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Le serví agua del lavado del baño, ella se había sentado en una de las sillas de la mesa de cuatro patas que solo tenía tres. Repiqueteaba los dedos de su mano sana contra una cortina que empleábamos de mantel. Su figura era muy atractiva, delgada y regordeta a la vez, era delicada, como los antiguos cuadros renacentistas donde había mujeres pálidas, mullidas y de sedosa y larga cabellera posando elegante en pelotas...

Se me desbordó el agua, del vaso y de mis labios. Mascullé una maldición en silencio, me sequé las manos en mis pantaloncillos y le di la bebida con naturalidad como si no hubiese fracasado en algo tan simple.

La pesqué analizando el departamento bajo una mirada crítica. Agarró el vaso en silencio, obvio, ella jamás diría gracias, ni aunque le arrancaran la lengua.

—Gracias.

—Ah, em, de nada —comenté abochornada.

Eran tan blanca. De forma exagerada. Cuando veía su piel me sentía rodeada de nubes lenes y gordas, parecía que alguien allá lejos sabía que nunca alcanzaría el cielo y me daba un vistazo de lo inalcanzable. Ella bebió todo el vaso, como si quisiera regarse y crecer. Dudaba que pasara eso, debería medir menos de un metro y medio.

Cada uno de sus movimientos era como si danzara, como si siguiera el ritmo pausado y acompasado que le dictaba el mundo. Incluso su mano delgada y arrugada se veía con clase, como si en lugar de una cicatriz estuviera cubierta de encaje granate.

Se levantó.

—¿Terminaste de mirarme? —preguntó molesta.

—Sí.

—Paso al baño.

—¿Eh?

—Te doy tiempo para que te cambies y estés listas.

—Ya estoy lista —repliqué, separando los brazos de mi cuerpo y dejándolos caer a los costados.

Miró mi atuendo de arriba hacia abajo, juzgando las medias de lunares, zapatillas, pantaloncillos y camisa.

—Si tú dices —levantó asqueada el labio.

Me sentí más inferior que un insecto.

«Lo eres»

—Es mejor que nos vayamos ahora —dictaminé—. Dime dónde queda la biblioteca. Belchite mencionó que a ti te gustaría orientar...

Cerró la puerta del baño, dejándome con la última frase en la boca. Aunque continuaba igual de huraña estaba muy diferente de la última vez que la había visto, más comunicativa, tal vez. Para ser justa con ella, había atravesado un intento de suicidio, nadie sale indemne de algo tan grave como eso.

Me rasqué la nuca, cavilando. La mera idea de pensar que yo había contribuido a que se suicidara me ponía los pelos de punta. No quería ser ese tipo de personas, quería ayudar a la gente, vivir alegremente y compartir mis buenos sentimientos. Quería vivir y que los demás quieran lo mismo.

«Cambié. Puedo ser mejor. Por favor, regresa. Te extraño. H» decía la carta oculta en mi bolso.

¿Quién había cambiado por mí? ¿Yo cambié por alguien? ¿Por qué continuaba preguntándome esas cosas si no quería saber nada de mi pasado?

Golpeé la puerta del baño.

—Oye, Pripyat ¿Nos vamos?

Silencio.

Maldita sea, seguro escapó o se estaba matando «Ni siquiera pude cuidarla una hora, Belchite me matará si ella se mata» ¿Tenía pastillas? ¿Se iba a cortar? ¿Por qué no lo había hecho yo antes así me ahorraba todo?

—¿Estás ahí? —traté.

—Eh, eh... sí —sonó asustada y desconcertada.

—¿Todo en orden?

La escuché exhalar teatralmente.

—El mundo nunca está en orden, Bodie.

—Tú no eres el mundo, Pripyat, pregunte si tú estabas bien —era la primera vez que la llamaba por su nombre, me resultó extraño y me gustó.

Ah, gustar es poco. Decir su nombre era como recitar un poema o elogiar a alguien, se sentía igual de ligero y bien, como si el mundo de repente fuera de helio.

