1-4

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


 Mientras veía a Erbo arrebatarme avergonzada el panfleto y abollarlo en sus manos temblorosas supe que todos éramos tabula rasa. Esa expresión que se emplea cuando no se tiene en cuenta hechos pasados.

 El filósofo Jonh Locke defendió la teoría tabula rasa. Él decía que cuando nacemos somos una página en blanco que llenamos con experiencias que se convierten en conocimiento. Es por eso que si cambias las experiencias cambias a la persona, si te ubicaras en la edad media o en mitad de una aldea africana o en la dinastía china, el tú de ese lugar no sería igual al que eres ahora.

Porque eres una tabla en blanco que el mundo completa. Eres una respuesta, no hay una esencia que te defina. El tú de ahora es único e irrepetible...

Es por eso que, al perder experiencias, el mundo entero y sobre todo los nepentes, se convirtieron en otras personas. Personas que nadie conocía porque todos habíamos renacido ese día. El día del Desvanecimiento fue un genocidio en masa.

Erbo, la niña, perdió los estribos al recordar que sus amigas ya no la reconocían. Lloraba desconsolada. En un arrebato de cólera arrojó violentamente el móvil último modelo contra la pared. El aparato rebotó al suelo con la pantalla más fragmentada que una cordillera, su carcasa se había roto en varios pedazos de plástico rosa que se esparcieron por el suelo.

Pripyat esquivó grácilmente los restos del teléfono, cargando el plato con cubitos de sandía y lo colocó en el centro.

—Come. Todo es mejor con el estómago lleno.

La niña estaba mirando sus manos que apretaban una manta de algodón negra con un tigre blanco tejido en él, una luna poco definida y estrellas borrosas. La habíamos conseguido con Darg entre la basura de Bhangarh. La niña no nos miraba a los ojos porque estaba a punto de llorar. Más.

—No tengo hambre...

—¡Come! —ordenó con poca paciencia.

Ebro agarró atemorizada un cubito de sandía ensartado en el palo y lo masticó de forma mecánica. Pripyat me lanzó una mirada rigurosa e imité la sumisión de Ebro, por pura supervivencia. Ella asintió satisfecha y se recogió el cabello, pensativa.

—Sabes que tus padres te aman ¿Sí? —intervino Pripyat, sonaba como una sabia—. Digo, no los conozco, pero llegaste viva a la adolescencia. Eso debe significar algo. Te aman, solo que ahora están un poco... alterados. No lo hacen apropósito, es como una enfermedad. Sé que tu dolor parece imperial pero el mundo entero está así.

Ebro alzó el hombro, evitando el tema. Pripyat sonrió.

—Acaba de hacer tu típico gesto, Bodie, podría ser tu hermana.

No supe que contestar y me encogí de hombros. Me daba la impresión de que, junto a ella, yo me veía como una cosa enorme, torpe y ñoña que consumía las horas del día levantando los hombros y pensando.

—¿Qué recuerdas de tus padres, Ebro? —inquirió—. Sería muy útil que me lo dijeras, para que sepa qué está ocurriendo aquí.

Ebro masticó un trozo de sandía y lo tragó, contemplando el plato con los cubitos geométricamente perfectos.

—Mamá siempre se la pasa con sus amigas de club de golf y papá está trabajando todo el día. Solíamos vivir en una ciudad más grande, pero se mudaron a este pueblo porque preferían los espacios verdes. De eso hace cinco años. Pero en el fondo supe que se mudaron porque papá quiso cambiar de estudio jurídico y abrirse uno personal. Trabajó siempre con su amigo de la infancia hasta que se pelaron o algo así, entonces nos vinimos a este lugar de mala muerte rodeado de campo y vacas.

—¡Eh! —protesté—. A mí me gusta.

—Sigue siendo chapucero.

—Si tus padres estaban todo el tiempo en sus asuntos, cálculo que estás acostumbrada a crear tu vida sin ellos —aportó Pripyat.

—Es que, sí se hacían un tiempo para mí. A la noche. Siempre. Siempre cenábamos juntos. Mamá hacía la cena y papá veía una película conmigo o me ayudaba con la tarea. A veces él ponía música para bailar con ella o bebían vino en la cocina mientras movían los pies. Le gustaban las baladas lentas. Yo les contaba cómo había sido mi día. Era solo un momento en la noche, poco más de una hora, pero éramos felices. Ni siquiera me dieron una oportunidad para demostrarles lo buena que era la vida antes del Desvanecimiento. Fue todo muy rápido. Papá huyó el mismo día y mamá no deja de embriagarse. Y llorar.

