Capítulo 85

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

“Creo que madurar no significa ser una persona seria, mucho menos aburrida, madurar es poder jugar, tontear, bromear, hacer sonreír como un niño, pero recordando nuestras responsabilidades, aceptar que ya no somos niños, pero sin olvidar que lo fuimos.”

—Jim Carrey.

Siempre supe que sucedería esto, pero nunca imaginé que tan rápido.

Anastasia me repetía constantemente que le quedaba poco tiempo de vida, sin embargo, en el fondo de mi ser, aún albergaba un destello esperanza.

Le tenía un inmenso cariño a esa mujer pues, de cierta forma, se había convertido en la figura materna que Celeste y yo tanto necesitábamos.

Sé que no puedo comparar mi dolor con el de Aylin; pero el sentimiento de pérdida, tan conocido, se ha instalado en mi pecho con la intención de quedarse.

No puedo evitar recordar la muerte de mis padres.

La imagen de un chico joven y temeroso divaga por mi mente.

Ese chico que no sabía cómo explicarle a su hermana que sus padres ya no volverían. Ese chico que no sabía si algún día llegaría a ser la persona madura que ella tanto necesitaba.

¿Era capaz de cuidar y educar a su hermana?

Ni siquiera podía con su propio dolor, entonces ¿cómo consolaría a alguien más?

Solo tenía veintidós años. Pocas cosas sabía de la vida...

—Hermano, ¿dónde están mami y papi?

—Están viajando, Celeste, ya te lo dije —le respondí, sin mirarla a los ojos. No quería que se diera cuenta de que había estado llorando.

—¿Todavía?

—Sí, todavía.

—¿Cuándo van a volver?

—No lo sé, Celeste.

Celeste era una niña, sin embargo, no le podía seguir ocultando la verdad. No se lo merecía. Así que, usando la imaginación que aún conservaba, intenté explicarle.

—Celeste, ¿ves esas dos estrellas de ahí? —le susurré mientras las señalaba con un dedo.

—Sí, son muy bonitas.

—Lo son, ¿verdad?

—¡Verdad!

—Justo como nuestros padres, ¿cierto?

—¡Sí! ¡Justo como ellos! —exclamó Celeste con una enorme sonrisa.

Se me encogió el pecho.

—Celeste, mírame. Te explicaré algo. —Lo hizo, curiosa. Me agaché para quedar a su altura y coloqué ambas manos en sus hombros—. ¿Sabes a dónde van las personas cuando mueren?

—Uhm... No lo sé —balbuceó—. ¿Al cielo?

—Sí, al cielo. —Asentí con la cabeza—. Quiero que lo miremos, ¿vale?

—Vale.

Miré al cielo y mi hermana me siguió.

Parecía un enorme lienzo pintado de negro, en donde resaltaban pequeños y brillantes puntos blancos.

—¿Qué ves? —le pregunté con voz entrecortada, pero fingiendo fortaleza.

—Uhm... ¡Muchas estrellas! —exclamó, ilusionada—. Lindas como nuestros padres...

—En especial, esas dos que señalé... —recalqué.

—Sí, esas dos brillan mucho. —Me miró con los ojos cristalizados.

Ya lo había comprendido. Celeste era una niña muy inteligente para su edad.

—Son nuestros padres, ¿verdad?

Asentí con la cabeza y ella me abrazó, llorando a mares.

El dolor se había apoderado de todo mi cuerpo, pero necesitaba ser fuerte. Por mi hermana. Así que intenté contener las lágrimas.

—Ellos no volverán, Celeste... —le dije—. Pero cada vez que te sientas triste y les eches de menos, miraremos las estrellas, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —susurró contra mi pecho.

Tiempo después, me vi en la obligación de sustituir mis poemas por largos y aburridos discursos; mi graciosa bufanda negra por una corbata, y mis camisetas hippies por elegantes camisas.

Por otro lado, cuidar de Celeste nunca fue una tarea fácil.

Con el paso de los días iba desarrollando cada vez más la rebeldía que siempre la caracterizó, hasta forjar un carácter bastante fuerte.

No obstante, con mucho esfuerzo, paciencia y algunas instrucciones, conseguí entenderme con ella. Ahora la conozco mejor que nadie.

Gracias a nuestra grandiosa psicóloga, Amanda, Celeste y yo pudimos sanar, poco a poco, las heridas que nos dejó la muerte de nuestros padres...

