El silencio es una cosa tan rara ¿de donde viene? ¿A quién se le ocurrió? Yo podría decir con gusto que un brujo en lo alto de una montaña lo resguarda como si fuera un tesoro valioso, o que es como el viento esperando su momento para golpear las hojas de los arboles.

Alguien —en un punto de la historia de nuestra incomprendida humanidad— abstuvo sus palabras. Convenientemente el mundo no hizo ningún ruido. Entonces, se decidió que la ausencia de los sonidos era especial, valiosa como para tener un nombre propio.

A pasado un tiempo. Olvidamos que el silencio es paz.

En un día una persona promedio dice una cantidad de palabras que no puede cuantificar sin exagerar. Todas esas palabras son conducidas por un filtro de intimidad, donde se descarta de una idea todo aquello que no le queremos decir al mundo.

Independientemente de que alguien tenga dialogo interno o no, de que abusamos de nuestra lengua, son más las cosas que pasan por nuestra cabeza y se van, que las palabras que salen de nuestra boca.

Con todo esto, es un privilegio tener la libertad para hablar; para dictar lo que queremos y guardarnos lo que no.

Pocos se privan de esa libertad, y la minoría dentro de ese poco lo hace por los motivos que yo lo hacía «quien no puede expresarse bien debe mejor callar, usar otros métodos»

¡Usurpar! El audífono, la muleta, el braille, y el código morse de los mudos como yo.

¡Hay muchas maneras de hacer llegar un mensaje!

Dejame ser tu zorro y tu mi principito; te regalaré un secreto.

El silencio es como la felicidad: no es completo. Las pocas veces en que este símil deja de significar algo es cuando somos tan felices que nos basta con mover nuestros labios para sonreír.

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Dedicado a mi sobrinito, porque su silencio es el más ruidoso