Era increíblemente utópico imaginar a Darg en todos esos momentos. Como un padre presente y responsable. O un esposo que amaba a su pareja y compartía tiempo con ella. El Darg que yo conocía era un hombre impaciente, criticón y bastante pesimista, era gracioso de una manera cruel ¡Y me encantaba! Porque era honesto también y siempre trataba de alegrarme y no esperaba nada de mí, bien podría ser una mierda y él seguiría siendo mi amigo porque no me presionaba para ser mejor. Lo único que quería a cambio era mi compañía y yo esperaba lo mismo de él.

Cómo explicarle que sus padres la habían hecho felices a ella, pero a costa de su miseria. Que seguro su madre cocinaba cuando él estaba viendo películas con ella para no compartir la misma habitación o que bebían vino todas las noches porque querían que el alcohol adornara de alguna forma ese día o que interactuaban solo bailando música lenta frente a ella porque no querían dirigirse la palabra.

Los padres fingen que no existen los problemas para demostrar amor, demuestran amor porque a veces no lo sienten, no lo sienten porque no son felices, no son felices porque fingen que lo son, fingen que lo son para que sus hijos crezcan en un ambiente normal, los hijos que crecen en un ambiente normal pueden vivir mejor, se vive para... se vive para...

Sus padres no eran felices, fingían ¿Acaso eso es crecer? Fingir ser alguien para alguien más.

No supe cómo explicarle a la niña que sus recuerdos estaban distorsionados por la alegría, porque los miraba desde su mundo. Resultaba irónico al extremo que la única persona con memorias en la habitación, las tuviera desfiguradas. Era mejor estar en blanco, como yo, que recordar mentiras.

No sabía cómo decirle que ella había vivido en un teatro o en una prisión.

—Ahora me siento como una hija de plata —musitó.

—¿Perdón? —preguntó Pripyat.

—Ellos siempre aspiraron a lo mejor —explicó Ebro, jugueteando con el palillo entre los dedos— a mis papás le gusta tener cosas lujosas, ir a hoteles caros, vivir en casas enormes, ropa de la mejor calidad... Siempre aspiraban al primer premio, el podio número uno. El de oro. Cuando tuvieron una hija también la planearon para conseguir la mejor familia. Y la teníamos.

Tragué saliva.

—¿Pero? —presionó Pripyat.

—Pero ahora, su única hija no puede unirlos. No consigo la victoria en esta, no tengo el primer lugar, el puesto de oro, soy incapaz de regresar las cosas a cómo eran antes. Soy como una hija de plata, o peor, ni siquiera llego al segundo puesto. Soy una hija de cobre. O de barro.

Silencio. Pripyat se palmeó los muslos, provocando el sonido de un plauso o de...

—Esto es lo que haremos —decidió Pripyat sin consultarle a ninguna si estábamos de acuerdo con lo que haríamos—. Te quedarás aquí Ebro, para evitar que vayas al campamento.

—¿Aquí? —preguntó encogiendo su cabeza en los hombros, asqueada con la idea de vivir en ese cuchitril.

—¿Tienes un lugar mejor? —preguntó autoritaria.

—N-no.

—Sin embargo —prosiguió con cautela—, no creo que eso le guste a tu padre, él es nepente, imagina eso como una enfermedad metal ¿Sí?

Ebro asintió entristecida.

—Por eso puedes ocupar mi lugar en la casa de abajo, hay una litera y una recamara que compartirás con una mujer llamada Varosha. Después de todo, Dargavs no debe reconocer ni su propia cara, así que menos la tuya. Además, dudo que lo encuentres. Tengo entendido que los últimos días ni siquiera estuvo en este departamento.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté.

—Bassam me contó.

Ah, el anciano con fachas de monje, con que sí era un chismoso después de todo. Si bajaba en ese instante seguramente lo encontraba pegado a la ventana.

—Hay muchos niños dando vueltas por ahí, sin supervisión, no creo que tu madre tenga problema con que duermas aquí.

—¿Y tú a dónde irás? —preguntó Ebro con los ojos cargados de lágrimas de gratitud.

—Yo me mudaré aquí, con Bodie. Al menos hasta año nuevo.

Me atraganté con la sandía y comencé a toser guturalmente, con la noticia atorada en la garganta. Me di puñetazos en el pecho y observé a Pripyat anonadada.

—¿Eh? —inquirí yo y me aparté de ella para comprobar si no estaba bromeando.

—¿Con tu novia? —preguntó Ebro.

—¿Eh? —solo pude decir.

—No es mi novia —respondió Pripyat con paciencia, cruzándose de brazos y cerrando los ojos—. No tengo tan mal gusto para las mujeres.

—¿Y crees que dejaré mudarte aquí con esa actitud? —increpé yo con la voz rasposa.