«Aunque hay algunas que tardan demasiado en cicatrizar».

Me duele muchísimo que Aylin haya perdido a otro ser querido. Sé que su abuela era su salvavidas, su consuelo y su esperanza.

Puedo comprender cómo se está sintiendo, y temo que termine ahogándose por no saber nadar.

      “Su luz se debilitaba por momentos y él sabía que, si se apagaba, ella dejaría de existir.” 

Aylin me importa y lo que más deseo ahora mismo es poder ayudarla de alguna forma, convertirme en una fuente de energía para ella, que pueda confiar en mí...

Pero ¿cómo conseguirlo a base de mentiras?

Cuando Anastasia me pidió el enorme favor de intercambiar casas, no pude negarme. ¿Cómo negarle una petición a la mujer que tanto afecto me había ofrecido? No podía, a pesar de que siempre detesté las mentiras.

La culpa me carcome. Anastasia me suplicó que no le contara nada a su nieta y yo le recomendé, a sus espaldas, que la visitara. Tal vez me equivoqué, pero sé que ambas necesitaban verse por última vez. No me arrepiento de lo que hice, pero sí de haberle mentido a Aylin.

Cuando descubra que yo lo sabía todo desde un principio y se lo oculté, no querrá verme ni en pintura.

Merece saber la verdad y, al parecer, Anastasia no se la reveló. Quiero hacerlo, pero no me atrevo. Creo que es algo que le correspondía a su abuela; sin embargo, no podré soportar el peso de esta mentira por mucho más tiempo...

—Celeste, iré a visitar a Aylin. Te quedaras con Maryse, ¿de acuerdo?

Mi hermana se encuentra hecha un ovillo en el sofá.

Me mira con ojos tristes y dice:

—¿De nuevo? ¿Por qué? ¡Yo también quiero verla!

Suspiro.

Sé que quiere apoyarla. Ambas se llevan de maravilla.

A Aylin le haría mucho bien ver a Celeste, pero no quiero arriesgarme. Todo es muy reciente y no sé si se encuentre en condiciones de recibir visitas. Por otro lado, no quiero que Celeste se sienta más triste.

—En otra ocasión, pequeña —le respondo.

Ella asiente con la cabeza, inconforme.

Se levanta del sillón y se acerca a mí. Toma mi mano y abandonamos la casa.

☏ ━━━━━━━❆━━━━━━━ ☏

—Tranquilo, la cuidaré —me afirma Maryse.

Maryse era muy amiga de Anastasia y se lleva bastante bien con mi hermana, por lo que confío plenamente en ella.

—Muchísimas gracias. —Le sonrío.

—Espera, hermano. Quiero que le entregues esto a Aylin —me dice Celeste.

—¿Sí?

Mete la mano en el bolsillo de su chaqueta y saca un papelito doblado.

Me lo entrega.

—Ya que no puedo hablar con ella personalmente, quería enviarle ese mensaje —me explica.

¡Vaya! Celeste no desiste.

Me sorprende lo mucho que quiere a Aylin, teniendo en cuenta que se conocen desde hace poco. Conectaron rapidísimo, lo cual me alegra y asombra al mismo tiempo.

Guardo el papelito en el bolsillo trasero de mi abrigo y, luego de abrazarla para despedirme, le susurro:

—De acuerdo. Lo haré.

☏ ━━━━━━━❆━━━━━━━ ☏

Impaciente, toco el timbre de mi antigua casa.

Creo que es momento de confesarle mis sentimientos a Aylin y decirle que quiero estar a su lado.

Estoy preparado para demostrarle que me importa de verdad y que, al igual que a su abuela, la considero parte de mi familia.

Ojalá me lo permita.

Los nervios me atacan y no sé por qué.

¡Esto no es una declaración de amor!

«Creo».

Estoy frotándome las palmas de las manos y respirando profundo cuando se abre la puerta.

Me sobresalto al ver el rostro de Aylin.

Sus ojos están rojos y tiene la cara sonrosada. Imagino que de tanto llorar...

Siento el impulso de abrazarla, pero me contengo.

Me mira, expectante.

—Aylin, yo quería... —comienzo a decir, pero me interrumpe.

Niega con la cabeza.

—Lo sabías, Ian. —dice con voz rota. Percibo un atisbo de furia en sus ojos—. Lo sabías.

—¿Qué...?

—Me mentiste.

Y mi mundo se paraliza.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro