Capítulo 1: 228 días

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Desearía no estar viviendo esto. He visto la mirada en mis padres y ya sé qué significa: ellos no darán un paso hacia atrás. Nuevamente, no intentarán entenderme. 

¿Pero por qué habrían de hacerlo? Son como una piedra. Ellos no sienten empatía, y yo... simplemente no entiendo por qué. ¡Soy su hija, después de todo! De todas formas parece no importarles, los he escuchado hablar sobre "mi comportamiento sin remedio". 

No, no como si les importase. Como si quisieran deshacerse de mí. 

Y, al parecer, decidieron que la mejor forma era comprometiéndome con él. Es difícil estar en mi lugar. Muchos dirán: «¡Qué caprichosa! Su existencia promete lujos: será parte de la familia más poderosa en el Cielo, se casará con el líder de los ángeles, permanecerá para siempre joven y encima podrá ir y venir por donde quiera si se le antoja».

Pues, lamento decirles que no. Todas esas palabras están repletas de pura mierda.

Eso es lo que me quieren hacer creer mis padres.

¿Yo? ¿Casarme con Theodel? ¡¿En serio?! Ellos saben cuánto odié siempre a ese hombre, tan estúpido y ególatra sin remedio. ¡Es un dictador de unos milenios de edad! ¡Y quieren eso para mí! ¡Están locos si creen que yo quiero esa vida! 

Pero lo más probable es que siquiera les importe qué es lo que deseo.

Siempre me quisieron ver como la hija perfecta, el típico estereotipo de ángel delicada. Como una flor blanca con pétalos hipersensibles. Nunca me dejaron salir demasiado de casa, ni hablar con otros. ¡Incluso podría decir que no logré vivir en mis centenares de años de existencia! «Eres muy pequeña», dicen. ¿Pero no soy pequeña para casarme con alguien que me quintuplica la edad? ¿Alguien que es conocido por su poca piedad? Sí, soy joven tanto en apariencia como en edad real —al menos, para los ángeles—, ya que, físicamente, dejamos de crecer; además de que nuestros años equivalen a diez de los humanos, por lo que me he enterado. 

Ya soy lo suficientemente adulta para tomar mis decisiones, pero no es lo que ellos creen. Ni tampoco lo que les conviene.

Mis alas se baten mientras recorro los bosques desde lo alto; lo hago sin mirar hacia atrás, como acostumbro cada vez que quiero escaparme lejos de la estricta mirada de mi familia. Bajo en una zona frondosa, una de esas donde jamás podría toparme con alguien, incluso aunque me estuviese siguiendo. Una vez que me aseguro de estar bien realmente, comienzo a llorar. Llorar por el desamor de mis progenitores; por el querer usarme como un objeto de canje. ¡Cielos, es un asco! No puedo darles todo lo que me piden, ¡es injusto! ¿Por qué me obligan a seguir las expectativas que tienen de mí? ¿Por qué no puedo hacer yo sola mi propio camino?

«Porque soy una buena niña que intenta hacer lo que le dicen. Porque no pueden descubrir que no soy como los demás ángeles. Porque así funciona nuestro mundo: no se puede desobedecer el orden de nuestra existencia, es como si estuviese predeterminada, vacía y monótona».

Pienso en Josha Liv, ese ángel que hace algún siglo atrás decidió dejarlo todo, incluso su familia, para salir de esa monotonía. Y, por más loco que parezca, le entiendo. Yo también me quiero ir, pero temo que ese paso me lleve a mi perdición. Tengo miedo de saltar en un mundo desconocido, y que éste me consuma. 

La esposa de Josha murió unas décadas después de que él huyó, dejando a los dos hijos solos. Tenemos prohibido hablar sobre él, e inclusive pensar sobre lo ocurrido. Yo lo conocía por su nombre, al igual que al resto de su familia.

Me siento contra un árbol y escondo mi cabeza en mis brazos hasta que ya no veo nada más. 

—Eh... ¿Te encuentras...?  Uh... ¿Bien? —dice una voz masculina, despertándome de mi sueño. Una voz que suena ronca, pero dulce, cálida y armoniosa. ¿Desde cuándo los ángeles se atreven a pasear por el bosque? 

Digo, ángeles que no fueran yo.

Abro los ojos, encontrando a un extraño chico frente a mí.  Su cabello es rubio como el oro, y le llega por la nuca.  Tiene una hermosa sonrisa y la piel tostada, como si el sol hubiera dorado cada centímetro de él. Como si él mismo fuese el sol. Incluso es como si sintiera un calor provenir de aquel extraño.

Recorro con mi mirada su cuerpo, yendo desde sus largas piernas cubiertas por un pantalón oscuro, hasta su torso desnudo, de donde solo cuelga un collar.

Siento la repentina necesidad de que sus ojos se crucen con los míos, pero unas espesas pestañas los cubren. Él parece hacer lo posible para desviar la mirada de mí, escondiendo sus ojos detrás de un flequillo que invade su frente. 

Y es ahí cuando me doy cuenta del por qué intenta ocultarse: tiene un tatuaje en el hombro. Pero no es uno cualquiera, sino que uno de ellos. 

Él es un demonio.

Casi pego un grito ahogado, sintiendo ganas de ser tan menuda hasta poder desaparecer de su vista. Sus ojos —finalmente y como poniéndome una maldición encima—, se fijan en mí. Y, si no fuese por el peligro inminente que corro, me podría perder en ellos. Parecen estar salpicados por tonos miel en el centro, y son de un color que jamás vi: ámbar. 

Son hermosos. 

¡¿Pero por qué estoy pensando en eso?! ¡Es un demonio!

¡Pocas veces he hablado con un ángel, menos con un demonio! ¡Debería huir!

Está prohibido para nosotros, dicen que son criaturas horribles, malvadas, crueles...

—Ya, pero sobre todo piensan que somos horrendos, asquerosos y crueles. Me llamo Hunter, y sí, soy un demonio.

Estira su mano para estrecharla con la mía, pero yo no quiero tocarle... ¿Qué si me hace algo? Intento echarme para atrás, pero me choco contra el tronco del árbol.

—¿Cómo sabías que...? —pregunto, al borde del ataque de pánico.

Él se enoje de hombros, pero sigue sosteniendo la mano hacia mí.

—Es lo que todo el mundo piensa... Y supongo que tú también. Tranquila, no contagio maldad si tocas mi mano, tampoco te llevo al infierno ni nada de eso —sonríe—. Lo prometo.

Mis dedos rozan los suyos, nerviosos,  y siento una descarga eléctrica. Algo que jamás experimenté antes, pero que me gustaría volver a repetir. ¿Qué fue eso? ¿Y por qué sonrío como él lo hacía hace unos segundos? 

Dejo de preguntarme esas cosas tontas: lo hago porque quiero hacerlo. Lo hago porque ya no tengo nada que perder.

—Me llamo Aeraki.

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