Ella me ignoró, miró el reloj de pared detenido y luego desvió sus ojos hacia el sol. Calculó la hora, se puso de pie y dictaminó con seguridad.

—La señora Bhangarh, o sea la propietaria y tú, ahora serán las únicas en esta residencia con recuerdos del viejo mundo. Te sugiero que vayas a tu casa a empacar y sigas asistiendo al colegio, haciendo la tarea virtual o como sea que esté el sistema educativo ahora.

Ebro asintió acatando la orden. Todavía tenía las mejillas mojadas, pero en sus ojos solo persistía la incredulidad y gratitud.

—Tengo clases virtuales, me las da el conserje, pero también está la opción de ir al colegio de forma presencial.

—Si te mudas aquí no podrás abandonar la escuela. Vivirás como si no fueras a morir.

Asintió solicita.

—De acuerdo. No lo haré. Digo, lo haré.

—Déjale una carta a tu madre, de otro modo creerá que huiste.

Ebro jugueteó con su cola de caballo dorada.

—A ella no le importa eso, solo quiere enviarme lejos, sería un golpe de suerte que huya de casa...

Pripyat suspiró.

—Todos somos nepentes y no tenemos una vida propia, así que te podríamos ayudar a recuperar la tuya. Será como un triunfo personal ¿O no, Bodie?

Asentí, me iba a encoger de hombros, pero no lo creí muy respetuoso para la niña.

Lo cierto era que Pripyat hace unos días había viajado sola a un lugar misterioso y para esa extraña ocasión había vestido la ropa de la señora Bhangarh, nunca me había dicho a dónde había ido. Me daba la sensación de que fue a su hogar porque desde ese día estaba más animada... o al menos relajada. Como si tuviera un problema menos. Probablemente Pripyat tenía un hogar, o no, dudaba que ella me lo contara así a la ligera.

—Nos vemos a la tarde —dijo ella y terminó la conversación.

—Eh, sí... ¡Voy a empacar! ¡Gracias!

Ebro se puso de pie, aturdida, dio una ligera reverencia y se marchó rápido, bajando las escaleras con la velocidad de una estrella fugaz. Pripyat me sonrió.

—¿A que no somos geniales?

Yo estaba igual de anonadada que la niña. Vivir en con ella en el mismo piso sería... no tenía palabras. Me prometí regresar de mi cita al psiquiátrico y encontrarle un lindo lugar, no podíamos dormir los tres en el mismo colchón. Sería raro. Debía elegir una cama para ella, por suerte aún conservaba un poco de paga.

—Lo-lo er-eres —balbuceé—. Pripyat, ayudaste a una persona desconocida.

—Ayudamos —corrigió—. Lo encantador de los favores es que pueden incluir a varias personas.

Sonreí y ella agregó pensativa:

—Nosotras somos unas hojas en blanco que reescribirán, pero esa niña es una hoja que están borrando. La gente suele ser condescendiente con los nepentes, pero deberían tener lastima de las personas como ella.

Se hizo un silencio que solo pudo quebrar mis balbuceos.

—Entonces... vamos a vivir... junt... juntas.

—Será más fácil hacerlo que decirlo —me tranquilizó.

Sonreí de lado.

—¿Hacerlo?

—Créeme, la idea me gusta tanto como a ti —comentó rigurosa, con los brazos en jarras—. Además, no estaremos las dos solas, sigue siendo el departamento de Darg. Así que no pienses cosas cochinas.

—Demasiado tarde.

Me dio un rapapolvo en la nuca.

—Antes de hacerte la coqueta ponte un par de pantalones —ordenó y señaló que aun llevaba la ropa que me había puesto el día anterior para visitarlos: la camisa blanca de Darg.

—Deberíamos comenzar a tratarnos más lindo —dije sobándome el cuello.

—Tampoco hago milagros.

Sonreí y ella me devolvió el gesto hasta que su sonrisa fue quebrada por una risotada. Ambas íbamos en broma. Ni siquiera éramos graciosas, pero nos contagiamos la euforia. Estábamos de buen humor porque acabábamos de ayudar a alguien. En esta nueva vida era mi primera vez auxiliando a alguien. No teníamos pasado, pero habíamos apaciguado uno. Cómo no estar de buenas después de eso.

Aún sentadas en ese cielo de sábanas y cojines nos miramos mientras disfrutábamos de la vida, simple y a la vez complicada.

 Me pregunté si Pripyat y yo habíamos sido de plata en nuestra vida anterior. Tal vez yo había sido de barro y ella de cobre. No me importaba, cuando Pripyat me sonreía yo me sentía de oro.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro