Capítulo 13

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Me tomó diez minutos escoger qué iba a ponerme, cinco decidir si llevaría mi mochila o no —al final decidí llevarla— y lo que más me costó fue convencer a mi madre. Que dentro de todo, tampoco fue realmente complicado.

—¿Vas a salir con el chico que vez todas las noches en el metro? —su café se enfriaba sobre el mesón, llevaba su camisa blanca de botones y su falda de tubo. Su cabello recogido en un moño descuidado, sus ojos eran dulces a pesar de llevar ojeras por el trabajo.

Asentí, masajeando su hombro para relajarla.

—¿Debería preocuparme por eso?

Negué.

—Sería odioso que no te deje ir cuando te permito salir todas las noches ¿cierto? Es tu cumpleaños después de todo —su sonrisa era muy parecida a la mía, me agradaba verla sonreír, más si estaba dándome su aprobación.

Asentí, sonriendo con todas mis ganas, seguro desparramando más alegría que un niño al que le dicen que va a ir a Disneyland. Yo nunca recordaba mi cumpleaños, no contaba los días ni me importaba. Por primera vez en mucho tiempo recobre la ilusión por la fecha.

Mamá me peinó el cabello con sus largos dedos. Todavía llevaba el anillo de casada puesto, a pesar de que mi padre murió cuando yo ni sabía caminar.

Ella seguía de luto, lo disfrazaba diciendo que ese anillo era demasiado caro y bonito como para guardarlo en una caja hasta el fin de los tiempos. No es que yo la juzgara. Ella no era auto destructiva en lo absoluto, sabía que encontraba consuelo y amor en ese anillo, no fue una tortura.

—Ve con cuidado —me despidió dejando un beso sobre mi cabello.

Escuchar Holiday en mi camino a la estación era la manera perfecta de rezar porque esa salida fuera bien. Había muchísima más gente en el metro. Cuando abordé una o dos personas más lo hicieron conmigo, lo cual era sumamente extraño. No estaba nada acostumbrado a estar en el subterráneo de día, cuando la estación era una como cualquier otra, cuando la magia no revoloteaba.

Me sentí como un chico normal. Esperé sentado en la escalera, aguantandome mis ganas de pararme a bailar porque tenía miedo de que alguien más me viera. Mis pies se movían inquietos y el suéter rojo que llevaba puesto me empezaba a dar calor de más.

Estaba tratando de relajarme cuando escuché un grito a través de los audífonos, y luego un Yeonjun resbalándose por los escalones, usándome como agarre para no rodar más abajo.

—¡El piso estaba mojado arriba y no lo vi porque vine corriendo! —se defendió rojo como un tomate. Tenía la duda de si era por su carrera o por su vergüenza.

Mi ceja se alzó y el negó, aún recobrando el aliento.

—Dame unos minutos.

Asentí.

—¿Preparado para hoy?

"La verdad, no"

Días antes Yeonjun me había propuesto salir en una cita como regalo de cumpleaños. Y a pesar de sentirme intimidado por la idea, acepté.

Tal vez porque era incapaz de decirle que no...

Sonreí todo el rato hasta que tomamos de nuevo el metro en la dirección a su casa, pero esta vez bajando casi cinco estaciones más allá. En ningún momento soltó mi mano. Yeonjun sonrió enternecido notando que llevaba todas mis uñas con un color diferente de esmalte.

Caminamos con el sol en lo alto, rodeados de personas. Escuchábamos las conversaciones de la gente sin el contexto, el motor de los autos al máximo, las pisadas de los demás. Ese fue otro tipo de música para nosotros.

Era el mundo real. Esos eramos nosotros visitándolo por primera vez. Me sentí nuevo, con mi reproductor apagado pero mis oídos no. Yeonjun no habló demasiado, asegurándose de que los dos pusiéramos nuestra atención en los detalles más mínimos.

Alejados de cualquier estación de metro, nos ubicamos en un restaurante de comida vegana donde todos los precios sobrepasaban mis ajustados bolsillos.

Yeonjun no podía saber que habían opciones mucho más baratas en pizzerías o restaurantes caseros. Insistió, recordándome que por algo tenía dos trabajos.

—No pongas esa carita Gyu —tocó mi nariz con uno de sus dedos—. Hoy quiero toda la experiencia.

Y por eso terminamos con cuatro platos diferentes de cosas. Algunos ni siquiera yo los conocía; rollos, ensaladas, tortillas, salsas, revoltillos de cosas. Todo muy colorido y saludable.

