22.

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Axel

En estos momentos quisiera tener una máquina del tiempo por muy loco que suene. De esa forma volvería al mes pasado y arreglaría lo que hice. 

Mi cabeza no deja de dar vueltas desde que Alessia salió de la habitación del hotel en Wellington con los ojos llorosos y la mirada llena de rabia.  

No voy a perdonarme nunca haberla hecho sentir mierda.

Todo lo que vivimos en ese poco tiempo se me viene a la cabeza.

El primer día que vi ese verde tan hermoso que carga en sus ojos.

Nuestras veladas maravillosas llenas de tango.

El día en que la besé de forma precipitada porque no aguantaba más.

Cuando se abrió y me contó lo que había vivido en su boda.

La primera noche que pasamos juntos en Madagascar.

Cuando se armó de valor y dijo que quería volver a verme luego del viaje.

Sus besos.

Su suave piel la cual tuve el placer de tocar, besar y contemplar.

Soy un completo imbécil.

Es cierto que cuando la vi por primera vez en lo único que pensaba era en llevármela a la cama pero luego todo cambió porque cuando la conocí un poco más quise saber muy a fondo quien era Alessia Caccini, quise arriesgarme y hacer las cosas bien, sentí la necesidad de cuidarla, de reparar ese corazón roto.

¿Y qué hice?

Posiblemente romperlo aún más.

Llego a casa y mi madre me recibe con los brazos abiertos.

—Mi niño, mi bebé—me aprieta cada vez más contra sí.—¿Por qué no avisaste que vendrías antes? Adam te hubiese recogido en el auto

—No te preocupes mamá, vine en taxi.

—¿Adivina quién está...

—¡Papito!

Escucho su voz infantil gritar ese apodo que hace que me derrita. Lo próximo que veo es que corre hacia mí con papá justo detrás tratando de alcanzarla.

—Hola, princesa—me agacho para tomarla entre mis brazos y darle un beso en la mejilla, la he extrañado demasiado.—¿Pasando el día con los abuelos?

Asiente y envuelve mi cuello con sus pequeños brazos dándome un abrazo.

—¿Cómo estuvo Nueva Zelanda?—pregunta mi padre.

—La conferencia fue de maravilla.

Otras cosas no tanto...

—¿Te irás de nuevo?—pregunta mi pequeña mirándome con tristeza.

Le sonrío, acaricio su bonito y encrespado cabello castaño.

—No, princesa. Me quedaré contigo toda la tarde—ella ríe emocionada.

—Pero ahora debe ir a darse un baño con la abuela—dice mamá

—¿Por qué papito no me baña?

—Porque papito está un poco cansado, hermosa—mi hija se pasa de mis brazos a los de su abuela—Vamos a lavar el lindo cabello de la niña, en lo que papi suelta sus maletas.

Suelto una carcajada ante la melosa voz de mamá y observo como ambas se van de la sala.

—¿Es impresión mía o la niña está más delgada?—pregunto y papá asiente.

—No entiendo el porqué, come bastante para su edad.—es lo que responde—Su madre la trajo desde esta mañana.

—Ni siquiera la menciones—digo fastidiado dejando la maleta a un lado y quito los primero dos botones de mi camisa, me tiro en el sofá y papá me mira curiosamente—Me quiero divorciar.

Él ríe acercándose.

—Hijo, eso es algo que ya sé.

—No, esta vez lo lograré, no creo ser capaz de seguir aguantando más, ahora si iré con todo al juzgado.

—Entiendo—dice y se queda callado por unos segundos—¿Cuándo presento la demanda de divorcio?

Le sonrío de lado.

—Gracias, papá.

(...)

—¿Papito puedo de ese?—duda y asiento.

—Un helado de menta por favor.

La joven rubia de la furgoneta de los helados me entrega el pedido sonriente. Bajo a mi hija de mi regazo para sentarnos en uno de los bancos del parque.

Como hoy llegué del viaje tengo el resto del día libre y lo aproveché para pasar tiempo a su lado, a pesar de mi apretada agenda busco la manera de estar con mi pequeña.

La observo y no puedo creer aún lo linda que es. Tiene el cabello castaño con motas rubias y encrespado como el de su madre, sus ojos son muy parecidos a los míos pero en ella hay un brillo tan despampanante que te obligan a mirarlos por unos segundos, tiene el tamaño promedio de una niña de su edad, su piel es muy blanca y aunque la noto más delgada, se ve hermosa con el vestido de seda verde y los zapatos blancos.

Sí señores, soy un padre totalmente embelesado por su hija.

—¿Cómo va el colegio?—le pregunto.

—Igual—le da una probada a su helado—La maestra Lily dice que debo mejorar en lectura, pero mami dice que no estoy mal.

