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La noche del sábado acabó con una gran cena en el patio trasero, otra vez, cerca de las parras verdes y rodeados de arbustos y plantas.

Me senté junto Pripyat y cuando le dije que la luz del reflector hacía que la ropa se le transparentara y me permitiera ver más de lo debido, me tiró un vaso de agua helada sobre los pechos para estar a mano.

Kadyc lo encontró gracioso y lo demostró carcajeando como un tractor descompuesto, Kolman se puso rojo como un tomate, se encogió, escondió las manos entre sus piernas y desvió la mirada, Varosha le dijo que no eran maneras de comportarse, Ebro proclamó que me lo merecía con una sonrisa de niña maliciosa, la señora Bhangarh se escandalizó y Bassam parecía estar en otra dimensión desbloqueando algún chacra o pensando cómo convertir eso en un futuro chisme.

A media noche regresé con Pripyat al departamento, solas. Íbamos a dormir en la misma habitación, de solo pensarlo hacía que me cosquilleara la piel, como si estuviera cubierta de mariposas y fuera una criatura amorfa de alas batientes.

Recorrimos un breve tramo de escalera, pero lo sentí inusual. Era la primera vez que ella entraba como una invitada, las otras dos veces que se metió fue una intromisión.

Me obligó, imperante, a cargarle la maleta.

—Si crees que puedes ordenarme todo lo que no tengas ganas de hacer, estás muy equivocada —dije mientras subía su maleta por estrechas escaleras.

Dargavs no había regresado, continuaba desaparecido, tal vez embriagándose en algún bar. Había estado tan ocupada en su hija que olvidé buscarlo, solo esperaba que acudiera a la madrugada. No me importaba si llegaba alcoholizado, yo podía lidiar con eso. Yo no tenía ningún valor y mi vida mucho menos, quién era para reclamar sobriedad. Era un don nadie, no tenía derecho a exigir nada, ni siquiera mis recuerdos.

—¿Bodie? ¿Todo bien? —Pripyat se inclinó frente a mis ojos.

—Pu-puedes agarrar la cama... —dije con la mayor seguridad que pude y me rasqué la nuca.

—¿Y tú?

Señalé el montón de mantas y cojines.

—Eso parece la cucha de un perro callejero —observó ella.

—Es perfecta para mí ¿No?

Sonrió por mi broma pero meneó la cabeza. Ella creía que merecía más.

Me daba la impresión de que me habían hablado peor en mi vida. Es más, ya lo encontraba divertido de una forma poco saludable y sentía una extraña sensación familiar cuando los demás eran agresivos, sobre todo si era en broma.

Avanzó hacia mí y me quitó la maleta. La estaba aferrando tan fuerte que tenía los nudillos blancos.

—Iré a cambiarme al baño. Con los reflectores ya viste suficiente en la cena.

—Nunca es suficiente.

Rodó los ojos, me dio la espalda y caminó hasta el baño, entrecerró la puerta, pero no la bloqueó del todo, dejó un margen minúsculo por el que se escapaba la luz como un relámpago recto que ilumina el cielo nublado. Su melodiosa voz se oyó más dulce que una lira:

—Quédate tranquila, no espiaré tus cosas de ex convicta esta vez.

—Gracias —respondí, me quité la remera empapada por encima de la cabeza y me puse una de las camisas de Darg.

—Porque ya no hay nada que mirar —agregó—. Ya husmeé todo lo que tenía tu bolso de viaje.

—Yo no —confesé, abotonándome.

—Ah —Sacó solo su cabeza y aferró con sus manos la puerta—. ¿No?

—No ¿Qué había? —pregunté y me recosté sobre los cojines— ¿Era algo perturbador?

—Lo más perturbador era el arma, los documentos —Enumeró con los dedos de su mano libre mientras miraba el techo, pensativa— y el uniforme de hospital con sangre. Lo demás era triste.

—¿Triste? —Abracé un almohadón cilíndrico.

—Sí, como la carta suplicándote que regreses y el anillo.

—¿Qué anillo?

—Uno de compromiso ¿Acaso no lo viste?

Meneé con la cabeza. Había abandonado todo para no verlo nunca más.

—Tal vez sea robado —me tranquilizó—. No pareces alguien que se casaría joven.

—¿Pero si parezco alguien que robaría algo tan personal?

Sonrió de lado y regresó al baño, esta vez cerró la puerta.

Motas de polvo flotaban en el aire, eran como estrellas opacas. Con Pripyat nunca dejaba el cielo.

Me acosté sobre el suelo duro y revestido de frazadas. Miré el techo, sin pensar en nada. Fui por la libreta que Pripyat me había regalado y me desplomé otra vez en mi nuevo aposento. De espaldas, con el tobillo de una pierna apoyado en la rodilla de la otra. Marqué todas las cosas que había sentido o sido.

Responsable. Entrometida. Nerviosismo. Paciente. Amable. Confundida. Pensativa... puse muchas tildes porque me percaté de que era una persona que cavilaba demasiado. Por suerte las columnas de Melancólica y Triste estaban en blanco. Yo no era una persona que sintiera esas cosas. Noté que había una columna para Lujuriosa... Pripyat la había llenado todas las casillas por mí y al final del recorrido decía: «Babosa»

Ella salió del baño, con la remera negra y de letras kanji que siempre lucía. Ninguna de las dos tenía mucho guardarropa. Estaba recogiéndose el cabello en un moño, por lo tanto, se le acortaban los faldones hasta la tanga ¡Era de ositos! ¡Como los de goma!

Qué diablos Pripyat ¿Ositos? ¿De verdad?

Con su personalidad creí que tendría calaveras o algo básico, serio y simple como las que solía usar yo. Frunció el ceño cuando notó que ambas nos veíamos las piernas. Pescarla en un acto tan vulnerable pareció cabrearla. Se desplomó malhumorada sobre el colchón, se paró de rodillas y ordenó:

—Deja de mirarme con ojos de cachorro.

Sonreí y sacudí mi pie.

—¿Temes que te haga competencia?

—Y-yo... no estaba. Bueno sí te miraba, pero... ¡Uff, qué mierda importa! —Se acostó dándome la espalda para que no viera el rubor de sus mejillas—. Solo estaba preguntándome si eras bonita, pero abriste tu bocota y me respondiste.

—Lo sé —repiqueteé mis dedos sobre el estómago—. La mayoría de mis comentarios son broma ¿lo sabes? No me siento una persona real... así que la mitad de las cosas que digo son mentira.

—Lo sé —dijo y se hizo el silencio—. Cuando te regaño no lo hago en serio, no siempre.

—Tienes un humor muy raro.

—Te gusto igual.

Silencio.

—Oye, Pripyat.

—¿Sí?

—Hoy a la mañana Ebro lloró. Y a la noche rio.

—Sí, es porque al menos se quedará en la ciudad donde están sus padres y amigas... donde creció.

—Fue grandioso ayudar a alguien.

—¡Sí, sí, lo que digas, buenas noches!

Sentía que ya podía socializar con la gente, como esos pequeños que crecen y aprender a tratar con personas que no sean su familia. Estaba creciendo en el mundo, a pasos acelerados, viviendo por segunda vez. Ahora tenía un hogar al que regresar y amigos a los que extrañar... Un pequeño dedo presionó mi corazón, como si quisiera agujerearlo. Sentí que toda la sangre me bajara a los pies, como si algo en mí se apagara. Me pregunté si estaba cometiendo los mismos errores que me llevaron a huir en mi anterior vida y esa nueva vida breve también la echaría a perder... Porque yo era una persona intuir que no sabía hacer nada bien... no, no iba a preocuparme. No. No porque yo era una persona feliz. Eso era yo. Vivía todo el tiempo feliz.

Porque se vive para... se vive para...

—Buenas noches, cielo —le respondí sarcástica.

Acallé todos mis pensamientos con un poco de humor.

—Sueña bien —contestó irritada, con tedio porque todavía notaba su cuello rojo.

—Oh, créeme que con lo que vi hoy me la pasaré bien en mis sueños.

—¡Apaga la luz de una puta vez!

Obedecí y recordé la cena agradable con los vecinos y cómo entre las dos habíamos ayudado a una niña. Me acurruqué en los cojines, volví a abrir la libreta, mordí la pluma y pensé. Solo había anotado sentimientos agradables en la lista, pero Prpipyat había agregado muchas emociones más oscuras ¿Acaso yo podía ser capaz de sentir alguna de esas?

Después de meditarlo, decidí. Alumbrada por el resplandor de la luna sumé un punto más a una columna en especial.

"Miedo: X"  

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