entonces apoyo la toalla contra mi herida. Parecía que cada que mostraba señales de dolor ella ejercía más presión sobre la herida.

Cuando limpio la sangre saco un frasco y una gasa, vertió un líquido rojizo con algunos fragmentos de color verde en el, tenía un olor peculiar. Extraño. Familiar. Que ardía al tacto.

La veía decaída cada que hacía alguna mueca de dolor. Estaría preocupada o tal vez angustiada.

-Esto... No quería que...

-Estoy molesta contigo- soltó de golpe apenas al oírme -cuando te vende hablaremos.

Dicho y hecho. Ella había sido voluntaria para la cruz roja así que no me sorprendía por lo bien que había hecho el vendaje.

-Perdón...

-¿Perdón? ¿Tu crees que ya con eso? ¿Que estabas haciendo?- sus palabras, fueron una mezcla de rabia y desesperación.

-No quería hacerme al héroe. Estaba tan enojado, no quería que ellos te tocaran.

-Eso no es motivo para haberme dejado sola a mitad de la noche ¿Querías que te matarán?

-¡No! Claro que no.

-¿Entonces?- estaba al borde del llanto.

-¿Sabes que te amo? ¿Lo sabes? No dejaría que nada te pasara, incluso si eso significara dar mi vida a cambio. Solo quiero que tú estés a salvo.

-¿Fuiste allí para que te matarán?¿Para que no me hicieran nada?

-Queria hacer eso. Si.

Apenas pasó una fracción de segundo para sentir mi cara arder. Me abofeteo y yo sabía por que.

-¿Ni siquiera te despediste? Eso es egoísta.

-Queria que siguieras con vida...

-... ¿Te pusiste a pensar en cómo eso me afectaría? No se trata de morir y ya. Morir es fácil, lo que dejas atrás, eso es lo difícil. Si quieres hacer algo por mí, vive. Vive por mí.

Me sentí apenado.

-No creo poder hacerlo- solté antes de tocar mi vendaje.

Más tarde esa misma noche, mientras ambos nos refugiabamos en el armario escuchamos el sonido de la madera quebrarse a golpes.

Nuevamente sin pensarlo mucho tomé un cuchillo con mi mano buena pero esta vez Shumelli me cubriría la espalda.

En la puerta principal había alguien a punto de entrar pues había despedazado la puerta. No había nada que pudiéramos hacer para evitarlo pero pudimos respaldarnos detrás de una pared.

—¿Hay alguien aquí? Somos de la policía, venimos a ayudar.

Ese era el padre de Enrique y por experiencia propia sabía que se trataba de una trampa. Tal vez habría querido engañar a los padres de Shumelli quien por suerte se encontraban fuera de la ciudad.

Me temblaban las manos pero tenía una idea. Quizá podría deshacerme de  él por mi cuenta, después de todo, había venido solo.

—Lo voy a acercar, si algo sale mal, tendrás que huir— susurré cerca del oído de Shu.

—Va a salir bien— dijo casi de inmediato pero con voz baja.

Solo asentí, después lancé literalmente una moneda al aire con dirección al fregadero de la cocina con toda la intención de hacer ruido.

El sonido metálico fue suficiente para que el policía empezará a  acercarse.

—¿Hay alguien en la cocina?

Parecía una escena de una pésima película de terror pero finalmente entendí la estupidez de los personajes en esas situaciones.

El policía entró en la cocina y con todo el calor que pude intenté encajarle el cuchillo en la cara. Por desgracia solo fue un zarpazo que le araño la cara desde el tabique hasta el lóbulo de su oreja derecha. Ahogó un grito. Tomó mi mano y con mucha facilidad la manipuló en todas direcciones intentando  quitarme el cuchillo de las manos.

Empezamos a forcejear por el cuchillo, tenía la muñeca libre para intentar  darle otro arañazo. Tal vez no tenía la fuerza pero en ese momento mi vida dependía de que sostuviera ese cuchillo con toda mi fuerza.

Me empujó algunas veces contra la pared mientras Shumelli nos arrojaba agua a los dos como si de dos perros callejeros que pelean se tratase. Y en parte era cierto. Éramos perros buscando morder al otro.

Sentía que el hombro se me partía en dos.

—Te quiero ayudar, pendejo— decía mientras me contenía contra la barra de la cocina.

No me lo creí ni un segundo. Y Shumelli tampoco.

Tuve que cerrar los ojos antes de que Shumelli azotará un recipiente de cristal contra la nuca del policía. Tres trozos quedaron y después cientos que quedaron esparcidos por el suelo.

El oficial se tambaleó y me dió la oportunidad de derribarlo para hacer lo que en principio tenía planeado: encajarle el cuchillo sobre el pecho.

No hubo sangre, no de inmediato, cundo retiré el cuchillo por primera ocasión la sangre salía a borbotones pero el oficial no hizo ningún intento por evitar un segundo, un tercero o un cuarto impacto. Encontré satisfacción en ver el cuchillo atravesando su carne seguido de un sentimiento de asco y culpa.

El oficial apenas y respiraba, la sangre que venía desde su garganta inundaba su boca y gota a gota se derramaba sobre sus labios hasta llegar al suelo.

Me alejé del cuerpo y ví como éste se retorcía intentando apretar su pecho.

Intenté convencerme de que lo había hecho para defenderme, que el jamás me habría ayudado, que estaba haciendo lo correcto pero no puedo ignorar el hecho de que disfruté en matarlo. Disfruté matar a alguien.

Eso me hizo pensar en Samantha. Directamente ella me dijo que había encontrado satisfacción en la muerte de sus padres ¿Y si está sensación era como una droga? Quizá una adicción por ese placer de matar. Estaba seguro de que yo jamás lo volvería a hacer. Pero claro, tampoco me convencí de eso.

Por dónde lo viera estaba mal. Todo estaba mal. Tuvimos que abandonar el lugar casi de inmediato. A ninguna parte. Hacia donde hubiese gente.

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