—Mejorarás con el tiempo, cariño—toco su cabello y ella asiente.

—¿Puedo subirme al tobogán?—me hace ojitos y río porque cada que quiere algo, hace lo mismo.

—Termina tu helado primero y no puedes subir al de los grandes.

—Voy a cumplir seis años pronto—bufa—Ya no soy una bebé.

Yo solo río.

Pasamos un rato en el parque, comimos pizza y no paraba de contarme todo lo que había hecho en mi ausencia. Mi hija es una niña bastante comunicativa y expresiva, comenzó a decir palabras sueltas cuando cumplió un año y le fue fácil luego aprenderlo todo y ahora simplemente no para de hablar.

A las 8 p.m llegamos a la casa donde vivía antes con ella, suspiro antes de tocar el timbre y Julia abre, me da una sonrisa angelical y yo no me molesto en devolverle el gesto.

—Hola, mami.

—Hola, nena.—Mi hija se baja de mi regazo y abraza a su madre.—¿Cómo te fue con papá?.

—Genial, fuimos a muchos lugares.

—Me alegra que la hayan pasado bien—los ojos de Julia se posan en mí—¿Vas a quedarte ahí parado toda la noche?.

No le respondo.

Entro en la casa y Julia cierra la puerta detrás de mí.

—¿Puedes quedarte conmigo hoy?—me pregunta mi pequeña.

Trago grueso, aún no se ni que decirle cuando me pregunta algo así.

—Cariño, tu pijama está encima de la cama. ¿Por qué no te cambias y luego papá irá contigo?.

La pequeña asiente y se va corriendo hacia la habitación. Los azules ojos de Julia se posan en mí y quisiera decirle tantas cosas en este momento pero prefiero callar, no montaré una escena con mi hija aquí.

—¿Te quedas esta noche?

Su pregunta agota aún más mi paciencia.

—No entiendo tu pregunta.

—¿Cuándo volveremos a ser un matrimonio, Axel? Nuestra hija necesita a sus padres juntos, a su familia unida.

Río amargamente.

—No utilices a la niña para manipularme. Espero que te busques unos buenos abogados, Julia, porque me voy a separar de ti.

—Sob...

—¡Ya estoy lista!—mi hija asoma su cabeza por la entrada de su habitación y muestra su dentadura en una sonrisa.

No digo nada y paso por el lado de Julia.

Me quedo con mi pequeña hasta que se duerma, cae en los brazos de morfeo casi de manera inmediata, hoy ha gastado demasiada energía. La cubro con su mantita azul llena de estrellas doradas, apago la lámpara de la mesita y beso su frente antes de salir del cuarto.  
 
—¿En serio vas a irte?—la voz de Julia me detiene en la puerta.

¿Acaso está jugando conmigo?

Doy un suspiro pesado y en cuanto me giro hacia ella mis ojos se abren como platos. Traía solamente un albornoz de seda negro transparente que dejaba ver su encaje del mismo color.

—¿Te puedes cubrir?—dudo fastidiado—La niña puede despertarse y verte así.

—No lo hará—se acerca a mí y no muevo un músculo—Vamos a la cama...recordemos cuando éramos unos adolescentes.

¿Se ha vuelto loca?

Julia—advierto cuando sus manos se posan en mi rostro, la aparto cuidadosamente—Se acabó, y no hay vuelta atrás.

—¿Ya no provoco nada en ti?—no respondo aunque claramente la respuesta es un no—¿Tienes a otra mujer, Axel? ¿Estás mandando a tu familia a la mierda por una puta?

La miro furioso.

—La única persona que ha mandado a la mierda esta familia eres tú—la señalo y me acerco—Nuestro matrimonio está jodido hace un año y si aguanto tus berrinches es por mi hija, Julia, porque estoy haciendo todo lo posible para  que no salga lastimada de todo esto.

—Pero yo te amo—se lanza encima de mí y bufo porque la situación me está agobiando, Julia me coje la cara con las manos y su boca queda a centímetros de la mía—Mi amor yo...

Cuando habla cerca de mí mis fosas nasales se impregnan de un olor que me hace reventar.

—¿Estás bebiendo de nuevo?—dudo y ella se aleja de inmediato.

—Yo no...no...solo fue un trago...yo...

A mi cuerpo vuelve de inmediato toda la paciencia y el autocontrol que me caracteriza, recordando que a quien tengo delante es a la madre de mi hija.

—Ve, dúchate y duerme, lo mejor será que descanses.

Doy media vuelta y salgo de esa casa. Pego mi espalda a la madera de la puerta cuando la cierro, paso mis manos por mi rostro y bufo. No voy a dejar que esta situación me supere, por mi hija, por mí, voy a tener la solución en cuanto antes.

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