—¿Eso me convierte en más o menos importante? —preguntó.

Abrí los ojos. Cierto, estábamos hablando, lo había olvidado por pensar en su voz. Humedecí mis labios, suspiré, me corrí el cabello azabache de la cara, apoyé cansada mi cabeza sobre la puerta, sin saber qué responder.

—¿Quieres importar?

—Todos quieren importar de cierta forma.

—Mmmm.

—Si no importas tu existencia no tiene sentido ¿O no? Como esa chapa del parque.

—Pero tu recogiste esa chapa. Importó para ti, aunque no para otro.

—Pero yo tampoco valgo nada ¿Tiene sentido que le importes a alguien que no importa? Valer para alguien que no vale no te hace alguien.

Mi mente completó la consecuencia de esa causa. Si tu existencia no importa tu muerte sería un evento tan desapercibido para el resto como una flor naciendo y muriendo en otro planeta a millones de años luz.

Quien diría que para vivir tienes que existir y para existir tienes que importar.

Guardé silencio. Tenía muchas cosas que decirle, como el efecto mariposa, el cual decía que las pequeñas variaciones en un modelo o sistema predeterminado pueden producir grandes cambios en el futuro del mismo. Se basaba en un cuento de Ray Bradbury, en donde el protagonista viajaba en el tiempo y por pisar una mariposa, cuando quería regresar a su época, se daba cuenta que habían cambiado millones de cosas y ya no era el mundo en el que había vivido, porque incluso una mariposa puede cambiar el curso de la humanidad. Algo tan fútil como un insecto es importante.

Todos importamos, quise decirle. Incluso tú, incluso yo, dos donnadies a quien nadie reconoce, pero en su lugar dije:

—¿Nos vamos a la biblioteca? —insistí, golpeando la puerta del baño—. Vamos, siento que se hace Navidad aquí afuera.

—No seas exagera, faltan como veinte días para eso.

—En veinte días puedes vivir toda una vida, en un segundo también —dije.

—¿Te gusta hablar de la importancia de la vida mientras vas al baño?

—Tan solo imagina lo que hablo cuando hago otras cosas.

—No sé, tendrás que mostrarme.

La conversación se estaba poniendo rara, sobre todo porque no le veía la cara y sentía que estaba teniendo esa platica con la puerta del baño.

—¿Qué estás haciendo?

—¿De verdad quieres saber? No imaginaba que tuvieras esos morbos.

—Voy a tirar la puerta si no sales —amenacé con mi mejor voz huraña.

Abrió la puerta y arqueó una ceja. Estaba en una pieza. Suspiré de alivio.

—Qué extraño, te recordaba más simpática —respondió colocando los puños en su cadera—. Creí que querías que fuéramos amigas.

—La oferta expiró —rumié—. Ahora te doy apoyo emocional de forma profesional... casi profesional. Estamos escasos de psicólogos. Somos vecinas y...

—Uh, qué seria —se mofó, cada cosa que decía la comentaba con la misma hostilidad que esa noche, como si quisiera empezar una pelea.

Me miraba con sus ojos cargados de veneno y con una tonada mordaz e incisiva.

—Quiero llegar temprano a mi empleo, por favor.

—¿Para qué quieres trabajar?

—Morirme de hambre no está en mis planes —me mordí el labio al emplear la palabra morir.

Ella sonrió de lado, caminó hacia mí y me rodeó.

—Así que te esfuerzas por ser mejor, aunque en realidad no eres nada.

—Puedo ser tuya —dije alzando las cejas juguetona.

Ella chasqueó la lengua, sabía que iba a molestarse y eso me pareció divertido.

—Me refería a que eras una nepente: nada.

—Básicamente —me encogí de hombros.

—Nadas contra la corriente —dedujo.

«Sí, y no solo ahora» respondió mi mente, aunque no sabía por qué.

Ahora la que sonreía era yo. 

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