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La niña comprimió las manos en dos puños que ubicó en su huesuda cadera. Estaba vestida con zapatillas de plataforma y un uniforme de tenista blanco. Quise decirle que ahí no había una cancha para jugar, pero su mirada juiciosa me dejó helada, olvidando las bromas y las palabras.

Me recorrió con sus ojos entornados y el labio apretado en una mueca disconforme. Supe que estaba pensando que yo era una mojigata que se acostaba con su padre, porque prácticamente solo tenía una camisa puesta y era la de él. Sí me acostaba con su padre, pero no de la forma pervertida. Era su amiga, era su monumento a la humanidad, la prueba de que Darg era buena persona por más estafador que fuera.

Claro que eres una mujerzuela, pensaba ella, convencida en odiarme. Mi aspecto le recordó a una secretaría lejana de su padre que encontró una vez follando con su tío en el baño de su casa.

—Me dijeron que Dargavs está aquí —decretó autoritaria— ¡Déjame pasar, es mi padre!

—N-no, no está aquí —dije obstaculizando la entrada.

Ella miró por encima de mi brazo, escéptica e irritada.

—Mi vecino lo vio durmiendo en el parque de la cuadra de enfrente. Le pregunté a la dependienta de la tienda y dijo que la dueña de la casa, esa vieja gorda, le alquila habitaciones a nepentes. Uno de esos es mi padre.

Suspiré asimilando su poderosa red de contactos.

—Mira, niña...

—¿Niña? —preguntó disgustada, abriendo enormemente los ojos, como si estuviera viendo algo que era de no creer—. Tenemos la misma edad.

—Disculpa ¿Cuántos años tienes tú?

—¡Quince!

—Yo veinticinco —decreté orgullosa, cruzándome de brazos.

La niña revoloteó los ojos.

—Pufff, eso no te lo cree ni un nepente.

Había hecho ese comentario para molestarme, porque sabía que yo era una de los mayores olvidadizos que había surgido en el Desvanecimiento. La casa de Bhangarh era la madriguera de Nepentes de ese pueblo después del área psiquiátrica del hospital, todos lo sabían.

—Voy a llamarlo por el móvil, espera aquí —dije, fingiendo que tenía teléfono.

En realidad, no tenía teléfono fijo, mucho menos móvil o una forma de conectarme a internet. Casi todos los Nepentes vivían como en los tiempos pasados, extrañamente vivían como en épocas que habían olvidado. Cerré la puerta y fui corriendo al baño, Darg seguía bajo el chorro de agua, meditabundo y entristecido. Si estaba así por una esposa que no recordaba ¿Cómo iba a reaccionar cuando se enterara que tenía una hija?

Iba a averiguarlo.

—Dargavs hay una niña ahí que dice ser tu hija.

Aquella palabra lo despertó completamente, se enderezó, parpadeó y el brillo lucido e inteligente regresó a su mirada. El agua se le derramaba por los pectorales y la piel color crema. Meneó la cabeza, consternado, se humedeció los labios resecos y se quitó el cabello empapado del rostro. De su codo goteó una línea de agua como si fuera el hilo del destino.

—Yo no tengo una hija —negó—. Es imposible. No me olvidaría de algo así.

—Está enojadísima. Creo que sacó lo peor de ti y de Noomie.

—¿De quién?

—Noomie... Wittenoom, así le decía a tu esposa.

—¡Cierto!

—¿Qué vas a hacer?

—Yo... yo... —titubeó—. Yo no quiero una hija ¡Yo no tengo una hija! No había niños cuando fui a casa... ¡No había nada de ella en mi teléfono!

—Dargavs hay una puta niña en la puta puerta con tu puta cara ¡Es obvio que es tu maldita hija! ¡Y está jodidamente enojada! —susurré acaloradamente, perdiendo los estribos, me incliné a la bañera y susurré con complicidad—. Además, da terror.

—No quiero una hija —repitió anonadado—. ¿Cómo pude haber tenido una hija?

—Con sexo, obvio.

El gruñó a modo de queja, como si quisiera gritarme que era una pregunta retórica.

—Yo no quiero una hija.

—Ya, pero no puedes dejarla tirada ahí, eso no está bien Darg.

—No quiero una hija.

—Tal vez ella es la persona de la que esperabas un mensaje.

Después de todo, él jamás se separaba del móvil, jurando que alguien se contactaría con él, porque sentía que había una persona, lejos, muy lejos, que lo amaba. Darg escondió la cara en las manos y no volvió a decir nada. Estaba conmocionado. Supe que no iba a salir del baño en horas. Ni de su transe de resignación.

Esa niña ahora era mi responsabilidad. Al menos en lo que quedaba de la mañana o del mes, es decir, por el resto de mi vida porque todo acaba en diciembre. La tristeza de Darg no sería más que un ruido sordo en diciembre y la rabia de la niña se habría esfumado como el calor de un panecillo recién salido del horno y mi incomodidad ya no sería ni siquiera mía.

En diciembre todo acabaría.

Así que debía resolver el encuentro caótico, me gustara o no. Porque era lo que me tocó vivir y si iban a quitármelo, al menos experimentaría cada inédito instante.  

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