Lo sorprendente es que no fui yo quien comió de todo y lo disfrutó. Sus palillos pincharon sin discreción cada plato. En un momento yo veía un rollo, luego parpadeaba, y había desaparecido...

Me entretuve con sus expresiones curiosas y gustosas, le seguí el juego y empecé a atacar de todo. Entre los dos, en un periodo de veinte minutos y pico, acabamos con el banquete.

—Valieron la pena los clientes malhumorados que atendí ayer —dijo para si mismo, estirando sus brazos en satisfacción.

Unos minutos de reposo después se levantó y pagó por todo. Yo no podía quejarme y decirle que quería contribuir un poco, él se aprovechó de mi silencio e ignoró mi ceño fruncido. Me levantó de mi asiento y dejó un beso en mi mejilla, quitándome la molestia y sacándome del restaurante casi trotando.

—¿Recuerdas que te dije que te daría algo por llevarme a casa ese día?

Asentí, receloso de que fuera a salir con otra cosa que me pusiera nervioso. Con Yeonjun nunca se sabía.

Pasamos por un callejón atestado de gente, una especie de mercado donde vi de todo y más. Comida, artefactos, arte, un conglomerado de pequeños objetos. No tenía tiempo de tomar una foto mental cuando otra cosa captaba mi atención.

Para alguien acostumbrado a las compras en internet se sentía como un banquete visual.

Casi al final del callejón —quise suponer— las personas eran cada vez menos, y las exclamaciones de la gente comprando más bajas. Había un cartel de color neón y justo debajo unas puertas de cristal que cubrían toda una pared.

Cuando vi a través del vidrio mi boca casi cae al suelo. Nos detuvimos.

—Conozco este lugar desde hace mucho tiempo —Yeonjun murmuró— ahora todo tiene sentido.

Empujó la puerta y me extendió su mano de nuevo, como diciendo «Bienvenido»

Lo primero que me llamó fueron los cassettes, muchos cassettes, y vinilos, maniquíes con ropa vintage, vitrinas llenas de accesorios antiguos, una bola disco en el techo, justo al lado de un gran candelabro; ambos compitiendo por quien brillaba más. Una pared estaba tapizada con periódicos llenos con noticias del pasado.

La cultura pop inmortalizada en una habitación.

El mesón del cajero estaba vacío. En una esquina se alzaba un pequeño escenario, con un micrófono y un equipo de sonido inmenso detrás.

Seguía procesándolo todo cuando de improvisto, haciéndome tambalear, empezó Hung up, de la reina del pop como no. Aumentaba el volumen, como sin fuera la escena de una película.

Mis sentidos estaban a punto de explotar, mis pupilas dilatadas, mi boca seca, y mis oídos reconociendo una de las mejores canciones dance creadas en la historia, sonando en un increíble estéreo.

Olvidé quien era, de donde venía, mi propio nombre. ¿Cuál era mi nombre?

—Beomgyu... aquí puedes hacer lo que quieras.

El primer verso de la canción empezó junto con el TIC TAC del reloj en la pista.

—El lugar es tuyo —señaló la distante voz de Yeonjun— todo es tuyo ahora.

Madonna cantaba «times goes by so slowly...» y el sample de Abba me causaba euforia.

Eso sentía estando con Yeonjun. Euforia.

Era solo... Magia.

Tomé un gorro de un perchero cualquiera, una bufanda de plumas de otro, y mi performance empezó. No supe cuanto duró, cuantas veces cambié mi indumentaria, cuantas vueltas di por todo ese país de las maravillas.

So slowly

So slowly...

Para cuando sentí que no podía más descubrí a Yeonjun siguiendome a todos lados, animandome y también bailando, cantando aunque no supiera la letra.

El ritmo bajó de intensidad en el último coro, la canción cambió a Beat It de Michael Jackson.

Esta vez cuando volteé a ver el mostrador si había alguien parado allí. Un chico de cabello lila, casi gris, sonriendo y aplaudiendo como un niño, a su lado, un chico más bajito de cabello rubio alzaba el control del equipo de música.

—Mejor que Britney Spears en los VMAs de 2001 —dijo sonriendo el chico alto.

—Mejor que Madonna en los MTV de 1990 —dijo el más bajito.

Mis ojos brillaron al escucharlos. Yeonjun susurró en mi oreja.

—Te presento a mis dos mejores amigos.

Dios... Ellos conocían esos icónicos momentos. ¡Quería que fueran mis mejores amigos también!

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