Capítulo 14

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En el tiempo que llevo viviendo en esta ciudad, jamás había visitado el Benaroya Hall. Es simplemente impresionante. El hogar de la Sinfónica de Seattle es un edificio con una arquitectura única, pero lo mejor es el gran salón para la orquesta.

Bajo las escaleras laterales con cuidado, buscando al maestro de música de los chicos y chicas que ya empiezan a reunirse junto al escenario. A la mitad de las escaleras, una puerta abierta hacia el exterior me hace girar.

Ahí está. En un traje negro impecable, caminando de un lado a otro mientras fuma un cigarrillo. Se ve guapísimo incluso con los nervios de punta.

— Ese es un horrible mal hábito.

Detiene sus pasos y sonríe antes de girar para mirarme.

— ¿Ser ansioso?

— Fumador.

— Lo sé.

Me planto frente a él y sujeto el cigarrillo que sostienen sus labios, lo dejo caer al piso y lo apago con mi zapatilla.

— ¿Entonces por qué lo haces?

— A veces solo nos gusta lo que nos hace daño.

Abro la boca para preguntar, pero vuelvo a cerrarla insegura de la respuesta que obtendré. ¿Lo dice por mi? ¿Aún hablamos del cigarrillo?

— ¿Pasó algo con Elliot cuando me fuí? – levanto mis manos para acomodar su perfecta corbata de moño.

— Nada. Se metió de nuevo a su habitación y no me dirije la palabra.

— Ya se le pasará – mi mano sube para acariciar su mejilla.

— Mierda, estoy demasiado nervioso por los chicos, se supone que tendríamos más tiempo para... – sus palabras se ven interrumpidas por una vocecita chillona.

— ¿Señor Grey? Aún nos hacen falta 5, los demás ya están aquí con sus padres.

Christian gira hacia ella y es entonces que puedo ver a la chiquilla rubia. Alta, delgada, con un vestido negro halter y collar de pedrería. Su perfecto cabello en una coleta alta, que balancea coqueta de un lado a otro.

— La zona de las madres está allá – me dice y señala hacia el interior.

— ¿Parezco tu madre? – bufo sin pensarlo.

— Elena... – le gruñe Christian – Vuelve adentro, reúnelos a todos en el escenario.

— Enseguida, Señor Grey.

La chica rubia dice pero no deja de mirarme con el ceño fruncido. Se aleja de nosotros golpeando con fuerza sus zapatillas contra el piso de madera.

— ¿Qué fue eso? – pregunto confundida.

— Elena Lincoln, nuestra pianista y presidenta del club de música.

— Si, ya veo por qué. Está enamorada de ti – Christian sonríe.

— ¿Estás celosa?

— ¿De esa chiquilla? Claro que no, pero eso reafirma mi teoría sobre que eres el protagonista de las fantasías estudiantiles.

— No puedo hacer nada al respecto.

— Yo si – muerdo mi labio inferior para provocarlo – ¿Hay algún lugar por aquí donde podamos estar solos?

— ¿Ahora? – arquea ambas cejas.

— Si, ¿Por qué no? Necesitas relajarte y sé exactamente cómo.

Tomo su mano para volver al pasillo, hasta el fondo de la sala. Detrás del escenario se encuentra una sala de vestidores y más allá, una sala con muchos instrumentos.

Cierro la puerta con seguro detrás de nosotros y llevo a mi chico hasta el piano más cercano. La tapa cubre el teclado, así que no me preocupo por el ruido cuando lo hago sentarse sobre ella.

— ¿Ana? ¿Qué haces?

— Shh... Solo relájate.

Me siento en el banquillo, quedando a la perfecta altura. Jadea cuando desabrocho el cinturón, luego su pantalón de vestir. Lo bajo solo lo suficiente para poder ver sus boxers negros y lo que custodian en su interior.

— No hagas ruido – le digo mirándolo a los ojos.

Christian balbucea algo ininteligible mientras deslizo mi mano dentro, buscando su miembro para mimarlo. Cuando levanto la vista hacia él, tiene los ojos cerrados y echa la cabeza hacia atrás.

Puedo escuchar su respiración pesada y sus gemidos cuando lo introduzco en mi boca. Mierda. Solo escucharlo es suficiente para que yo me acalore.

Me concentro entonces en él, en sus jadeos, su cuerpo relajado contra el piano. Acerca su cadera más a mi, haciéndome retroceder un poco para tomar aire. Mi mano derecha sube y baja por su longitud con rapidez, haciéndolo jadear en el borde de su liberación.

— Detente – gruñe – No quiero terminar así.

Toma mi brazo para levantarme de un tirón y ahora soy yo quien está recostada en la tapa del piano. Se apresura a levantar mi vestido solo para sacar mi ropa interior y colocarse entre mis piernas.

Con un solo movimiento se introduce completamente en mi. Jadeo por la sorpresa, pero no hago nada más que observarlo mientras tapo mi boca para no gritar.

En algún momento se deshizo de las gafas, que ahora cuelgan del bolsillo de su saco. Sus ojos grises brillantes de excitación, me miran cuando presiona la parte más sensible de mi cuerpo.

— Se lo que haces – jadeo por sus movimientos.

— Déjate ir, vamos nena – susurra sin parar.

Y no hace falta que lo pida, soy un manojo de sensaciones placenteras al borde del colapso. Tengo los ojos cerrados, así que solo lo escucho gruñir mientras pellizca mi cadera.

Los altavoces del recinto suenan con el primer aviso, invitando a los presentes a tomar asiento.

— Mierda, es hora.

— Date prisa – le ayudo a acomodar su ropa de nuevo.

— ¿Vienes conmigo?

— No, ve, debo ir al sanitario. Me sentaré entre el público.

— Bien.

Se acerca para darme un beso rápido antes de salir corriendo de vuelta al pasillo. Acomodo mi vestido antes de salir con cuidado hasta el vestíbulo y una vez aseada, puedo buscar un asiento en la sala.

La presentación de los alumnos de Christian es asombrosa, todos tocan a la perfección sus instrumentos, incluso la chiquilla rubia odiosa. Después de unos 30 minutos, los presentes se levantan de sus asientos para aplaudirles.

— ¿Qué te pareció? – Dice él cuando nos encontramos en el vestíbulo.

— Maravilloso, tengo que decir que son impresionantes. Eres un maestro muy talentoso.

— Lo soy – sonríe orgulloso.

— Bueno, ya basta de inflarte el ego – golpeo su hombro.

— ¿Señor Grey? ¿Nos vamos?

Esa vocecita. Me giro para ver a la chiquilla rubia y los demás chicos en la puerta del edificio, algunos padres se encuentran con ellos.

— Vamos a ir a cenar juntos, ¿Quieres venir con nosotros?

— No, está bien, ve con ellos a celebrar – Me acerco para abrazarlo y susurrar en su oído – Ten cuidado con esa chica, no me da buena espina.

— ¿Elena? Es inofensiva – se ríe – Solo creo que estás celosa.

— Solo un poquito.

Tomo su rostro en mis manos para besarlo con intensidad, ante la atenta mirada de su alumna. ¡Aléjate niña!

Es mío.

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